I.
Era un perro bobo.
Lo habían comprado en una tienda de mascotas donde luego no los dejaron
devolverlo.
Al principio solo lo creyeron simpático, pero luego hubo que rendirse a
la evidencia.
Babeaba todo el día.
No se movía por iniciativa propia.
Se orinaba en cualquier sitio, sin hacer el más mínimo gesto.
Por lo mismo, ellos concluyeron que era un perro bobo.
Y hasta le pusieron ese nombre:
Bobo.
II.
El veterinario dijo que Bobo era especial.
De hecho, vaticinó que viviría pocos años y recomendó controles periódicos.
Los controles eran caros, pero el veterinario recalcaba que eran
necesarios.
Nunca supimos si era cierto.
III.
Bobo murió a los cinco años.
Antes de hacerlo aprendió a ver televisión.
Le gustaban los dibujos animados y el informe del tiempo.
En invierno se echaba cerca de una estufa.
Su último año de vida usó pañales que debían cambiarse tres veces al
día.
IV.
Bobo dormía poquito.
Por lo general lo encontrabas de pie, inmóvil, cuando te levantabas de
noche.
Pensamos en sacrificarlo, incluso, pero luego desistimos de hacerlo.
Dejamos que muriera solo, de un paro cardiaco.
Dos días antes de morir, había comenzado a hablar.
V.
La primera vez que habló comentó algo del tiempo.
La segunda dijo que tenía una espina en una pata.
La tercera y última dijo que vivir era raro y no se entendía.
Horas después le dio el paro cardíaco y murió prácticamente de
inmediato.
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