En ese tiempo arrendaba un departamento pequeño
junto a una avenida.
Por lo mismo, eran pocos los momentos en que podía
disfrutar del silencio.
Fue en uno de esos, cuando observé que revoloteaba
una mosca, en la pared.
Una mosca grande, ruidosa.
No sé por qué me fijé tanto en ella, pero entonces,
de un momento a otro, llegó la epifanía.
Esa mosca
quería matarme, comprendí.
Ella no tenía opción, claro, pero me odiaba
profundamente.
El ruido que hacía.
La forma en que compartíamos espacio.
Sin duda esa
mosca quería matarme.
Y mientras nos mirábamos, ella pensaba cómo
hacerlo.
Tal vez intuía que no podía, pero al menos intentaba
molestar… volverme loco.
Fue así, mientras la observaba, que sentí la
imperiosa necesidad de matarla.
Y es que mientras la mosca volaba de una pared a
otra, creí comprender que su odio constituía una verdadera amenaza.
No una amenaza física real, claro, pero al menos
una amenaza que podría llamarse moral, ya que de cierta forma pasabas a dudar
de que ese odio fuese un sentimiento fundado, y que lo merecieras.
Y claro… fue por esto, en definitiva, que terminé
por darle muerte a aquella mosca, tras varios intentos fallidos.
Lamentablemente, tras esa pequeña liberación, posé mi vista en una planta
que estaba junto a la ventana.
Era una planta de interior común, pequeña, pero que
captó totalmente mi atención.
Así, esta vez con la planta, se reiteró la sensación
anterior, y una nueva comprensión irrumpió:
Esa planta
quería matarme, comprendí.
No lo lograría, al igual que la mosca, pero ciertamente
quería matarme.
Por lo mismo, sin mayor demora, arrojé hacia la
avenida aquella planta.
Desde entonces, sin embargo, lo único que he
conseguido al librarme de aquello que desea mi muerte, es trasladar aquel odio
a otro ser de mi entorno.
Debe haber una manera de librarse de aquella
sensación, supongo, pero aún no la descubro.
Cuando lo haga, les cuento.
Movilizar desde la propia mismidad…
ResponderEliminarCon sentido….
y
Quizá transformar...