Ella saca fotos de la casa y las envía. Al menos
veinte fotos. Principalmente el comedor, la cocina o hasta el baño. Ninguna de nuestro
dormitorio. Ella, por cierto, no aparece en las fotos. Convengamos, de todas
formas que nunca le ha gustado retratarse. No se trata solo de ser fría, o que
esté molesta. Es como dar un paso atrás, nada más. Ella es así, digamos.
Por otro lado, acompaña las imágenes, con algunas
palabras. Pocas palabras, en todo caso. Las fotos vienen impresas y las
palabras escritas a mano. No son muy emotivas, pero de todas formas dice que me
espera y que todo está bien. No creo que lo diga por cumplir. Ha hecho cambios en
la casa y pregunta si me gustan. Yo no suelo percatarme de los cambios, pero al
parecer ha hecho varios. Sobre todo en la cocina. Y claro, ante eso, insiste en
preguntarme si me parecen bien. En este sentido, todo puede interpretarse de
manera sencilla. Fotos y palabras casuales, me refiero. Aunque claro, yo la
conozco desde hace años, y sé que no es así.
Por mi parte -si a alguien le interesa-, no boto sus palabras ni las fotos. Y
es que no volveré a casa, es cierto, pero eso no me impide conservarlas.
Asimismo, estoy seguro que ella lo sabe, y que lo acepta incluso mejor que yo. De esta forma, mientras lo hablamos, ella saca fotos y yo las recibo. No es un juego ni
tampoco un desafío. Las fotos están ahí, para el que quiera verlas.
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