martes, 31 de mayo de 2022

Su rostro en un billete.


Cuando le preguntamos sobre sus metas, F, dijo que quería llegar a tener su rostro en un billete. Con esto (aclaro aunque sea obvio) F. se refería a que la reproducción de la imagen de su rostro en la versión oficial de un tipo de papel moneda.

-Me da lo mismo el valor económico del billete -dijo-. Lo que quiero es saber que mi rostro estará impreso en un papel que se guardará y se intercambiará sin ser desechable, luego de su uso.

Confesó también, en esa misma ocasión, que varias veces había soñado con aquello, y que el billete con su rostro aparecía siempre con tonos azules y verdes, y que no era tan fácil de encontrar.

-Lo que pasa en que en mis sueños todos tienen derecho a estar en un billete -aclaró-. La población completa incluso, aunque se tarde un poco en todo aquello. Solo se destruyen o no se aceptan los rostros de aquellos que han hecho daño a la sociedad, y cuyo recuerdo es un atentado contra los valores de la nación donde circula oficialmente aquel papel moneda.

En este sentido, si lo analizamos bien, la meta expuesta por F. no es específicamente un objetivo que pudiésemos llamar “personal”, a no ser que fuese él mismo quien impulsara una ley para que existiese un papel moneda oficialmente emitido y que funcionase de la forma que plantea.

Es por lo anterior, principalmente, que rechazamos la respuesta dada por F. y le exigimos que replantease sus metas y volviese a presentarlas en un tiempo determinado.

Lamentablemente, hasta el día de hoy, en que se cumple dicho plazo, F. no ha cumplido con lo solicitado ni se ha excusado de forma alguna.

Informamos, por tanto, que procederemos según la normativa acostumbrada.

Téngase presente.

lunes, 30 de mayo de 2022

Un (pseudo) cientifico en tv.


Escucho a un (pseudo)científico en tv, que plantea que el ser humano es probablemente la única especie conocida que debe “intervenirse a sí misma”.

Como su planteamiento se desarrolla durante un programa matinal, no muy profundo, su explicación también es ligera y sin mayor argumento que la propia explicación.

-Piensen en los otros seres vivos… da lo mismo de qué especie -nos dice-. Todos ellos pueden desarrollar su vida a partir de la interacción directa con el entorno, pero sin necesidad de adaptarse a sí mismo o intervenirse para interactuar con aquello que los rodea. Me refiero a que ninguno de ellos requiere mirarse a sí mismo ni modificar de alguna forma su condición física para sobrevivir en el medio.

-Sin embargo -continúa-, nuestra especie no puede, por ejemplo, dejar simplemente crecer su cabello, pues este, en un entorno natural, seguiría creciendo hasta dificultar el funcionamiento u operatividad de los individuos de la especie. Lo mismo ocurre con las uñas, cuyo crecimiento indiscriminado terminarían también por dificultar ciertas acciones del ser humano…

Así, recalcando algunos puntos, el invitado al matinal reitera la idea de la autointervención del homo sapiens como un factor diferenciador… Es decir, el ser conscientes del yo y la necesidad de la intervención propia, para adecuarse al medio en que se inserta…

Todo lo anterior, por cierto, lo hace explicando el lanzamiento de su nuevo libro, que al parecer no trata esencialmente de lo anterior sino de estética, cosmética y de la justificación “científica” del narcisismo y de otras conductas valoradas habitualmente de forma negativa por nuestra sociedad.

Finalizada su intervención, en el programa lo invitan a permanecer en su próximo bloque, donde se hablará sobre mascotas, se nos informará el tiempo para los próximos días y se enseñará también a hacer yogurt casero.

Todo esto después de una breve pausa comercial.

domingo, 29 de mayo de 2022

Tercer subterráneo.


Me encontré con él en un supermercado, cerca del colegio donde ambos habíamos estudiado hacía ya veinte años. No estábamos tan cambiados, al parecer, pues nos reconocimos de inmediato.

Luego de hablar vagamente sobre varios temas, me contó que estaba trabajando cerca de ahí, en una construcción.

-Estoy trabajando en ese edificio que está allá, -me dijo-. Estamos haciendo un tercer subterráneo.

-¿Tercer subterráneo? -pregunté.

-Ya sabes… -me explicó-, con los planes reguladores no podemos elevarnos más, pero siempre se puede ir hacia abajo.

-¿Y no hay límite de subterráneos?

-No si se hacen como “ampliaciones”. Solo hay límites cuando se presentan los primeros planos, las primeras obras…

-Entiendo -dije yo.

Luego de esto intentó cambiar de tema varias veces, pero creo que yo no dejaba de pensar en aquello del tercer subterráneo.

Por lo mismo, si bien dejé de hacer preguntas concretas, supongo que dejé de prestar atención aquello que decía mientras por mi cabeza circulaban otras imágenes.

Pensaba, entre otras cosas, que habría un problema con las bases del propio edificio si seguía cavándose y construyendo indefinidamente bajo algo que, supuestamente, ya estaba construido. Por otro lado, me intrigaba saber si podía distinguirse ese incremento en los subterráneos si uno ve el edificio desde fuera, o si es algo que se hace imperceptible, para quien no tiene acceso al interior del mismo subterráneo.

-Si quieres podemos hacer un grupo y juntarnos a conversar un día de estos -me dijo, mientras se despedía-. Yo todavía me junto con F., M. y…

-Por supuesto, puede ser -dije yo.

Pero mentía.

sábado, 28 de mayo de 2022

Daruma.


I.

Existe una pequeña isla japonesa en la que se exhibe la mayor colección de muñecos Daruma.

No me detendré aquí a describirlos, pero contaré al menos que, como tradición, esos muñecos se venden con los ojos sin pintar. Luego, cuando alguien les pide un deseo, les pinta un ojo. Y, por último, cuando ese deseo se cumple, se le pinta el ojo faltante.

Ahora bien, la colección de muñecos que hay en esa pequeña isla tiene, en su totalidad, un solo ojo pintado.

Esto, ya que el dueño de la isla -un excéntrico millonario japonés-, tiene una serie de agentes que los compran usados en distintas tiendas de Japón, para luego enviarlos hacia la isla, donde existe un pequeño complejo hotelero y está montada exhibición gigantesca y permanente de los muñecos Daruma de un ojo pintado, que atrae en gran medida la atención de los viajeros, que van hasta el lugar.


II.

Veo el breve documental en el que se menciona esta exhibición permanente mientras ordeno algunas cosas.

En concreto, recojo libros que han quedado dispersos y un gran número de objetos que están fuera de lugar.

No sé por qué, mientras lo hago, me detengo un momento a observar todo, tapando uno de mis ojos.

Extrañamente, veo todo de igual forma, cuando hago este ejercicio.

viernes, 27 de mayo de 2022

Tomy Jerry.


I.

Lo crean o no, tuve un alumno que se llamaba Tomy Jerry.

Sus padres, por supuesto, le habían puesto esos nombres a partir de los personajes animados en los que un gato, persigue infructuosamente a un ratón.

Sus compañeros, por suerte, no conocían bien la animación o ignoraban, probablemente, el segundo nombre de su compañero.

Supongo que yo era cómplice de aquello, pues pasaba la lista diciendo simplemente Tomy, al igual que el resto de los profesores.

Él, en tanto, contestaba desde su banco, desde donde -lo crean o no-, él escuchaba la música que Scott Bradley había compuesto para la serie animada.

Según me explicó alguna vez, la música de este compositor le gustaba tras haberla escuchado en su hogar durante toda su infancia.


II.

Tomy Jerry era un alumno tranquilo.

No recuerdo haber tenido que llamarle la atención nunca, salvo para que guardase sus audífonos.

Tenía algunos amigos, pero parecía disfrutar bastante el estar solo.

Prefería los trabajos individuales, no recuerdo que participare en deportes de equipo, y recuerdo que el año que se licenció tenía una novia bastante tranquila, que iba en un curso menor.

Nunca volví a verlo, pero según me contó una compañera de su generación, Tomy se casó con esa chica, estudió geología y sigue transmitiendo esa misma tranquilidad que lo caracterizaba.

-Desde el colegio daba la impresión que se había encontrado a sí mismo -me comentó esa vez, su compañera.

-O se dio cuenta que lo que perseguía estaba siempre dentro suyo -complementé yo, sin explicar mi observación.

jueves, 26 de mayo de 2022

Un cuaderno al fondo del agua.


I.

No salieron peces desde el cuaderno que alguien arrojó al fondo del agua.

Eso habría ocurrido si se tratase, ciertamente, de una imagen poética desvinculada de la realidad.

Por más que hubiese hermosos textos y valiosas metáforas escritas en él, del cuaderno no brotó nada que pudiese asemejarse, en forma alguna, a un ser vivo.

Esas son solo licencias poéticas.

Están bien, por supuesto, no las critico.

Solo aclaro que no salieron peces desde aquel cuaderno.

Ni de colores ni dorados ni siquiera un trozo de alga.

Así son las cosas y está bien.

Está bien que así sean, me refiero.

Además sigue siendo un cuaderno, nada más.

Sin importar lo que esté dentro sigue siendo un cuaderno.

Un cuaderno al fondo del agua.



II.

Luego de hundirse, el cuaderno volvió, en parte, a la superficie.

No por sí solo, por supuesto, solo se aplicaron en él algunas pocas leyes físicas.

Explicarlas, por cierto, no aporta nada en este punto.

Eso sería detallar el mecanismo de las cosas que ocurren, simplemente.

Por otro lado, decir “al fondo del agua” o hablar de “superficie” refiriéndose a este elemento, es también algo impreciso.

Equívoco e impreciso, digamos, como una licencia poética

No salieron peces desde el cuaderno que alguien arrojó al fondo del agua.

miércoles, 25 de mayo de 2022

La mordió un perro que se llamaba Dazai.


La mordió un perro que se llamaba Dazai.

Un perro grande que era la mascota de un vecino que murió de cáncer hace algunos meses.

El perro Dazai, por cierto, la mordió hace cuatro años.

Fue solo una mordedura que desgarró piel, músculos y nervios, en su hombro izquierdo.

Ella había bajado del auto para abrir el portón y -según cuenta-, el perro apareció de golpe y se abalanzó sin más, sobre ella.

Nadie de quienes vivían en esa calle, por cierto, había visto nunca suelto a aquel perro.

Y es que el animal, siempre había permanecido al interior de la casa de su amo.

De hecho, si soy preciso, esa vez tampoco el perro estaba “suelto”, exactamente.

Suena extraño, pero puede explicarse de esta forma:

Ella (la que fue mordida) señaló que el perro salió desde el interior de su domicilio, en cuanto ella abrió el portón.

Y entonces, por su puesto, se abalanzó sobre ella y apretó sus mandíbulas contra uno de sus hombros (el izquierdo) y sacudió el hocico fuertemente, como si intentase arrancarle aquel brazo.

Poco después -sin resistirse, prácticamente-, ella perdió el conocimiento y el perro llamado Dazai soltó su hombro y pareció calmarse.

Ambulancia, policía, denuncias, operaciones y tiempos de recuperación son conceptos que debiese emplear para contar lo que sigue en esta historia.

Sin embargo, lo importante aquí -aunque apenas-, ya ha sido dicho.

Y todo lo innecesario -he aprendido con el tiempo-, termina sin duda, produciendo daño.

martes, 24 de mayo de 2022

Desarrolle una reflexión en torno a la serie seleccionada, teniendo en cuenta la rúbrica incluída en el final de esta guía.


Viendo el animé La melancolía de Haruhi Suzumiya me di cuenta que la melancolía de Haruhi Suzumiya no era la melancolía de los demás. Y al decir que no es la de los demás no digo que sea incorrecta o distinta a la melancolía “normal” del resto de la gente. Intento decir, simplemente, que descubrí que la melancolía de todos es una melancolía distinta. La melancolía de Andrés Vian. La melancolía de Lionel Messi. La melancolía de Vladimir Putin. O la melancolía mía, incluso. Todas esas podrían tener su propio manga, anime o novela ligera. Todas serían dignas, me refiero. Dignas si son honestas y probablemente distintas entre sí, si son honestas. Alimentadas en distintas fuentes, vividas de distintas formas y, por supuesto, con distintas maneras de enfrentarlas. (…)

Luego, a partir de eso, me di cuenta también que todos tenemos melancolía. O más bien, que una parte de nosotros es “una melancolía”. Una melancolía nuestra, digamos. La melancolía de Donald Trump. La melancolía del verdulero de la esquina. La melancolía de Bud Bunny... Y hasta la melancolía de ese Otto Wingarden, del que nos habla siempre.

¿No cree que es lindo descubrir eso?

Y claro, al igual que en el animé, ocurre finalmente que quien logra evidenciar esa melancolía es siempre un otro, aunque la melancolía sea nuestra. Eso comprendí, al menos, y ahora mismo me estoy preguntando: ¿Quién será aquel que comprenda mi melancolía, profe? ¿Sabe usted quién es el que comprende la suya?

¿No cree que sería lindo, descubrir eso?

lunes, 23 de mayo de 2022

Los nenúfares pueden ser en realidad cualquier cosa.


I.

Los nenúfares pueden ser en realidad cualquier cosa.

Cualquier cosa concreta, me refiero.

No es que importe eso en todo caso.

No es que importe qué era, en concreto, aquello que en inicio observaba Monet cuando pintó los nenúfares.

Aclaro, por cierto, que esto no es algo negativo.

De hecho, no creo que sea correcto valorar de forma alguna todo aquello.

Solo mencionaba lo anterior para confesar un par de cosas.

Cosa uno:

A veces, cuando observo las pinturas, yo mismo soy un nenúfar.

O dejo de ser yo, más bien.

O no soy nada.

Cosa dos:

Nunca tengo dos verdades, para confesar.


II.

Me encontré con la tumba de Monet casualmente, un día, caminando hacia Giverny.

Probablemente, en otra oportunidad, ya he contando algo de esa historia.

La encontré en los terrenos de una iglesia, bastante abandonada, y era más bien una tumba familiar.

Como no tenía sentido quedarse junto a una tumba, seguí caminando, aunque pensando en algo que, como no era verdad, no puedo llegar a confesar.

En cambio, puedo admitir que mencionaba lo anterior, para confesar (en cambio), dos cosas:

Cosa uno:

Únicamente en una oportunidad, he caminado hasta llegar a Giverny.

Cosa dos:

Abandoné mi corazón, en aquel lugar.

domingo, 22 de mayo de 2022

Una mancha en el piso.


Apareció una mancha en el piso.

Una mancha informe, como suelen ser las manchas.

En vez de limpiarla, sin embargo, me quedé un largo tiempo observándola.

Y como al mirarla no pensaba en nada, decidí dejarla ahí, mientras tanto.

Lo extraño es que apenas dejaba de mirarla inmediatamente pasaba a pensar en algo.

De hecho -lo confieso-, siempre estoy pensando en algo.

Cundo digo “algo”, por cierto, aclaro que se trata de un “algo” distinto, no es que siempre este pensando en un mismo “algo”.

Pero al mirar la mancha -y este es el punto-, no pensaba en absolutamente nada.

Y comprendí, de inmediato, que eso es bueno.

O que para mí, al menos, no pensar era algo bueno.

Cuando llegó mi hijo esa tarde le advertí de inmediato que no fuera a limpiarla.

Nunca limpio, me contestó. No te preocupes.

Era cierto.

De todas formas, le advertí que tampoco tratara de pisarla, pues no quería que la mancha se borrase ni se transformase en lo absoluto.

Me miró pensando que bromeaba, pero comprendió que hablaba en serio.

Y sentí que entonces me miró a mi de la misma forma en que yo observaba a la mancha.

¿No vas a preguntar nada, cierto? Le pregunté, luego de un rato.

No. Me dijo.

Poco después, preparamos juntos algo para cenar.

Algo sencillo, por supuesto.

sábado, 21 de mayo de 2022

¿Y las velas?


Dicen que el fuego que destruyó la casa del vecino se inició accidentalmente, a partir del volcamiento de unas velas. Lo dice un bombero que explica a otros vecinos lo ocurrido mientras descarta problemas con la red de alumbrado público, fugas de gas u otros factores que pudiesen alarmarnos.

Por lo mismo, más tranquilos, solo queda preguntar por el vecino, de quien ya sabíamos solo había tenido lesiones respiratorias de mediana gravedad, pero que, al menos, no habría sufrido quemaduras de importancia.

Esto mismo lo confirma el bombero, aunque señala que deben todavía no se descartan totalmente quemaduras internas, pues estas pueden incluso a llegar a ser más graves que las superficiales, si no son tratadas de forma adecuada.

Respecto a sus cuidados, por cierto, nos confirmó que se contactaron con dos parientes que se comprometieron a ocuparse de él, al menos mientras deciden cómo solucionar el problema del terreno y evalúan si es conveniente o no intentar reconstruir la casa.

-¿Y las velas? -pregunta entonces uno de los vecinos-, ¿por qué iba a tener velas encendidas?

Como nadie entiende su pregunta, decide agregar su explicación.

-Ya saben… -comenzó-. No se había cortado la luz… supongo que no estaba celebrando su cumpleaños… ¿por qué tenia que encender las velas? ¿Para qué tenía que encenderlas?

-Puede preguntárselo a él cuando lo vea -le dijo el bombero al hombre, finalmente, algo molesto por sus palabras.

El hombre asintió, y decidió callarse para no discutir innecesariamente.

Cada uno de los presentes, minutos después, regresó a lo que podríamos llamas “su espacio propio”-

Yo mismo, de hecho, entré a mi casa, y escribí estas pocas palabras.

viernes, 20 de mayo de 2022

¿Era Kamo no Chomei...?


¿Era Kamo no Chomei quien contaba los muertos a la orilla de un río? ¿Fue él quien, ante la muerte de un gran número de hombres no pudo sino refugiarse en la abstracción del número e ir contabilizando los cadáveres? Intento recordarlo, pero lo cierto es que no recuerdo bien. De igual manera, ahora mismo lo imagino así. Un hombre algo mayor. Inclinado. Con los pies en el barro. Sin sandalias. Contando uno a uno los cadáveres para determinar de forma exacta de la cantidad de muerte que había ocurrido en aquel sitio. Totalmente concentrado, digamos, para lograr aquello.

Ahora bien, ¿será correcto decir la “cantidad de muerte”? ¿Será válida esa expresión o la muerte se resistirá a volverse aún más abstracta? Cómo sea, lo cierto es que Kamo no Chomei prefirió contar a los muertos. Caminar desde su choza hasta el borde del río y contar los muertos que eran arrastrados por la corriente, quién sabe hacia dónde.

¿Habrá contado él a los muertos de la misma forma como yo enumero a aquellos que imagino cercanos? Al mismo Kamo no Chomei, por ejemplo, a Dosto o a tantos otros cuya comprensión se establece como unidad de medida invariable que de ellos me separa.

¿Era Kamo no Chomei o era yo quien contaba los muertos a la orilla de un río?

¿Cuál es realmente la distancia que nos separa de los otros y de las cosas?

jueves, 19 de mayo de 2022

No lo escuché, es cierto.


Si lo dijo antes, no lo escuché. O no sé, realmente qué ocurrió. No miento. Tal vez no le presté atención pues supuse que no me lo decía a mí. Traten de entender. Nunca nadie me dice nada a mí. Años y años y nunca nada a mí. No a mí, especialmente, me refiero. Solo me llegan mensajes comunes, que bien pudieron tener otro destinatario. Yo los recojo, por supuesto, y hasta a veces los respondo. Sigo el juego, digamos, pero sé que es juego. Supongo que todos lo hacen. O eso me parece, al menos, cuando los observo. Y claro… en medio de aquello resulta que alguien dijo realmente algo. Y ahora quieren culparme a mí porque no oí. Porque no presté atención y resulta que el mensaje aquel supuestamente me fue dirigido y ahora yo debía… ¿qué? ¿reenviárselo a ustedes? ¿Cómo se supone que yo podía saber aquello? Si ni siquiera comprendo totalmente quiénes son ustedes ni esta supuesta jerarquía que han establecido, aparentemente, sobre mí. No es que la ponga en duda, pero les pido que entiendan algo básico. Todo lo que les digo es cierto. Anónimamente cierto, como todas las certezas a las que tenemos acceso. Cierto para todos, me refiero. Hasta ahí, simplemente, es lo que sé. Si lo dijo o no lo dijo, no lo escuché. Me lo perdí. Se me pasó la vida, digamos, sin escucharlo.

miércoles, 18 de mayo de 2022

Me explicaron...


Me explicaron que mi abuelo estaba enfermo. Senil, creo que dijeron. Me explicaron que eso pasaba con la edad y que su senilidad lo hacía mirar todo de esa forma extraña que, para sorpresa de todos, yo admiraba.

Mi admiración, por cierto, se debía a que me parecía que mi abuelo, miraba todo como si cada una de las cosas, sin excepciones, estuviese viva. Todo vivo e igualmente atractivo a interesarte, como para clavar su vista en lo que fuese que pasara delante suyo.

Una vez, recuerdo, lo sacaron a un pequeño parque y, en medio de algunos árboles, pájaros y niños jugando, él decidió posar su mirada sobre un montón de piedras que estaban apiladas en un rincón, sin función alguna.

Las miraba -pensaba yo-, como si fueran larvas, o huevos que estuvieran a punto de abrirse y revelar entonces nuevos y extraños seres… Sí, era eso, miraba esas piedras como si en ellas estuviese escondida una forma de vida tan maravillosa, que bien valía la pena esperar por ella y dedicarle todo el tiempo que le quedaba de vida.

Esa misma noche, por cierto, cuando lo llevamos nuevamente a su habitación, dejé una piedra que había recogido en una repisa que tenía, junto a su cama, al alcance de su vista, y me llevé también otra, a mi cuarto, sin pensar demasiado para qué.

Años después, cuando mi abuelo murió, recuerdo haber tomado la piedra que guardé en mi habitación (la de él había desaparecido hacía tiempo), y la anduve trayendo en una de mis manos durante todo el tiempo que duró el funeral.

Ya en la noche, comencé a observarla y a comprender poco a poco en qué consistía esa forma de vida que contenía dentro.

Valía la pena, sin duda, mirarla.

martes, 17 de mayo de 2022

En el asunto de los colores.


-No sé explicar bien cómo -me dijo-, y tampoco es lo importante, pero en el asunto de los colores las cosas suceden así:

-Espera -interrumpí-, deja tomar nota.

Luego de unos segundos, continuó.

-No es lo primero que ocurre -señaló-, pero partiré diciendo que el azul se sujeta al aire y lo demás cae y se esparce por el mundo.

-¿Lo demás? -pregunté, mientras pasaba por escrito sus palabras.

-Sí, los demás colores -aclaró- Los que no se sujetan en el aire.

Esperó a que yo anotara y luego siguió.

-A veces llueve para que el azul baje también hasta la tierra y se establezca entonces un flujo entre los colores -dijo-. Gracias a ese flujo los colores se mantienen frescos… y la frescura de los colores es lo que algunos, aunque sin entender muy bien, denominan vida.

Yo hice un gesto para que hiciese otra pausa, y terminar de escribir.

Cuando lo hice, me atreví a preguntar:

-¿Y en el espacio, qué ocurre?

-¿Qué espacio? -me preguntó a su vez.

-Afuera del mundo -intenté explicar-, ¿qué es lo que ocurre con los colores fuera del mundo?

-No entiendes -me contestó-. No hay afuera del mundo.

-Pero… -insistí-, ¿desde dónde caen los colores…? Tú dijiste que el azul se sujetaba al aire y lo demás caía…

-No comprendes -volvió a decir-. Y no comprendes porque, sin saberlo, menosprecias lo que hay en ti y te es difícil, además, aceptar lo que a ti regresa…

-¿Por qué me es difícil hacer eso…? -pregunté.

-Por la misma razón que a todos -me dijo-. No te angusties. Voy a decírtelo, pero no lo escribas.

-Gracias -dije yo.

Y le hice caso.

lunes, 16 de mayo de 2022

Una momia, en un dibujo.


I.
De pequeño decía que soñaba con una momia.
Hice dibujos incluso, que todavía conservo.
No recuerdo los sueños, por cierto, pero al menos tengo los dibujos.
No son muy buenos y los trazos son poco precisos.
De todas formas, distingo las figuras.
Yo y la momia, casi siempre, frente a frente.
Eso es lo que observo, en principio, en los dibujos.

II.
Por lo que cuenta mi madre yo hablaba mucho de esos sueños.
Y hasta hice, de pequeño, alguna historia.
Los dibujos que conservo, se supone que acompañaban el relato.
No recuerdo el relato, ciertamente, pero hoy descubro algo en los dibujos.
Los observo en detalle y esto es lo que concluyo:
No se trataba de una momia, aquella historia.
Lo que está frente a mí, en los dibujos, es un hombre vendado.

III.
No es lo mismo una momia, que un hombre vendado.
Pero la memoria, a fin de cuentas, elige transformar algunas cosas.
Solo entonces, viene uno y decide dónde hurgar o se plantea para qué.
Y se pregunta, de paso, qué hay al fondo de ese pozo.
A oscuras se desciende y con cuidado.
O al menos yo me acerco de esa forma.
El que avanza de a poquito, avanza más que el que no avanza.

domingo, 15 de mayo de 2022

Los muertos no envejecen.


Los muertos no envejecen.

Se pudren, ciertamente, pero no envejecen más.

Los que envejecen son los vivos.

Los que saben que están vivos, envejecen.

Y hasta los vivos que no se sienten vivos,
envejecen por igual.


Sé que es obvio, por cierto, todo esto.

Pero todo es obvio, a fin de cuentas.

Todo lo cierto es obvio, me refiero.

Todo lo explícito.

Todo lo evidente.

Y la angustia llega hasta nosotros
cuando no nos confirmamos con lo obvio.


No es de nosotros, aclaro, esa angustia.

Llega hasta a nosotros, simplemente, y se instala ahí.

Aposándose en las grietas que se crean
cuando torcemos la mirada.

Cuando queremos descubrir el truco,
o el significado de las cosas,
hasta debajo de las piedras.


Es por eso que los muertos han dejado de buscar.

Y es por eso, claro está, que no envejecen.

Se degradan, pero no envejecen.

Se descomponen, simplemente.

Vuelven al polvo, digamos.

Para mostrarnos que hay en ellos,
nada más.


Así y todo, negamos lo evidente.

Y envejecemos olvidando
que es bueno envejecer.

Tememos decirlo, pero sabemos que es cierto.

Desde el principio y hasta el fin, 
todo es cierto 
y todo es obvio.

Son los muertos, degradados,
quienes están bajo las piedras.

sábado, 14 de mayo de 2022

Exposiciones bizarras (II)


Otra exposición artística bizarra a la que asistí estaba formada únicamente por cientos de pantallas y monitores dispuestos en una gran sala, abarcando todas sus paredes, como si se tratase de un gran cuarto de vigilancia. Cada una de esas pantallas, por cierto, reproducía en vivo a uno o varios sujetos, en distintas partes del mundo, que estaba realizando un trabajo que -según se explicaba en un documento que te entregaban al entrar a la exposición-, podía considerarse inútil.

La explicación de esa inutilidad, por cierto, estaba dada a partir de una descripción en la que se señalaba que la supresión de ese trabajo no afectaba de forma alguna a las distintas acciones que se realizaban en la comunidad a ala que pertenecían, y no producían, por lo mismo, cambio alguno.

Así, si bien no había descripciones detalladas de cada trabajo en sí, la mayoría de la gente en la exposición intentaba dilucidar en qué consistían justamente esos trabajos, que parecían habituales a simple vista, pero que -suponían todos-, debían revelar esa anunciada inutilidad, si uno los descifraba correctamente.

En lo personal, recorrí esa exposición sin intentar descubrir los trabajos realizados en cada pantalla, sino más bien, observando a los sujetos que los realizaban.

Extrañamente, mientras lo hacía, logré apreciar que alguno de esos sujetos miraba brevemente hacia la cámara, antes de seguir con sus labores.

De todo aquello, sin embargo, no saqué, conclusión alguna.

viernes, 13 de mayo de 2022

Exposiciones bizarras (I).


Dentro de las exposiciones artísticas bizarras que he ido, una de las más extrañas fue la de un escultor búlgaro que creaba sus obras en base a chicles ya masticados, extraídos -según se explicaba en las reseñas-, de distintos lugares públicos en que las personas solían dejarlos adheridos.

Las obras creadas de esta forma, si bien en su mayoría no buscaban ser figurativas, guardaban cierta similitud con formas naturales vegetales, por lo que transmitían, según los expertos, cierta “esencia primigenia natural”, como si una fuerza viva primitiva buscase adaptarse a los tiempos actuales y sobrevivir, de alguna forma, en ellos.

Por otro lado, según el discurso del autor, los chicles cargaban con cierta “aura” de quienes los habían consumido, y sobre todo de las palabras que dichos consumidores habían pronunciado mientras masticaban esos chicles, y que, supuestamente, quedaban también vinculadas con aquellos residuos, que contenían también un vínculo significante con una gran cantidad sujetos anónimos, cuyas emociones estaban también reflejadas en sus obras.

Al salir de aquella exposición, por cierto, te invitaban a consumir algunos chicles, que estaban dispuestos en bandejas a modo de cóctel, luego de lo cual solicitaban pegarlo junto a otros en una gran obra colectiva se estaba creando, como una gran y última escultura, junto a la salida del recinto.

En lo personal -más allá de cierto rechazo natural a hacerlo por cuestiones de higiene-, debo reconocer que no quise ser parte de aquello, pues sentí que la verdadera transgresión que podía ser hecha con el chicle, era justamente terminar su ciclo. Romper su órbita, digamos. Y me lo tragué.

jueves, 12 de mayo de 2022

Por donde vino, se fue.


Ya ni sé por qué me complico, me dijo. Si se entiende lo que digo está bien y de paso, se agradece. Si no se entiende es algo que afecta poco. Poco y cada vez menos, si soy sincero, aunque no diré que no afecta. No todavía, pero hacia allá vamos.

Como yo no comenté de forma alguna sus palabras, él siguió.

Uno se centra en eso, por supuesto. En la supuesta comprensión que intentamos en el otro. Y buscamos palabras y participamos entonces de un extraño juego que no gira más allá de nosotros mismos. Nunca para el otro, aunque nos mintamos. Nadie gana, por cierto, en ese juego. Usted también debe haberlo jugado, yo creo. A lo mejor hasta lo juega todavía, pero quién sabe.

Decidí seguir sin intervenir y simplemente dejarlo terminar.

¿Sabía usted que Platón nunca definió el concepto de idea? Su concepto más trascendente y esencial y no intentó siquiera definirlo. Lo rodeó, por supuesto y su discurso giró en torno a él como si fuese un satélite. Pero no dijo qué era, la idea. ¿Para qué entonces nos vamos a complicar nosotros, si nuestro discurso es infinitamente más pequeño y egoísta? ¿Podría usted decirme para qué?

Y claro, como apeló directamente en ese instante, barajé la opción de responderle, Finalmente, sin embargo, me mantuve en silencio, observándolo, hasta que él -por donde vino-, se fue.

miércoles, 11 de mayo de 2022

Crie un saltamontes (canción canadiense, traducción)


Crie un saltamontes durante un par de meses.
Con paciencia y cuidado, lo crie.
Con trocitos de hierba, granos de trigo y terrones de azúcar.

No sé si era así cómo había que hacerlo,
pero así es cómo crie aquel saltamontes.


Nunca se quiso arrancar, o nunca lo intentó, al menos.
Pasaba el día entre mis libros, sin mucho caminar.
Sobre todo en aquellos que dejaba abiertos.

No sé si leía cuando paseaba entre las letras,
pero así es como crie aquel saltamontes.


Coro:

Lo extraño de aquello es que cambió sus costumbres.
Y lo triste, sin duda, es que dejó de saltar.
Yo creo que hasta olvidó que era, él mismo, un saltamontes.
Crie un saltamontes hasta que dejo de saltar.


Crie un saltamontes durante un par de meses.
Pero olvidó entre otras cosas que podía saltar.
Y yo podía enseñarle otras cosas, sin duda, menos aquello.

No sé realmente si intentaba saltar cuando no saltaba,
pero así es como crie aquel saltamontes.


De pronto un día el saltamontes murió.
O no sé bien qué le ocurrió.
Puede que incluso se convirtiera en langosta.

No sé entonces si se fue o pasó a ser parte una plaga,
Pero así es cómo crie aquel saltamontes.


Coro:

Lo extraño de aquello es que cambió sus costumbres.
Y lo triste, sin duda, es que dejó de saltar.
Yo creo que hasta olvidó que era, él mismo, un saltamontes.
Crie un saltamontes hasta que dejo de saltar.

martes, 10 de mayo de 2022

Un capítulo faltante.


Estoy seguro que esa novela tenía otro capítulo. No digo al fina ni al comienzo, pero estoy seguro que en algún momento le sacaron algo. No por gusto. O no lo sé. De todas formas, no intento aquí acusar a nadie. Por lo mismo, me inclino más a pensar que fue un descuido. Un error de edición, digamos. Una falla cuya consecuencia es aparentemente leve. Digo esto porque al menos la historia se entiende bien. Hay vacíos, por supuesto, pero siempre pequeños y comprensibles de igual forma. Por lo mismo, cuando he intentado explicar lo que percibo en esta novela me miran como si yo estuviese mal. Como si siempre esperase encontrar algo más que la simple historia. O como si el capítulo faltante, a fin de cuentas, estuviese siempre en mí y yo culpase entonces a la novela, para no aceptar mi propia falta. Yo escucho, por supuesto, aquello que dicen. Y sé que en parte es cierto, aunque solo el vacío, no la intención de no aceptar ese vacío o alguna falta. En ese sentido diría más bien que los otros temen reconocer que no perciben el capítulo faltante. Que viven como si todo estuviese completo para no tener que buscar. Para no quedarse con sensaciones que les revelen algo que probablemente no quieran escuchar. Y claro, es entonces cuando pienso que tal vez son ellos, secretamente, quienes sacaron el capítulo. Quienes lo destruyeron o escondieron en algún sitio para que su propio argumento resultase consistente. De todas formas, como decía en un inicio, no quiero aquí acusar a nadie. Solo afirmo que esa novela tenía otro capítulo. Y que, si no está, hay que escribirlo de una buena vez y agregárselo. Solo entonces, a fin de cuentas, tendremos la opción de conocer su verdadero significado. Y decidir, finalmente, qué hacemos con todo aquello.

lunes, 9 de mayo de 2022

Lo que (no) hubo antes.


¿Ves esa montaña?

Pues donde está esa montaña
antes no hubo una montaña.

De ese antes
vine a hablarte.

Desde ese antes vacío
en que ni tú ni yo
ni nadie, en realidad,
quiso hablar nunca.

De ese antes vine a hablarte.


¿Ves tus manos?

¿Sientes tus manos?

Pues donde están tus manos
bien sabes que pudieron no estar.

No estar o no ser sentidas.

O pudiste tú incluso no estar
para poder sentirlas.

No ser sino como ese antes.

Como ese antes que es parte del vacío.

Parte del vacío del que nadie,
por cierto,
quiso hablar.


¿Ves mis ojos?

¿Ves mis ojos que te ven?

Pues bien pudieron no verse
unos en los otros.

Sumidos en lo oscuro
bien pudieron no verse.

Enredados en el antes,
que también es negro,
como en un gran babel oscuro.

Así pudieron perderse nuestros ojos.

Ojos de los que nadie, tampoco,
quiso nunca hablar.


¿Ves esa montaña?

¿Ves tus manos?

¿Ves mis ojos que te ven?

¡Ni Dios aspiró a tanto…!

El antes en que no supimos ser
o no quisimos
sigue siempre agazapado.

En el río oscuro del antes,
flotaba un cuerpo
que era arrastrado por la corriente.

Tú gritaste diciendo que era un hijo.

¡Un hijo de alguien!, dijiste.

Todo muerto es hijo de alguien.

Pero no hubo ya montaña, ni manos, ni ojos…

¡Ni Dios hubo…!

Nadie que acogiera tu grito.

Pues de eso que no hubo, vine a hablarte.

Del antes ese,
en que no supimos ser.

domingo, 8 de mayo de 2022

Lo que más llamó su atención.


Lo que más llamó su atención fue que la habitación tenía un interruptor para prender la luz, que funcionaba en varias fases. Fases que regulaban la intensidad de la luz, me refiero.

Ya debía conocer algunos que se ajustaban manualmente, pero supongo que este llamó su atención pues era igual a un interruptor común, solo que luego de apretarlo descubrías que podías hacerlo nuevamente y la luz se intensificaba un poco.

-Es como si prendieras la luz luego de ya haberla encendido -comentó, entusiasmada, aquella vez.

Se quedó ahí, entonces, junto al interruptor, y llegó a dar incluso un pequeño grito de alegría cuando descubrió un tercer nivel de luz, y luego un cuarto.

Recuerdo que la luz llegaba a ser molesta en ese nivel, pero ella lo dejó de esa forma, mientras seguía observando el interruptor (más incluso que a la misma luz) maravillada con todo aquello.

Ella, por cierto, era una famosa cantante islandesa que visitaba el país, y la habitación en que estaba ese interruptor era una pequeña sala que se ubicaba cerca del escenario, en la que, de vez en cuando, se realizaban algunas entrevistas.

Yo trabajaba ahí en ese entonces, cuando había recitales, y aunque vi muchas personas y artistas célebres en el lugar, ese es el único recuerdo que guardo de ese tiempo.

Cuando se fue de la sala, aquella vez, recuerdo que posó su mano en el interruptor, para apagar la luz, pero finalmente no lo hizo.

Tal vez la entristecía pensar la forma en que debían apagarse… o no lo sé.

sábado, 7 de mayo de 2022

Discutimos por tonteras.


Discutimos por tonteras. Por ejemplo, discutimos porque la piscina está vacía. De hecho, la discusión es todavía más absurda, porque discutimos porque la piscina está vacía desde el interior vacío de la misma piscina. Es decir, siendo nosotros mismos, quienes discutimos, elementos al interior de la piscina que hacen imposible que la piscina esté verdaderamente vacía. Aunque decir falsamente vacía, sea un despropósito en el que no quiero ahondar.

El punto aquí es que discutimos. No “qué discutimos”, sino “que discutimos”. Y discutimos anulándonos a nosotros mismos pues descontamos nuestra presencia al interior de la piscina vacía y nos advertimos mutuamente que ese no ha de ser un argumento para invalidad el asunto mismo de nuestra discusión. Asimismo, descontamos también decir que el aire que contiene la llena de algún modo. E otras palabras, acordamos entender que la piscina está vacía cuando carece de aquello que, estando en ella, vuelve plena su existencia, o posibilita su función esencial. Es decir, acordamos que la piscina está vacía cuando carece de agua. Y luego discutimos, sin más.

La discusión, como podrán apreciar, es sobre una tontera y es una tontera en sí misma, por añadidura. Quienes discutimos lo sabemos, pero discutimos igual. Yo defiendo la postura que dice que la piscina vacía no es piscina y es, digamos, otro tipo de estructura, pues lo que volvería piscina a la piscina es justamente el agua que contiene y no el vacío en el que dicha agua podría reposar. Y quien discute conmigo (contra mí, en realidad) opina, por supuesto, exactamente lo contrario.

Tras una hora de discutir, al interior de aquella estructura vacía, no resolvemos absolutamente nada. Y como se vuelve pesado, además de evidente, el hecho de que es una tontera aquello por lo que discutimos, decidimos salir de aquel lugar.

-Salga de aquí usted primero -le digo entonces, cortésmente, a mi interlocutor.

Solo entonces, me percató que brota un pequeño hilo de sangre, desde su frente, mientras me dice lo siguiente:

viernes, 6 de mayo de 2022

Quería escribir algo sobre el mundo de las ratas.


Quería escribir algo sobre el mundo de las ratas. De las profundidades del mundo de las ratas. De la oscuridad de ese mundo. De las intrincadas y húmedas conexiones de ese mundo. Escribir algo del mundo de las ratas, en definitiva, para no hablar derechamente de las ratas, desde mi mundo, que ya es cosa más que hablada. Es decir, no se solo escribir del mundo de las ratas, sino intentar el desde el mundo de las ratas. Eso es lo que quería.

No pude, por supuesto. No lo logré. No tengo acceso al mundo de las ratas. Y cómo sé que no tengo acceso a ese mundo no solo sé que no soy una rata, sino que también sé, por extensión, que soy un hombre. Digo esto porque el ser consciente del mundo de las ratas y se consciente además de no pertenecer a ese mundo me hace inmediatamente ser un hombre (o descubrir que ya lo era, más bien). Y es que desconozco otro animal o ser que sea consciente de no pertenecer al mundo ese del que quería hablar y que no sea un hombre. Eso lo sé, por supuesto, desde el mundo de los hombres. Desde el mundo de los hombres, por cierto, desde el que no quiero escribir más.

jueves, 5 de mayo de 2022

El accidente fue grave.


El accidente fue grave, es cierto. O muy grave, si se quiere. Pero lo que destaco aquí es que todo salió bien. Me refiero a que luego de todas las operaciones, tratamientos y tiempos de recuperación, indudablemente quedó bien. O al menos igual que antes. Eso es lo importante, creo yo. Que el accidente haya sido eso, me refiero, solo un accidente. Algo que pasa y que luego se deja atrás. Algo que no te aleja de ser quien ya venías siendo. Eso es lo que pienso.

Hablo con él, sin embargo, y parece decepcionado. Eso me preocupa. No me entrega claramente sus razones, pero es como si no le gustara volver a ser el de antes. De hecho, si bien sé que todo fue un accidente, a veces pienso que había puesto esperanzas en él. Que el accidentado tenía esperanzas en el accidente, me refiero. Para mí es absurdo, por supuesto, pero intento comprender… ¿Qué hay de malo, después de todo, en seguir igual que antes?

Nos juntamos a conversar y casi siempre aparece el tema del accidente. Nos entrampa, digamos. Discutimos largamente sobre aquello y terminamos siempre con las mismas palabras. No necesitamos un accidente, le digo, en esas ocasiones. Intento ser tajante en aquello y decirle cosas por su bien, a fin de cuentas, porque lo veo complicado. No obstante, lo cierto es que ni yo mismo entiendo bien qué es lo que le digo, y hasta a veces sospecho que puede tener razón. Disimulo mis sospechas, por supuesto, pero eso es lo que ocurre. Ya ni siquiera sé si es accidente fue grave, finalmente. Ni qué es, a ciencia exacta, un accidente.

miércoles, 4 de mayo de 2022

Los tres Sergei (canción tradicional rusa)


Se juntaron en un bar,
tres hombres que ya no existen
todos de nombre Sergei.

Uno pidió una botella de vodka
el segundo un vaso de vidrio
y el tercero también.

El primer Sergei había leído a Dostoievski
el segundo a Tolstoi
y el otro creía en Chejov.


Coro:
¿Quién los escuchó aquella noche?
¿Es cierto que no tenían de qué hablar?
¿Quién pagará, al final de la noche,
la botella de vodka?


Ningún Sergei a primera vista
era más triste o alegre que el otro:
dichoso el que ve solo por primera vez.

Si uno descendía de un zar,
o si otro era hijo de un preso
fueron cosas que no importaron.

Por eso un Sergei hizo un brindis
y pidió otra botella de vodka,
mientras el vidrio de un vaso se trizó.


Coro:
¿Quién los escuchó aquella noche?
¿Es cierto que no tenían de qué hablar?
¿Quién pagará, al final de la noche,
las dos botellas de vodka?


Como seguían ahí y ya amanecía
el dueño del bar (que leía a Maiakovski)
los invitó a salir.

Pero los tres Sergeis no lo escucharon
o fingieron no hacerlo
y pidieron incluso, otra botella de vodka.

Al terminar no hubo culpa ni disculpa,
solo tres botellas y tres vasos
y tres más que hasta sus nombres confundían.


Coro:
¿Quién los escuchó aquella noche?
¿Es cierto que no tenían de qué hablar?
¿Quién pagó, al final de la noche,
las tres botellas de vodka? (x2)


Pues yo no sé de Maiakovski,
tampoco de Chejov, Tolstoi ni Dostoievski
pero sé que pagará Sergei.

martes, 3 de mayo de 2022

No creas todo lo que dicen.


No creas todo lo que dicen.

Lo que dicen es tan tieso como un muerto.

Frío y tieso, más bien.

Por ejemplo, hoy descubrí que hay distintos tamaños de semillas de mostaza.

Puede parecer poco importante, pero lo cierto es que, por años, había escuchado que solo había semillas pequeñas, y ya ves.

Y es que hoy, encontré unas del tamaño de unos puños.

Tan grandes que ni siquiera parecían semillas.

No podían esconderse.

Tampoco podían plantarse, sin más, en cualquier sitio.

Ya ves como todos mienten.


No creas todo lo que dicen.

Hoy mismo, por ejemplo… escuché a hombres hablando del mundo.

De la pestilencia del mundo.

De la belleza del mundo.

Y hasta del fin inminente del mundo.

¡Todo en un mismo día!

Todo en un sector de no más de siete calles.

Y claro... uno camina entre ellos como si no fuese importante.

Como si cualquiera pudiese abandonar sus creencias en medio de la calle.

Ya ves como todos mienten.


No creas todo lo que dicen.

Eso fue lo que pensé entonces.

Y como llevaba las semillas de mostaza, y como estas parecían puños,
golpee con ellas a los dos que mentían, al hablar del mundo.

Al otro, en cambio,
le escondí una semilla en su bolso, sin que se percatase.

Y luego simplemente me fui del lugar,
con las manos vacías.

lunes, 2 de mayo de 2022

Buena es la oscuridad para dormir.


Buena es la oscuridad para dormir.

Pero dormir, sin embargo, no es necesariamente bueno.

Necesario sí, pero no todo lo necesario es bueno.

Eso es algo que aprendí poco después, de que fuese demasiado tarde.


Durante seis meses, ente tanto, dormí con la luz encendida.

Debido a eso, un doctor me habló de la pituitaria, pero no escuché.

Y es que escuchar no necesariamente es bueno, le dije aquella vez.

Y entonces él exigió argumentos que, por mi parte, preferí no entregarle.


Seguí durmiendo con luz, luego de eso, para espantar los sueños.

En parte, porque aprendí que la luz oculta los sueños, en medio de la noche.

Escribí incluso esa frase, aquella vez, y le agregué un complemento:

De la misma forma en que la oscuridad no deja ver el mundo, en la vigilia.


Así y todo, podía aceptar ciertas cosas (contrarias) como ciertas.

Y solo me convencía a mí, con mis palabras.

Por eso, supongo, a los muertos los dejan bajo tierra, me decía.

Y seguía entonces construyendo con mis restos, mi propio aprendizaje.


Lo anterior, aclaro, lo digo sin orgullo de por medio.

Y es que estoy seguro, por supuesto, que usted también aprende cosas.

Qué oscurecer, qué iluminar y otro sinfín de aprendizajes...

Ojalá al menos, en su caso, todavía sea tiempo.

domingo, 1 de mayo de 2022

Una cosa lleva a la otra.


-Y entonces, ¿cómo decirlo…? Pues supongo que una cosa, simplemente, llevó a la otra.

-¿Una cosa llevó a la otra?

-Exacto. Eso dije. Una cosa llevó a la otra.

-¿Y eso qué quiere decir, en este caso?

-Lo que dice, supongo, nada más… que entre montones de cosas algunas se llaman y de vez en cuando alguna responde ese llamado y va entonces hacia otra… cosas o personas, en este caso poco importa… usted debiese comprender, al menos…

-No he dicho que no comprenda, pero las palabras…

-Las palabras también funcionan así… unas llevan a otras, ¿no crees?

-No sé si creo… O si quiero creer… ¿No ves que todo es muy azaroso de esa forma, muy falto de sentido, muy vacío…?

-No, no es eso… O no es ese vacío, más bien… entre las cosas digamos que hay un vacío distinto… todo se sostiene de un vacío distinto… Y no es tan terrible, a fin de cuentas…

-No te entiendo.

-No vas a querer entender, aunque entiendas… Para entender tienes que partir por reconocer que no estamos vacíos… o no de la forma que crees, al menos…

-¿Y de qué forma entonces?

-Llenos de nada, tal vez… Recogemos los vacíos y los metemos en el nuestro y así nos llenamos de nada mientras las cosas del mundo acortan distancias… mientras las palabras incluso parecen unirse…

-¿Y entonces?

-Entonces buscas en medio de esa nada el final de la historia, y ya está… dejas que una cosa lleve a la otra y no le das más vueltas.

-¿Y el final, entonces?

-Al final es siempre lo mismo… nadie debe culparse si al final no pudo querer la vida… o si quiso la vida equivocada…

-¿Y es entonces cuando una cosa lleva a la otra, simplemente…?

-Sí, es entonces... Pero ese entonces es siempre y tú lo sabes.

-No sé si lo sé.

-Lo sabes. No te engañes.

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