-Creo que fue Alcibíades –me dijo-, el general que
cortó frente al pueblo ateniense la cola de su perro.
-Hueón malo –dije yo.
-Hueón práctico, mejor dicho… -me explicó-, pues lo
hizo para que hablaran del perro y no de otros problemas más graves de su
gestión…
-Ya -dije yo.
-El punto es que, con el tiempo, la leyenda sobre
de la cola del perro de Alcibíades fue aplicándose en distintos ámbitos… la
menciona Maquiavelo, Schopenhauer… y creo que hasta Wingarden…
-¿Wingarden?
-Sí, pero desde el lado más sicológico… creo que él
habla de un Alcibíades interno… que operamos de esa forma, o algo así, ante
ciertas situaciones…
-¿Todo internamente?
-Sí… creo que eso dice… un Alcibíades interno le
corta el rabo a un perro interno y ante un pueblo que también es interno…
-…
-El problema, sin embargo, –siguió-, es que aunque
imaginario, el perro al que le cortas el rabo solo tiene uno…
-Luego podrías cortarle las patas -agregué.
-Puede ser… pero supongo que la cola era algo
accesorio, y era menos terrible, después de todo.
-A lo mejor también podría haber funcionado con
chistes… o con cosas absurdas…
-…
-Como pintarle la cola en vez de cortársela, o algo
así...
-O escribir en un blog –atacó-. Al menos como en el
último tiempo…
-…
-¡Aaaaaggghhh…! –gritó el, mientras le cortaba un
brazo.
Muy ilustrativo... me cuido de que no me los corten también a mí.
ResponderEliminarUn abrazo