martes, 31 de octubre de 2023

No tienen nombres distintivos, los muertos.


I.

No tienen nombres distintivos, los muertos.

Y es que les colocan tras morir, uno genérico, con el que ya no los puedes diferenciar.

Ocurre en una ceremonia breve, no demasiado llamativa.

Algo así como un bautizo colectivo, solo que individual.

Igualmente es sin parafernalia.

Un rito inevitable, digamos, como despertarse o respirar.

No te sumerges en el agua, por ejemplo, pues ya no hay mano alguna para sumergirte.

Tus manos, por otra parte, son incapaces ya de diferenciar tu cuerpo del de los otros.

Ocurre un poco como con el nombre, ya ves.


II.

No tienen nombres distintivos, los muertos.

Tampoco un número que los identifique, ni acciones diferenciadoras que puedan recordar.

Todo lo que ocurre los iguala, nada les pertenece.

Saben que existen únicamente porque existen.

Y nada pueden explicar.


III.

No tienen nombres distintivos, los muertos.

Disculpen que lo repita, pero es algo que me sorprende.

Por lo mismo, busco formas de entenderlo y podérmelo explicar.

Me digo así, por ejemplo, que ocurre lo mismo con el olor de los muertos o con la degradación de sus cuerpos.

Me refiero a que no difieren mayormente los unos de los otros.

Salvo por razones externas, por supuesto.

Y de estas -por no ser razones, en el fondo-, ni siquiera intentaré hablar.

Con todo, si un día me contradigo, pueden decirlo.

Cuando sea tiempo, por supuesto.

Y es que después, como hemos visto, nada se puede hacer ya.

lunes, 30 de octubre de 2023

El cajón (traducción)


I.

Tengo un mueble con un cajón, en que todo lo que meto desaparece.

Lo descubrí hace poco, de pura casualidad, tras encontrarlo vacío, sorpresivamente.

Escribí una nota incluso, que dejé sobre el mueble, recordándome que había guardado algo en ese cajón.

Y es que, lo que guardo en aquel cajón no solo desaparece del cajón, sino que desaparece también de mi memoria, sin dejar rastro alguno.


II.

Tras descubrirlo, recuerdo que observé bien mis cosas, pensando en deshacerme de algunas.

De todas formas, supongo que, finalmente, no me deshice de nada.

O no lo recuerdo, al menos.

Antes de dormirme, me parece sentir un poco más vacío el cuarto, pero puede ser mi imaginación.


III.

Tras varias sospechas -y un poco de inquietud, lo admito-, consideré dejar una cámara justo frente a aquel mueble y registrar así lo perdido.

Sin embargo, tras pensarlo un poco más, decidí que no echaba realmente de menos nada, así que desistí de aquello.

Además no tengo cámara, y eso supondría un gasto inútil.


IV.

Extrañamente, hace unos días, descubrí que el cajón estaba roto.

El mueble no, solo el cajón, y estaba dañado desde dentro.

Tenía rasgaduras, grietas y hasta se había descuadrado en una esquina.

Por lo mismo, ya no cerraba bien, y tuve que sacarlo, para intentar arreglarlo.

Al hacerlo, descubrí que también, en la parte trasera, estaba desfondado.

Un espacio pequeño, eso sí, por el que probablemente no cabrían más que unos pocos papeles, o fotos.

Tal vez algo haya caído hacia atrás, antes de desaparecer, me dije.

Y debo reconocer que estuve tentado de mirar.

Incluso me pareció escuchar un pequeño ruido al interior del mueble.

Así y todo, no miré y decidí mejor volver a poner el cajón, a la fuerza.

Desde entonces, quedó trabado y ya no abre.

De esta forma, si bien puede ser algo momentáneo, me parece una solución justa.

domingo, 29 de octubre de 2023

Otros mitos.


Otros mitos.

No nuevos, pero otros.

Los antiguos ya fueron.

Se olvidaron.

Ya no son.

Así, vueltos gente, esos mitos tienen ahora, peticiones.

Algunas atendibles, por supuesto. No lo niego.

Pero otras, indudablemente no.

Entre estas últimas, por cierto, hay varias meramente absurdas.

Igualmente, en todo caso, yo los escucho y tomo nota.

Esa es mi labor.

Acá hay una, por ejemplo, de esas peticiones: ellos exigen otros mitos.

No detallan, por supuesto, pero enarbolan esa frase como primer punto.

Incluso como una condición.

¡Pobres ellos!, me digo, cuando escucho.

¡Ni siquiera comprenden lo que quieren!

Pero claro… como no se los explico, todo se transforma poco a poco en algo similar a un ciclo.

Y mis argumentos, en silencio, olvidan igualmente que lo son.

Ritmo hueón el de los mitos.

Su cadencia al caminar.

Sus voces rastreras.

Su escasa -o nula- autoconciencia.

Todo en ellos, ha pasado ahora a convertirse en algo molesto.

Algo que enturbia, derechamente, la alusión que hagamos a otros mitos.

Pero a ellos, pienso entonces, ¿no les ocurrirá como a los primeros?

No dejarán también de ser mitos y olvidarán lo que son.

Tal vez solo así, al final, plenamente dormidos…

Otros mitos, me interrumpen.

No nuevos, pero otros.

Y yo, sin duda, ya he escuchado aquella voz.

sábado, 28 de octubre de 2023

No tal vez lo que siente.


I.

No tal vez lo que siente.

Pero sí lo que piensa un hombre en un campo de algodón.

Debes estar atento y oirás su pensamiento.

Sabrás que es suyo pues será un pensamiento más blanco que el tuyo.

Tendrá otro olor… otra textura, incluso.

Y la comprensión estará entonces al alcance de tu mano.

Al alcance de tu mano-decía-, o de tu voz.


II.

No tal vez lo que siente, es cierto.

Pero podrás, incluso, alcanzar los pensamientos de aquel que nada pronunció.

Obsérvalo simplemente.

Calcula la pendiente y el peso que carga.

Y hasta dile que no tiembla, si ves temblar su voluntad.

Háblale de verdad, entonces, no busques artificios.

Bebe junto a él un vaso con agua.

Y pregúntale solo lo que pueda responder.


III.

Llegarás entonces -si todo sale bien- a la última de las puertas.

Esa que da a un salón al que nadie, todavía, ha ingresado.

Así y todo, te parecerá escuchar, desde dentro, pequeñas voces.

No te asustes.

No entenderás lo que dicen, pero sabrás qué significa, si no aprietas el corazón.

Tal vez haya plantas que son movidas por el viento, en aquel sitio.

Tan vivas, finalmente, como tú o como yo.

viernes, 27 de octubre de 2023

Un ojo de un color y otro de otro.


I.

Descubrí que tiene un ojo de un color y otro de otro.

No siempre los tiene así; eso también lo descubrí.

Los tiene así bajo sus lentes y a veces brillan, cuando habla.

Eso fue lo penúltimo, que descubrí.


II.

Es equívoco y extraño, pero sobre todo equívoco.

Es equívoco decir -decía-, que descubrimos algo fuera de nuestros bordes.

Me refiero a que el acto de descubrir suele relacionarse con algo externo, cuando en modo alguno es así.

No planteo, sin embargo, que lo que descubrimos esté dentro de uno.

Pero si digo que lo descubrimos cuando anida en nosotros, o pasa por ahí.

Y es que así -lo confieso-, fue como descubrí que tiene un ojo de un color y otro de otro.

Y es chistoso, porque justo cuando se lo iba a decir, ella me dijo lo mismo a mí.

Y claro: apenas me lo dijo, no supe qué agregar o qué decir.


III.

Poco más tarde, frente a un espejo, observo mis ojos que, de vez en cuando, tienen también distinto color.

No brillan mucho, como los de ella, aunque es más bien por temor, a dejarlos brillar.

Poco a poco, me digo entonces. Poco a poco.

Y es extraño, pero desde entonces no sé diferenciar, ciertamente, lo último de lo penúltimo, que descubrí.

jueves, 26 de octubre de 2023

Hablo con pocos.


Es verdad, no lo niego.

Hablo con pocos, o con nadie.

Ni siquiera hoy por hoy hablo conmigo mismo.

Escucho mis palabras, sin embargo.

Constantemente las escucho.

Pero no siempre unidas a mi voz; o no, al menos, con el tono adecuado.

Y es que me muevo, más bien, evitando cosas.

Como chicos en las pruebas de manejo.

Evito nombres, por ejemplo.

También evito conjugar los verbos.

No tanto por el uso de pronombres, sino, más bien, por el asunto ese de los tiempos verbales.

¡Mal asunto!

Tan malo, que poco a poco todo parece convertirse en caricatura.

Así, cuando me observo en un espejo, aprecio de inmediato la viñeta en que me muevo.

Y en ella, descubro lo que digo, al interior de globos blancos y planos.

Aclaro, sin embargo, que no es falso lo que aparece en esos globos.

Aunque claro, tampoco podría -honestamente-, asegurar que es verdadero.

No quiero, con todo, engañar a nadie.

Ni siquiera confundir, es mi intención.

Me muevo simplemente y, como decía, hablo cada vez con menos gente.

Y me desdibujo, a fin de cuentas, como un personaje de Daniel Clowes.

En definitiva, soy algo así como el muñeco de un ventrílocuo que no conoce trucos.

O que no consigue hacerlos, al menos, sobre el escenario.

Trato de no mentir, pero no resulta.

Amén.

miércoles, 25 de octubre de 2023

La verdadera Anna Ajmátova.


I.

Una estudiante me pregunta si Anna Ajmátova usaba o no usaba sombrilla.

Yo le digo que no sé, y luego le pregunto para qué quiere saberlo.

-Quiero hacer un dibujo de ella -me contesta.

Debiese preguntarle por qué o para qué quiere hacer ese dibujo, pero no lo hago.

En cambio, le recomiendo que haga dos dibujos, uno de Anna Ajmátova con sombrilla y otro de Anna Ajmátova sin sombrilla.

Mi estudiante no parece convencida.

-Lo que pasa es que solo quiero dibujar a la verdadera Anna Ajmátova -me dice.

-Entiendo -le digo yo.

Pero lo cierto es que no entiendo una mierda.


II.

Habíamos leído a Anna Ajmátova unas semanas atrás.

Apenas un par de poemas y un texto biográfico que se relacionaba -hasta cierto punto-, con el contenido de esos mismos textos.

Prácticamente nadie se había interesado en la lectura -como siempre-, por lo que el caso de esta chica, me sorprendió.

Así y todo -ya tengo el desencanto bastante impregnado-, no volví a preguntarle al respecto y terminé por olvidar aquel asunto.

Eso hasta que un par de días después, encontré en la pizarra de la sala, al entrar, un dibujo de una mujer con una sombrilla y las siguientes letras a un costado LVAAA.

La verdadera Anna Ajmáatova, me dije.


III.

Intenté no borrar el dibujo y utilizar solo el resto de la pizarra.

Ningún estudiante comentó mi actitud ni tampoco dijeron nada sobre el dibujo que ahí había.

Incluso la chica que -supuse-, lo había dibujado, no daba muestras de haber realizado nada en especial.

Hora y media después, luego que los chicos salieran a recreo, me quedó solo frente a la pizarra.

Tras pensarlo un poco, decidí que era mejor que yo borrase aquel dibujo, en vez que lo hiciese el próximo profesor que entrase en la sala.

Tomé entonces el borrador y lo hice.

Dejé la pizarra blanca, casi perfecta.

Solo permanecían en ella las letras LVAA.

Y es que no sé por qué, pero lo cierto es que no me atreví a borrarlas.

La verdadera Anna Ajmátova, me dije.

Finalmente, respiré hondo, y me fui del lugar.

martes, 24 de octubre de 2023

Rostros en las piedras.


I.

Un hombre, en una ciudad costera, pintaba rostros en piedras y los vendía a los turistas.

Retratos que buscaban ser serios, digamos, no caricaturas.

La forma de la piedra, por lo general, ayudaba a que el rostro pintado tuviese un relieve real, y ayudaba al mismo tiempo a que cada obra fuese única.

Los rostros que pintaba, por otra parte, tampoco tenían una base común.

Es decir, las facciones, el tipo de mirada, el grosor de los labios… todo en ellos variaba.

Además, nunca seguía un modelo.

Con esto quiero decir que no buscaba retratar a gente específica en esas rocas, sino que eran rostros que él “sacaba de otro sitio”.

Eso dijo, al menos, cuando lo oí hablar con otra persona que le preguntaba por su trabajo.

Yo le compré una piedra, por cierto, pero no crucé ninguna palabra con él.

La tomé desde el lugar donde las exponía y le di el dinero correspondiente, nada más.

Así fue.


II.

La piedra que compré tenía un rostro bastante común.

Era de un tono pálido, y el rostro estaba dibujado -como todos-, con pintura negra.

Los rasgos no eran del todo simétricos, pero de todas formas daban una expresión natural.

Era un rostro, me refiero, a fin de cuentas.

En este sentido, podría decirse que aquel rostro tenía identidad, aunque carecía de un nombre.

Justamente lo contrario que la mayoría de nosotros.


III.

Años después -por razones muy extensas de explicar-, la roca con aquel rostro fue lanzada al fondo de un lago.

Intenté recuperarla, poco después, pero no logré dar con ella.

El hombre que las pintaba, por cierto, murió -según dicen-, en una riña callejera.

No tenía familia, pero en su tumba pusieron varias de las rocas que él vendía.

Supongo que esos rostros -como los de todos-, se irán borrando, con el tiempo.

domingo, 22 de octubre de 2023

5000 tablas.


Jugamos en total siete partidas de ajedrez.

Terminamos empatados.

Ella ganó tres y yo tres.

Respecto a la séptima partida, ninguno de los dos recordaba el resultado.

Y es que jugamos la partida borrachos, y decidimos mejor declarar tablas.

De hecho, esa vez nos dormimos cada uno al lado del tablero.

Sin terminar el juego, me refiero.

Por si fuera poco ella, cuando despertó, pasó a llevar la mesa y botó algunas piezas.

Sin querer, por supuesto, pasó a llevar la mesa.

-Igual si quieres te doy el triunfo -le dije-. No me importa perder.

Ella aceptó el ofrecimiento.

Tal vez demasiado rápido, lo aceptó.

Y sí… me incomodó un poco que lo hiciera de esa forma.

O no tan poco, incluso.

Y es que, desde entonces, ella cuanta abiertamente que ganó, sin explicar la forma en que lo hizo.

Cambia el tono, incluso, al decir que ganó.

Mostrándose altanera y hasta un tanto despectiva.

Yo, en cambio, debo asentir cuando ella lo cuenta, y simplemente guardar silencio.

Incluso con ella, estando a solas, he preferido no volver a tocar el tema.

En cambio, escojo hablar de cine, de música o hasta de amor, si la situación lo amerita.

Perder sin haber perdido, en definitiva.

Disfrazar las tablas.

Juegos para uno.


Descubrí de casualidad una tienda de juegos de mesa que vende productos exclusivamente para jugar en solitario.

Me sorprendió no solo por su temática específica, sino por la gran cantidad de juegos de mesa que ofertaba.

La mayoría eran juegos que venían en cajas pequeñas, por lo general de cartas o de tableros muy reducidos.

Incluso tenían dos mesas en el local, en las que podías probar alguno de esos juegos mientras te tomabas un café.

Yo probé un juego de supervivencia -bastante fome, en realidad-, mientras me tomaba un latte.

En la otra mesa, había una turista italiana que estaba probando uno relacionado con laberintos.

Supe que era italiana porque hablamos luego de salir de la tienda y decidimos tomar algo juntos.

Ella me lo pidió en realidad, pues quería que le ayudara a realizar un itinerario para recorrer algunos lugares, en Santiago, durante los dos días que faltaban para que llegase una prima, con la que luego viajarían a Viña.

Ella me mostró una aplicación que estaba usando, y quería que yo le ayudase a elegir los sitios que realmente valían la pena.

Intenté preguntarle por sus gustos, para saber qué recomendarle, pero ella se negaba a contarme nada muy revelador.

Así y todo, me invitó a quedarme con ella en el hotel en que alojaba y me dijo que fuésemos juntos a recorrer esos sitios al otro día.

Me lo dijo con un tono neutro, sin reflejar en su voz ni en su actitud ninguna emoción en particular.

Yo, de todas formas, supongo que tampoco reflejaba ninguna.

Pensé por qué ocurría eso mientras trataba en vano de buscar culpables.

Siempre los hay, me decía, mientras los buscaba.

Siempre los hay.

sábado, 21 de octubre de 2023

El asunto de las ratas.


Ocurrió hace años.

Luego de una extraña conversación, los primos de unos amigos me invitaron a quedarme en un caserón antiguo, abandonado, que pertenecía a su familia.

El caserón, según me dijeron, estaba relativamente cerca de Rancagua, y en él podían encontrarse -entre otras cosas llaamaativas, por supuesto-, una gran cantidad de ratas que caminaban erguidas, sobre sus dos patas traseras.

Fui hasta el lugar sin creer en el asunto de las ratas, pero confiando en revisar una vieja biblioteca que había en la casona, de la que también me habían hablado.

Dicha biblioteca, por cierto, resultó ser un fiasco -al menos para mis intereses-, pues tenía cientos de ejemplares, pero todos ellos relacionados con informes judiciales de hace aproximadamente 40 años, que no pregunté por qué razón se encontraban ahí.

Fue en ese mismo lugar, según recuerdo, donde vi a la primera de esas ratas.

La vi solo como una sombra, en principio, paseándose tras unos estantes, caminando rápidamente sobre sus dos patas traseras, como un pequeño oficinista.

Todavía sorprendido, me llevaron hasta las habitaciones traseras de la casona, abandonadas y semi destruidas, en las que pude ver varias más de estas ratas y hasta grabamos un video en el que se apreciaba su extraño movimiento.

-Ya enviamos algunos a un canal de tv y otros a dos universidades -me contaron-. Nadie nos ha tomado muy en cuenta. De una de las universidades vinieron y se llevaron un par de ejemplares, pero resultaron ser ratas normales que simplemente caminaban de forma extraña, según nos dijeron. Es decir, no tienen ninguna particularidad salvo esa.

-Pero… -pregunté-, ¿explicaron a qué se debía su forma de caminar?

-No… No lo hicieron -me contestaron-. Pero dijeron que no era algo tan inusual. En Chillán, por ejemplo, se han encontrado burros que caminan hacia atrás y cerca de Punta Arenas hay centenares de pingüinos que caminan saltando en una de sus patas.

-¿Pasan estas cosas, entonces?

-Claro, pasan siempre, pero uno no está enterado no más.

Así, en silencio y un poco defraudado, recuerdo que incluso borré el video que había grabado.

Por suerte, antes de irme, tras revisar por segunda vez la biblioteca, logré dar con un par de libros interesante que cupieron fácilmente en mi mochila: una primera edición en inglés de un libro de Updike y un libro de cuentos de Rubem Fonseca.

Todavía conservo ambos.

Uno de ellos, eso sí -adivinen ustedes cuál-, tiene mordidas de esas ratas en algunas de sus hojas.

De todas formas, aclaro, se trata de un daño que no afecta para nada el contenido del libro.

Eso es lo importante.

jueves, 19 de octubre de 2023

¿Es artificial?


I.

-¿Es artificial? -me preguntó.

-Sí – le dije-. Completamente artificial.

-Pues no lo parece…

-Es artificial -insistí-, lo que ocurre es que está bien hecho.


II.

De otra cosa. Lo lanzas sin contexto y luego hablas simplemente de otra cosa. Incluso puedes cambiar la forma, el estilo… En este sentido tómate las libertades que quieras. Después de todo nadie está realmente atento a lo qué dices, ni para qué lo dices. Más allá de eso siempre di algo. No a la fuerza sino por necesidad. Y si no tienes necesidad pues esperas o te fijas donde está ese espacio que has de llenar un poco. Que esto sea útil, al menos. Piénsalo así.


III.

Si quieres, pídele a una inteligencia artificial que analice tus palabras. Pregúntale si tu texto es honesto. Si tiene marcas de creación “humanas” o el lenguaje manifiesta ser producto de algo distinto. Pregúntale a qué necesidades responde. Para qué fue escrito. Y qué recomendaciones te da para construir la parte final.


IV.

-Yo vuelvo a ver el inicio antes de terminar -me dijo-. Recuerdo las palabras claves, el tono, y de esa forma hasta salgo más tranquilo de esa experiencia.

-¿Experiencia? -pregunté.

-Sí… quería otra palabra, pero no se me ocurrió cuál… ¿te incomoda la palabra “experiencia”?

-No, no me incomoda… pero la encuentro algo artificial -comenté.

-¿Artificial? -preguntó.

-Sí -concluí-. Como todas las palabras eso sí. No especialmente artificial, pero artificial al fin y al cabo.

-No estoy de acuerdo -contestó.

-Hipócrita -le lancé.

No volvimos a hablar.

El uso del blanco.


Como la veía hace días en el mismo lugar, les pregunté a varias personas del lugar quién era ella y qué hacía en ese sitio.

Es la abuela del dueño de las cabañas, respondieron, a lo primero.

No sabemos qué hace ahí, agregaron, pero es cierto que siempre está en ese lugar.

El lugar era una banca pequeña, que estaba junto a un grupo de árboles, cerca del camino que bajaba hasta la playa.

Ella se sentaba ahí y parecía mirar el cielo, por entre las ramas de los árboles.

No hacía nada más.

Está esperando que la rapte Zeus, dijo entonces M., haciendo referencia a un mal chiste que escuchamos hace unos días, en un congreso en que ambos debimos participar.


Días después, justamente el día antes de volver a Santiago, me encontré frente a frente con la mujer.

Estaba oscureciendo y ella venía desde la banca, llevando un libro con pinturas de Berthe Morisot.

Como me sorprendió observando el libro que llevaba ella comentó.

-Es sobre una pintora francesa, Berthe Morisot -me dijo- ¿La conoce usted?

-No -mentí.

-En realidad es sobre el uso del blanco en las obras de esa pintora… o más o menos sobre eso.

Como no supe qué decir, ella simplemente pasó por mi lado, caminando lento y yo me dirigí al banco en que ella se sentaba.

Una vez ahí, me quedé pensando justamente en el uso del blanco en la obra de Berthe Morisot, buscando con mi celular algunas obras.

Viendo aquellas obras, terminó de oscurecer.

Entonces, regresé a mi cabaña y guardé mis cosas, pues debíamos regresar a Santiago muy temprano, al otro día.

-¿Todo bien? -preguntó M., tras notar que estaba pensando en algo más.

-Sí -le dije-. Todo bien.

miércoles, 18 de octubre de 2023

No salgo en esas fotos.


I.

No salgo en esas fotos.

Sé por qué, pero no digo.

Dejo que busquen, en cambio.

Incluso que confundan, por momentos, mi presencia.

Ese no soy yo, señalo, pero apenas creen.

Insisten, entre ellos, y regresan a buscar.

Mientras lo hacen, conversan y me observan como si yo los engañara.

Ahora, por ejemplo, acusan verme en otras fotos.

Me las muestran, orgullosos, como si revelasen algo.

Así, se convencen y dicen que soy yo.

Yo lo niego, por supuesto, pero ellos ya no escuchan.

Yo soy ese, para ellos.

Y está bien.

Peor sería no ser nadie, me digo.

Peor sería.


II.

Me llevo una foto de ese encuentro.

Una en que supuestamente salgo yo.

Se convencieron porque el supuesto yo, cargaba un libro en una de sus manos.

Un libro rojo que por cierto desconozco.

El rostro no se ve pues la figura aparece mirando para abajo.

Ocultándose, probablemente, de la foto que tomaban.

No puedes decir que no eres tú, me dicen, desafiándome.

Por supuesto que puedo, les contesto.

Ellos ríen porque piensan que bromeo.

Yo los dejo, entonces, pensar que sí.

No salgo en esas fotos, me digo, pero poco importa.

Ni en las selfis apaarezco, a fin de cuentas.

Un día de estos, de hecho, tendré que confesar.

Pero hoy no.

martes, 17 de octubre de 2023

Me atacó un pavo real en Barcelona.


I.

Me atacó un pavo real en Barcelona.

Fue en un restaurant exclusivo, situado más bien en las afueras de la ciudad.

De hecho, podría decirse que fui afortunado de que el pavo real me atacase, pues gracias a eso no debí pagar la cuenta y hasta me regalaron una estadía de una semana en un hotel campestre que quedaba cerca de Montserrat.

En ese hotel, además, me visitó tres veces un médico para tratar mis heridas, prácticamente inexistentes.

Y hasta me pagaron un guía que llegó hasta el lugar, para llevarme a un recorrido especial.


II.

El recorrido fue por unos senderos que no eran transitados.

Varios ellos de piedra, muy antiguos, que llevaban hasta unas pequeñas cuevas, donde habían vivido algunos eremitas, siglos atrás.

También hay otras cuevas oficiales, cerca del monasterio, me dijo el guía, pero los verdaderos eremitas vivieron en estas.

Las otras, concluyó, eran lugares de paso, simplemente, que algunos monjes en viaje pasaban a visitar.


III.

El día que me atacó el pavo real, por cierto, yo me acerqué hasta él pensando que se trataba de una figura ornamental, inanimada.

Estaba con sus alas desplegadas, cerca de un estanque que había en el extenso jardín que tenía el restaurant.

En concreto, me dio de picotazos en la frente, varias veces, como si mis pensamientos lo ofendieran.

No lo culpo, pues yo también acostumbro darme picotazos, cuando me pongo a pensar.

lunes, 16 de octubre de 2023

Unas películas de Peter Watkins.


C. me contó que trabajó en un par de películas de Peter Watkins.

De esas que experimentaban mezclando -según ella-, distintos niveles de ficción.

En uno de los films, le tocó encarnar a una periodista que entrevistaba para la televisión a varios personajes del siglo XIX.

Algunos conocidos y otros, simplemente, personas comunes, de esas que hubiesen sido dejadas de lado por cualquier otra producción.

Yo había visto, por cierto, varios films de Watkins, pero no estaba de acuerdo en la mayoría cosas de lo que ella decía.

Principalmente, en la idea de que aquellos films mezclaran distintos niveles de ficción.

Es decir, podía aceptarlo desde cierta teoría, por supuesto, pero a mí me habían transmitido la sensación de experimentar, más bien, con distintos niveles de realidad.

En vez de decírselo, sin embargo, me dediqué a escuchar su experiencia en los rodajes.

Como confidencia, me contó que se hizo pasar por otra persona para conseguir el puesto.

Por una actriz de teatro belga que había conseguido el papel en un cásting y que se lo cedió a ella porque descubrió que quedó embarazado cuando ya tenía cinco meses, y faltaba todavía un mes y medio para comenzar la grabación.

Como el papel era menor, nadie se dio cuenta del cambio y todo salió de buena forma, según ella.

La actriz belga recibió la paga en su cuenta, pero a minutos de recibirla, se la transfirió.

No eran amigas, pero la actriz belga había quedado embarazada del que era en ese entonces el novio de C., así que tal vez se sintió culpable.

De igual forma -me dice, mientras se viste-, fue una buena experiencia.

Como no sé a qué se refiere, prefiero asentir en silencio y hacer un poco como Peter Watkins.

Uno de estos días voy a revisar esa película, para comprobar si es cierto que ella participó.

domingo, 15 de octubre de 2023

Cosas que pasan.


Se enojó porque dijo reconocerse en un personaje de un cuento que yo supuestamente había escrito y publicado bajo un seudónimo.

-También te reconocí a ti, como autor -me dijo-. No sé si para ofender a tus anchas y dañar a aquellos que no te atreves a dañar frente a frente, usando los verdaderos nombres.

Pensé en decirle que nada era verdadero. Mucho menos los nombres. Y probablemente ni siquiera el daño.

-¿No lo niegas? -me dijo- ¿No vas a intentar decir que todo es fruto de una confusión?

-No -le dije.

-¿Entonces lo admites? -insistió.

No contesté.

En cambio, dejé que me enrostrara otras molestias -la mayoría también equívocas e infundadas-, y que se desahogara de esa forma, antes de alejarme de ahí.

Sin embargo, poco después, cuando intenté irme, me detuvo diciéndome que entendía de todas formas que -literariamente, al menos-, yo me tomase ciertas licencias, e intentó explicar ahora que la molesta se debía mayormente a que no le había dicho nada previamente y hasta pareció un poco más amable.

-Es más cuestión de forma que de fondo -me dijo, extendiéndome el libro donde supuestamente aparecía mi cuento-. El fondo, sinceramente, está bien.

Recibí entonces el libro, aunque no sabía para qué.

Luego me extendió un lápiz.

-Al menos dedícamelo, ¿no crees?

Para no discutir tomé el libro y lo abrí en la página donde supuestamente estaba mi cuento.

Se lo dediqué y hasta le hice un dibujo.

-No se volverá a repetir -le dije, mientras me iba.

Segundos después, escuché su voz mientras avanzaba, llamándome, pero no volteé la vista atrás.

sábado, 14 de octubre de 2023

Salió a matar zombies.


I.

Salió a matar zombies.

Eso me dijeron cuando pregunté por él.

Luego pregunté si esa frase la había dicho él directamente o era más bien la interpretación de quien me contestó.

Como no me respondían expliqué brevemente que los zombies ya estaban muertos, y por eso, decir que iba a matarlos no era una expresión del todo exacta.

Dejó una nota, me contestaron.

Pegada en su puerta, la dejó.

Si preguntan por mí di que fui a cazar zombies, decía la nota.

Eso me dijeron que escribió, al menos.

De acuerdo, dije yo, gracias por explicar.

No volví a preguntar por él.


II.

Semanas después de aquella conversación recibí una llamada.

En laa pantaalla se mostraba un número desconocido.

No se escuchaba bien.

Resultó ser él.

Todos son zombies, fue lo primero que dijo.

Ni siquiera hola, ni siquiera se presentó, solo dijo que todos eran zombies.

De acuerdo, dije yo.

Luego le pregunté si ya había matado a varios.

Los zombies ya están muertos, me dijo, no se matan.

¿Y qué se les hace?, pregunté.

Se les acompaña, me contestó.

Se habla con ellos, se trabaja con ellos…

¿Se vive con ellos?, le interrumpí.

De nuevo le erraste al verbo, me dijo.

Fallé de gusto, confesé.

No nos dijimos nada más.

Colgamos poco después.

En otra época, al menos, nos hubiésemos reído.

viernes, 13 de octubre de 2023

Cosas que no te explicas.


Cosas que no te explicas.

El mundo está lleno de esas cosas.

No las enumeraré, por lo mismo.

No tengo ganas, ni menos tiempo.

Me limitaré únicamente a dar un ejemplo.

Un gran orangután atrapado en una chimenea.

Ocurre en una casa de grandes dimensiones en una parte acomodada de una moderna ciudad.

Imagine usted cualquiera.

No le recomiendo eso sí, vincular la imagen con ese relato de Poe que se habría frustrado de esta forma.

Así y todo, puedo admitir que las situaciones se tocan en algún punto.

Sin embargo, la diferencia entre ambas experiencias es sencillamente abismal.

De hecho, puede observarse la oposición entre ambas, justamente, como un enfrentamiento entre aquello que no te explicas frente a aquello que -de una forma analítica, rebuscada y hasta artificiosa-, logras explicar.

No es mi intención, sin embargo, detenerme en esta oposición.

Solo mencionar que ante un orangután atrapado en una chimenea -sin existencia de orangutanes cerca ni extravíos de ejemplares reportados-, no hay mucho más que podamos hacer.

Por lo mismo, decía en un inicio, este es un ejemplo de aquellas cosas que no te explicas.

Puede usted pensar en otras, por supuesto.

Yo elegí mencionar el gorila para no hablar de la vida, directamente, y ofender a algunos lectores más delicados.

¿Con qué objetivo?, preguntará alguno.

Pero quien preguntó no obtendrá respuesta.

Y es que no voy a responder preguntas que me parecen, ante todo, insensatas.

O evasiones disfrazadas, más bien.

Otra cosa que no te explicas.

jueves, 12 de octubre de 2023

Espera a que el mundo aprenda a respirar.


Espera a que el mundo aprenda a respirar.

O espera más bien a darte cuenta.

Sentado en tu patio trasero, tranquilo, simplemente espera.

Y mientras estés allí, comprende de paso que todo el mundo, es también un patio trasero.

No hay nada malo en eso, por supuesto.

Solo compréndelo, mientras estés ahí.

Aprovecha el tiempo.

No es criticar no destruir la intención de mis palabras.

Mejor observa.

Debes estar atento.

No siempre grita el mundo, pero al menos hace gestos.

No te asustes, solo obsérvalo.

Como si miraras tus manos o a tus hijos, descubriéndolos.

Cierra los ojos incluso.

Tapa tus oídos.

De igual forma en tu piel golpeará el viento.

O mejor, ¿sabes qué…?

Olvida lo que digo y siente simplemente cómo pasa el tiempo.

Escucha el reloj enterrado bajo tierra.

Respira hondo.

Y percibe entonces dónde palpita el secreto.

¿Bajo el árbol o en sus ramas?, pregúntate.

Y no respondas en voz alta.

Nunca preguntes ni respondas en voz alta.

Todo lo así expuesto es incorrecto, a fin de cuentas.

O inexacto, al menos.

Así, finalmente, hazte el ciego, aunque no sepas para qué.

Arráncate los ojos, incluso, si no quieres mentir.

Todo siempre -eso sí-, en el patio trasero.

Y ahí, como decía en un inicio, espera a que el mundo aprenda a respirar.

O espera mejor a darte cuenta.

Si es que hubo alguna vez un acertijo -te aseguro-, no deber resolverlo.

miércoles, 11 de octubre de 2023

De su carne, una gran ballena blanca.


No sé cómo lo hizo, pero construyó de su carne una gran ballena blanca.

Me refiero a qué no sé de dónde sacó esa carne.

Era un tipo común, delgado incluso.

Estatura media.

Algo entrado en años y con la piel reseca.

Ya era así, digamos, cuando lo anunció.

Voy a crear de mi carne una gran ballena blanca, nos dijo.

Por supuesto, cuando lo anunció, ninguno de nosotros le creímos.

Decidimos que estaba loco, simplemente.

Ni siquiera pensamos en la posibilidad de que aquello pudiese ser una metáfora.

No hicimos preguntas.

Hablamos de otras cosas, incluso, luego de su anuncio.

Luego, nos emborrachamos juntos por última vez antes de verlo partir.

Se fue a vivir cerca del Cabo de hornos.

En una isla relativamente pequeña, con una entrada de mar interior.

Era como un lago, digamos, solo que de agua salada.

Conectado al océano, aparentemente, por canales subterráneos.

Fue ahí, por cierto, donde fue creciendo la ballena blanca.

Él, cada cierto tiempo, nos mandaba fotos que siempre estimamos falsas.

Apenas se distinguía en ellas, además, alguna figura.

Ocurrió así hasta que nos llegó un video en que podía apreciarse claramente una pequeña ballena.

Una blanca, por supuesto.

Luego llegaron más videos.

La ballena crecía en la entrada de mar al interior de la isla.

Un año después, aproximadamente, tres de nosotros viajamos hasta el lugar.

Fuimos en avión hasta Punta Arenas, luego a Puerto Williams y entonces él mismo nos fue a buscar en una embarcación pequeña.

Por el camino hablamos de todo, menos de la ballena.

Incluso cuando la vimos, nadando en ese pequeño mar interior, no nos atrevimos a preguntar nada.

Él, sin embargo, insistió en que había construido esa ballena blanca con su propia carne.

No quisimos sacar fotos ni grabar videos.

Lo que sí hice fue tomar apuntes cuando dio algunas explicaciones.

Meses después, ya en Santiago, de regreso, intenté seguir sus pasos.

Solo diré que se trataba un proceso extremadamente doloroso.

Llegué a sentir que moría, y apenas logré formar un pequeño pececito azulado.

No más de dos centímetros, si soy sincero.

Luego de hacerlo quise dejarlo libre, pero no supe dónde.

Tal vez lo vean, algún día, deambulando por aquí.

martes, 10 de octubre de 2023

Un colibrí vuelto gallina.


Soy un colibrí vuelto gallina.

Mi delicadeza es tosca.

Incluso el corazón -lo confieso-, late más despacio que antaño.

Son cambios, simplemente, pero me avergüenzo de varios.

Cacareo más de la cuenta y porque sí.

Pongo huevos que suelen volverse piedras.

Si me acerco una flor -lo confieso-, termino por romperla a picotazos.

Por lo mismo, evito el contacto, ante todo.

Muerdo mi lengua y no me quejo.

Intento arreglar el lugar, aunque me cuesta.

Barro y recojo mis propias plumas, por ejemplo.

En definitiva, hago lo que puedo por olvidar que se trata de un gallinero.

Mientras eso intento, mi memoria me dice que también fui antaño otras aves.

Con voz de imágenes, me lo dice.

Pelícano, zorzal, un pequeño gorrión amarillo y hasta cuervo.

No recuerdo detalles, pero estoy consciente que perdí el vuelo.

Igualmente, de todo aquello, no tengo quejas.

Y es que mi delicadeza es tosca, como decía, pero es delicadeza.

Mis ojos aún se agitan y a veces eso basta.

Me arrojan maíz y lo recojo.

Cuando llueve, hasta el agua es alimento.

Tengo lo que necesito, digamos, para ser lo que ahora soy.

Un colibrí vuelto gallina.

Ganar y perder poco importa, pienso, mientras amanece.

Y apenas, amanece.

lunes, 9 de octubre de 2023

Cerca suyo.


I.

Explotaron bombas, es cierto.

Cerca suyo explotaron bombas.

Su cuerpo se desintegró prácticamente, pero alguien dice que no murió de aquello.

Grabó un video diciéndolo y lo envío.

Sin sospechar las bombas que venían, lo envío.

No sé cómo, pero se acuchilló su propia espalda, se le escuchaba decir, en el video.

También se enfocaba el cuerpo, entero aún, en el piso, al costado de una mesa.


II.

Vi el video de mañana, el día de mi cumpleaños.

Había llegado la tarde anterior, pero no lo miré a tiempo.

Ahora todos están muertos.

No duele, pero es cierto.

O no alcanzó a doler, digamos.

Es información, simplemente.

Un grupo de verdades objetivas.

Como que todos vamos a morir, también, por ejemplo.

Como que es cuestión de tiempo.


III.

Intento no hablar de aquello, pero los otros buscan el tema.

Me saludan por el cumpleaños y comentan el video.

Qué casualidad, dicen algunos.

Hay que venderlo a algún medio, dice otro.

Cómo sea… lo más extraño es que hubo también otros presagos, dice un tercero.

Por ejemplo -agrega-, un anciano que habló bajito los noventa años de su vida, lanzó un grito agudo y muy extraño.

Está grabado el grito, comenta, como si dudásemos de sus palabras.

Hablamos luego de otras cosas.

Nadie dice, verdaderamente, nada más.

domingo, 8 de octubre de 2023

Trazos.


I.

Trazos.

Para no pensar hago trazos.

Tomo una hoja, un lápiz, y hago trazos.

Mientras esto ocurre los observo, aunque sin pensar.

Me refiero a que los trazos surgen, simplemente, al deslizar el lápiz.

Y claro… yo los observo.

A veces, entre ellos, se intersecan y a veces no.

Casi nunca se organizan en algo inteligible.

Demoro en hacerlos.

No mido el tiempo, pero sé que demoro.

Si los hiciera rápido, por ejemplo, llenaría la hoja y terminaría casi de inmediato.

Pero como los hago para no pensar, me lo tomo sin apuro.

Es una forma de vivir, también, hacer trazos.


II.

Es cierto.

Lo escribí como haciendo trazos, pero reconozco ahora que es cierto.

Es una forma de vivir, también, hacer trazos.

Deslizar los pies.

Respirar profundo.

Quedarse dormido sentado en una silla.

Todo es hacer trazos.

No hacerlos es hacerlo, me refiero.

Todo salvo pensar, por supuesto.

Sí.

Todo salvo pensar.


III.

Hace años, cuando intenté aprender kanjis, me los enseñaron a partir de trazos.

Al realizarlos, debíamos ser conscientes de la dirección, de la intensidad y hasta del momento de cada uno.

Puede parecer contradictorio, pero ahí fue cuando comencé a hacer trazos para no pensar.

De hecho, me bloqueaba totalmente cuando comenzaba a hacerlos.

Así y todo, los kanjis fluían perfecto.

Bueno, casi perfectos.

Lo cierto, finalmente, es que no los quise comprobar.

sábado, 7 de octubre de 2023

Anclas.


Leo que en varios puertos del país han robado las anclas de los barcos.

En un inicio se pensó que cortaban las cadenas y las arrojaban al mar, como acción de sabotaje, pero ahora se sabe que se trata de robos.

Y es que han revisado grabaciones y descubrieron así a un grupo de personas -una poderosa banda delictual, han dicho en las noticias-, que se organiza para robarlas rápidamente y llevar las anclas en camiones hasta un lugar todavía no revelado.

Según señalan en el reportaje, sospechan que las venden simplemente, como material, pero es extraño el esfuerzo que realizan para robarlas si ese fuese el único móvil.

Teorías hay varias, por supuesto, tan absurdos como la existencia de un coleccionista de anclas o hasta de tener fragmentos de oro oculto en el metal, que buscaría recuperarse.

Con todo, lo realmente grave, señalan, es la cantidad de naves dañadas tras quedar a la deriva, arrastradas por la marea y chocándose unas con otras, como ocurrió con varias de ellas.

Muestran imágenes, entonces, de varias embarcaciones sin anclas, siendo rescatadas por barcos de marina y otras naves mercantes que parecen llevarlas hasta un sitio seguro.

Mientras las observo, pienso que no sé por qué, pero me gustan esas imágenes.

Sobre todo cuando imagino que los barcos remolcados volverán a arrancarse del lugar y tendrán que ir nuevamente por ellos, mar adentro.

No sé si ocurra, por supuesto, pero es lo que imagino.

Nunca pienso en las anclas.

viernes, 6 de octubre de 2023

Visita.


Te cuenta que está construyendo un nuevo templo. O ayudando a construirlo, más bien. Te saluda con afecto. Te recuerda de otro tiempo. Muestra fotos de familia, desde el celular. Un niño en el agua. Una niña, también. Creo que dos más. Luego pregunta por la tuya. Contestas. Brevemente, contestas. Después, te cuenta como al pasar que perdió hace un año todas sus cosas. Casa, auto, todo lo que puede perderse en un incendio. No estaba en el lugar. Ni él ni su familia estaban. Así que no hubo, afortunadamente, otras pérdidas. No hubo otros daños, te dice. Verdaderos daños. Y claro, gracias a varios apoyos ahora todo va mejor. Ahora, extrañamente, se acordó de ti y decidió pasar a visitarte. No vive en la ciudad. Pero viene una vez a la semana para ayudar a construir un templo. Creo que están construyendo cinco. Él colabora en cosas menores. Nadie se lo pidió. No directamente, al menos. Se ha acelerado todo, te dice. El fin de los tiempos. Lo que tarde o temprano tenía que pasar. Tú intentas no escuchar, mientras explica. No reaccionar, incluso, a sus palabras. A sus creencias. Construirán más templos. Bautizarán, incluso, a los muertos. Eso te dice y luego se va. No te propuso nada, antes de irse. Nada concreto. No alcanzaste siquiera a ofrecerle algo.

jueves, 5 de octubre de 2023

La llave.


Encuentras la llave. Una llave todavía en ese entonces. Indeterminada, me refiero. En el suelo la encuentras mientras vas a casa. Sola está la llave. Abandonada en el piso. Sin llavero. Aparentemente nueva o casi nueva. Brilla sobre el asfalto como una moneda de un país desconocido. Probablemente inútil, para ti, pero la recoges igualmente. La observas como si en ella pudiese estar la clave de quién la ha perdido. O el secreto, digamos, de qué puerta abre. Avanzas con ella, en tus manos. Como si fueses abriendo con ella un espacio nuevo a cada paso. Y es que el mundo parece el mismo, es cierto, pero probablemente tras recoger esa llave hiciste un cambio. Un viaje, probablemente. Un traslado. Todo está sospechosamente igual, pero sabes que no es cierto. La llave en tus manos te dice que no es cierto. Eres tú, pero este es otro sitio. Has abierto, sin proponértelo, un acceso hacia otro sitio. Mientras avanzas piensas eso. Lo piensas hasta que llegas de pronto frente a aquello que parece ser tu casa. Desconfías. Te detienes como siempre, pero desconfías. Entonces, intentas abrir con la llave nueva. Lo intentas, pero no abre. No es la correcta, te dices. No es la casa correcta. Retrocedes y avanzas, sorprendido. Comienzas a buscar.

miércoles, 4 de octubre de 2023

Lo veo esa vez.


Lo veo esa vez. Pasa el tiempo, pero lo sigo viendo esa vez. Sentado, más abajo. Yo estaba en un lugar alto, digamos, entre unos árboles. Él en medio de una cancha de fútbol improvisada, sentado. Al fondo, más lejos se ve un lago. No muy lejos, en todo caso. El borde de la cancha está marcado. Desgastado. Trotamos por ahí todos los días, desde hace diez, y ya se ha hecho esa marca. Ahora está sentado, leyendo. Dice que no le gusta leer, pero si empieza algo suele pasar largo rato concentrado, un poco absorto, terminando la lectura. Lo que lee es “Matadero cinco”, de Vonnegut. Yo se lo pasé. Lo llevé junto a otros libros que ya, en su mayoría, terminamos. Los dejaba por ahí, a la vista. Luego él los tomaba. Preguntaba un poco sobre ellos, luego tomaba alguno. Así había ocurrido con el de Vonnegut. Y así lo veo, desde esa vez. No es que no lo vea de otra forma, desde entonces, pero de alguna forma son imágenes que se sobreponen. Como distintos sellos de agua que puedes reconocer según el ángulo en que ubicas la imagen. Una conversación. Jugando algo. Riendo por algo absurdo. Preparando el fuego de un asado. El presente solo es otro de esos momentos. Tan valioso como esos otros. El sol los atraviesa a todos. Desde que lo vi nacer hasta un último momento. Todo está unido por la misma luz. Verdades que están y no pueden decirse. Hebras de luz, probablemente. Sí, hebras de luz.

martes, 3 de octubre de 2023

Hablar del asunto.


F. quiere hablar de aquello, pero M. no.

Ocurre así desde hace un tiempo.

Sin mayores problemas en un principio, pero hoy la situación se ha vuelto incómoda.

De hecho, a mí mismo me incomoda hablar de aquello.

Se lo digo a F., pero ella insiste en la necesidad de sacar el tema a la luz.

Argumenta incluso que es por el bien del propio M.

M., por otra parte, guarda silencio apenas comento del asunto.

Se ve afligido.

No evita el tema por porfía, pues se ve que le afecta todo eso.

Hay un daño, digamos, cuando lo obligo a escuchar aquello que él evita.

Eso le digo a F., para que considere bien la necesidad de hablarlo.

De hablarlo directamente, me refiero.

Para que no haya arrepentimientos después, le digo.

Para que no haya arrepentimientos debe considerarse el daño.

Ella escucha, por supuesto, pero está acostumbrada a enfrentar la muerte de otra forma.

O a cargar con ella, más bien.

A llevarla en los bolsillos y sacarla a la luz todo el tiempo, como mostrando las fotos de sus hijos.

Es lo correcto, me dice. Sé que es lo correcto.

Mientras lo dice, observo que ha envejecido hablando de esa forma.

Está gastada.

M. también, por supuesto, pero al menos en él observo cambios.

Actitudes distintas.

Conocimiento nuevo.

Comprensiones tristes, si se quiere.

No sé qué hago aquí, entre ustedes dos, les digo entonces.

Ellos se observan y después me miran.

Ellos saben.

lunes, 2 de octubre de 2023

Fue verdad.


Fue verdad.

Todos saben que fue verdad.

Antes, por supuesto.

Y es que después, poco a poco, dejó de serlo.

Es cierto… dejó de serlo.

No le des vueltas y cree lo que te digo.

Créelo, desde ya.

Confía.

Créelo así y ante todo no te aflijas.

Y es que ocurre así, sin más.

No da siquiera para estar triste.

A todos nos pasa.

Si hasta a la verdad le ocurre, ya ves.

Me refiero a que deja de ser, lo que era.

Sin aviso, prácticamente.

Sin que nos demos cuenta deja de ser lo que era, la verdad.

Y hasta dejamos de serlo, con ella.

No te olvides.

No lo olvides, pero no sufras.

Aprovecha más bien, la verdad, cuando aún es tiempo.

Los hechos que creemos ciertos.

Las palabras de antes.

Los nombres que significaban algo más que aquello que nombraban.

Y es que ahora, en cambio, hemos perdido hasta el nombre.

No era lo máas importante, es cierto, pero igualmente lo perdimos.

En el tiempo, los perdimos.

Y claro… fuimos verdad, en ese entonces.

Todos saben que fuimos verdad.

Ahora, en cambio, me percibo claramente como un engaño.

Aunque sea el mismo, de cierta forma, me percibo bajo ese criterio.

Fue verdad, digo entonces.

Todos saben que fue verdad.

Pero apenas decirlo, lamentablemente, comienza a dejar de serlo.

Ya ven cómo ocurre.

Otra vez.

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