Me mandan a cuidar un curso de niños pequeños.
No hay opción.
Lo hago.
Trabajamos una guía con secuencias de dibujos.
Entonces viene un niño a acusar a otro porque le dijo mamífero vertical.
El niño que acusa parece ofendido y hasta lloriquea un poco.
Mientras, yo intento recordar dónde fue que leí esa expresión
Para solucionar pido hablar, finalmente, con el niño que hizo el comentario.
Nadie viene hasta mí.
Insisto en la solicitud, pero la situación sigue de la misma forma.
Entonces uno de los niños me cuenta que el niño supuestamente agredido,
suele inventar ese tipo de cosas.
Siempre se inventa ofensas, me dicen.
Entonces, ante todo, intento explicarle a los niños que mamíferos
verticales somos todos, y que, básicamente, no se trata de una ofensa.
Mientras les hablo, sin embargo, me miran como si les estuviera
mintiendo.
Y claro… desisto de discutir.
En cambio, revisamos la secuencia de dibujos.
No están tan mal, me refiero.
O sea, tienen lógica.
La mayoría, digamos.
Entonces me dedico un poco a mirarlos y, sinceramente, espero que
avance rápido el tiempo.
No sabría decir si eso ocurre.
Pero claro, la clase termina y entonces vuelvo a mis labores.
Por la tarde, ya en casa, recibo un mail donde me
acusan de haber tratado a los niños como mamíferos verticales.
Hasta el rector me pide explicaciones.
Por la noche, redacto un informe y escribo este texto.
Por último, me voy a acostar.
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