Wingarden lo cuenta en un capítulo de un libro sobre las afasias traumáticas y otros fenómenos neurolingüísticos:
“(…) Una mujer viene a verme y luego de saludarnos me
dice que desde hace un año está sorda. Completamente sorda. Luego yo le pregunto
sobre las causas y ella las explica y hablamos largo rato sin que aprecie en
modo alguno su sordera. Tras pedirle una explicación y consultarle si leía mis
labios, ella señala que no, y me invita a que hable de espaldas a ella y
sigamos la conversación de esa forma. Así lo hago y ella sigue contestando de
forma coherente o siguiendo, lógicamente, la conversación. Molesto, pues creo
que me está tomando el pelo, le exijo que me cuente la verdad. Usted debe estar exigiendo ahora que le
cuente la verdad, dijo entonces, pues
desconfía de mi condición. Pues bien, continuó, la verdad es que suelo adelantarme a lo que mi interlocutor debe decir…
imaginarlo, me refiero… Después de
todo, se trata de construcciones lógicas, donde acostumbramos decir
generalmente lo mismo… Eso es absurdo,
la interrumpí, con ganas de irme. Creo que
es mejor dejar esto hasta acá… No piense en que esto es absurdo, dijo
entonces ella, intente aceptarlo(…) Justo en ese instante, de espaldas a ella
se abrió la puerta y mi secretaria, que había escuchado mi voz, algo molesta,
entró y me pregunto qué pasaba… Solo entonces pude corroborar que la historia
que me contaba la mujer era cierta, pues claramente no escuchó a mi secretaria
atrás suyo, ni el ruido de la puerta (…)”
Todo esto fue contado por Wingarden –tal como decía
en un inicio-, en un capítulo de un libro que trata principalmente de trastornos
lingüísticos.
Ahora yo les dejo unos fragmentos, y ustedes ya saben lo que hacen.
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