El 30 de marzo del año 1986 David Foster Wallace ve
Terciopelo Azul, de David Lynch.
Alguna vez lo cuenta, creo que en un texto que
escribió sobre el proceso de filmación de la película Carretera Perdida, del mismo director.
Ya desde esa primera fecha, sin embargo, Foster
Wallace intuiría que algo estaba presente, en el discurso de aquel cineasta.
No como parte de una construcción discursiva
consciente, en todo caso, sino como una presencia
comprensiva no sistematizada por parte del propio Lynch.
Dicha comprensión, por cierto, decía relación con
la manera de entender el Mal, por
parte del cineasta, y la inquietud que de esa misma comprensión se desprendía.
De manera algo deficiente podríamos decir que dicha
comprensión entendía al mal como una posesión, y no como una característica o
aspecto inherente a algún individuo.
Así, el Mal
tendría una naturaleza propia, constituyéndose casi como una entidad que puede
ingresar en algunos individuos.
Dicha comprensión, por cierto, también me parece
coincidente con la de otros discursos artísticos.
En el ámbito cinematográfico, por ejemplo, está presente
en la impresionante BerlinAlexanderPlatz, de Fassbinder, tal vez la más completa obra cinematográfica que se
haya realizado en todos los tiempos.
Revelar la naturaleza del mal, sin embargo, o
incluso acercarse a hacerlo tiene un gran costo asociado.
Es decir, hay que hacerlo, por lo general, como si
estuvieses realmente hablando de otra cosa.
Y es más, incluso así, el miedo suele dejar pasmado
a quien se acerca al mal.
Me refiero a que comprendes de pronto que debes ser
tú o un ser amado, quien pague irremediablemente por tu irresponsable acercamiento.
El 12 de Septiembre del año 2008, David Foster
Wallace se suicida, ahorcándose mientras su esposa estaba fuera de casa, en
Cleremont, California.
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