"He aquí el hombre íntegro
arremetiendo contra su calzado,
cuando el culpable es el pie"
S. B.
Un japonés.
Sin nombre, por ahora, el japonés.
Digamos simplemente que trabaja en el ámbito de los
avances tecnológicos.
Ingeniero en algo.
Padre y esposo ejemplar.
Independiente en su trabajo y altamente exitoso.
Pero claro, resulta que este hombre –como muchos
otros-, pierde de pronto a su padre.
Entonces, como su padre había sido zapatero
tradicional, el ingeniero japonés decide honrarlo con su trabajo.
Y claro, tras año y medio de planes y fracasos,
logra diseñar y construir un tipo de
zapato que no se gasta.
Ni la suela ni el interior ni la cubierta del
zapato.
Esto –resumo-, ya que el material con el que está
fabricado resistía cualquier tipo de variable climática.
Durante el periodo de prueba, sin embargo, el
japonés comienza poco a poco a abandonar su acostumbrado equilibrio.
Esto, ya que caminaba todo el día y los zapatos no
se gastaban.
Es decir, su desequilibrio comenzó cuando dudó si
andaba realmente, durante el día.
Y es que mirando cada noche los zapatos impolutos,
el japonés cayó en cuestionar sus propios pasos.
Hablamos aquí de forma objetiva, por supuesto, pero
resulta innegable que la metáfora de los pasos estaba demasiado cerca como para
que el ingeniero japonés no se cuestionara también otras cosas.
Así, resultó que este ingeniero en algo.
Padre y esposo ejemplar.
Y altamente exitoso.
Comenzó a cuestionar –seria y profundamente-, estas mismas y
propias características.
(Dicho esto, ya puede usted imaginar un final
adecuado para esta historia)
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