Cerca de mi casa hay una iglesia.
En la iglesia, desde hace unos años, se realizan cursos.
Cristología, Hebreo Bíblico, Comprensión familiar.
Cosas de ese estilo.
Los anuncian en pequeños carteles y a veces hasta entregan información
casa a casa.
Uno de los últimos cursos se llamaba “¿Cómo hablar con Dios?”
Leí la descripción y le di vueltas al asunto.
Incluso barajé la posibilidad de inscribirme.
Tal vez si hubiese habido uno “¿Qué decirle a Dios?”, habría sido más
interesante.
Pensando en eso recordé una vez que trabajé de viejo pascuero.
Con harto relleno y barbas postizas esa vez me tocó atender a decenas
de niños muy pequeños.
Uno de ellos recuerdo, pensó que yo era Dios.
O sea, entendió que el viejo pascuero, era lo mismo que Dios.
Me costó entenderlo esa vez, pero luego comprendí que, al menos para
los niños, el borde entre Dios y el personaje de los regalos era prácticamente
nulo.
Con el tiempo, sin embargo, me di cuenta que la misma confusión existe
también en personas más grandes.
Así, me imagino el curso ese para hablar con Dios, de una forma parecida
al ir a hablar con Santa.
Y es que en ese entonces también había un duende que daba breves
instrucciones.
Acércate con cuidado.
Salúdalo.
No le tires la barba.
Dile que eres bueno.
Algo así eran las indicaciones.
Recuerdo que esa vez, de unos cien o doscientos niños que recibí,
ninguno pidió algo para los otros.
Supongo que en ese entonces me afectó.
Casi coincidió con la fecha en que dejé de ir a la iglesia.
Tal vez debiesen haber cursos para eso.
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