Mi primer robo fue un trozo de papel celofán.
Ocurrió cuando iba al jardín de niños. Nunca había visto uno y lo saqué desde
el escritorio de la tía que estaba a cargo de nuestro curso. Se llamaba María
Luisa.
Yo pensaba que era un gran robo. Creía que se
trataba de una especie de papel único, al que nadie tenía acceso. Así, temeroso
de utilizar de mala forma aquel papel, me tomé varios días antes de atreverme siquiera a mirarlo.
Ya a solas, en casa, saqué el papel del escondite y
me dediqué a contemplarlo. Descubrí, por ejemplo, que mirando a través de él
podías estar bajo el agua… o en un lugar lejano.
Y sí… sé que eran observaciones obvias, pero a esa
edad y siendo además mi primer robo, cada cosa que percibía me parecía un
secreto trascendente.
Por lo mismo, comencé a sentir cierta culpa por
haber robado aquel papel. Me refiero a que, como creía que se trataba de un objeto
tan especial, pensaba que podía haber ocasionado un gran daño a quien se lo
había robado.
Así, recuerdo que pasaron un par de días en que
intenté devolver lo robado, aunque sin ningún tipo de éxito.
Con el paso de los días, claro, ocurrió que en el
jardín nos hicieron trabajar con papel celofán, con lo que me desencanté
rápidamente de la importancia de aquel papel
y vi que se trataba -al menos económicamente-, de algo menor.
Lo mismo se produjo, con el tiempo, en una serie de
eventos que abarcan una gran variedad de ámbitos… pero claro, esos eventos, por supuesto,
no son parte de esta historia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario