Francisca es pequeña y se asusta ante el estudio de
hoy.
La veo una vez a la semana y esta vez trabajamos
leyendo un libro, con bastantes ilustraciones.
El libro es un regalo de su mamá, y es bastante más
llamativo que los que están en la biblioteca del hospital.
Por lo mismo, esperaba ver a Francisca alegre y con
ganas de participar, pero la enfermera me contó que la niña parecía preocupada
desde esa mañana.
Fue así que, tras estar un rato juntos, Francisca me
contó sobre aquello que le preocupaba.
-Ese libro no cabe en mi cabeza –me dijo.
Luego
explicó.
-Tiene muchas páginas… se me van a salir de la
cabeza…
-¿Qué se va a salir….? -pregunté yo.
-Las páginas… las palabras –siguió-. No caben en la
cabeza.
Entonces, comencé a explicarle, lo mejor que podía,
aquello que ocurría con los libros que de alguna forma entraban en nuestra
cabeza.
Lamentablemente, en mitad de mi supuesta
explicación, me di cuenta que ni yo sabía bien qué ocurría con aquellos libros.
No se lo conté a Francisca, claro, pero lo cierto
es que, tras darle varias vueltas, no supe bien qué decirle.
De todas formas, leímos finalmente y Francisca
accedió a dibujar algo después de leer, pues quedamos en que de esa forma uno
podía sacar fuera las palabras y volver a dejar espacio para alguna otra
lectura.
A primera vista, el dibujo de Francisca no tiene
nada especial, sin embargo, algunos sabemos que se trata de un dibujo que busca
liberar espacios.
Y claro, eso ya es suficiente, para que esos dibujos, tengan un
valor especial, e importante.
.. quizá despojarnos un poquito de las intenciones y pretensiones del lenguaje...
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