Conocí un hueón igualito a Kafka.
¡Pobre hueón…!
Más encima ni escribe.
Trabaja de jardinero, cortando el pasto.
Es simpático en todo caso.
Y medio tartamudo.
Un día tomamos una cerveza y yo le conté.
Que se parecía a Kafka, por supuesto.
Él dijo que no sabía quién era.
Entonces yo le conté un poco de él y hasta le hablé de los libros.
Traté de relacionarlos con su biografía… cosas típicas, digamos.
Mientras lo hacía, puedo asegurar que él se veía interesado.
Interesado hasta que se largó a reír, por supuesto.
Yo creí que era por mi forma de narrar, o algo por el estilo.
Finalmente me confesó que se reía de mi propia ingenuidad.
De creer que yo le podía decir quién era Kafka.
Eso no se dice, me dijo él, entre
risas.
Entonces, algo incómodo, preferí cambiar el tema.
Finalmente, acordamos en que el leería algún libro de Kafka
mientras yo cortaba el pasto en el jardín.
Los dos lo intentamos diez minutos y luego volvimos a nuestros roles.
Cinco minutos después yo tampoco pude con Kafka y volví a la cerveza.
Un hueón me dijo que yo era
igualito a un tal Kafka, debe haber contado.
¡Pobre hueón…!, debe haber
dicho.
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