“Hay un gran desorden bajo los cielos,
la oportunidad es excelente”
M. Z.
Cosechamos las papas.
Nos dividimos el trabajo y las fuimos separando por su tipo.
Yo me encargué de unas papas amarillas que tenían un nombre que he
olvidado.
También las limpiamos, pesamos y guardamos en sacos.
Luego revisamos las listas y dividimos en familias, según el número de
integrantes.
La mayoría fue a retirar las que les correspondían al día siguiente y
un pequeño grupo se organizó para llevar a los mayores y a las familias más
lejanas.
Para evitar complicaciones tratamos de distribuir también los tipos de
papas.
Todo en proporciones justas, por supuesto.
Recuerdo que en casa, esa vez, intentamos distinguir la diferencia de
sabor entre los tipos de papas.
Eran ocho clases distintas.
En lo personal, me gustaron más, justamente, las que yo había
cosechado.
Las comimos asadas, esa vez, únicamente aliñadas con sal y tomillo
molido.
Las que quedaron hechas las recalentamos en sartén, dorándolas con
mantequilla, un toque de ajo, pimienta y romero.
Una vecina que nos acompañó nos compartió limones para echarles un
poco, luego de servirlas.
No pensé que sirviera, pero quedaron mejor.
Intentamos repetir la experiencia otros años, pero no resultó de igual
forma.
Varios comenzaron a trabajar en un supermercado que inauguraron en la
ciudad.
Otros se fueron a estudiar y no regresaron.
Por último, vendimos los terrenos y dividimos el dinero.
No era mucho, pero al menos fuimos justos al momento de repartirlo.
Nos despedimos como amigos.
Nadie recuerda, hoy en día, en qué lo gastó.
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