Antes de dormir, cuando se siente algo extraña, Irene
ve un musical.
Por lo general lo hace desde su computador, pues la
tele que tenía en la pieza la llevó a otra habitación, hace ya varios meses.
Yo mismo le ayudé a armar su colección, descargando
algunas cosas que encontraba por ahí y buscando en tiendas aquellos musicales
más viejos.
Esto, ya que Irene no gusta de los musicales más
nuevos –hablo aquí de las últimas décadas, por cierto-, sino que prefiere aquellos
clásicos, incluso más si son en blanco y negro o tienen la imagen medio
gastada.
Y claro, como también gusto de aquellas películas
de vez en cuando vemos alguna juntos, preparando además algo para comer o
compartiendo unas cervezas heladas hasta su punto más frío.
Nunca le he preguntado sus problemas y ella no los
cuenta ni entrega pista alguna.
Tampoco yo le cuento los míos.
A veces intento adivinar cómo se siente por el
musical que elige.
Aunque no sé, sinceramente, si sirva de algo saber aquello.
Además, la rutina suele ser siempre la misma.
Elige ella o elijo yo.
Ella ve la película desde la cama y yo desde unos
cojines que pongo en el piso.
A veces para el final –sobre todo si el musical es
algo triste-, ella ya está dormida.
Entonces apago yo mismo el computador, ordeno un
poco las cosas y regreso a casa.
Tal vez esa sea para mí, pienso ahora, la forma más
fácil de ayudarla.
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