“Total tu hombre es un filósofo,
y no se dará ni cuenta”
D.
La culpa fue de ella porque se confundió. Porque en
vez de pedir hora con un psicólogo le terminó contando sus problemas a una
especie de filósofo.
Yo vi todo porque estaba en el bar, al fondo,
fingiendo que tomaba unos apuntes desde un libro de Sam Shepard.
El resumen que anoté (de la conversación, no del
libro de Shepard) es más o menos así:
Ella: (Sollozando) Lo que pasa es que no puedo
estar sin él… Ni siquiera sé cómo explicarlo… Siento que necesito su voz… que
necesito sus brazos…
Él: (Con aire de superioridad) Todo
el mundo tiene brazos.
Ella: No
me entiendes… El mundo no tiene sus brazos… solo él tiene sus brazos…
Él:
Entonces tal vez necesitas otro mundo…
Ella:
¿Qué mundo?
Él: Un
mundo en el que sus brazos sean los de otro…
Ella se quedó un rato en silencio, como si buscase
la lógica de esa frase, y poco después alguien puso una canción en una máquina
que no me dejó seguir la conversación.
Además, debo confesar que la letra me distrajo, y
me puse a anotarla, para que no se me olvidara:
“Vente nena a dar una vuelta,
que te lameré hasta el esófago
total tu hombre es un filósofo
y no se dará ni cuenta…”
Así, un poco confundido con la canción, con la
conversación arriba resumida y con un par de poemas de Shepard, terminó
revolviéndose mi estómago y tuve que ir al baño, a vomitar un poco.
De regreso, por cierto, ya no estaba ni la chica,
ni el filósofo, ni sonaba ya canción alguna.
Entonces, aún mareado, le pedí a la garzona la
cuenta y le pregunté de paso por quién cantaba la canción anterior.
-¿No lo conoces? –me preguntó.
-No –contesté yo.
-Pues la canta Dionisio, el de las manos frías –me dijo.
-Ya –dije yo. Y anoté el nombre.
Cuando salí del bar, minutos después, me fijé que
fuera de él estaba la chica, todavía escuchando palabras del que se creía
filósofo.
-Tienes que buscar otro mundo –le decía-, otro
mundo…
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