Ya sabes,
me dijo, es como tener una mascota hasta
que muera. Yo no sabía a qué se refería así que no entendí si lo que me
decía era algo bueno o algo malo. Además, yo ni siquiera tenía una mascota. De
todas formas, como su frase contenía la idea de muerte me puse serio y la
escuché con mayor atención. Ella, sin embargo, no volvió a decir palabra hasta
que se despidió y me abrazó y dijo que me iría bien en el futuro y otras cosas
de ese estilo. Fue recién entonces que comprendí que su despedida era algo
serio y le dije que esperara. Entonces, confesé que no comprendía sus palabras.
¿Qué es lo que es como tener una mascota
hasta que muera?, le pregunté. Ella me explicó entonces que se refería a
todo. A la vida entera. Que vivir incluso era algo así como ser mascota para el
mundo. Y que nuestra relación, por supuesto, también entraba en ese rango. Yo
lo pensé y debo reconocer que en ese entonces no lo hallé tan terrible. Cuidar
una mascota, me refiero, hasta que muriera. O sea, no lo encontré terrible
hasta que me puse en lugar de la mascota. En eso pensaba cuando ella volvió a
hablar. No quiero tener una mascota hasta
que muera, dijo entonces. Ojalá
comprendas. Y claro, yo hice el esfuerzo por comprender y le devolví el
abrazo y nos despedimos. Tuvo bastante estilo si lo pienso ahora, y hasta puede
que haya existido, en aquel hecho, un poco de comprensión real. Con el tiempo
supe que ella quedó embarazada de un primo que era ingeniero y que tuvo
mellizos. Hoy sé que montaron una empresa y que tuvieron dos hijos más. Ella me
lo cuenta por mail agregando que estará sola esta semana porque su pareja viajó
a algún lado con sus hijos. También me pide que la llame o que le mande mi número
de teléfono. Solo entonces, tras leer el mail un par de veces me decido a contestarle,
por la misma vía. Tener una mascota hasta que muera, escribo en el asunto.
Luego decido enviarlo así, nada más.
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