Dentro de los numerosos estudios que se realizan en
el Vaticano, me entero hoy que existen unos destinados a los denominados “milagros
crueles”. Esto, ya que bajo este nombre se organizan una serie de archivos que
recopilan información sobre eventos milagrosos cuya realización carece –al menos
a primera vista-, de sentido común (o
de un fin comprensible en sí mismo,
para ser fiel a la explicación propuesta).
El nombre viene dado por una carta de un beato
belga, que hacía referencia a estos milagros crueles, como una manifestación
del misterio del plan divino y de la necesidad de la experiencia de la fe por
sobre la comprensión o el entendimiento humano.
A modo de ejemplo, se puede mencionar el caso de
dos gemelas que se habrían salvado inexplicablemente de una larga y
aparentemente incurable enfermedad y que, tras salir de alta del hospital junto
con su madre, fueron arrolladas por un camión que llevaba combustible; o el
caso de un hombre que, tras estar en estado vegetativo y haberse recuperado
milagrosamente tras la oración de una pequeña comunidad, mata a su mujer y a
sus hijos luego de despertar, y se da muerte también, de forma inmediata.
Y claro, si bien en los archivos se hace referencia
a una gran cantidad de “milagros crueles”, -bastante más complejos e
interesantes que los arriba citados, por cierto-, extraño que no se haga
mención al más básico y crucial de todos: el denominado milagro de la vida, sin
más.
Por lo mismo, me avoco de inmediato a desarrollar
este punto, que les estaré presentando prontamente, si es que todo esto, no se acaba antes.
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