I.
Fernanda no quiere globos para su cumpleaños. Dice
que le dan pena. Su mamá se ríe, pero ella lo dice en serio. Los globos le dan
pena. No tiene que ver con los colores, ni con que revienten. Tampoco con que cuelguen
de algún lado o que se desinflen con el tiempo. Se trata simplemente que le dan
pena. Y uno debiese tener derecho a eso. A que la cara del tío Pedro dé risa. A
que la iglesia dé sueño. A que el perro del vecino dé miedo. O a que los globos
den pena.
II.
Durante el cumpleaños algunos adultos le preguntan
a Fernanda. Si es verdad que los globos le dan pena. Ella no contesta y se enoja
con su madre. Y es que su madre siempre cuenta cosas como si pudiese comprenderlas. Por eso a veces es
mejor no decir nada. Así debiera hacerlo, piensa Fernanda. Dejar que pongan los
globos y aguantarse la pena o no sentirla. O tratar de no sentirla y no tener
que dar explicaciones. Es mejor eso a que hablen de tu pena, piensa Fernanda.
Sin duda es mejor eso.
III.
Antes de dormirse Fernanda vuelve a pensar en todo
aquello. En que no hubo globos, pero igual sintió la pena. Después de unos
minutos, sin embargo, Fernanda piensa en otras cosas. Y en su cabeza las ordena
como si fuesen listas. La torta era de una fruta que se llama maracuyá. Una
prima le regaló unos calcetines que le van a quedar chicos. El tío Mauro tiene
pelo en las orejas. Por otro lado, siente ahora, la pena no le afectó demasiado.
No es tan mala, digamos, pero debiese ser secreta.
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