jueves, 29 de abril de 2021

Un motor.


Armó un motor. No sabía para qué servía, pero armó un motor. Se lo mostraba a todos los que iban a casa. El motor era de metal y él lo mantenía en un cuarto pequeño, que estaba al fondo de la casa. Por lo general cuando se lo enseñaba a alguien montaba y desmontaba algunas de sus piezas, para demostrar que él lo manejaba sin problemas. Entones pedía que se alejaran un poco y encendía el motor. Lo hacía manipulando una pequeña palanca y unos diales, que tenía a un costado. Luego de esto, el motor sonaba y vibraba, dando la impresión de tener una gran turbina en algún sitio. Por lo general, no lo mantenía encendido más de uno o dos minutos, pues luego comenzaba a perder intensidad y además quienes lo observaban no sabían qué cosas preguntar y la exhibición se volvía tediosa. Si lo apagaba antes, en cambio, todos quedaban impresionados, alababan su trabajo y predecían que sería un genio, señalando que hacer esto a tan corta edad era algo admirable, que lo volvía distinto y en cierta medida superior a los demás. Para eso servía el motor, pensaba entonces, mientras limpiaba su superficie y volvía a dejar todo listo para una nueva exhibición. Así funciona todo esto.

Hablábamos sobre las ilustraciones de Alex Ross.


Hablábamos sobre las ilustraciones de Alex Ross. Principalmente las realizadas para DC, que suelen ser las más conocidas. Y es que ambos coincidíamos en que, a pesar del indiscutible talento del artista, resultaba incómodo ver sus dibujos, pues nos resultaba imposible ver a los superhéroes, en sus obras, más que como hombres o mujeres disfrazados.

Esto era incómodo, por cierto, porque algo parecía falso en esas obras. No falso en relación a los poderes de cada personaje. Eso estaba bien. El vuelo de Superman parecía realizarse sin mayor esfuerzo, al igual que los poderes de cada uno de los otros personajes. El problema era la humanidad que desprendían. Y el concepto de disfraz, por supuesto, pues podíamos ver que Superman, por ejemplo, no era Superman, sino alguien disfrazado, con los poderes incluso, pero carente, hasta cierto punto, de la convicción necesaria para reconocerse a sí mismo como tal.

De esta primera incomodidad, lamentablemente, surgía entonces una segunda molestia todavía mayor, y es que debíamos admitir que lo que hacía poco creíble a estos personajes -la falta de convicción en quienes eran (para los otros), en resumidas cuentas-, era algo común a muchos otros de nosotros, vestidos con ropas de trabajo, con sonrisas poco naturales en fotografías, o con actitudes que parecían buscar convencer a otros de quién somos. O peor aún; de para qué somos.

Seguimos entonces hablando un buen rato, de esto último. No recuerdo, sin embargo, que hayamos llegado a ninguna conclusión.

miércoles, 28 de abril de 2021

No supe por qué.


Como era pequeño no entendí porqué le disparaban al caballo. Tampoco nadie me lo explicó. Solo vi la acción y se me grabó para siempre en la memoria. Podría describirla, si quisiera, con lujo de detalles. Recuerdo los ojos del caballo y el rostro de la persona que disparó. Puedo sentir incluso el aroma del humo y de la sangre brotando del animal. Lo demás, sin embargo, no vale la pena describirlo. Y es que todo lo demás ocurrió de igual forma como si no hubiesen dado muerte a un caballo. Es difícil de explicar, pero eso fue lo que realmente me asombró. Que el ritmo del mundo no se alterara en lo más mínimo luego que le disparasen al caballo. Que solo hiciesen una pausa por el estruendo y luego todo siguiera de igual forma. A mí, por ejemplo, me preguntaron sobre el colegio y me compraron un sándwich y un jugo. Además, de regreso a casa, me hablaron de muchas cosas salvo del caballo al que le habían disparado. Tan extraño me resultó aquello que dudé, con el tiempo, si realmente le habían disparado al caballo. Y es que no me atreví nunca a preguntarles, pues los sentía cómplices de aquello y preguntarles hubiese sido similar a culparlos, a fin de cuentas. Disculpen que no sepa más sobre el asunto. Más certezas, me refiero. Pero nunca supe por qué, si soy sincero. Nadie me lo explicó.

martes, 27 de abril de 2021

Discutían.


I.
Discutían. Yo los escuchaba discutir. No muy claro, porque había ruido ambiente. De vez en cuando entendía alguna frase, pero no lograba construir la historia. Me pareció escuchar que se culpaban mutuamente sobre distintas cosas. Una de ellas era un ciempiés en una taza. Dudé al principio por lo extraño de la frase, pero lo repitieron varias veces. Al parecer él había bebido de esa taza. Y ambos se culpaban porque el ciempiés estaba ahí.


II.
Siguieron discutiendo. El ruido ambiente persistía así que no lograba escuchar bien. A ratos alguna frase, o un par de conceptos, pero no armaba historia alguna. Esta vez me pareció entender que hablaban de porcentajes. No sé de qué, pero se enrostraban ciertos porcentajes. Me pareció que se exigían mutuamente un porcentaje que el otro no aceptaba. No entendí en relación a qué. No me pareció que llegasen a ningún acuerdo. Siguieron así un buen rato hasta que se prepararon para irse. Los observé pagar la cuenta. Se marcharon. Medité.


III.
Un ciempiés en una taza, me dije. Y mientras lo decía observé una taza. No tenía un ciempiés dentro, por supuesto, pero para el ejercicio servía igual. La gente en el lugar empezaba a irse y yo también, por supuesto, debía marcharme. Recordé rostros, situaciones… e intercambié algunos, antes de abandonar mi sitio. El 10% de nada es nada, anoté en una servilleta, que dejé sobre la mesa. Probablemente, aunque no los oía, estarían todavía discutiendo, en algún lugar.

lunes, 26 de abril de 2021

Un trago, con Batistessa.


I.

Y entonces no sé.

No había muchas opciones, me refiero.

Servir dos vasos, tal vez.

Quedarse en silencio uno frente al otro o a solas, simplemente.

Llamar al garzón.

Cruzar con él unas palabras.

Tomarse un trago con Batistessa.


II.

No es que existiese, necesariamente, Batistessa.

Pero nombrábamos de esa forma aquella sensación.

La de beber varias veces nuestro último trago.

Beber con un ser arrancado desde el sótano.

Fingiendo compasión, para no beber a solas.

Para que alguien que no debía ser mirado
mirase a su vez
algo que no debía ser visto.


III.

Sin embargo, más allá de lo que uno nombrara.

Y más allá de lo que uno viese o no viese.

Estaba el asunto de qué hacer con la situación después del último trago.

Después de la caída que ocurre luego del último trago.

Me refiero a qué hacer a solas con ese paisaje.

Cuando solo en la mesa, ya desierta, siguiese Batistessa.

Incapaz de irse pues no pertenece a ningún sitio.

Y no hubiese tampoco un último trago para él.

Ni un trago ni una puerta.

Y entonces un cambio sutil, apenas.

Batistessa en otro sótano, digamos.

Junto a algo que se muere, apenas conocido.

Y entonces no sé.

domingo, 25 de abril de 2021

Vacas bajo la lluvia.


¿Ves esas vacas, allá en la colina, bajo la lluvia?

Sí… las veo.

¿No has pensado qué significan?

¿Qué cosa?

Qué significan las vacas, bajo la lluvia.

Eh… pues no, no lo he pensado.

A veces es bueno hacerlo…

¿Hacer qué…? ¿Pensar sobre las vacas?

No exactamente.

¿Y entonces? ¿A qué te refieres…?

Da lo mismo. No quieres entenderlo.

¿Entender qué?

Nada. No importa.

¿Crees que no soy capaz de pensar en unas vacas?

No se trata de pensar en unas vacas…

¿No…? ¿Por qué no?

Porque no es necesario pensar en las vacas, solo observarlas, en la colina, bajo la lluvia.

¿Observarlas y luego qué?

Luego comprender qué significan. O al mismo tiempo, si quieres.

No te entiendo.

Comprenderlas mientras las observas, me refiero. Todo en uno.

¿Y luego de eso hostigar a otro? ¿Hacerle preguntas extrañas para comprobar si comprende lo mismo que tú comprendes?

Yo no quiero comprobar nada.

Y entonces… ¿para qué me pedías que observara a esas vacas, bajo la lluvia?

Porque quería darte un regalo.

¿Un regalo…? ¿Me querías regalar el paisaje de unas vacas, en una colina, bajo la lluvia?

No.

¿Y entonces?

Entonces no pasa nada… simplemente estás bajo la lluvia y no aprecias el regalo.

¿Qué regalo? ¿Las vacas?

No… No estoy hablando de vacas. Creí que te habías dado cuenta…

Me di cuenta: dijiste que mirara las vacas y miré las vacas.

Pues no era eso…. Pero no te preocupes…

Me doy cuenta que estamos bajo la lluvia hablando de vacas que están bajo la lluvia…

Déjalo así.

sábado, 24 de abril de 2021

Una lista.


Me entregó una lista.

Eran varias páginas de nombres y apellidos.

Estaban ordenados alfabéticamente, como ocurre con todas las listas.

Como parecía algo importante puse atención al listado.

No tenía título ni información alguna que permitiera comprender de qué se trataba todo aquello.

Solo nombres, digamos, ordenados alfabéticamente.

Cientos de nombres.

¿Ves algo?, me preguntó.

Veo nombres, dije yo.

Como se quedó en silencio seguí mirando la lista.

Fijándome si había algún nombre conocido o algo mal escrito o mal ordenado, pero lo cierto es que no encontraba nada.

Un par de minutos después me rendí y reconocí que no encontraba nada, salvo nombres.

Son nombres de asesinos, dijo entonces.

Ya, dije yo, por decir algo.

Tengo varias listas, agregó. Todas se parecen, hileras e hileras de nombres distribuidos en las hojas. Pero claro… no todas son de asesinos.

Ya, volví a decir, por decir algo.

Me refiero a que es extraño… siguió. Si te muestro otras hojas con los nombres de las víctimas, podrías notar la diferencia.

¿Qué diferencia?, pregunté.

Te pregunto si podrías identificar cuál es la lista de asesinos y cuál es la de víctimas, me explicó. Sin saber nada antes, por supuesto.

Yo negué con un movimiento de cabeza.

¿Y no encuentras eso extraño?, volvió a preguntar.

Y claro, yo iba a contestar, pero justo entonces sonó un disparo.

viernes, 23 de abril de 2021

Pájaros carpinteros.


Tenía pájaros carpinteros, me dijo. O sea, tenía hartos tipos de pájaros más, pero yo recuerdo a los carpinteros. Y es que podías escucharlos todo el día golpeando algo. Ella los tenía en una jaula grande, con varios trozos de madera dentro, en los que podían picotear. Cuando los vendía, los entregaba en unas jaulas más pequeñas, en las que ponía unos adornos plásticos que simulaban una mesa de trabajo con herramientas de carpintería, y un tronco pequeño, a un costado, en que el ave seguía su eterno picotear. A mí me molestaba el ruido de los pájaros, pues acostumbraban golpear en horas poco apropiadas y a veces no te dejaban descansar. Ella, sin embargo, parecía no escucharlos, y además recalcaba que eran pájaros que se vendían muy bien, pues costaba encontrarlos fuera de la vida silvestre y la gente solía sorprenderse al verlos y quería comprarlos de inmediato. Debo admitir que el argumento de las ventas solía funcionar conmigo, pues no podía alegar contra aquello. Y es que, por ese entonces, yo solo trabajaba esporádicamente y casi no llevaba dinero a la casa. Que sigan picoteando entonces, solía decir yo, mientras ella me explicaba sobre ventas y futuros proyectos que incluían una tienda en el barrio alto y la adquisición de un nuevo permiso, que facilitaría las ventas de otros ejemplares. Futuros proyectos en los que yo no estaba, por supuesto.

Lo último que supe de ella, siguió, fue que abrió su tienda y ahora incluso tiene una cadena de pequeños locales, en distintos sectores se Santiago. Creo que ya no vende pájaros carpinteros, pero sigue especializándose en aves. A veces he pensado en ir a verla, pues ella misma atiende una de las tiendas, y podría ir fingiendo que quiero comprar un ave. Lo malo es que, si lo hago, es probable que deba comprar un pájaro, por compromiso al menos, y supongo que luego no sabría qué hacer con él. Y es que no sería capaz, por ejemplo, de dejarlo en libertad, pues ella me explicó que no estaban criados para sobrevivir fuera de la jaula. Y en la jaula, por otro lado, no es un sitio donde me gustaría dejar vivir a un ave. Por eso es que no he vuelta a verla, supongo, concluyó.

jueves, 22 de abril de 2021

Algo que explota en todas direcciones.


Algo que explota en todas direcciones no explota realmente en todas direcciones.

Se lo escuché decir a un científico en un documental de tv.

Como vi el documental mientras hacía otras cosas, no le presté atención a los detalles.

Por lo mismo, investigué sobre el asunto, buscando información, durante meses.

Nunca encontré la explicación, sin embargo.

Entonces, quise buscar el documental, pero tampoco lo encontraba en sitio alguno.

Intenté recordar la fecha, e incluso conseguí la programación del canal, pero no lograba dar con aquello.

Fue así que, con el tiempo, comencé a dudar que lo hubiese escuchado.

Siempre suelo hacer eso, por cierto, con algunas situaciones.

Y como pensé que lo había imaginado comencé a pensar por qué lo había imaginado.

Es decir, comencé a preguntarme qué podía querer decir, para mí, que algo que explota en todas direcciones no explota realmente en todas direcciones.

Formulé hipótesis, entonces, aunque no me satisfacían demasiado.

Por ejemplo, pensé que lo que explotaba en todas direcciones, solo incluía direcciones que se basaban, en el fondo, en una sola dirección.

Fuera de aquello que explota, me refiero.

Cuando intenté explicar esa hipótesis, me trataron, sin embargo, como a un estúpido, que no comprendía la diferencia básica entre explosión e implosión, entre otras cosas.

Yo guardé silencio, por supuesto, cuando me trataron de esa forma.

Varias veces guardé silencio.

No sé usted.

miércoles, 21 de abril de 2021

Perder a Klaus (V)


En parte porque estoy algo colapsado de trabajo, y en parte también porque he encontrado estos textos casualmente hace unos días, me decido a poner aquí unos relatos escritos hace muchos años, principalmente desde el afecto y desde una experimentación discursiva natural, sin revisión ni corrección alguna (como todo lo que está acá). Supongo que la gracia (si la tienen o la tuvieron en algún momento) era leerlos progresivamente, desde el 1 hasta el 5, para así apreciar ciertas variantes que mejor no digo, porque es como adelantar el truco.

Agregar algo más (o corregir incluso su escritura) sería ensuciarlos.


Perder a Klaus.

No sé realmente si perdimos a Klaus. O quizá sí lo sé, pero el decirlo abiertamente supondría perder toda esperanza. Dejar de buscarlo, quizá. Aunque para ser honesta puede ser que mi búsqueda haya sido en realidad una espera. O que la búsqueda de todos sea ciertamente una espera. Yo no soy peor que el resto. Y puedo reconocer esto abiertamente.

También puedo reconocer abiertamente que he dejado de mirar el amor de frente. Así como dejé de mirar a Klaus mientras estaba en la plaza y de pronto ya no estaba. Por extraño que parezca, sin embargo, sé que puedo estar tranquila conmigo misma frente a estos hechos. O que al menos puedo sacar algo en limpio de esas pérdidas. Algo que dé frutos algún día.

No sé cuántas veces ya he perdido a Klaus. Aunque alguien podría decirme que él ha estado siempre a mi lado. Del amor no sé realmente si pueda decir lo mismo. Después de todo uno no pierde al amor por sí misma, sola, me refiero. Y uno es capaz de volver a amar, por supuesto. Ese es uno de los secretos de la vida.

La gente repite esto muchas veces. Habla de volver a amar, repiten la palabra eternidad como si pudiesen pasarse toda su vida encendiendo las cerillas de una sola caja. Hasta que de pronto se quedan a oscuras. O peor aún. Descubren que siempre estuvieron a oscuras.

Ellos entienden mal el secreto. Y no es su culpa en todo caso. El asunto aquí no es culpar a nadie. Cuando se trata de culpar las cerillas se agotan y uno ve venir la oscuridad cada vez más cerca.

Hubo un tiempo en que no me preocupaba de estas cosas. Un tiempo en que gasté cerillas en pequeños errores, o en cosas sin importancia. Un tiempo que no es hoy, en todo caso. Podría decir abiertamente que me arrepiento, pero de qué sirve… Ya habíamos dicho que no se trata aquí de culpar a nadie, y en eso cuenta también una misma.

Duele sin embargo perder la luz cada vez, por eso quizá encendemos rápidamente otro fósforo hasta que la luz nos ciega. Sentimos rabia cada vez que vemos apagarse una llama y vemos cómo se desperdician nuestras oportunidades. En muchos sentidos la gente teme a la oscuridad. O el estar solo. Y el temor lleva a veces a la gente a no saber amar. A perderse en inseguridades que son también un viento helado frente al fuego. Inseguridades que apagan todo a su paso, hasta las luces más hermosas. Dejamos entonces de creer de alguna forma y no entendemos por qué el otro se empeña en apagarnos. En echar abajo nuestros momentos hermosos.

Así es como la gente que no sabe amar envejece. Recordando a la persona que amó correr por la nieve, o mirándose a los ojos sin necesidad de decir nada. Desvaneciéndose en un beso.

Porque de alguna forma equivocada, la gente que no sabe amar, también ama. Y en ellos la pureza de la llama de aquella persona corriendo por la nieve queda iluminando siempre, arrojando luz como aquellos astros muertos hace años.

Un cofrecito, un calidoscopio, una sonrisa, bastan entonces para recordarles que no saben amar, para que estiren las manos hacia aquella luz, para que se escurra entre sus dedos, ya muerta. Por eso abrazan hasta al final al decir adiós, por eso lloran. Como un niño pequeño al que se le revienta un globo, o que queda por un instante solo en un pasillo de una tienda, creyendo eterno ese momento. Por eso lloran los que no saben amar. Porque se dieron cuenta que el amor estuvo ahí, y lo dejaron pasar. Y no supieron.

A Klaus, sin embargo, en estas listas, no sé como clasificarlo. No sé hacia dónde me llevaba con sus tironeos de correa. Al final siempre terminaba yo por imponer mis rutas. Dirigirme a la plaza, pasar por la casa abandonada donde crecen unas flores nuevas. O ir hacia un lugar a juntarme con la Andy. Pero esas historias ya las saben. Y el hecho puntual de perder a Klaus no es necesariamente la razón que explique su extravío. Si es que podemos nombrarlo de esa forma.

Suelo repasar la historia de su pérdida fijándome en distintos detalles. He visto mis búsquedas, afortunadas y desafortunadas cubrir las múltiples posibilidades que me plantea la pérdida de Klaus, y ni siquiera puedo decir con certeza que lo he perdido. Como si el punto en que ahora me encuentro, fuera siempre el instante de la pérdida y yo pudiera hacer algo todavía. Encontrar algo antes… no lo sé. Como si las cosas estuvieran siempre en el mismo punto, sólo que una se encuentra más cansada. O con más ceniza alrededor si volvemos a la imagen de los fósforos. Como si las cosas comenzaran y terminaran en la misma plaza, en el mismo teatro, sólo que tres o cuatro filas más atrás, más lejos de la escena. Así es como sentimos quizá que ya no somos parte de esto. Que hemos agotado la búsqueda, el fuego, o el amor mismo, y nos saltamos el entender si algo está realmente perdido o sólo hemos dejado de mirarlo.

No sé realmente si perdimos a Klaus. Y quizá la única manera de saberlo sea haberlo perdido totalmente. Dejarlo atrás una misma. Así como cuando la gente dice que amar es renunciar a uno mismo. Sólo que en mi caso esto sucedería de otra forma.

Una vez escuché una historia que sucedía en un palacio. Una princesa muy hermosa y una de sus asistentes fueron visitadas por una extraña mujer que pedía saber cuanto oro había en el castillo. Luego de haber calculado todos los accesorios y distintos adornos del palacio la mujer se percató que faltaba contabilizar el oro que poseía la princesa y su asistenta. Para esto dispuso un caldero con un extraño líquido. Poned vuestras joyas en él, les dijo. Les advierto sí que las joyas que no sean de oro se desvanecerán de golpe, así que tened cuidado. Ante esto, la princesa que estaba segura de poseer todas sus joyas de oro, creyó innecesario ponerlas en duda y desistió de hacerlo. Mientras que la asistenta, con mucho temor, pues sabía que sus joyas no podían ser de ese preciado material, se arriesgó a echarlas al caldero, quien sabe si con la fe de descubrir entre sus baratijas un pequeño brillo verdadero.

No me pregunten eso sí por el final de la historia. No puedo llegar a entender como el amar puede llevar a renunciar a uno misma, si uno es justamente la que ama. Creo más en una aceptación. En un amar al otro tal cual es, sin ponerlo en duda. Ni ponerse en duda uno misma. No constantemente al menos. Creo que en el momento que esto se hace se deja de amar; se deja de tener desde dónde hacerlo. Aunque esto no suele ser entendido por la gente, ni siquiera por la gente que dice amarnos y de pronto se pierde, como Klaus.

Esto es lo que pienso. Y me gustaría que tras esta frase todo pudiera quedar en paz. Y poder yo reubicarme en ese todo.

Pero hay algo que no me deja estar totalmente tranquila. Algo que tiene que ver con mi voluntad y con algo más quizá. Y es que no sé realmente si perdimos a Klaus. ¿Lo entienden? Hay algo que no me deja así como así darlo por perdido, (aunque este así como así supone innumerables búsquedas y fracasos), algo hay que me hace dudar cuando quiero decir perdí a Klaus, y siento que algo en mí se traiciona cuando digo esto. Como si hubiese algo que no alcanzo a comprender, pero no quiero en verdad ponerme de nuevo en duda a mí misma. No me crean fría o temerosa, pero veo sin duda en el acto de la princesa del cuento algo valorable, un acto que no presenta errores en sí mismo.

Es entonces cuando siento se me presentan opciones. Y por más que una opción lleva siempre al fracaso me niego a tomar la otra quien sabe por qué razón. No sé por qué me niego a perder a Klaus de manera terminante. Le doy vueltas en la cabeza, le pido a Andy que me vea las cartas, me repito constantemente aquellas frases de las cuales he estado segura siempre y sin embargo hay algo que de alguna forma se ha desajustado.

Si me dejo llevar un poco llego incluso al lugar de Klaus. Al supuesto lugar de Klaus, en todo caso. Y busco también desde ahí el origen de la pérdida, o la forma de aceptar esta de manera definitiva. A lo mejor Klaus no sabe que lo quiero y debo extenderle los brazos. Me digo. A lo mejor no debí de dejar nunca de extender los brazos. Quizá él sí pensaba que era necesario, aunque realmente no lo fuera. Después de todo, cómo podemos saber qué es realmente necesario para el otro.

Eso me digo a veces, pero siento también que eso es innecesario, y falso quizá hasta cierto punto. Entonces me decido a perderlo completamente, y después nuevamente las dudas, el encuentro y el desencuentro. En alguna parte debe estar el engranaje que nos devuelve siempre a la misma pista, y ya se hizo insoportable.

Ese es el punto en que me encuentro. Quizá Klaus realmente ya está perdido para siempre y yo simplemente me niego a escucharlo. Y no quiero darle más vueltas.


De pronto me pregunto cuántos fósforos me quedan en mi caja… ¿y si sólo me quedara uno? ¿Qué rostro me gustaría ver? ¿Hacia dónde me gustaría mirar en ese instante?

Quizá decidiera no prenderlo nunca. Tener siempre esa esperanza de luz. De que Klaus regrese algún día. Esa es la única posibilidad para que la oscuridad no te aplaste, guardar esa última cerilla así como termina por permanecer la belleza: al interior de uno mismo. La posibilidad de esa luz que es la vida misma. La fragilidad de esa cerilla que puede romperse incluso si la tomamos con demasiada fuerza.

Debo saber si realmente existe esa voz que me dice que no está perdido. Que tenga fe. Que alguien me espera.

martes, 20 de abril de 2021

Perder a Klaus (IV)


En parte porque estoy algo colapsado de trabajo, y en parte también porque he encontrado estos textos casualmente hace unos días, me decido a poner aquí unos relatos escritos hace muchos años, principalmente desde el afecto y desde una experimentación discursiva natural, sin revisión ni corrección alguna (como todo lo que está acá). Supongo que la gracia (si la tienen o la tuvieron en algún momento) era leerlos progresivamente, desde el 1 hasta el 5, para así apreciar ciertas variantes que mejor no digo, porque es como adelantar el truco.

Agregar algo más (o corregir incluso su escritura) sería ensuciarlos.


Perder a Klaus.

No sé realmente si perdimos a Klaus. Ni siquiera sé si las cosas o los seres pueden poseerse de alguna forma para poder decir después que los perdimos; como si su extravío fuera algo a lo que no tuvieran derecho, como si el sentido último de ese ser estuviera dado por nuestra compañía y ese vínculo que los ligara definitivamente a nosotros de una forma que nunca podremos explicar correctamente.

¿Es verdad que perdí a Klaus? ¿O quizá nunca me perteneció o me había abandonado mucho antes? ¿O acaso fui yo quien perdió a Klaus, la que lo conduje descuidadamente a su extravío?


Madre actúa como si no hubiera que darle vueltas a las cosas. De hecho eso es lo que ella dice. Las cosas no se mueven, tienen su peso y posición, no tienes derecho a hacerlas girar en torno tuyo. Yo. La señorita Sol. Lo extraño es que Madre sólo sonríe cuando dice esto. Sonríe y no ríe. Con los demás ríe. Cuando realmente habla en broma ella ríe. Pero al ser yo la señorita Sol, sonríe. Y eso asusta. Y hasta duele.

Hasta hace muy poco yo casi lloraba al verla sonreír. Ella venía, se paraba frente a ti, te decía algo y sonreía. Como cuando tienes un apodo cariñoso y luego la madre enojada va y te llama por tu verdadero nombre. La señorita Sol. Como si hubiese algo realmente ventajoso tras ese nombre. Como si te vistieran con un traje que te quedara mal y te dijeran qué hermosa estás. Y amarraran un listón en tu pelo que por cierto tampoco combina con nada.

Porque la verdad es que nada combina con la señorita Sol. Nada le viene, dice Madre. Lleva a la señorita Sol de compras y cuando ella en el vestidor se prueba ropas yo la miro desde el espejo. Ahí está la señorita Sol. Siempre un tanto ridícula con aquellas ropas que le aprietan y la marcan como a un pequeño embutido. La señorita sol. Redondita y amarilla y un poquito triste. Con un montón de ropas que están tiradas junto a ella. En órbita. Rodeándola, pero sin tocarla, sin decirle ven, yo te pertenezco. Por eso está triste la señorita Sol. La señorita Sol, para siempre sola.

Madre al otro lado de la cortina sigue enviando ropa, vestidos tan frágiles que la señorita Sol no puede sino quemarlos, dejarlos sucios, cenicientos, inutilizables. A veces la señorita Sol ni se los prueba. Basta con mirarlos para saber que no son para ella. Porque ella no debiera siquiera andar desnuda, debiera esconderse bajo las mantas de su cama cono si tuviese miedo. Y no tendría que fingirlo. Meterse en cama y arroparse. Eso es todo.

No son fáciles las cosas para la señorita Sol, no si la comparamos con esa niña que se escucha del otro lado de las cortinas. Aplaudida por todos porque se ve hermosa, porque cada prenda que se prueba parece estar hecha para ella. Linda, delgada, tierna. Casi también como un sol rodeado por todos aquellos que alaban su belleza. Pero la señorita Sol sabe que es todo lo contrario, esa chica hermosa al otro lado de la cortina es todo menos un sol. Esa chica puede moverse, su belleza le da derecho al movimiento, a bailar casi en torno a esas estatuas que la aplauden y hasta ríen, porque no es posible que todo le quede bien. Cómo haremos para elegirle la ropa si todo parece quedarle hermoso, si todo parece brotado de su cuerpo, como suspiros.

Entonces la señorita Sol se decide. La veo agacharse y buscar los alfileres que han quedado tras probarse alguna de las prendas. La señorita Sol busca el más grande. Lo dobla por bajo y desliza la mano bajo las cortinas, hacia esa otra galaxia. Esa región más ventajosa del universo donde los soles tienen movimiento y pueden jugar a ser cometas y ser admirados por los demás soles.

Lo que no saben en todo caso, debe pensar la señorita Sol, es que en esa región más ventajosa los soles pueden desinflarse, o reventarse de golpe, como un globo. Y toda esa belleza que se creía duraría siempre queda de golpe a años luz, y ya se escuchan llantos y gritería y la niña que sale medio vestida con el pie sangrando porque el alfiler se le clavó hasta el fondo. Hasta el fondo. Como si la belleza fuera pesada y la hubiese hundido hasta el final de ese alfiler, hasta su interior vació que busca salir fuera, volteando todo. Haciendo justicia.


Eso es lo que hizo la señorita Sol. Luego se vistió. Eligió una ropa que nunca se puso y que enterró en el jardín para que fuera olvidada. Eso ocurrió entonces. Y ahora perdimos a Klaus. O quizá sólo tal vez lo perdimos.

Estaba en la plaza y luego no estaba. Por eso no puedo decir si realmente perdí a Klaus. Estuvo en casa unos años y luego no estaba. Lo alimentamos y paseamos y quizá ahora dejó de alimentarse o simplemente se alimenta en otro lado. Quizá escarbando en el jardín encontró las ropas que escondí y lo comprendió todo. Quizá se avergonzó de mí. Quizá comprendió que él también debía hacer justicia de alguna forma y eso fue lo que hizo.


Otra manera de verlo es un poco más hermosa. Y puede tener más relación con lo que realmente es Klaus, o lo que solía ser. De pronto Klaus lo que hizo es invitarme a buscarlo. Rompió su órbita y me invitó a seguirlo. A dejar de ser ese Sol estático y desplazarme. Cuando decimos que en el jardín hay sol, decía un profesor en el colegio, lo decimos mal, el sol siempre ha estado donde mismo y no puede estar en nuestro jardín y allá lejos en el espacio. Con el tiempo aprendemos que nuestros profesores se equivocan. También decía que la luz del sol nos iba a llegar hasta nueve minutos después que el sol hubiera desaparecido.

De pronto ese es el tiempo en que realmente estuve con Klaus. Nueve minutos. Y lo que hizo fue enseñarme a ser mi propio sol, mi propia luz, a no temerle a la oscuridad.

A saber que no existe.

lunes, 19 de abril de 2021

Perder a Klaus (III)


En parte porque estoy algo colapsado de trabajo, y en parte también porque he encontrado estos textos casualmente hace unos días, me decido a poner aquí unos relatos escritos hace muchos años, principalmente desde el afecto y desde una experimentación discursiva natural, sin revisión ni corrección alguna (como todo lo que está acá). Supongo que la gracia (si la tienen o la tuvieron en algún momento) era leerlos progresivamente, desde el 1 hasta el 5, para así apreciar ciertas variantes que mejor no digo, porque es como adelantar el truco.

Agregar algo más (o corregir incluso su escritura) sería ensuciarlos.


Perder a Klaus.

No sé realmente si perdimos a Klaus. Me gustaría poder decir que sí simplemente y esperar quizá algún tipo de castigo… o que no y jugar como si esto fuera un chiste o un acto de magia, como si aquellas palabras fueran pañuelos azules que sacara de mi boca, uno a uno con mis manos hasta estirarlos delante como ofrenda: Perdí a Klaus, madre. Y eso fuera todo.

El problema es que las cosas no son nunca lo suficientemente simples. O cuando lo son viven amenazándonos con un silencio extraño, como si hubiese una pequeña voz advirtiéndote algo, aunque en realidad no hay nada. Lo he sabido siempre y por eso ya no me detengo a escuchar. Dejo al silencio en su silencio y entonces las verdaderas voces se escuchan:

-Nos juntamos a las doce –es la voz de Andy-, Recuerda llevar los patines, algunos plumones, un lazo y una foto de tu hermano. Cambio y fuera.

Esa es Andy. Esa es Andy y su voz le corresponde. Un poco en broma, un poco en serio, pero lo cierto es que nos encontraremos en la plaza a las doce. Llegará a la hora y me preguntará para qué he traído aquellas cosas. Probablemente ella no haya llevado los patines, así que me permito llevar a Klaus. Además es la excusa que tengo para salir de casa sin que me hagan problemas. El pobre de Klaus siempre termina amarrado a uno de los bancos de la plaza y hasta se da el lujo de subirse a ellos y mirar de igual a igual a los señores que vienen aquí casi todos los días. Nunca ha mordido a ninguno, así que nadie reclama. Entonces escucho la voz:

-¿Para qué has traído esas cosas?

Es la voz de Andy y ella detrás. Como cuando Klaus corre y voltea una esquina antes que yo. Andy siempre llega más tarde que su voz, como si arrojara objetos para que uno la mirase y luego pudiera hablar concretamente.

Yo llevaba las cosas en un bolso azul quizá demasiado grande. Lo había traído papá de un viaje y era un bolso tan feo que madre había dejado de hablarle varios días cuando él se lo dio envuelto en papel café. Yo lo usaba para guardar unos juguetes viejos que no quería botar y que quería guardar para mis hijos, supuestamente.

-¿Y yo te dije eso? –Andy insistía pues no creía nada de mi historia- ¿y para qué iba a querer yo un lazo o la foto de tu hermano?

Como no tenía sentido discutir con Andy y además hacía calor, decidimos ir a comprar algo. No decidimos bien si serían bebidas o helados, pero lo cierto es que dejamos a Klaus en la plaza, cuidando el bolso azul que estaba también en el banco.

Al final no compramos helados ni bebidas. Yo me compré un paquete de suflés y Andy compró una libreta y un lápiz pasta.

-La idea es escribir nuestros nombres en una hoja y dejarlos sobre el letrero del nombre de esa calle. –Andy apuntaba un típico letrero negro-. Luego dejamos pasar 10 años, o 20 y volvemos a verlo. Será como reencontrarnos o algo así…

Mientras hablaba, Andy escribía su nombre completo en una hoja. Luego me acercó la hoja y yo escribí el mío bajo el suyo. A pesar de ser una idea absurda a mí me encantaba. Saber que nuestros nombres se perderían rápidamente y no quedaría ni rastro de lo que éramos en ese entonces. Este entonces.

Yo pensaba ser la primera en descubrir la ausencia de nuestros nombres. Asegurarme de que no seguimos siendo eso que nos toca ser un día y a veces no nos gusta. Como si el no encontrar esa hoja me diera una tranquilidad para no preocuparme nunca por el hoy, como si esa ausencia emitiera un ruido capaz de acallar el silencio un tiempo más.


Aterricé de golpe cuando volvimos a la plaza. Como un avión que llena la pista de chispas porque no giró alguna de sus ruedas. La rueda que no giró se llama Klaus. El banco donde quedó amarrado está vació aunque el bolso azul permanece aún en el lugar. Incluso compruebo que están los patines dentro y no le falta nada. Quizá Klaus logró arrancarse y ande por aquí cerca.

Quedamos con Andy de juntarnos en una hora de nuevo en la plaza. Ambas iríamos en direcciones opuestas. Andy propuso que dejáramos papeles en los postes de las calles que ya hubiéramos visto a modo de señal. Andy analizaba todo como si Klaus fuese algún objeto que alguien hubiese dejado en un lugar, o si fuese un símbolo o una bandera. Yo, en cambio, pensaba en los papeles como una huella de mí misma. Como un eco o un hilo. Así como la historia de Ariadna que nos contaban en el colegio. Sólo que esta vez Ariadna entraría al laberinto y buscaría por ella misma al minotauro. Se enfrentaría por sí sola al enigma.

Seguí por el laberinto mucho tiempo. Ya no sabía si había pasado el tiempo de juntarme con Andy o si sólo era el miedo lo que me hacía sentir todo más largo. El cielo se sentía más oscuro aunque eso quizá también proviniera de lo mismo. Un miedo extraño.

El miedo era pensar que al centro del laberinto solo hubiera silencio. O un gran espejo que te devolviera tu imagen y vieras que no hay de fondo nada más, que estás en medio de ese espejo como flotando en ti misma. Otra opción era que en el centro estuviese Klaus, aunque eso también asustaba: qué tal si no era Klaus, que tal si alguien puso eso ahí para calmarme y yo debiera en realidad seguir buscando. Porque Klaus no es necesariamente ese Klaus. Y esa calma que te da el silencio, esa falsa tranquilidad de saberse en paz, o encontrando lo que uno busca cuando en realidad las manos están vacías. Como cuando juegas con tacitas y cocinas con hojas y te sirves y luego te sientes falsamente satisfecha. Finges uno a uno los bocados y una extraña sensación te llena y de pronto te quedas dormida junto a las pequeñas tazas vacías, extrañamente saciada.


Así supongo me dormí esa tarde pues desperté ya de noche junto al letrero de la calle donde habíamos puesto nuestros nombres. Yo estaba abajo apoyada en él y tenía tanto sueño que no podía moverme. Miré hacia arriba y quise buscar si se veía el papel en lo alto, aunque sólo se distinguía el nombre de la calle: Los Pensamientos.

Y eso hacía más peligroso el quedarse ahí. Estancada en los pensamientos. Lo peor era pensar que esos pensamientos podían ser los de otro. Y extrañamente se hacía importante que nuestros nombres estuvieran todavía allí. Como si eso asegurase que aquellos pensamientos aún nos pertenecieran, o que nuestros nombres nos pertenecieran. Quería tener la seguridad de leer mi propio nombre junto al de Andy. Asegurarme de seguir siendo eso que fui hace cuánto… una hora, dos… 10 años, 20…?


Entonces todo se nubla y veo un par de personas que pasean a Klaus. Aunque no sé distinguir si ese es realmente Klaus. O peor aún, sentir que ese es verdaderamente Klaus y yo sólo pasee un muñeco, un peluche.

Me siento tan cansada que no puedo siquiera mirarme a mí misma. Quizá tenga miedo de bajar la vista y encontrarme con dos piernas de vieja tiradas sobre el pavimento. Encontrarme con que no soy nadie.

De pronto me fijo en la pareja que pasea a Klaus. La mujer que lo pasea tiene un leve parecido a mí, y a madre. Va más adelante que el hombre que la acompaña. No veo bien al hombre. La verdad no me fijo en él. Me interesa ella ¿seré así de mayor? Entonces todo se nubla nuevamente e inesperadamente la calle se acaba para ellos y no puedo verlos más desde aquí.


¿Así que eso era todo? encontrarse años después con pareja que pasea a Klaus… Con una mujer que se parece a mí y que va acompañada de un tipo… ¿seré yo realmente? ¿Cuánto tiempo ha pasado? O ha pasado aún más y fui yo también esa mujer y pasé por aquí y hoy estoy aquí tirada esperando a mis hijos o a mis nietos… y ese hombre ¿habrá sido mi amor o simplemente alguien pasajero? ¿O el amor es también algo pasajero? ¿Habrá sido Klaus aquel perro o todo es una simple coincidencia? ¿Las formas que toma el silencio para burlarse de mi indiferencia, de mi desprecio?

Vuelvo a fijar la vista y veo nuevamente a la mujer. Va con el hombre aunque no podría precisar si es el mismo. La verdad me parece que no. Klaus va adelante y está algo distinto aunque no puedo dejar de saber que aquél es Klaus. Hay algo en él que me asegura que no es falso, que no puede ser quien no es, aunque suene absurdo y algo tonto.

No quiero mirar más. Tengo miedo de ver a la mujer pasar con otro hombre. O verme pasear sola. Lo único seguro es Klaus. Lo único que no puede perderse y yo aquí desesperada buscándolo. Peor aún, debiendo buscarlo y estando aquí tirada bajo el nombre de un letrero donde quizá esté mi nombre que ya casi ni recuerdo.

Entonces quiero dormirme nuevamente. Comprendo que necesito ese silencio aunque sea un poco. Que las imágenes y las palabras pueden cansar y agobiar hasta perderte por completo. Que quizá sea necesario verme sola a mí misma. Perder el miedo de ser yo misma el laberinto, el enigma, el ser de naturaleza extraña que espera al fondo, agazapado.

Quiero nuevamente la tranquilidad. La ingenua tranquilidad de ser algo nuevo todo el tiempo, algo que no alcanzo a percibir, pero que debe estar ahí de alguna forma. Quiero el silencio. El andar en patines, la simpleza de encontrar mi nombre en un papel y decir esa soy yo, esa sigo siendo yo, crecí y aquí estoy. Todo es como corresponde. La vida es esto y aquello. Y ordenarla. Tener tiempo para ordenarla. Esto es lo que amé, lo que no ame; lo que amo y quizá deje de amar algún día. Esto es lo que necesité y lo que no necesité, pero de todas maneras hice. Y no arrepentirme. Construir uno a uno los cajones para mis cosas. Para mi vida. Y luego un gran cajón donde quepa mi vida entera. Mi vida entera.


Me encontraron con fiebre mis padres. Habían salido a buscarme con Andy y me encontraron bajo Los Pensamientos. Apoyada al letrero y con el bolso azul al lado.

Dice madre que yo deliraba y hablaba de magia y cosas por el estilo. De una nueva oportunidad para todo. Dice que rieron mucho con papá cuando yo explicaba que era tiempo aún para arrepentirse, como si fuera un evangélico que pasa por las calles repitiendo cosas. Dicen que hice un acto de magia y que saqué a Klaus del bolso y salió el pobre un poco ahogado.

Madre feliz porque había orinado en el bolso y había excusa para botarlo. Ni rastro de los patines, ni los plumones ni del lazo. La foto de mi hermano se la pillé a Andy, años después.

Creo que construí bien mi vida. No perfecta obviamente, aunque aún queda mucho por construir. O descubrir, quizá. Tengo mis cosas ordenadas en cajones y un bolso grande para aquellas cosas que no pertenecen a ninguno. A veces viene Klaus a mi pieza y olfatea por todos lados. Parece buscar algo. Luego me mira como si yo supiera que busca, y se va meneando la cola.

A veces sueño que yo estoy verdaderamente sobre el letrero, viéndome desde lo alto. Como si desde ahí moviera una marioneta que supongo también soy yo. A veces sueño que paseo a Klaus. No siempre voy con la misma persona. A veces voy también sola, aunque esto no me intranquiliza. Tengo cajones para todo. Incluso para mis sueños.

Esta es mi vida ¿No ven que todo está orden?


-¿Qué buscas Klaus? ¿Por qué miras de esa forma, bonito?

domingo, 18 de abril de 2021

Perder a Klaus (II)


En parte porque estoy algo colapsado de trabajo, y en parte también porque he encontrado estos textos casualmente hace unos días, me decido a poner aquí unos relatos escritos hace muchos años, principalmente desde el afecto y desde una experimentación discursiva natural, sin revisión ni corrección alguna (como todo lo que está acá). Supongo que la gracia (si la tienen o la tuvieron en algún momento) era leerlos progresivamente, desde el 1 hasta el 5, para así apreciar ciertas variantes que mejor no digo, porque es como adelantar el truco.

Agregar algo más (o corregir incluso su escritura) sería ensuciarlos.


Perder a Klaus.

No sé realmente si perdimos a Klaus. Andy dice que no, pero no asegura nada. Fue en la plaza el otro día, aunque no sé realmente si es ahí donde comienza la historia.

Klaus es el perro de mi madre, o lo era. Suele ladrar bastante aunque nunca ha mordido a nadie -me refiero al perro, no a mi madre-. De hecho si madre hubiese sido perro pienso que no habría ladrado mucho, pero ya tendría a varios con mordidas. Sin gran daño en todo caso.

El caso es que Klaus sí ladraba. Molestaba a Andy en cuanto llegaba a casa, pero nunca intentó atacarla. Andy en todo caso parecía no percatarse, le hablaba siempre con cariño como si Klaus hubiese ido hacia ella con una pelota en el hocico y moviendo la cola. Así es Andy. Y así es Klaus. O así era.

Esa mañana no habíamos ido al colegio. Habíamos despertado con dolor de estómago, aunque exageramos un poco. Andy me contó que tenía un plan, un gran plan creo que dijo, y decidimos juntarnos apenas almorzamos. Yo dije que iba a pasear a Klaus y me puse los patines. Andy llegó sin ellos aunque porfió mucho rato diciendo que alguien se los había robado y hasta acusó a un hombre que leía el periódico en un banco. Creo que hasta desamarró a Klaus e intentó asustar al tipo con él. Sin éxito, obviamente.

-Y ¿Cuál es el plan?

-¿Cuál plan?

A los pocos minutos me rendí. Con Andy era así. No valía la pena insistir y además el asunto de sus patines había cambiado todo.

-Aún no entiendo cómo lo hizo.

-¿Quién? ¿Qué cosa?

-Robarme los patines. Sé que no se llevó nada, pero algo debe haber hecho.

Andy fijaba la vista en el banco donde había estado el tipo. Éste se lo había tomado un poco a broma primero, pero terminó por irse algo apurado. Había dejado el periódico en el banco. Andy se acercó y parecía buscar algo entre las hojas.

-¿No te parece extraño? –dijo de pronto enseñándome algo.

Era una página donde aparecían las carreras de caballos. Había algunos marcados y Andy repasaba sus nombres. Sólo le faltaba una pipa en la boca y mirar las letras con una lupa. Repetía los nombres uno a uno mirando al horizonte.

-Monja tiritona, Podría ser peor, Helado de fresa, Bajo el árbol, Afeitando a Santa…

De pronto me miró como si hubiera algo obvio de lo que yo no me había percatado.

-No te da una idea esto –dijo Andy- como si nos estuvieran mandando a hacer algo.

Yo repasaba los nombres y trataba de mantenerme seria. Me había vuelto un poco el dolor al estómago así que descarté inmediatamente las ideas que me sugirió Helado de fresa. Entonces vi que Andy apuntaba a Bajo el árbol y entendí claramente.

-Elemental –le dije, y Andy pareció contenta.

Nos pusimos a cavar bajo el árbol en que amarrábamos a Klaus y a él lo dejamos amarrado al banco. La tierra estaba blanda aunque algo hedionda. No hay que olvidar que a veces dejábamos horas a Klaus ahí mientras andábamos por el lugar. Pasaron los minutos y me empecé a cansar. Además no avanzábamos nada y si no encontrábamos nada, Andy podía seguir con Monja tiritona y terminar en la iglesia donde a veces fuimos a ver unas monjas cantar tras unas rejas.

-Sin duda el tipo es un psicópata. – decía Andy y seguía cavando.

Yo asentía, pero ya apenas avanzaba. Tenía las uñas llenas de tierra y además nos molestaban las raíces. Entonces encontramos eso.

Eso era una especie de caja. Quizá había sido una caja de fósforos, aunque era un poco más grande y ahora parecía estar vacía. Además se veía aplastada y a mí me parecía de poca importancia. Andy en cambio se la llevó a la nariz y luego a los oídos. Parecía esperar que sonara un reloj de tiempo o que un olor extraño revelara la presencia de armas químicas. Entonces Andy abrió la caja y se dio cuenta que no había nada, excepto dos pequeños papeles en blanco aunque muy húmedos. La cara de Andy dio muestras de dejar de creer de pronto.

-Quizá la dejó para despistarnos –Le dije- Ya sabes como esas pistas falsas…

Me apenaba ver a Andy dejar de creer en algo. Siempre su ánimo descendía de golpe y después no había más que ir a casa. Entonces ella pareció recuperarse.

-Psicópata –dijo entre los dientes- Maldito psicópata.

Andy se había parado decidida, así que yo recogí mi bolso y me dispuse a buscar a Klaus.

-Andy, ¿Klaus…?

-Sí, tráelo. Nos hará falta. –Dijo sin mirarme.

Cuando logré que entendiera el problema ya no quedaba nadie en la plaza. Debimos haber amarrado mal la correa o algo así. Como el asunto para mí era serio decidí advertirle a Andy

-Por favor no me nombres al psicópata, ayúdame a buscarlo y ya está.

Andy fue a buscarlo en una dirección y yo en otra. El problema era que yo debía también hacer luego el camino de Andy. Ella era capaz de volver con un gato, un conejo o hasta un hámster.

Mi madre debía estar por volver a casa y no quería pensar lo que pasaría. De tanto pensar me di cuenta que ya estaba dando vueltas en círculos.

-¿Ha visto un perrito blanco? –preguntaba

-No –me dijo una señora que estaba siempre para da en una esquina y que notoriamente usaba una peluca- Pero una niña hace un rato me preguntó si había visto un perro negro, grande y muy bravo.

No supe si la señora intentó asustarme o simplemente Andy se había equivocado de camino y ya había olvidado a Klaus. Entonces decidí volver a la plaza para ver si Andy tuvo mejor suerte.

Justo antes de doblar la última esquina encontré a Klaus junto a unos arbustos. La correa se había enredado entre las ramas y el estaba echado, como resignado ya.

De lejos podía verse a Andy en la plaza. Ella estaba escribiendo unos nombres en unos papeles junto a algunos papeles recortados.

-Es como brujería, pero no es malo –me dijo- Aquí anoté a quienes me caían mal junto a los nombres de los caballos de carrera más feos. Ya enterré la otra lista con los buenos junto a los mejores caballos, grandes esperanzas y Axolotl…

-Andy –le dije-, estábamos buscando a Klaus.

Entonces ella me apuntó la banca donde antes había estado el tipo. Amarrado a ella estaba Klaus. Cuando me vio movió la cola e intentó acercarse, pero la correa se lo impidió. Andy seguía enterrando aquellos papeles y parecía estar haciendo algo serio. Lo suficientemente serio al menos como para no mirarme.

Yo también tenía a Klaus a un costado. Podía ver a los dos Klaus, exactamente iguales y hasta con correas idénticas. No atinaba a pensar nada. Pero de alguna forma sabía que ninguno de esos perros era falso. Eran Klaus. Y movían la cola.

-Ayúdame al menos a llevarlos a la casa. No me atrevo a llevar los dos yo sola.

-Ya entiendo –dijo Andy sin preocuparse- no confiaste en mí y compraste otro para que no se dieran cuenta.

No quise responderle. En todo caso Andy ni se hubiera percatado. No sabía que decir en casa. Cómo explicarlo. O cómo explicármelo yo misma.

-Toma –dijo Andy entregándome un papel cortado del periódico- No encontré a quién colocar con este nombre.

Luego Andy se volvió y se despidió de los Klaus quienes le dedicaron grandes ladridos. Yo me quedé a unos pasos de la casa. Ambos perros sujetos con una mano y con el papel en la otra.

Podría ser peor, decía. Creo que salía en la primera carrera. Yo tenía miedo de mirar en mi otra mano, pero sentía a los perros tironear las correas.

Pasa el tiempo, pero esa sensación no me abandona desde entonces. Como si a pesar de haber encontrado a Klaus (dos veces) hubiese otro Klaus que no encuentro todavía. O como si una parte mía siguiera buscándolo. O buscando algo. Quién sabe.

sábado, 17 de abril de 2021

Perder a Klaus (I)


En parte porque estoy algo colapsado de trabajo, y en parte también porque he encontrado estos textos casualmente hace unos días, me decido a poner aquí unos relatos escritos hace muchos años, principalmente desde el afecto y desde una experimentación discursiva natural, sin revisión ni corrección alguna (como todo lo que está acá). Supongo que la gracia (si la tienen o la tuvieron en algún momento) era leerlos progresivamente, desde el 1 hasta el 5, para así apreciar ciertas variantes que mejor no digo, porque es como adelantar el truco.

Agregar algo más (o corregir incluso su escritura) sería ensuciarlos.


Perder a Klaus.

No sé realmente si perdimos a Klaus. Lo amarrábamos siempre a las ramas del árbol grande del centro o a veces al banco donde dejábamos nuestras cosas. Acostumbrábamos ir allá casi todas las tardes, apenas llegadas del colegio. Yo comía apurada y me ponía los patines azules. Cuando me tocaba sacar a Klaus llevaba los patines en el bolso y me los ponía luego. Andy llegaba casi siempre más tarde y siempre venía comiendo algo, decía que era el postre que había dejado aunque yo a veces la vi comprar pasteles en una esquina.

Ahora no recuerdo si había un juego preciso, podíamos andar alrededor de la plaza o simplemente sentarnos en el pasto con los patines puestos. Cuando íbamos sin Klaus podíamos bajar por las calles tomadas de las manos. Aunque con el tiempo también nos soltamos las manos. Andy se tomaba el pelo, pero yo recuerdo que me gustaba llevarlo suelto, aunque algunas veces se te iba a la cara y no veías nada y rodabas por el piso. En ese entonces yo tenía el pelo hasta la cintura y me lo desenredaba todo el día en el colegio y en la casa.


Klaus es como si fuera mío, pero en realidad es el perro de mi madre. Andy se ríe cuando yo le digo “madre”, pero ella es así, hay que jugar con ella a las correcciones aunque siempre con sonrisas que terminan por ablandar todo. Hasta Klaus es todo correcciones con mi madre, puede quedarse horas quieto esperando sus órdenes, aunque si está con migo es todo saltos, ladridos y venir con la pelota una y otra vez.

Lo extraño es que no se cansa de que nunca juegue con él. Al principio jugaba mucho, pero muchas cosas cambian y además Klaus se pone cargante y hay que dejarlo de lado a veces, como en la plaza.
Andy lo distraía mientras yo tomaba la correa y la amarraba al árbol. Tenía una rama como un gancho y ahí siempre lo dejábamos, porque en el banco a veces había gentes y no hay que olvidar que Klaus no es siempre un caballero. Una vez orinó en el canasto de una señora donde llevaba unas verduras, pero ella no se dio ni cuenta, incluso le hizo cariño antes de irse de ahí y recoger el canasto.


Andy aprovecha de fumar cuando estamos en la plaza. Le saca cigarros a su madre, pero ocurre que son mentolados. Yo casi vomité cuando los probé, pero mi caso no es mejor, sólo puedo recurrir a las pipas de mi padre y llevarlas a la plaza es algo sospechoso. Recuerdo que Andy sugirió una vez que nos vistiésemos de hombre y hasta consiguió bigotes, pero no sé si realmente lo dijo en serio o estaba bromeando como siempre.

Después de la enfermedad de su padre, Andy dejó de bromear casi por completo. A veces nos juntábamos a patinar y se le olvidaban los patines, y hasta los cigarros. De todas formas Andy reía siempre, pero me daba miedo andar con ella patinando por las calles porque andaba más distraída y podía pasar cualquier cosa. De hecho creo fue por eso que se perdió el Klaus.


Habíamos llegado temprano a la plaza ese día porque nos habíamos hecho las enfermas por una prueba de matemáticas. De hecho ambas dijimos que nos dolía el estómago por un chocolate viejo que habíamos comido juntas. Como nos creyeron fácil, apenas nos dejaron solas salimos a la plaza. Andy me contó que la Denise sabía todo y nos iba a acusar. Andy había traído unas hojas de papel que había arrancado de un libro de su casa.

-¿Y para qué son? –le pregunté.

-Ésta – Andy me mostró una hoja gris arrancada de un libro muy grande-, es para anotar a aquellos como la Denise, o al profe de matemáticas.

Como hace algunos días nos habíamos peleado con unas niñas de los cursos más grandes la lista comenzó a crecer rápidamente. Los últimos nombres los anotamos por el lado y con letra chica, pero clara.

Andy sacó entonces la otra hoja. Era de un violeta claro y muy hermosa, aunque tenía los bordes de un lado algo rotos pues Andy la había arrancado sin cuidado.

Pasaron los minutos.

No conseguíamos anotar a nadie. Nadie era lo suficientemente agradable para estar ahí. Nadie se lo merecía realmente. Por un momento pensamos anotarnos nosotras dos, pero hubiese sido tramposo. Al final decidimos anotar a Klaus.

Doblamos las hojas y cavamos dos hoyos en la plaza. Las enterramos con cuidado y hasta esparcimos pasto arriba para que nadie se diera cuenta. Entonces volvimos a buscar a Klaus y vimos que ya no estaba.

Al principio no nos asustamos pues creímos que estaría cerca. Recuerdo que hasta conversamos un rato más antes de ir a almorzar. Entonces lo buscamos de nuevo y descubrimos que la desaparición iba en serio.

-¿No ha visto un perrito blanco? –preguntaba yo a cualquiera que pasara por ahí.

-Ladra.- Completaba la Andy, preocupada, pero distraída como siempre. –Ladra mucho.

Como pasaba la hora decidimos separarnos, Andy buscaría por las calles hasta llegar a su casa y yo por el camino contrario hasta llegar a la mía. Luego llamaríamos por teléfono para saber qué paso.

-Había encontrado a Klaus, pero luego me di cuenta que no era- dijo la Andy.

Yo no había encontrado nada así que volví a salir. Madre también tenía pájaros y a papá, pero yo sabía que quería a Klaus y que su corrección podía venirse abajo y hasta llorar un poco. No quería que su corrección se derrumbase. Tenía miedo. Miedo que se derrumbasen también otras cosas.

Mientras lo buscaba por las calles pensaba en muchas cosas. En madre, en que Andy y yo encontrábamos dos Klaus y ya no sabríamos que hacer… recordaba también un sueño donde yo era un niño que tenía dos patos, luego uno y después ninguno. Eran patitos chicos y creo que en el sueño, había matado sin querer a uno.


De tanto buscarlo comenzó a oscurecer y me apoyé contra las rejas de un jardín. Recuerdo que comencé a dormirme de a poquito hasta que quedé en cuclillas apoyada en la reja. La verdad no estaba realmente dormida aunque creía soñar algo. Creía sentir sobre la reja una gran mariposa mirándome. Tenía como dos grandes ojos dibujados en las alas, pensaba, mirándome. Cada ojo del color de una de las hojas que habíamos enterrado en la mañana. Aunque eran ojos falsos. En una enciclopedia de papá decía que los usaban para protegerse de otros animales, aunque la verdad no entendía cómo.


Así me encontraron después. Dormitando contra la reja de un jardín. No me regañaron tanto aunque a madre esa vez le dije mamá y ya no hubo sonrisas como antes.


Recuerdo también que en ese entonces yo anotaba todo en una agenda: Cumpleaños de Carolina, Juntarse con el Richi, Prueba de matemáticas (eso lo hacía con caritas tristes debajo). Pero esa tarde fue según recuerdo la última vez que anoté. Tampoco recuerdo que haya salido a patinar ninguna vez desde ese día. Además mamá me cortó un poco el pelo que me llegaba hasta la cintura. Recuerdo que ese último día en la agenda quedó así:

-Enterré una lista buena y una lista mala

-Perdí a Klaus

-Siento que en vez de perderlo encontré otra cosa, o que al menos comencé a buscarla.

viernes, 16 de abril de 2021

Nadar en el río.


Ella quería nadar en el río.

Un par de veces se lo oí decir.

No explicaba para qué ni por qué.

Solo quería nadar en el río.

Lo decía mientras estábamos ahí, observando aquello.

Las piedras, el agua, los árboles… ya saben… todo eso que a veces se observa, en esos lugares.

Nos habíamos bañado ahí algunas veces, pero eso no contaba.

Incluso habíamos cruzado de un lado a otro.

Pero nadar, para ella, era otra cosa.

Supongo que algo similar a luchar contra el río, aunque nunca se lo pregunté, directamente.

Una vez en aquel lugar, no la encontré al despertar, y fui entonces a buscarla al río.

Tranquilo, dentro de todo, pues era algo que esperaba.

Algo que ella quería y ante lo cual, no podía presentar reparos.

La vi entonces, a lo lejos, caminando al otro lado del río.

Estaba sentada sobre una roca, con el termo que acostumbrábamos llenar de café.

¡Qué haces ahí…!, me gritó entonces, mientras saludaba.

¿Por qué estás al otro lado?

Yo la saludé también e iba a responder, pero entonces me di cuenta que no sabía qué decirle.

Avergonzado, bajé la vista y miré mis pies, que todavía estaban en el agua.

No quise volver, a levantar la vista.

jueves, 15 de abril de 2021

Cosas que no eran nuestras.


Encontramos cosas en el departamento.

Cosas que no eran nuestras, por cierto.

Pequeñas cosas, en los rincones.

Cosas diversas, sin valor monetario, inconexas.

Eso fue lo que encontramos.

Y descubrimos así que teníamos más rincones, de los que hubiésemos creído.

Por todo el departamento había rincones.

Y en cada uno de ellos podían esconderse, de alguna forma, cada una de aquellas cosas.

Se trataba de cosas pequeñas, por supuesto.

Cosas que cabían en cada rincón y no sobresalían demasiado.

Que no llamaban la atención, me refiero.

Que no te hacían voltear a verlas.

Cosas con el alma opaca.

Ocultas en la sombra de todo rincón.

Tibias, todavía, como cadáveres a medio hacer.

Esas cosas no son nuestras, nos dijimos, mientras las recogíamos.

Mientras lo hacíamos, despejamos la mesa del comedor y las pusimos en la superficie.

Y es que, de cierta forma, intuíamos que seguiríamos encontrando más.

Buscamos así siete días y siete noches.

Las cosas encontradas parecían ser parte de una extraña exposición, que montamos en nuestro hogar.

Primero sobre la mesa, como decía, pero luego pasaron también a otras superficies.

Sobre el mesón de la cocina, en la cubierta de la cama y en cualquier lugar que pudiese recibirlas.

Desde entonces dormimos así, sobre una alfombra, a un costado de la cama.

No dejamos de encontrar cosas y de sorprendernos, aunque no sabemos bien por qué.

Al menos todo, pienso ahora, cuando las veo, puede conducirnos hacia algo.

miércoles, 14 de abril de 2021

Usted verá.


Usted verá. Yo no quiero influir de ninguna forma. No es asunto mío. Ni siquiera mis asuntos son asuntos míos. O no los vivo así, al menos, hoy por hoy. Y es que mi opinión con el tiempo, a pasado a ser neutra. A desaparecer poco a poco, aunque de vez en cuando todavía proyecte un poco de sombra. Si me lo preguntan, la confusión se produce porque quedaron algunos argumentos. Unos cuantos, dando vueltas por ahí como autos chocadores, pero no ideas. Me refiero a que propuestas o tesis no quedó ninguna, pero los argumentos no hay cómo retirarlos de circulación. Yo no lo sabía, pero hoy podría asegurar que tienen vida propia. Se agolpan a veces y te acompañan como mascotas que no se dejan abandonar, o como la mala suerte. Salen de mi boca sin amarrarse a contenido a alguno, sin contacto alguno con mi voluntad y sin respaldar absolutamente nada. Lo peor es que como algunos no suenan tan descabellados, la gente que los escucha se construye entonces ideas equivocadas. Visiones absolutamente erróneas sobre lo que soy, lo que pienso o sobre lo que supuestamente me mueve. Al principio intenté explicarlo, pero los argumentos ya estaban desatados y no querían respaldar ni la más mínima explicación si es que esta era propia y verdadera. Así ocurre con la libertad, cuando se ejerce, según dicen. Como sea, yo simplemente quería recalcarle que no discuto con usted de forma alguna. Lo que haga o no haga es asunto suyo. O lo que piense. Ya le dije que no quiero influir de ninguna forma. Usted verá.

martes, 13 de abril de 2021

Tan buenos platos.


-Servía la comida en platos tan bien diseñados -me dijo-, que no parecían realmente platos de comida…

-¿Y qué parecían entonces? -pregunté.

-Parecían fotos de platos de comida -contestó-. No sé bien cómo explicarlo. A mí, por ejemplo, se me quitaba el hambre al verlos… y no porque hayas sido poco apetitosos, sino porque no eras digno de comer aquello. Me refiero a que tu hambre era demasiado insignificante como para desarmar aquello. Eso provocaba su comida.

-¿No estarás exagerando un poco?

-No lo creo -continuó-, es solo que no los viste nunca… Verlos era como encontrarse con un portal… un acceso a otra dimensión en la cual, a diferencial de la nuestra, sí existía la perfección… Como esas casas de juguetes donde todo era perfecto y hasta tenías comida de plástico en cada uno de los platos.

-¿Y si era tan bueno entonces por qué quebró?

-Por lo mismo… -dijo algo molesta-. Parece que no prestas atención… Quebró porque nadie se atrevía a tocar sus platos… Preferías pedir algo para beber, tal vez… pero nadie comía aquello, finalmente…

-¿Me estás diciendo que nunca probaste el sabor de uno de esos platos?

-Exacto -contestó-. Y no me arrepiento. Me avergüenza incluso haberlos visto. No haber tenido un hambre digna de esos platos…

-Es claro que exageras -la in interrumpí, algo molesto-.

-Nada es claro -comentó-. Nada es nunca lo suficientemente claro.

lunes, 12 de abril de 2021

Un pequeño harakiri.


I.

Un pequeño harakiri.

De eso hablo.

Nada más.

Uno pequeño.

Uno que provoque una muerte también pequeña.

Pasajera.

Un deceso breve.

Inconstante, incluso.

Con eso es suficiente.

No he pedido más.

Solo un pequeño harakiri.


II.

No lo imagino como un ritual.

No hablo aquí del harakiri como espectáculo.

Nada de invitados especiales, ni de llantos ni de orgullos compartidos.

Yo hablo aquí de otra cosa.

De algo reducido, ante todo.

Solo un pequeño harakiri.

Eso es lo que propongo.

Una decisión razonada.

Una incisión seria, pero menor.

Tratada con respeto, por supuesto.

Un sangrado leve, simbólico.

No una muerte.

Una transformación.


III.

Yo propongo hacerlo a solas.

Despejar un lugar.

Buscar el silencio adecuado.

(Siempre existe un silencio adecuado)

Encontrar nuestro sitio.

Aceptarlo.

Dejar cerca un vaso con agua.

Luz natural, si se puede.

Luego el harakiri.

Un pequeño harakiri.


IV.

Sin metal.

Sin filos.

Nada de eso es necesario.

Respire hondo.

Piense que una espada, no es obligatoriamente una espada.

¿Suena extraño?

Usted sabe de qué hablo.

Sea sincero (o sincera).

No me culpe a mí de sus desgracias.

Llore un poquito, si quiere, pero lo central no es eso.

Para llegar al interior no es siempre necesario rasgar la superficie.

sábado, 10 de abril de 2021

Esa lluvia (un comienzo)


Alguien me dijo que esa lluvia,
-la que nos sorprendió de pronto
y parecía no acabar-,
era en realidad
el comienzo del diluvio.

Yo escuché las palabras
y las explicaciones sobre aquello,
buscando disimular mi escepticismo,
aunque sin lograrlo
en lo absoluto.

Me recriminaron entonces
por no creer,
o por creer más bien
en todo aquello en lo cual
no había que depositar nuestra fe,
según decían.

Yo no discutí.

Preferí el silencio.

Asentí una y otra vez
hasta que cesaron sus palabras.

Afuera llovía, mientras hablábamos.

Y mientras el agua cayera,
aquel que hablaba
tendría razón.

Entonces, como pruebas,
el hombre que hablaba del diluvio
me enseñó libros,
principalmente unos sagrados -para algunos-
y que por tanto omitiré,
y hasta me hizo escuchar una canción
de Leonard Cohen
que aseguraba hablaba del diluvio,
aunque no reconociese yo alusión alguna
a la lluvia o al agua,
en dicho tema.

Terminada su intervención,
extrañamente,
comenzó a llover un poco más fuerte,
tanto así que el sonido de nuestras palabras
apenas se escuchaba,
así que bebimos mayormente en silencio
escuchando el sonido de la lluvia
que tal vez era un diluvio.

Y sí…
probablemente ese fue un diluvio,
pienso ahora.

Uno que, por breve,
no reconocimos.

Un diluvio que,
si lo fue,
terminó demasiado pronto.

Y solo pocos percibieron
que nada volvió a ser
como era antes.

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