Todos los días a las seis, el señor Palermo se
sentaba en su sillón.
Era un sillón café, antiguo, muy gastado.
Por lo general leía el periódico y resolvía algún
puzzle.
Esa era parte importante de su rutina.
Los diarios no solían ser del día, eso sí, pues se
los llevaba su hijo, cada fin de semana.
Por lo mismo, el señor Palermo los leía lento, para
hacerlos durar hasta la nueva visita.
Y es que, como puede observarse, tanto el hijo como
el propio señor Palermo eran muy metódicos.
El hijo, por ejemplo, llevaba los diarios
ordenados, siempre doblados de la misma forma.
El padre, en tanto, cuando hacía puzzles, se ayudaba
de un diccionario.
Durante las visitas hablaban poco.
De vez en cuando veían un partido de fútbol.
Y claro, el señor Palermo compraba más pan ese día.
Caminaba lento, al ir a comprar el pan.
Luego volvía a casa y lo guardaba en un mueble.
Este fin de semana, sin embargo, el hijo del señor
Palermo no pudo ir.
Le avisó a su padre, pero este lo olvidó y compró
más pan de todas formas.
Cuando dieron las seis se sentó en el sillón y tomó
un diario viejo.
Lo había leído entero un par de veces, y hasta
había resuelto el puzzzle.
Solo entonces recordó que su hijo le había dicho
que no podría ir.
Lo recordó mientras miraba el puzzle, por cierto.
Entonces el señor Palermo pensó en la posibilidad
de borrar las letras del puzzle, para hacerlo nuevamente, durante la semana.
No tenía con qué, pero de alguna forma tendría que
solucionarse.
Era solo una semana, después de todo.
Por último, luego de tomar once, el señor Palermo pensó
que el pan extra podía comerlo tostado, al otro día.
Todo tiene
solución, se dijo.
Luego se fue a acostar.
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