“De repente me pareció que era yo quien la
engañaba,
y no al revés,
porque ella tan solo era ella misma”
S. L.
A falta de océanos extraños, una piscina con agua estancada.
Todo lo demás viene a ser lo mismo.
Los dos soles.
La presencia amarga.
La sensación de ya haber perdido lo que equívocamente se tiene.
Y no es que quiera entrar en detalles.
Ocurre más bien que uno va tomando nota.
La idea esa de los neutrinos, por ejemplo.
O alguna otra que no detallo por alejarme del asunto.
Todo viene a ser, en parte, una posibilidad cierta.
La honestidad imposible.
Analizar la sangre.
Reconocer el juego.
El planeta distante que viene a ser siempre el más cercano.
Usted puede entenderlo, si es que quiere.
Y no es que hable de sufrir, a esta altura.
Y no es que hable del amor, a esta altura.
Todo eso está, sin duda, demasiado lejos.
El dolor está en órbita. El amor está órbita.
No llego a ellos arrojando piedras.
Además todas las que arrojé hacia lo alto,
regresaron a mí con mayor fuerza.
¿De verdad era yo el que la engañaba?
¿De verdad ella era solo ella misma?
Hoy dudo del aire, del agua y hasta del nombre de las cosas.
Clavo mis pies al piso y no hay nada que me arrastre a ningún lado.
Todo lo demás viene a ser lo mismo.
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