viernes, 30 de junio de 2023

La tragedia de no encontrar.


La tragedia de no encontrar.

Da lo mismo qué.

Un niño enfermo.

Un lugar para caer.

Una pipa de madera.

Un nombre propio que se le cayó a alguien.

¡Cuánto descuido…!

Como dije esto en voz alta me escuchó una mujer.

Vestía ropas oscuras y tenía el pelo tomado.

Nos saludamos con un gesto.

Ella se acercó.

Se presentó y me dijo que era viuda.

Entonces, le pregunté a la viuda por el muerto, pero resultó que ella poco recordaba.

La tragedia de no encontrar, le dije.

¿De no encontrar qué?, me preguntó.

De no encontrar eso justamente, le aclaré, de no encontrar lo que usted ha dicho. De no encontrar qué.

Ella no me contestó.

Como no se iba de mi lado sentí que debía decirle algo más.

Fui directo al grano:

Yo no soy el que cree, le dije.

Igual no me complica lo que usted crea, pero quería aclarárselo.

Gracias, me dijo, luego de un rato.

Poco después, tras unos minutos de silencio, se disculpó diciendo que tenía algo que hacer.

Nos despedimos con un gesto.

Un movimiento mínimo, digamos.

Ella se fue.

Caminaba lento y parecía, por sus movimientos, que buscaba algo.

La tragedia de no encontrar, pensé.

Da lo mismo qué, pero encontrar.

Ese es el origen de lo trágico.

jueves, 29 de junio de 2023

Me entretengo con un cangrejo.


I.

Me entretengo con un cangrejo.

Rojo, pequeño… común.

Lo nombré Agustín.

Hice una pequeña ceremonia para aquello.

Como venía del agua lo bauticé con aire.

Yo mismo lo soplé y le dije:

Desde ahora te llamas Agustín.

El cangrejo me miró cuando le puse el nombre.

Se quedó quieto y me miró.

No sé si le gustó, pero al menos no se opuso.


II.

Lo había encontrado entre unas rocas, unas pocas horas atrás.

Cuando digo atrás, me refiero a antes de haberlo bautizado.

Es extraño como se organiza todo al tratar de escribirlo.

Como todo suena extraño.

Puedes mentir incluso, y no se nota.


III.

No existen muchas formas de entretenerse con un cangrejo.

No si lo respetamos, al menos.

Por eso, debo confesar que la entretención con Agustín fue bastante escasa.

Y es que, luego de ponerle el nombre, no me permití hacer con él mucho más.

De hecho, lo dejé junto a la roca en que lo encontré y me dediqué a observarlo.

Eres libre, Agustín, le dije.

Pero la libertad de Agustín no me entretenía mayormente.


IV.

Comenzaba a oscurecer cuando subió la marea.

Y el agua llegó hasta donde estaba Agustín.

Poco después me fijé que el agua se lo había llevado hasta otro sitio.

Lo habrá llevado el agua o se habrá dejado llevar, me pregunté.

Como no supe responderme decidí regresar a casa.

No tenía apuro.

miércoles, 28 de junio de 2023

Cuervos en el maizal.


Ella dijo que había cuervos en el maizal.

-¿Qué maizal? -pregunté, a medio despertar.

Ella no contestó.

-¿Y qué cuervos? -agregué, mientras me volteaba para mirarla.

Ella seguía dormida.

Cerca del maizal, supongo, dormía.

Se veía tranquila.

Volví a voltearme e intentar dormir.

Como no lograba hacerlo me levanté.

Fui a la cocina.

Me preparé un té con leche.

No amanecía, pero ya casi.

Se escuchaban, afuera, algunos pájaros.

No cuervos, por supuesto, pero pájaros.

Todavía estaba oscuro, eso sí.

Debe existir una luz distinta que despierta a los pájaros, me dije.

Una luz antes del amanecer, me refiero.

Una luz previa… o una especie de anuncio de luz, que solo perciben los pájaros.

Me terminé el té con leche.

Fue entonces que el primero de los pájaros se estrelló contra una ventana.

No comprendí qué había sido, en un inicio, pero luego del segundo y del tercero no me quedaron dudas.

Son pájaros, me dije.

Tras acercarme a mirar y ver uno que se había caído, tras el golpe, confirmé que no eran cuervos.

Se trataba de pájaros que habitualmente rondaban por el lugar.

No sé por qué, pero eso me tranquilizó un poco.

Además, desde que confirmé aquello, no debe haber habido muchos golpes más.

Uno o dos, tal vez.

Todo había vuelto a estar en calma.

Ninguna ventana se trizó.

Los pájaros que se golpearon se recuperaron y siguieron volando.

Comenzó a amanecer.

Volví a la cama.

Ella murmuró algo cuando me acosté, pero no entendí bien qué.

Cerré los ojos.

Intenté no pensar en nada.

Dormí tranquilo hasta casi el mediodía.

martes, 27 de junio de 2023

Uno de cada tres postes.


I.

Uno de cada tres postes existe de más.

Lo ponen por seguridad, me explican, pero en el fondo es innecesario.

Es igual a los otros, sin embargo, y no tiene marca alguna.

Ese poste, por cierto, siempre está en medio de dos postes verdaderos.


II.

Desde que me contaron aquello de los postes, no he dejado de mirarlos.

Me paseo entre ellos.

Hago cálculos.

Los toco.

Ante todo, me sorprende la falta de diferencias.

Cualquiera diría que son todos necesarios, me digo.

Pero sé que no.


III.

Busco soluciones.

Por ejemplo, escribo en un papel:

“Si los postes sufrieran algo así como la peste negra.

Y murieran, debido a ella, uno de cada tres postes.

Nada aseguraría que los innecesarios fuesen las víctimas.

Y todo sería incluso un poco más complejo”.

Eso es lo que escribo.


IV.

Ya ven.

Así no más es la cosa, con los postes.

Nadie nos informa oficialmente de aquello, me refiero, pero es así.

Al menos, puede que sea mejor para ellos, vivir sin conocerlo.

Mejor para los postes, me refiero, no dudar sobre sí mismos.

Menos triste, tal vez, aunque no sé si esa forma pueda llamarse justa.

De todas formas, tampoco sé si a alguien pueda interesarle.

lunes, 26 de junio de 2023

Mi cabeza en una bolsa.


Soñé que llevaba mi propia cabeza en una bolsa.

Era una bolsa de tela, gris oscuro.

Una cabeza cortada, por cierto, no una cabeza viva.

Había sangre reseca en la bolsa, pero no goteaba.

Yo caminaba, cansado, mientras avanzaba por el lugar.

Era de noche, pero no estaba tan oscuro.

Iba por un camino estrecho, con pronunciadas pendientes.

A ambos lados del camino había selva.

Vegetación tan densa que no hubieses podido adentrarte en ella, de intentarlo.

Yo no lo intenté, por supuesto.

Caminaba a buen ritmo, pero sin prisa.

Sabía que se trataba de un trayecto largo, y que no convenía pensar todavía en el lugar al que pretendía llegar.

Poco después, hice una pequeña pausa.

Me dolían los hombros y las piernas, y tenía pegada la ropa a mi cuerpo de tanto transpirar.

Se oía ruido, a veces, desde algún costado del camino.

Yo estaba preocupado por proteger la bolsa.

Pensaba que tal vez un animal podía aparecer y arrebatármela.

Poco después, descubrí que venían unos cuerpos en la dirección contraria.

Eran dos turistas japoneses, que se acercaban.

Cuando estuvieron junto a mí me pidieron que les tomara alguna foto.

Solo con gestos lo pidieron.

Me entregaron una cámara.

Era una cámara digital, pero que se usaba manualmente.

Yo enfoqué y tomé una foto.

Luego les dije que se retrasaran unos pasos.

Que apoyasen sus espaldas en la selva, para que la imagen fuese mejor.

Ellos me hicieron caso.

Uno gritó antes que sonara el clic.

El otro no alcanzó siquiera a gritar.

Dejé entonces la cámara en el camino y seguí andando.

La bolsa parecía más pesada.

Solo debía avanzar.

domingo, 25 de junio de 2023

No le crean.


No le crean.

Recuerden siempre que es un asesino.

Anda por ahí diciendo cosas, pero no le crean.

Solo quiere justificarse, a fin de cuentas.

Confundirlos.

Les advierto de igual forma que las cosas que dice suenan bien.

Suena lógico, digamos, si se dejan confundir.

De hecho, por eso es que les advierto.

Por eso y porque me preocupo de ustedes, de vez en vez.

Dicho esto, paso a señalarles también un par de cosas.

Una de ellas es tan extraña que la diré sin más:

El asesino ese se calzó mi rostro.

Puede sonar absurdo, pero es cierto.

Además, por si fuera poco, también tomó prestadas mi voz y mis palabras.

No es que yo se las prestara, claro está, es solo una forma de decir.

Yo lo detesto, sin duda.

Se los aclaro desde ya.

Lo detesto tanto como ustedes debiesen detestarlo.

Por si fuera poco, como es tan cara dura, me han dicho que lanza acusaciones contra sí mismo.

No suena mal, pero el problema es que se acusa a sí mismo jugando a que soy yo.

No le crean, les repito.

No se detengan, siquiera, si lo ven.

No se acerquen.

Muerde como un perro, con mis dientes.

Muerde hasta quitar la vida.

Y se va, de pronto, sin aclarar que es lo que realmente te quitó.

Y sin dar, aunque insistas, mayores explicaciones.

sábado, 24 de junio de 2023

Por costumbre.


No saben bien.

Ni ellos ni nosotros.

No sabemos, me corrijo.

O sabemos más bien de una forma básica.

Intuitiva, si quieren.

Así sabemos, en principio: nos reunimos y observamos.

Y a veces, después de tanta observación, lanzamos una frase para demostrar que comprendemos.

El mundo es redondo como el mundo, decimos.

Y claro, otros escuchan lo que decimos y luego se lo apropian.

No con mala intención, no estoy aquí acusando a nadie.

Es solo el deseo de comprender, a fin de cuentas.

Y de demostrar esa comprensión al otro.

Así, las cosas, van tomando poco a poco la edad de quien las mira.

Su rostro.

Su nombre, a veces.

Su falta de espíritu, incluso.

Por eso no sabemos.

Porque nos acercamos mal.

Porque abrazamos para no caer, por lo que en el fondo no abrazamos.

Nos aferramos apenas. Nos sujetamos.

Flotamos en la marea agarrados a lo primero que pillamos.

Esto será lo que nos salve, decimos.

Ya gradecemos mal, desde entonces.

Agradecemos a las cosas, me refiero.

A las cosas que estuvieron ahí, para aferrarnos.

Y }claro... salimos de esta forma del aprieto.

Y volvemos luego a reunirnos y observar.

Alguien dirá entonces: el mundo es redondo, como el mundo.

Y yo tendré que disculparlos, nuevamente.

No los tengan en cuenta, diré.

Le llaman mundo, ellos, por costumbre.

viernes, 23 de junio de 2023

Medio hijo o poco más dio a luz mi madre.


I.

Medio hijo o poco más dio a luz mi madre.

Y de eso, hace tiempo ya.

Lo otro que dio a luz fueron restos.

Piezas sobrantes.

Partes sin pegar.

Accesorios, digamos, que se vendían por separado.

Lamentablemente, nadie guardó esas partes.

De hecho, nadie tampoco las nombró.

Yo las recuerdo porque las extraño, nada más.

Porque faltaron desde entonces, digamos.

Y ya no fabrican repuestos.


II.

Medio hijo o poco más dio a luz mi madre.

Y como media madre era en verdad mi madre, yo la reconocía como tal.

Me enseñó a rezar a medio Dios, por las noches.

Y yo me dediqué a medio dormir y a medio despertar.

Nadie dijo si eso estaba bien, y poco hubiese importado.

Así es como ocurrió, simplemente.

Lo admito:

No existe nadie a quien pueda culpar.


III.

Medio hijo o poco menos fue extraviado por mi madre.

Al momento de nacer, probablemente, y luego nadie intentó buscar.

Únicamente me contaron los dedos y dijeron que todo estaba bien.

Y que existía yo dentro de los límites de lo normal.

No cuestiono sus palabras, por supuesto, pero los cuestiono a ellos.

No los condeno, en todo caso, solo los cuestiono.

Y quien no reconozca esa diferencia, puede volver a empezar.

jueves, 22 de junio de 2023

De una oscuridad a otra.


De una oscuridad a otra.

Y entre ambas no sé bien qué decirte.

Agua caliente y agua helada, tal vez.

Y un cambio drástico, como ocurría con Ranma.

-¿De qué mierda hablas? -me interrumpe alguien.

No reconozco la voz.

Tal vez sea tuya.

Y como no tengo por qué explicarte sigo simplemente con lo mío.

De una oscuridad a otra, retomo.

Y entre ambas admito que no sé bien qué hay.

Como voy descalzo reconozco piedra, debajo.

No piedras, sino piedra.

Un piso de piedra, más bien.

Relativamente parejo.

Helado.

Hecho por alguien que no soy yo.

No lo observo porque nada observo.

Y porque lo prefiero así, por cierto.

No observado.

-No lo prefieres -dices entonces, interrumpiendo desde un extremo-. Dices eso únicamente para no decir otra cosa.

Probablemente sea cierto, admito.

Siempre que hablamos elegimos no decir otra cosa.

Ya sabes…

Desde una oscuridad a otra es que hablamos.

Y las palabras huyen de nosotros como cucarachas que se alejan de la luz.

Por otro lado, cuando son honestas, las palabras caen como vasos y se quiebran en el piso.

No sé muy bien si se trata o no de una mejor opción.

Nunca he sabido que contienen esos vasos.

miércoles, 21 de junio de 2023

El accidente de F.


Hace pocos días supe del accidente de F.

No en detalle, pero lo suficiente para entender que fue bastante grave.

Por lo mismo, antes de llamarla o de ir a verla preferí preguntar.

Al final resultó que había sido un accidente cardiovascular.

Una trombosis, me dijeron, y un grave derrame cerebral que la habría dejado con algunas secuelas.

Para saber un poco más me dijeron que hablara con C.

Al parecer C. estaba viviendo con F. para cuando ocurrió el accidente.

Y seguía con ella, por supuesto, luego del derrame.

Lo llamé y hablamos un buen rato.

No tenía el tono habitual, pero pensé que era comprensible pues nunca habíamos hablado de algún tema serio

Luego de los saludos correspondientes y de entender un poco más la situación le pregunté directamente por F.

-¿Y volvió a ser quién era luego del derrame?

C. guardó silencio un rato y luego contestó secamente.

-Nunca dejó de serlo.

Yo, por supuesto, no tenía intención de incomodar, así que traté de explicarme.

-Pero el derrame…

-Digamos que se derramó sobre sí misma -me interrumpió C., con tono molesto-, nada de ella cayó al piso, nada se perdió… solo se reacomodó de otra forma, digamos…

-Entiendo -dije.

-No es cierto -dijo C.-, no entiendes una mierda.

Pensé en responderle, pero al final acepté que era cierto.

De todas formas, debo reconocer que C. intentó luego ser más amable.

-Igual no es culpa tuya -me dijo-. No es culpa tuya lo de no entender… Solo te pido que no hables más de F.

-De acuerdo -le dije, aunque sin entender sus razones.

No sabía que más agregar.

Él tampoco.

Hubiese querido preguntarle si podía ver a F., pero comprendí que sería imposible.

Justo entonces hubo un pequeño temblor, que hizo vibrar las cosas en mi departamento.

-¿Lo sentiste? -le pregunté a C.-, ¿sentiste el temblor?

-¿Cuál temblor? -preguntó C.

La comunicación se cortó.

martes, 20 de junio de 2023

El maletín.


I.
Lo único que tenía el maletín era una clave. Una clave que permitía abrir el mecanismo del mismo maletín. La clave estaba escrita en un papel y estaba compuesta por siete números. No podían repetirse esos números. Tampoco podían ser consecutivos y menos aún podían ser fechas, aunque no sé cómo hubiesen podido comprobarlo. Esa fue la información que me entregaron.

II.
Yo tomé ese maletín. Lo manipulé con cuidado. Por su peso podía pensarse que estaba vacío. En principio, me pareció que era de un material rígido y que estaba forrado en cuero sintético. El mecanismo de apertura se adivinaba complejo. No tenía ninguna señal de marca o signo que permitiera vincularlo con alguna institución o compañía de fabricación. Todo eso lo informé a tiempo

III.
Poco después supe que había errado casi en todo. No puedo entregar muchos datos, pero diré por ejemplo que si bien tenía un armazón metálico no estaba cubierto de cuero sintético. Es cuero de origen natural, me dijeron. También me informaron que tenía un pequeño signo, del que no me percaté. Tampoco estaba vacío (aunque casi).

IV.
Tras esto, a modo de broma, dije que si el cuero provenía de un animal se trataba sin duda de un animal sintético. Mis palabras no parecieron hacer gracia. Fue entonces que me informaron que lo único que tenía dentro el maletín era su clave. Una pequeña hoja en la que estaba escrita la clave. Esas siete cifras de las que ya les hablé. Puedo adivinar las cinco cifras centrales, en eso no hay problema, les dije. La inicial y la final pueden encontrarlas si ponen atención a mis palabras. Eso es lo que llevamos dentro.

lunes, 19 de junio de 2023

Siempre mandan el meñique.


Siempre mandan el meñique.

Ya sabes, para pedir rescate.

Casi siempre es el de un pie, como si fuese mejor partir por un extremo.

Estoy seguro que la gente llora cuando lo reciben.

Abren un sobre o una pequeña caja y gritan y se desesperan ante aquel meñique.

Sé que debe ser algo trágico, pero en lo personal, me da risa imaginar aquello.

La persona desesperada observando aquel meñique.

Me disculpo, por supuesto, si a alguien le ha pasado, pero eso es lo que siento.

Debiese haber pinturas contemporáneas inmortalizando aquel momento.

Obras que reflejen la expresión de aquel que lo recibe y donde sea posible apreciar el meñique como factor detonante.

Imagino qué dirían ante esos cuadros, siglos después.

Incluso ahora, por supuesto, pero mucho mejor si es siglos después.

Si fuera detective intentaría ayudar con aquello.

Fotografiar aquellos momentos digamos y hacer luego una exposición.

No de inmediato, por supuesto, y siempre con respeto.

Sé que miraría largo tiempo aquellas fotos.

Y sé también que encontraría más significado que el que resulta evidente.

Alguien mirando absorto aquel meñique y yo mirando aquella situación.

También puede ser un trozo de oreja en vez del meñique, por supuesto, pero prefiero lo clásico.

Mientras eso ocurre, sin embargo, me limito a observar mis propios meñiques.

Les aseguro que, al menos uno, todavía lo llevo puesto.

A veces imagino que el otro es algo así como este texto y que yo les pido rescate.

Pero absolutamente nadie -incluido usted-, toma mis palabras en serio.

domingo, 18 de junio de 2023

Como si fuese un bebé.


Llevaba ropas dobladas entre sus brazos, como si fuese un bebé.

Si lo que quería era simular aquello, no sé por qué no metía entre esas ropas un muñeco.

La veía hacer aquello casi todas las mañanas.

Yo observaba desde una ventana que daba a su patio.

Una ventana de un segundo piso, por cierto.

La primera vez que la observé creí que se trataba efectivamente de un bebé.

Luego, tras mirar atentamente, comprendí que eran ropas dobladas.

La forma de tomar aquellas ropas, sin embargo, no me parecía natural.

Además, no entendía para qué se paseaba por el patio de esa forma.

A veces ella recogía algo, es cierto, o parecía realizar alguna tarea, pero en la mayoría de las ocasiones simplemente paseaba tomando las ropas como un bebé.

Tan extraño me parecía que grabé un video en que ella aparecía, cargando aquellas ropas.

Se los enseñé a un par de amigos y conocidos.

Es una mujer cargando un bebé, dijeron ellos, sin dudarlo ni un momento.

Ni siquiera me creyeron cuando les dije que lo que la mujer llevaba en sus brazos era simplemente ropa.

Entonces ellos me observaron como si estuviera bromeando y no quisieron hablar más de aquel asunto.

Sé muy bien la diferencia que existe entre un bebé y un montón de ropa doblada, me dije, como si ahora debiese convencerme.

No quise ampliar el video ni mirarlo nuevamente.

De igual forma, he dejado de observar hacia el patio vecino.

Resulta imprudente, me dije, y por supuesto no es correcto.

Alguien llama a mi puerta por las noches, pero no respondo.

sábado, 17 de junio de 2023

En lo personal, me molesta.


I.

En lo personal, me molesta.

No sé como decirlo, pero es cierto.

Me molesta su presencia… sus palabras…

Me molesta todo, en definitiva.

No sé cómo explicarlo, pero al menos he aprendido a decir lo que hace:

Hace que todo esto parezca un naufragio.


II.

Todo esto, te digo.

Un puto naufragio.

Eso es lo que hace cuando aparece de pronto y comienza a pasearse por el lugar.

El barco se llena de mierda y se hunde en la mierda.

Disculpa las palabras, pero no puede decirse de otra forma.

Y no es agradable estar arriba del barco.


III.

No es cuestión de nombres.

Ni siquiera el barco en el que vamos todos tiene nombre.

Y es que no lo necesita para hundirse.

Él se burlaría, por cierto, si se lo dijera.

Y hablaría a su vez, con tono sarcástico.

Me diría que aquí no hay barcos y un montón de otras mierdas.

Así, no quedaría más remedio que seguir detestándolo.

Mientras nos hundimos, estoy seguro, seguiríamos detestándolo.


IV.

Así y todo resulta extraño.

La única vez que usted oye hablar de Nadie, y es para esto.

Absolutamente para esto.

Mejor detenga el ruido y siga mi consejo:

Si no tiene nombre, tampoco tiene por qué desesperarse.

viernes, 16 de junio de 2023

Pantanos.


I.

Pantanos.

Todos dicen que hay varios.

Puedes encontrarlos, incluso si no buscas, en el bosque.

En pequeños claros, entre lo árboles, están los pantanos.

Eso es lo que dicen todos.


II.

Antes algunos, ahora todos.

A veces pienso que me envían, de cierta forma, a los pantanos.

Yo ni pregunto y me llenan de información.

Cuentan historias sobre ellos, y me observan.

Sé que me analizan mientras me observan.

Quieren ver mis reacciones, supongo.

Mi sed de pantanos.

Mis ganas de no estar aquí.


III.

Varias veces he visto fotos.

No distingo muy bien qué es lo que muestran, pero he visto fotos.

Este es el más peligroso, me dicen, cuando me enseñan una de ellas.

Pero yo no distingo, como decía, diferencias.


IV.

Al principio pensaba que me asustaban.

Para que no fuese hacia el bosque.

Para que permaneciese acá, como ellos.

Pero he cambiado de opinión con los años.

Ellos me envían hacia los pantanos.

Quieren que me hunda en ellos.

Todos quieren eso.


V.

Se mueven los pantanos.

Más que yo, sin duda, se mueven.

Por lo mismo, si sigo quieto es probable que me alcancen.

Que se posen bajo el pueblo sin que nos demos cuenta, mientras hablamos sobre ellos.

Como dioses silenciosos.

O como sombras, al menos.

A veces, mientras todos hablan sobre pantanos, me parece que hablan, en el fondo, sobre sí mismos.

Por eso los miro a los ojos, antes de irme.

Antes de alejarme, de cierta forma, hacia ellos.

Y doy el primer paso.

jueves, 15 de junio de 2023

No voy a discutir.


No voy a discutir, pero hasta ahí llego.

Puedo escucharlos, si quieren.

También puedo asentir con un ligero movimiento de cabeza y murmurar bajito.

Incluso, si algo no me gusta, puedo morder con rabia mis palabras.

Ya saben… morderlas como esos ositos de goma que suelen mutilar los niños.

De seguro los conocen.

Mira mamá, le comí la cabeza, dicen ellos.

O cosas así.

Yo, en cambio, trituraré mis palabras en silencio.

A eso, al menos, puedo comprometerme.

No les arruinaré la fiesta, digamos.

Todo, por supuesto, por una módica suma.

La voy a escribir en un papel y se las paso en cuanto nos veamos.

Igual como se entregan cifras en servilletas en las películas de mafias.

De seguro han visto alguna.

No voy a discutir, solo les pasaré el papel.

Luego ustedes leerán la cifra.

Desde ya les aconsejo no quedarse en ella.

O no, al menos, únicamente en ella.

Amplíen el cálculo, me refiero.

Incluyan otros factores.

Valoricen todo aquello que está en juego.

Pónganle precio.

Comparen.

No me obliguen a participar de otra forma.

Quiero efectivo, por cierto.

Y en billetes viejos, porque encienden más rápido.

No voy a discutir con ustedes, ya se los dije.

No me obliguen.

Porque gano.

miércoles, 14 de junio de 2023

En un relato de Steinbeck (me parece).


Me parece que ocurría en un relato de Steinbeck.

No recuerdo el título.

Tampoco, por cierto, puedo asegurar que haya ocurrido en un relato de Steinbeck.

Lo que ocurría en todo caso era la visita de una mujer a un lugar extraño.

Un lugar que estaba en uno fe los pisos de un viejo edifico.

Una especie de estudio en el que un doctor o científico, experimentaba con algunos animales.

Ratas, conejos y serpientes… según recuerdo.

También pienso en estrellas de mar, pero supongo que es una falla de memoria.

De lo que sí estoy seguro es de una escena en que la mujer le paga al hombre por una serpiente.

Una serpiente cascabel macho, insiste ella.

Luego, le compra al hombre una rata para alimentar a la serpiente.

Según recuerdo, la serpiente no necesitaba alimentarse, pero la mujer quería ver cómo la serpiente mataba y comía aquella rata.

A regañadientes, me parece, el hombre acepta tras la insistencia de la mujer.

Y ambos observan lo que ocurre.

El ataque de la serpiente.

La parálisis de la rata.

Y el lento engullir de la serpiente, introduciendo dentro suyo el cuerpo del roedor.

Según recuerdo, la mujer se va del lugar luego de aquello.

Y el hombre espera en vano su regreso.

Durante meses la espera e incluso la busca por la ciudad.

Uno mismo, como lector, ha observado lo ocurrido, y supongo que también busca en el sitio equivocado.

Me parece que el relato termina y el hombre nunca la encuentra.

De todas formas, no puedo asegurarlo.

martes, 13 de junio de 2023

Una mota de polvo en la mota de polvo.


Una mota de polvo en la mota de polvo.

O poco más.

Sobre las cosas poco más.

El polvo.

Solo el polvo, probablemente.

Poco más es lo que digo.

Es decir, sobre las cosas el polvo.

Eso es lo que digo.

Palabras como el polvo, es lo que digo.

Y el polvo, por supuesto, sobre las cosas.

No importa qué cosas.

Ni cuántas.

Poco sé.

Tal vez ellas, bajo el polvo, sepan más.

Un secreto, quizá.

Uno que revele lo que son, finalmente, las cosas.

Su verdadero peso.

El origen de su entusiasmo.

Su entusiasmo de no ser polvo, me refiero.

De eso hablo.

O de eso, al menos, quiero hablar.

De la voluntad de las cosas.

De cómo vive, bajo el polvo, la voluntad de las cosas.

De cómo se niega a ser una, con el polvo.

De su escape.

De esa forma de escape que debemos aprender de las cosas.

Quietos.

Quietas las cosas, bajo el polvo.

Y sobre el polvo, más polvo.

O poco más.

Nunca pisadas.

Nunca huellas.

No es eso lo que dejan las palabras.

Definiciones, tal vez.

Axiomas, apenas.

Sin movimiento no hay polvo, por ejemplo.

Eso es lo que dejan.

Ya se entiende lo que sigue.

Ir con calma, sí.

Pero hacia dónde.

lunes, 12 de junio de 2023

Exterminador de plagas.


Como a lo mejor hay plagas llamo al exterminador de plagas. El exterminador de plagas, por cierto, no es un exterminador en específico, sino más bien una pareja de tipos de mediana edad, no muy entusiastas, que llegan luego de haber tenido una tensa conversación para poder agendar la visita.

-¿Y de qué plaga estaríamos hablando? -me había preguntado una mujer, probablemente la secretaria del exterminador.

-No estaríamos -la corregí-, ya estamos hablando… Y lo cierto es que no sé de taxonomías de plagas. No es mi área de estudio. Creo que es mejor que venga el exterminador y lo averigüe.

-Necesitamos saber si se trata de una plaga de ratones, cucarachas o de qué tipo -dijo entonces-, debemos tener esa información para saber qué equipo enviamos.

-Que equipo enviaremos -la corregí-, aún no lo ha enviado…

-De acuerdo, pero debemos contar con esa información…

-Contar tampoco es la palabra correcta -le aclaré-, pero… ¿No puede simplemente enviar al exterminador de plagas y ya?

Ella guardó silencio un rato. Me pareció que consultaba algo en su lugar de trabajo. Luego de esto todo fue más fácil. Me informó de precios y formas de pago y yo entregué la información. Elegí el servicio de urgencias, que era el de costo más elevado. Eso pareció calmarla.

Dos horas después el exterminador de plagas llegó. Fue entonces que descubrí que no se trataba de un exterminador si no dos tipos de mediana edad, no muy animados, como ya he dicho.

-Quiero que acaben con la plaga -les dije.

-¿Qué plaga? -preguntó uno de ellos.

-Eso tendrán que averiguarlo ustedes -les aclaré-. Según entiendo eso es parte del servicio.

Ellos se miraron y me pidieron que esperara. Uno de ellos llamó por teléfono y luego comentó algo con el otro. Solo entonces se volvieron hacia mí.

-De acuerdo -dijeron-. Identificaremos la plaga y acabaremos con ella.

-¿La exterminarán? -pregunté.

-Eh… sí, por supuesto -contestaron.

Luego de esto los hice pasar. Me preguntaron si había personas en el lugar. Yo les dije que sí, pero solo ellos y yo, nadie más. Ellos asintieron.

-Pueden trabajar tranquilos -les dije-. Yo mientras puedo salir de casa y hacer unas compras. Sé que se demoran unas horas en esto.

-Solo un par -me aclararon-. Luego es bueno que el lugar se ventile y que no ingrese por otro par de horas a ciertas zonas…

-Entiendo -comenté-, entonces mejor estoy fuera por más de cuatro horas, así cuando llegue tendré acceso nuevamente a toda la propiedad.

Ellos se miraron y luego de unos segundos me dieron la razón. También me pidieron firmar de antemano la recepción del trabajo pues no podrían esperar las cuatro horas. Como entendí su punto les pedí el papel, y firmé. Luego se los devolví. Ellos observaron mi firma como si fuese un bicho.

-¿Todo bien? -les pregunté.

-Sí -dijeron, todo bien.

Luego ellos comenzaron a trabajar y yo me fui del lugar. Poco después, seleccioné un contacto en el celular y hablé fuerte y claro.

-Todo está listo -dije-. Ya están en la casa. Sí… No te preocupes… Me pareció que no eran muy listos.

domingo, 11 de junio de 2023

Más fácil así.


Siempre te haces el chistoso. Es más fácil así. Vivir como en una rutina de stand up, desde fuera. Narrando irónicamente la vida de los otros y hasta parte de la tuya, que parece similar a la de ellos. Es más fácil así, te dices. Bromear. Jugar un poco. Hacer gestos exagerados mientras hablas. Utilizar pequeños artificios en el tono de voz. Y no esperar las risas, por supuesto, antes de seguir.

Eso último es lo más complejo, por cierto. Lo más complejo para ti, al menos, según lo que me cuentas. Porque es cierto: a mí me cuentas otras cosas. Me confiesas, por ejemplo, que en realidad te molestan las risas. No solo te incomodan, sino que derechamente te molestan. Te irritan. Te ofuscas al escucharlas.

-Por eso es que acelero cuando comienzan a reír -me dices-. Por eso hablo más rápido y los obligo a callar para que mantengan la atención…

Eso dices, cuando nos reunimos. Y claro, yo te escucho. De cierta forma me pagas por escucharte, así que escucho.

-Y de pronto descubres que eres uno más de los del bar -dices entonces-, descubres que estás dentro del chiste, me refiero… que tú eres uno de los que entra al bar y que en el fondo nunca sales…

-Entonces -le digo-, les cuentas que otros entran a un bar y que uno de ellos les cuenta a los otros sobre otros hombres que entran a un bar y así hasta que ya no puedes ir más rápido y los demás comienzan a reír y tú intentas no escuchar y…

-Exacto -dice él, interrumpiéndome-. A eso me refiero.

-Pura mierda -digo yo.

-Exacto -dice él-. Pura mierda.

sábado, 10 de junio de 2023

M. y las piezas de cerámica.


M. trabajaba junto a otras seis personas haciendo pequeñas piezas de cerámica. Había ido a una entrevista luego de ser contactado por un viejo comprador. Al parecer, algo similar les ocurrió a los otros seis.

El trabajo, se desarrollaba en unos talleres que sorprendentemente estaban al interior de un edificio plagado de oficinas corporativas en el centro de la ciudad.

Su espacio de trabajo, en el piso 14, estaba acondicionado para trabajar en grandes mesones junto a los otros ceramistas. Cada uno de ellos, según observó, tenía sobre su mesón los dibujos de un objeto, en los que se observaban claramente su forma desde varios ángulos. También tenían materiales de trabajo -nuevos cada día-, y algunas indicaciones sobre las medidas y el número de piezas que debía realizar.

Por lo general, ningunos de los seis debía realizar más de cuatro o cinco piezas diarias, y el diseño a realizar variaba siempre cada día y era distinto para cada uno de ellos. Ninguna de las creaciones superaba los quince centímetros de alto.

-Hoy me tocó hacer uno muy pequeño, que parece un cráneo -comentó M., mientras almorzaban.

Hizo un gesto con la mano, indicando su tamaño.

Tenían prohibido compartir los diseños con los otros ceramistas, pero al menos podían hablar de ellos con cierta libertad.

-Yo hice una especie de cuenco pequeño -dijo el que estaba frente a él-, pero no se equilibra muy bien.

-A mí por primera vez me tocó hacer una figura simétrica -dijo otro-. Una especie de poliedro…

Sin pensarlo demasiado, el último en hablar comenzó a dibujar en una servilleta el objeto que estaba realizando. Los otros lo imitaron, observando con cierto recelo si alguien los observaba.

Poco más tarde, cuando volvían a sus mesones de trabajo, se encontraron con un grupo de hombres recogiendo las cosas que estaban sobre las mesas.

-Acompáñennos por favor -dijo entonces un hombre del que hasta entonces no se habían percatado-, e indicó una puerta negra que estaba al fondo del taller.

M y los otros obedecieron y siguieron al hombre hasta que este abrió la puerta y los invitó a entrar.

-Ya sé lo que va a pasar -dijo M., en voz baja. Pero no era cierto.

viernes, 9 de junio de 2023

Me pareció que sí y luego que no.


Me pareció que sí y luego que no. Y eso que la observé bien. Dentro de lo posible, la observé bien. Caminaba rápido. La seguí. No sabía si era o no era, por eso la seguí. Para aclarar si era ella, me refiero. De espaldas era aún más difícil estar seguro, pero no podía hacerlo de otra forma. No de momento, al menos. Eso era lo que tenía claro. Lo único que sabía “sin lugar a dudas”. Así que, sin pensarlo, fui tras ella. O sea, no sé si tras ella, porque no sé si era ella… pero al menos seguí detrás de esa “ella posible” para luego poder aclararlo.

Fue entonces que unos hombres en la calle nos detuvieron. A ella y a mí, nos detuvieron. A ella más suave, por supuesto, pero a mí de forma agresiva, sujetándome los brazos. No entendí la situación hasta que le pidieron a ella que dijera si me conocía. La hicieron voltearse, ella tuvo que verme. Ese hombre la ha estado siguiendo, le dijeron. Ella me observó. Detenidamente me observó. Yo aproveché de observarla también, pues todavía no estaba seguro si era ella. La mujer, en tanto, negó conocerme. Lo dudó un poco y dijo que le pareció que sí, pero luego lo descartó totalmente. Luego de eso la mujer se fue. Los hombres se quedaron junto a mí y me amenazaron. Dijeron que llamarían a carabineros. Uno llamó por celular, pero al parecer no lo tomaron en cuenta. Además, yo no había hecho nada, realmente.

Antes de soltarme, uno de ellos me dio un golpe en la boca del estómago. Dejé de respirar por un momento. Luego se fueron. Mientras me recuperaba, comprendí que la mujer sí era ella y a la vez no. Y comprendí además que algo similar ocurría conmigo. Y con todos.

jueves, 8 de junio de 2023

Ir a la casa del vecino.


De niño le gustaba ir a la casa del vecino. No había otros niños en aquella casa, pero él se escuchaba diciendo que quería jugar en su jardín. Así, como sus padres se llevaban bien con los vecinos y hasta conversaban de vez en cuando, él podía entrar a jugar ahí, sin problemas.

Había, por cierto, una muralla entre su casa y la del vecino. Por lo mismo, él no podía ver su casa, cuando estaba en el otro jardín, pero le gustaba al menos saberse vecino de sí mismo. Es decir, si bien no estaba al otro lado en esos momentos, al menos el sitio que regularmente ocupaba si lo estaba, así que le bastaba con eso, para sentirse de esa forma.

-Qué enredado es todo esto -le digo-. De verdad intento escribirlo tal como o dices, pero no me parece cierto… Y no está quedando bien, sabes.

-Pero no miento -me dice-. Estoy seguro que lo pensaba de esa forma… me gustaba jugar justo bajo la muralla y hasta una vez intenté hacer un túnel para pasar un juguete de un lado al otro.

-¿Y lo hiciste? -pregunté.

-Probablemente no -confiesa-. O no lo terminé al menos… Además, fue haciéndolo que me corté el dedo, con una pala… Y luego ya no me dejaron ir.

-¿Tienes la cicatriz? -le pregunto luego de un rato.

Él me la enseña.

-No hay necesidad de escribir nada -le digo.

Nunca hay necesidad.

miércoles, 7 de junio de 2023

Con pijama, en varios lados.


Dijeron que me vieron con pijama, en varios lados.

En varios lados simultáneamente, me refiero.

Igualito que a Pitágoras, pensé, orgulloso.

Igualito salvo que yo, solo podía hacerlo si estaba en pijama.

Presté atención a los testigos.

Uno dijo que estaba en la calle, otro en un sueño, y un último en un techo.

En esos tres lugares me aparecí en pijama.

No sé si di discursos o dije grandes palabras.

Aparentemente, solo escuché lo que decían y me moví en silencio.

Extrañamente, esas tres personas que me vieron en pijama, me vieron también a los pocos minutos con mi ropa habitual, en otro sitio.

Por lo mismo, pensaron que el yo en pijama era falso, y se disculparon con él, por haberlo confundido conmigo.

Todos coincidían también en aquel comportamiento.

Puede sonar enredado, ciertamente, pero yo lo entiendo.

También me lo dijo una chica, hace años, salvo que ella discutió conmigo.

Con el yo que andaba en pijama, me refiero.

Me encaró porque aparentemente yo estaba en un balcón, alejado de la multitud.

Poniéndole atención a unas plantas, y sin la ropa adecuada.

No recuerdo si me defendía, pero lo más probable es que ella no me lo permitiera.

Ese no era yo… era Pitágoras, debí decirle aquella vez.

Yo nunca he usado pijama, por cierto.

martes, 6 de junio de 2023

Golpearon la puerta y yo abrí.


I.

Golpearon la puerta y yo abrí.

Sin embargo, con el tiempo descubrí que no abrí la puerta correcta.

Solo había una, pero igual fallé.

Aunque no fallé por mucho, en todo caso.


II.

¿Qué ocurrió entonces?

Ahora se los digo:

Ocurrió que al otro lado de la puerta había un tipo extraño.

Un poco como yo, tal vez, pero más extraño.

Bienvenido, me dijo, en vez de pasar.

Y yo sonreí, pues pensé que bromeaba.


III.

Desde entonces ha pasado el tiempo.

Por supuesto, ahora sé que no bromeaba.

Ni el entró ni yo salí, desde aquel primer encuentro.

Me mantuve firme, digamos, sin ceder a sus caprichos.

Aunque sospecho que él piensa exactamente lo contrario.


IV.

Ambos envejecimos.

Incluso la puerta, entre ambos, envejeció un poco.

De igual modo, nos saludamos cordialmente, mientras “hacemos nuestra vida”.

Yo ya me acostumbré y prácticamente no me incomoda su presencia.

Él tampoco, por cierto, parece preocupado.

De todas formas, ambos seguimos atentos al otro espacio.

Y es que cada uno piensa, supongo, que es un poco el guardia del otro.

Nos vigilamos, en definitiva, pero nunca cuestionamos lo que somos ni lo que vemos.

Así, cualquier observador ingenuo podría decir que tenemos la misma función y jerarquía.

Pero yo fui el que abrió la puerta.

lunes, 5 de junio de 2023

En la ciudad de los vivos.


No lo digo yo, lo dices tú.

Yo lo repito, pero lo dices tú.

Por ejemplo: en la ciudad de los vivos, el día de los muertos.

Eso es lo que dices.

¿Qué es?

Lo que dices, me refiero, ¿qué es?

¿Una fecha?

¿Un lugar?

Y si lo niegas tú y en realidad lo dice otro, ¿quién es ese otro?

¿Puedes decirme?

¿Acaso ese otro habla así porque es hueón?

¿O habla así porque es poeta?

¿O acaso es de esos que creen ser lo que dicen y luego nada son?

Yo me canso de oír y repetir, por eso digo.

En la ciudad de los vivos, me canso.

Entre tanto muerto, digamos, en la ciudad de los vivos.

Y es que yo recorría la ciudad esa.

Incluso en la parte oscura donde había rejas y era mejor no ingresar.

Digámosle cárcel, si quieres, pero bien sabemos que no era cárcel.

No había perros ahí.

No había perros, pero se escuchaban ladridos, desde dentro.

Uno de esos ladridos dice el nombre de dios, dijiste entonces.

Yo te observé.

Pero en verdad nada decías.

Para decir hay que creer y tener voz.

No palabras, sino voz.

Mudos y sordos de espíritu.

¿Acaso no grita el árbol cuándo muere?

En la ciudad de los vivos, digo yo.

En la ciudad de los vivos, el día de los muertos.

domingo, 4 de junio de 2023

La señora Marta da un consejo.


Yo recomiendo al doctor Elizondo porque para mí es mágico. Siempre que hablo de él, lo digo así. Es veterinario, por supuesto, pero parece que también se les dice doctor. El caso es que yo le llevé a la Mimí, que era mi perrita compañera desde hacía quince años. Era pequeña y se veía viejita. Ya no ladraba mucho, estaba mañosa y tenía las patas delanteras algo torcidas. Mientras él la examinaba yo pensé que me iba a hablar de vejez, de muerte inminente y le daría algo simplemente para evitar achaques y dolores innecesarios. Por suerte no fue así. Me explicó que podía tratarse y que, si bien el tratamiento era muy costoso, sin duda podría rejuvenecer a Mimí y permitir que pasase mucho tiempo más conmigo. Apenas me dijo eso yo le contesté que no escatimara en gastos, que una siempre tiene sus ahorros y algún terrenito y hasta ha recibido alguna herencia sin darse cuenta, por lo que podía comenzar el tratamiento sin preocuparse de ese aspecto. Él lo entendió. Propuso cirugías, incluso, pues el rejuvenecimiento debía ser completo, incluso estética. Quedará como nueva, me dijo. Como cuando era cachorra, sin duda. Entonces me pidió hacer unos cuantos cheques pues debía viajar con Mimí para ser operada en una clínica extranjera. Solo tres o cuatro días, me dijo. No corre peligro. Habrá que cubrir mi viaje y el de dos enfermeras, pero todo saldrá bien. Yo acepté. Recé y lloré durante casi todos esos días. A pesar que el doctor Elizondo me llamaba desde el extranjero cada día, yo apenas pude dormir en ese tiempo. Cuando regresó, yo ya estaba en la clínica, esperando. Me hizo sentar y advirtió que no me sorprendiera. Dijo que todo había sido un éxito y que Mimí podría estar conmigo bastantes años más. Entonces, sin mayor preámbulo, vi entrar a Mimí ladrando a la habitación. Realmente parecía una cachorra. No me reconoció, en principio. De hecho, de no haber sido por el collar yo tampoco la habría reconocido. El color de piel estaba también algo distinto, pero el doctor me explicó que era por un tratamiento en los tejidos. Recomendó que le tuviera paciencia, que los ancianos realmente son como niños y que hay que enseñarles todo otra vez. Yo lo entendí de inmediato, por supuesto. También soy anciana, le dije. El doctor rio. Dijo que a ambas nos quedaban muchos años por delante y me recomendó que lo visitase al menos cada 15 días, para ir chequeando a Mimí. Y acepté. Por último, me dio unas pastillas para que le diera a Mimí por si le costaba dormir por las noches. Déselas con un trozo de comida, dijo el doctor. Con algo que le guste. Yo asentí. A veces, cuando le doy a Mimí su pastilla por la noche, yo también me tomo alguna, por si acaso.

sábado, 3 de junio de 2023

Ganas de fumar.


Desperté esta mañana con ganas de fumar.

Lo extraño es que no fumo.

Tal vez de adolescente, probablemente, probé un cigarro y no me gustó.

Desde entonces me da asco, incluso.

Pero claro… así y todo desperté con ganas de fumar.

Pensé que regresaba mal de un sueño y que se pasaría prontamente.

No fue así.

Más tarde, al mediodía, fui con mi hijo al supermercado.

Mientras caminábamos, yo seguía pensando en mis extrañas ganas de fumar.

Y las mantenía todavía, de cierta forma.

Ya cerca del lugar, mi hijo golpeó con un pie una cajetilla abandonada en el suelo.

Una cajetilla blanca, de cigarrillos comunes.

Resultó que estaba llena.

Sellada, incluso.

Él tampoco fuma, pero la recogimos igualmente.

La observé.

Miré la marca, las palabras en el envase… pensé que podía encontrar algún mensaje oculto probablemente.

No fue así.

Poco después, le conté a mi hijo del sueño, pero no sé si me creyó.

O más bien, sí me creyó, pero no le dio mucha importancia.

Ya en casa, observé la cajetilla y consideré abrirla.

Qué sé yo quién soy, a fin de cuentas… me dije.

Así y todo, pasaron los minutos, y no la abrí.

Por lo mismo, la dejé simplemente, sobre la mesa.

Dejaste en el sueño al que no fuma, comentó mi hijo, mientras almorzábamos.

No dejé a nadie en el sueño, le contesté.

Terminamos de almorzar.

Mi hijo lavó los platos y recogió las cosas de la mesa, esta vez.

Supongo que botó la cajetilla, pues no he vuelto a verla desde entonces.

Seguidores

Archivo del blog

Datos personales