I.
Me hablan de un negocio donde venden naranjas
mágicas.
Yo no creo, pero me muestran una.
La tomo y la observo y no veo nada extraño.
Entonces alguien más la toma y comienza a sacarle
la cáscara.
-Me salió una piña –me dice, después de un rato.
De inmediato yo la observo y descubro que es
cierto.
-Pasa lo mismo con todas -me dicen-. Nunca se sabe
qué te puede tocar dentro.
II.
Voy hasta el negocio y para cerciorarme compro un
kilo.
En el kilo salen siete, algo pequeñas.
Tras pelarlas, descubro que en una sale un kiwi, en
otra ciruela, en otra manzana, en la siguiente durazno, en la quinta maracuyá, en
la penúltima melón calameño y en la última granada.
-Parece que le tocó surtido –me dice el locatario.
-Así es –comento, asombrado-. Estas naranjas son
una maravilla.
-Yo las considero una mierda –me dice.
Luego lo explica.
III.
Los argumentos del locatario me parecieron bastante
acertados.
En primer lugar, recalcó que era imposible prever
qué contendría cada naranja.
Por lo mismo, no podía manejar bien el precio.
O sea, la primera vez compraban.
Pero luego el consumidor iba por algo en
específico, y las naranjas se convertían en una incógnita.
-Y nadie quiere comprar incógnitas –me dijo
entonces el locatario-. Por eso son una mierda estas naranjas.
-De hecho –concluyó-, ni siquiera son naranjas.
III.
Me quedó dando vueltas la explicación del
locatario.
Y sí… de pronto comprendo que tiene razón.
Lo hago cuando compro una naranja común y le saco
la cáscara.
Entonces descubro la auténtica naranja.
El jugo, la carne, el sabor con un pequeño dejo
amargo.
La verdadera magia, digamos.
¡Si hasta parece diseñada para que quepa perfecta
en mi mano…!
La auténtica naranja.
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