I.
Hablábamos del ejército de soldados de terracota. Una conversación
liviana, claro. De esas en que saltas de un tema a otro hasta que, por lo
general, terminas por caer en ti mismo. Y claro, no sé cómo ocurrió, pero lo
cierto es que en un momento ambos nos quedamos en silencio, dimensionando la
magnitud del ejército de terracota.
-Somos poca cosa –dijo entonces F.
-Poca cosa –confirmé yo.
Luego cambiamos de tema.
II.
Semanas después recordamos ese momento, mientras
tomábamos unas cervezas.
-Tendríamos que empezar a construir un ejército en
secreto –dijo F.
-¿Un ejército de terracota? –pregunté.
F. asintió.
Entonces caímos en cuenta que, de forma específica,
ni siquiera sabíamos qué mierda era la terracota.
-¿Tendrán en el Homecenter? –preguntó F.
-¿Y si mejor trabajamos con greda? –dije yo.
Ambos meditamos sobre el asunto.
III.
Fue entonces que descubrimos que la terracota era
simplemente un tipo de arcilla cocida.
Y claro, preguntamos a algunas personas y nos
dieron unos datos.
Lamentablemente, tanto la arcilla como la cocción
eran excesivamente caras.
-¿Partamos con greda? –dijo entonces F.
Yo acepté.
IV.
Más allá de no tener talento para el modelaje con
greda, lo cierto es que no se nos ocurrió qué figuras constituirían nuestro
ejército.
-¿Vas a hacer libros? –me preguntó F.
No le contesté.
Ni siquiera me di cuenta si me estaba hueveando.
Así, pasaban los minutos, mientras intentábamos
decidir qué hacer.
Ambos teníamos las manos en la greda, mientras
pensábamos.
Y claro, finalmente la greda se secó.
-¿Piedras? –preguntó F.
Tampoco contesté.
V.
Igual hicimos piedras, finalmente.
O sea, mientras decidíamos otra cosa, intentamos
hacer piedras.
Imagínense: cuatro sacos de greda, transformadas en
piedras.
Cuando terminamos, semanas después, esparcimos las
piedras de greda en el patio de la casa de F.
-Ni siquiera parecen piedras –confesó F.
Tenía razón.
VI.
Las piedras de greda estuvieron en la casa de F. hasta
el final de ese año.
Transcurrido ese tiempo, simplemente las botamos,
sin volver a hablar del asunto.
Esa vez, debimos llenar al menos doce sacos con
nuestro ejército.
-Es como la multiplicación de los panes –dijo F.
Hicimos una fila con los sacos, recuerdo, y
pensamos en darle un dinero extra a los de la basura, para que se los llevasen
sin hacer problema.
Así, mientras esperábamos que pasaran los basureros,
sentados junto a los sacos, F. volvió a reflexionar.
-Somos poca cosa –dijo entonces F.
-Sobre todo tú –le contesté, lo más serio posible.
Luego cambiamos de tema.
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