I.
-Ese no es un satélite –aseguró K.
-¿Y qué es entonces? –preguntó J.
-Otra cosa –dijo K.
-¿Qué cosa? –insistió J.
-Otra cosa que no es un satélite. –afirmó K.
II.
-¿Sabías que una vez se infiltró alguien en un satélite? –preguntó K.
-¿A qué te refieres con infiltrar? –preguntó J.
-A esconderse dentro sin permiso –aclaró K-, a colarse, ya sabes…
-Pero los satélites suelen no tener espacio en su interior…
-Caro… -dijo K.-, de hecho no todos los expertos estaban de acuerdo…
-¿De acuerdo en qué? –preguntó J.
-En si iba alguien o no en el satélite –señaló k-, ¿hablamos de eso, o
no?
III.
-Lo que pasa es que el satélite iba un poco más lento de lo planificado –dijo
K.
-No te entiendo –interrumpió J.
-Que como el satélite demoraba un poco más en su órbita, los expertos
comenzaron a hacer cálculos y descubrieron que viajaba con 57 kilos extra de
carga.
-Ya –dijo J, aunque todavía sin entender.
-Además justo ese día desapareció una de las mujeres que trabajaba en
el programa –continuó K.-. Una chica común, en todo caso… cuyo peso aproximado
coincidía con el extra de la nave.
-¿Y ella sería la infiltrada? –preguntó J.
-Claro, aunque igual hay una duda al respecto…
IV.
-Lo que ocurre es que con el paso del tiempo –siguió K-, la persona infiltrada
debió haber muerto, con lo que el peso extra del satélite debió haber variado…
-¿Y no ha variado el peso, con el tiempo? –preguntó J.
-No –afirmó K-, siguen todavía los 57 kilos extra.
V.
-Pero entonces –preguntó J-, ¿podría decirse que en un satélite va
escondida una persona…?
-No –dijo K, rotundo-. Sea como sea, eso no sería ahora una persona.
-¿Y qué sería entonces? –preguntó por última vez J.
-Otra cosa que no es una persona –dijo K, antes de partir.
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