Ya cerca de la orilla, dicen que la fuerza vuelve y ya puedes llegar.
No es una distancia exacta, en todo caso, pues varía en cada caso.
Aparentemente es proporcional a la fe que tienes en ti mismo.
No digo, en todo caso, que sea buena (en sí misma) este tipo de fe.
Pero es la única, al menos, que puede salvarte.
Eso es lo te dicen.
Mienten.
No siempre, pero a veces creo que mienten.
Lo hago porque cuando aquello me ocurrió a mí, esto se solucionó más bien de otra forma.
No entraré en detalles, sin embargo, esta vez.
No lo haré, pero quiero dejar en claro que no dependió de la fe en mí, en lo absoluto.
Ese es mi testimonio.
Si hubiese sido por mí, yo me hubiese hundido como una piedra.
Otra cosa que pienso es que no hay orillas.
O si las hay, estas se encuentran siempre a la misma distancia de nosotros.
Esto lo pienso, por cierto, como parte de una teoría.
No muy elaborada, pero teoría al fin.
Esta teoría puede resumirse en que todo es un sucedáneo.
Sí, como los frascos esos con sucedáneo de jugo de limón.
Pues bien, mi teoría propone que hasta el limón original era el sucedáneo de algo que olvidamos.
No sé en todo caso si con esto me explico o los confundo.
O hago ambas cosas, tal vez.
Justo los dioses estaban aprendiendo a escuchar cuando dejamos de hablarles.
No hay comentarios:
Publicar un comentario