domingo, 31 de diciembre de 2023

Termitas en la madera.


I.

Los conceptos de materia y madera provienen de la misma palabra.

De hecho, eran la misma palabra, solo que la t sonorizó y se convirtió en d, en algunas regiones.

No es algo importante, probablemente, pero cuando lo cuento siento que digo también algo más.

No directamente, digamos, pero de cierta forma ese algo queda arrojado, como una pista.

Como un indicio de algo en lo que yo mismo prefiero no pensar.

Después de todo, si lo pienso o no lo pienso no me afecta en lo absoluto.

Si fuera una termita, tal vez, pero no lo soy.

O hasta dónde sé, al menos, no lo soy.


II.

Igualmente, si fuese una termita, creo que intentaría hacer caso omiso a las diferenciaciones y me guiaría simplemente por el significado de origen.

Y permanecería, de esta forma, en el momento en que la t no sonorizaba aún.

No sé si me iría mejor o peor siguiendo aquella opción, pero intuyo que al menos estaría más cerca de algo que me alejado.

Algo natural y propio, si soy sincero.

¿Termitas en la madera?, pregunta alguien, justo cuando me disponía a cerrar el texto.

, le digo. Termitas en la madera.

Y probablemente un alma en cada termita.

Ese es, a fin de cuentas, el verdadero principio.

sábado, 30 de diciembre de 2023

¿Qué culpa tiene Blondie?


I.

¿Qué culpa tiene Blondie?, me preguntan.

No sé quién, ni cuándo ni a qué viene.

Solo recuerdo que me preguntan aquello seriamente y esperan mi respuesta.

¿Qué culpa tiene Blondie?, repito entonces, devolviendo la pregunta.

, me confirman, ¿qué culpa tiene Blondie?

Toda la culpa, me escucho decirles.

Toda la culpa que pueda tener.



II.

Ni menos ni más, afirmo.

Las porciones que recibimos están servidas de antemano.

De dolor, de amor, de culpa o de lo que quieran intentar nombrar.

Ellos me observan.

Igual la culpa es más o menos treinta y ocho cosas, les digo.

¿Treinta y ocho cosas?, preguntan.

Sí, respondo.

Treinta y ocho. Y todas un distintas entre sí, aunque permanezcan en contacto.

¿Estás seguro?, preguntan ahora.

, les digo.

En una de esas son treinta y nueve, pero no quiero pensar demasiado.

Es cierto, aceptaron. Nadie aquí quiere pensar.



III.

Tal vez Blondie se rebeló alguna vez, me dicen.

Tal vez se molestó y mordió de vez en cuando, pero no ha quedado registro.

¿Rebelarse para revelarse?, pregunto.

No, me dicen. No se trata de juegos de palabras.

La culpa es algo que debe tratarse seriamente.

Guardo silencio un momento para no discutir.

Igual es algo que no puede saberse, les digo.

Es cierto, señalan.

Pero entonces, ¿qué culpa tiene Blondie?, insisten.

Toda o ninguna, les respondo.

No agrego nada más.

viernes, 29 de diciembre de 2023

Un último regalo.


I.

-Su último regalo fue un cubo Rubik de un solo color -me dijo.

-¿Te refieres a que el cubo tenía cada una de las caras del mismo tono? -pregunté.

-Exacto -contestó.

Luego hizo una pausa.

Parecía esperar que yo agregara algo, pero no sentía que hubiese algo para decir.

-No supe si enojarme o agradecerle -agregó después de unos segundos-. ¿Qué crees tú que significaba?

-No sé -le dije-. Pero lo bueno es que hagas lo que hagas el cubo siempre estará en la posición correcta.

-No sé -dijo-. También puede estar en una incorrecta y no saberlo…

-Es otra forma de verlo -acepté.

-No sé… -volvió a decir ella-. Realmente no lo sé.


II.

Al otro día, en la mañana, vi que sobre el velador tenía el cubo Rubik.

Ella seguía durmiendo, pero yo debía irme pronto pues tenía un pasaje a mi nombre que debía utilizar.

Traté de hacer un poco de ruido para ver si se despertaba y alcanzar a despedirme, pero no lo hizo.

Por lo mismo, me conformé con escribir una nota en un papel, que dejé apoyado bajo el peso del cubo.

El color de las caras del cubo era calipso.

Exactamente igual en cada una de sus caras.

Antes de cerrar la puerta, me fijé que la luz del sol entraba por una de las ventanas y daba justo sobre el cubo y sobre mi nota.

Por un momento pensé en ir por lo que había escrito y llevármelo, simplemente, pues así todo sería más fácil.

O podría serlo, al menos.

De todas formas, finalmente, no lo hice.

En cambio, cerré la puerta despacio, para no despertarla.

Nunca supe, por cierto, si lo hizo.

jueves, 28 de diciembre de 2023

Parece un trabalenguas.


«Yo curo a la gente,
Cinnamon me cura a mí.
Pero ¿quién curará a Cinnamon?”



Parece un trabalenguas.

La verdad, cuando es dicha, parece un trabalenguas.

Por lo mismo, a veces sospecho que la verdad no existe, realmente, para ser dicha.

No sé si lo han intentado, pero traten de hacerlo alguna vez.

Yes que sin duda es cierto: la lengua se traba y nos dificulta el habla.

Cuando digo lengua, por cierto, digo también otras cosas.

Me refiero a que, por ejemplo, algo en el pecho, se traba.

O no en el pecho, necesariamente, pero sí en nuestro interior.

Incluso en un interior que no necesariamente es físico.

¿No lo digo bien?

Pues ya ven cómo parece un trabalenguas.

Puedo intentar ordenarlo, pero seguirá, probablemente, pareciendo confuso.

Aunque saben… todo se aclara si escuchan mi voz como si de ella brotasen axiomas.

Aquí va el primero:

En la vida solo cabe una verdad.

Y luego un segundo:

Con una verdad se llena la vida.

Plenamente, se llena, agrego.

Y claro… a veces esa verdad es un hijo, y se vuelve algo concreto, pero no por eso debes confiarte.

Esto, ya que no siempre es algo fijo. Ni definitivo.

Supongo que ya lo intuyes, pero lo cierto es que la verdad salta siempre de un sitio a otro.

No sabe mantenerse quieta.

Y no termina nunca de decirse.

En otras palabras, es igual a una rana que salta de una piedra a otra mientras fluye el río.

Otro trabalengua, si lo piensas.

Otro axioma vestido de enigma.

Así salta la rana, entre las piedras.

Igual como ha de saltar tu vida, en definitiva, para saberse viva.

miércoles, 27 de diciembre de 2023

Una lista de cosas extrañas.


Hice una lista de cosas extrañas.

No ahora, por cierto, sino hace ya bastantes años.

En la lista incluí situaciones, acciones y cosas. Todas ellas sacadas de experiencias que me había tocado vivir directamente.

Vale la pena señalar que lo que anotaba en esa lista eran cosas extrañas “para mí”, por lo que, probablemente, para otras personas fuesen situaciones comunes y no llamasen la atención en lo absoluto.

Así y todo, debo reconocer que, de cierta forma, me sentía orgulloso de esa lista.

De hecho, andaba casi siempre con ella (a escondidas eso sí) y anotaba de inmediato un nuevo hecho o situación que calificase en esa categoría.

No tenía criterios claros, es cierto, pero tampoco acostumbraba dudar si algo era lo suficientemente extraño como para ser anotado.

Por lo mismo, apenas percibía que algo merecía ser anotado, lo escribía sin más y no lo cuestionaba en lo absoluto.

A veces -por lo general de noche y a solas-, sacaba aquella lista y la leía en orden, repasándola detalladamente.

Era como revisar fragmentos de un mapa, pienso ahora, cuyo significado y referencia esencial desconocía, aunque sin intentar descifrarlo.

Ya siendo padre, con mi hijo pequeño, recuerdo haberle leído aquella lista e incluso agregado, con él en brazos, unas cuántas líneas más.

Fue entonces, creo recordar, que comprendí que absolutamente todo podía estar en esa lista, y hasta merecía, de cierta forma, entrar en ella.

Y claro… fue a raíz de esto, justamente, que dejé de anotar.

Con todo, no boté aquella lista, sino que la transcribí ordenadamente y luego la guardé -eran más de quince hojas-, dentro de uno de los tomos de Umbral, de Juan Emar.

La había olvidado hasta hace poco, cuando di con ella tras volver a visitar aquel libro.

“Olvidar algo importante, volver a recordarlo y olvidarlo nuevamente”, había escrito en una de las líneas.

No recuerdo mucho más.

martes, 26 de diciembre de 2023

Un cuadro.


Encuentro en una tienda de antigüedades un cuadro extraño. Pequeño. Un óleo pintado con bastante buena técnica y que muestra a una paloma que está leyendo -u observando más bien-, el contenido de un pequeño papel que está extendido, recién desenrollado, junto a sus patas.

La paloma también tiene un una de sus patas una especie de carcaj en el que, deduzco, estaba antes aquel mensaje, y se trata por lo tanto de una paloma adiestrada para llevarlos de un lado a otro. Una paloma mensajera, digamos.

-¿Sabe algo de ese cuadro? -le pregunto al vendedor.

-¿Cuál cuadro? -me pregunta, a su vez.

Yo se lo indico.

El hombre va hasta su escritorio, toma un cuadernillo y empieza a buscar en él. Luego de unos segundos me dice con un tono seco:

-Treinta y cinco mil -me dice-. Valía cincuenta, pero se lo dejo en treinta y cinco mil.

Tras escucharlo, intento explicarle que no quería saber el precio. Que me interesa saber algo más sobre ese cuadro. Algún dato, alguna información…

-Treinta mil -me interrumpe-. Puede quedar en treinta mil. Solo el marco probablemente pueda costar eso.

-¿Sabe algo de la pintura? -vuelvo a decirle ahora, con un tono más duro-. ¿Fecha, autor, título?, algún dato…

-Veinticinco mil, pero sin boleta -me dice ahora-. Ya se sabe que al final los impuestos no benefician a nadie.

Tras esto, observo al vendedor un momento, fijamente, y comprendo que no va a decirme nada en lo absoluto.

Por lo mismo dejo de insistir.

Me acercó al cuadro y me fijo en él. En los trazos. En la suma de grises y tonos marrones que componen la pintura.

-¿Veinte mil? -me pregunta ahora el vendedor-. ¿Piensa que veinte mil es un precio adecuado?

-¿Adecuado a qué? -le devuelvo la pregunta.

Él no contesta.

-¿Quince mil entonces? -dice ahora.

-Mil -le respondo, simplemente por joder.

Sorprendentemente, cuando em aprestaba a dejar el lugar, el vendedor anuncia que acepta mi precio.

Todavía extrañado, em acerco hasta él y le entrego dos monedas de quinientos, que llevaba en los bolsillos.

Él descuelga el cuadro, lo mete en una bolsa de papel y me lo entrega, sin mirarme.

-Él hombre no es una isla -dice entonces el vendedor.

-¿Perdón…? -le digo.

-Ese es el nombre del cuadro -contesta.

Luego se voltea y se pone a hacer otras cosas.

Yo, ahora un poco más tranquilo, tomo la bolsa del papel, con el cuadro, y me alejo del lugar.

lunes, 25 de diciembre de 2023

Ciclos.


I.

Estoy orgulloso de tan pocas cosas que a veces se me esfuma el orgullo.

No es que desaparezca del todo, pero se me dificulta, al menos, llamarlo de esa forma.

Me lo guardo para mí, apenas, como un puñado de tierra húmeda.

En ella, posteriormente, planto las semillas de mi voz.

No para que crezcan, necesariamente, sino para que estén a gusto.

En el sitio que les corresponde, digamos.

Luego… a veces un brote y poco más.

Muy poquito más, si soy sincero.

Ese es el ciclo del orgullo, me digo, a fin de cuentas.

Si hay suerte, al final de todo esto, la verdad se asoma como un brote.


II.

De todas formas, la impresión que dejo no es la que quiero dejar.

De eso me percato cuando releo lo que escribo.

Respiro hondo y trato de limpiar un poco, antes de seguir.

Cuando digo limpiar, por cierto, digo limpiarme.

Créanme que es difícil.

De vez en cuando, cuando puedo, me arranco a la montaña y me tiendo directamente sobre la tierra.

Suena agradable, pero generalmente hay piedras y demasiado sol.

Poco importa esto, sin embargo, cuando sabes que es necesario.

Te cansas, es cierto, pero luego lloras un poquito y después sonríes.

Otro ciclo, tal vez.

Llámenlo así si quieren.

Así, si hay suerte, al final de todo esto, la verdad se asoma como un brote.

domingo, 24 de diciembre de 2023

La estructura del juego.


La estructura del juego, me dijo. No los mecanismos sino la estructura. Eso es lo que está mal. Por eso funciona, digamos, pero no se sostiene. Obsérvalo y pon atención a lo que te digo. Considera, aunque sea un poco, mis advertencias. Trataré de ser claro. Directo y claro. Los procedimientos no tienen soportes. Poco importa la dirección o el sentido cuando lo que falla es la estructura. De hecho, poco importa si lo consideras o no, finalmente, como un juego. De esta forma, apenas cargues significados sobre aquella estructura, todo terminará desgastándose y viniéndose abajo. No es que no sea sólida. No es cuestión de materiales y, probablemente, tampoco sea cuestión de la estructura en sí misma. Me refiero a que no has tenido en cuenta que la estructura reposa sobre algo que no es ella misma. Tanto la base como aquello que la recorre no es, como pareces creer, parte de una misma estructura. Si lo piensas, ocurre como con esos pensadores que intentaron hablar de la realidad como un todo. Siguen vivos algunos, pero cada vez son menos. El juego sigue, digamos, pero ellos casi han desaparecido. No quiero que eso te ocurra a ti, sabes… por eso prefiero advertírtelo antes de que sigas. Que aprendas a identificar aquello que está mal. Que lo identifiques y luego te atrevas a continuar con lo que sabrás es necesario. Derribar una estructura, digamos, para poder crear otra. Ese es el desafío del juego, digamos. Tú sabes de lo que hablo, aunque no sea claro. No eres tibio ni débil, pero no puedes seguir evitando el daño. Díselos a la cara, aunque les duela. A fin de cuentas, será por su bien. Desármales la estructura, me dijo. Déjalos que caigan.

sábado, 23 de diciembre de 2023

La cuchara en la sopa.


I.

La cuchara en la sopa.

No por sí sola, claro.

No se molesten.

Disculpen si ofendí.

Solo buscaba la imagen inicial y, como siempre, he dejado cuestiones de lado.

Me corrijo entonces:

La mano en la cuchara y la cuchara en la sopa.

Eso al menos, para empezar. 


II.

No nos reflejamos, en la sopa.

Aunque estemos cerca no nos reflejamos.

En la cuchara sí, ya saben… pero de manera inversa.

De todas formas, no es peligroso.

No hay Narciso que se ahogue en la sopa.

El riesgo -si lo hay-, proviene de otro lado.

Frente a nosotros, la sopa, simplemente se deja estar.


III.

A veces se agita, la sopa.

Me refiero a que a veces se agita por si sola.

Vibra un poquito, si te fijas.

Como si intentase respirar.

Por eso es mejor meterle la cuchara cuando aún es tiempo.

Clavarla en la sopa como si fuese un cuchillo.

Aprovecha que no grita, la sopa.

Aprovecha que desconoce su existencia, como tú mismo, tiempo atrás.

A fuerza de ataques mantenla en equilibrio.

Que no se estanque y que no vibre, digamos.

Que no se atreva a ser, frente a tus ojos.


IV.

La cuchara en la sopa.

Al menos -te dices-, ella sabe dónde está.

Vas a tragarla en poco tiempo, pero ahora te amenaza.

Y es que sabrá qué tienes dentro, en poco tiempo.

¡Qué insolencia, la de la sopa…!, te dices.

¡Qué insolencia…!

viernes, 22 de diciembre de 2023

Podemos decirlo de mil formas.

"¿Cuándo ocurre eso?, preguntó.
Casi nunca -le dijeron.
Solo cuando en apariencia, no hay final"


I.
Podemos decirlo de mil formas. Eso me dicen. Luego intenten convencerme de que elija una de ellas. La que más le acomode, me aconsejan. La que más le represente. Lo importante, al parecer, es que lo diga. Que me escuche incluso, diciéndolo. Y que me convenza, entonces, que es verdad. Que tome aquello como un hecho, en resumen. De esa forma insisten. Yo los dejo hablar.

II.
Luego de un rato, cuando terminan de hablar, yo permanezco en silencio. Los noto impacientes. Nos observamos entonces, sin gestos ni palabras, durante varios minutos. La situación es incómoda. Más para ellos que para mí, probablemente, pero no es algo que disfrute. De pronto, sin anunciarlo, uno de ellos me pregunta sobre cuál forma elegiré para decirlo. Yo lo miro con extrañeza. Elijo no decirlo, les digo. Me refiero a que elijo la no-forma, les digo. Esa es mi elección.

III.
Ahora parecen molestos. Su expresión es distinta. Su tono de voz también. Esa no es una elección, dicen de pronto, estrenando aquel tono. Probablemente usted piense que puede vivir sin decirlo, pero bien sabe que no es cierto. Se lo ha dicho a sí mismo innumerables veces y solo vinimos a enseñarle algunas formas para que comience a hacerse cargo. De igual forma podemos darle plazos, agrega uno de ellos con un tono más suave. Después de todo, el tiempo no es problema, concluye. Luego, sin agregar nada, dan media vuelta. Y se van.

jueves, 21 de diciembre de 2023

En la habitación de al lado.


Imaginamos al Minotauro en el centro del laberinto, pero no necesariamente ha de estar allí.

De hecho, es muy poco probable.

Incluso el laberinto, digamos, es posible que no tenga necesariamente un centro.

Si no me cree, cierre los ojos y piénselo durante unos segundos.

Visualícelo así, yo le ayudo.

Un segundo.

Dos segundos.

Tres...

Con eso basta, yo creo.

Ahora bien, esto que nos ocurre al pensar al Minotauro, nos ocurre también en otro orden de cosas.

No daré ejemplos concretos, pero puede usted pensar en lo que guste.

En cualquier ámbito, me refiero, puede usted pensar.

Ojalá algo vinculado con lo que acostumbran llamar “su propia vida”.

O lo que usted, al menos, entiende por aquello.

En mi caso, por ejemplo, visualizo esa “propia vida” desde una especie de yo provisorio.

Un yo que es solo un punto de vista desde el cual observo al yo real.

Al yo que se encuentra, de cierta forma, en la habitación de al lado.

No en un laberinto, ciertamente, pero igualmente un supuesto centro que luego descubrimos que no es.

Un centro falso en la habitación de al lado donde supuestamente se desarrolla el mundo.

Así, desplazándonos un poco como si tratase de mover un centro de gravedad, hay algunas cosas que se aclaran.

Una de ellas, por ejemplo, el asunto ese del Minotauro y su supuesta ubicación.

El supuesto centro.

Y el supuesto laberinto.

No sé mucho más al respecto, pero lo que sé está ahí para todos.

Usted decide, sin embargo, qué hacer con todo aquello.

miércoles, 20 de diciembre de 2023

Mudas vacías.


Junto a las piedras había una serie de objetos que me parecieron cortezas, restos de algo seco, como hojas de choclo.

-Son mudas -me dijeron- mudas vacías.

Como no entendí a qué se referían me explicaron que las mudas eran pieles de algunos animales…

-Las pieles que han dejado atrás, las que abandonan al renovarlas -me dijeron.

En este caso, se trataba de mudas de iguana.

Estábamos en México, cerca de Tulum, y yo me había retirado de los sectores más concurridos y había dado entonces con aquel lugar.

Ya llevaba un buen rato ahí, observando aquellas mudas, cuando llegaron dos hombres que me explicaron aquello.

Al parecer, se trataba de un lugar especial, que las iguanas habían escogido por sí solas para cambiar de piel.

Uno al que no solían llegar los visitantes, quienes preferían recorrer las ruinas o disfrutar los sectores de la playa.

-Igual no saca nada con estar aquí -me dijo uno de los hombres-. No es que sea un mal lugar ni que esté prohibido, pero solo encontrará aquí mudas vacías.

El otro hombre asintió en silencio.

-Quiero decir que no nace nada de las mudas vacías -agregó el primero-. Son solo lo que son… y ni siquiera eso. Son lo que fueron, más bien.

-Solo la vida de una muda vacía puede nacer de una muda vacía. -completó el otro, con un tono que no admitía respuesta.

Yo dejé pasar unos segundos.

-Igual quisiera estar unos minutos más y luego me regreso -les dije a los hombres- ¿Puedo?

-Claro -me dijeron-. Puede quedarse aquí cuanto quiera.

Luego nos despedimos amablemente y los vi alejarse ladera abajo.

Yo, por mi parte, me quedé bastante más que un par de minutos y hasta dormí esa noche en aquel lugar.

No cambié la piel ni tuve ningún tipo de renovación trascendente, pero sentí de igual forma que había hecho algo necesario.

Según recuerdo, llovió un poquito justo antes de amanecer, mientras me alejaba del lugar.

martes, 19 de diciembre de 2023

Una corbata a lunares.


I.

En mi vida he robado cosas.

Muchas cosas…

Sobre todo cosas absurdas e innecesarias.

Por ejemplo, una de las cosas más absurdas que he robado fue una corbata a lunares.

Fue hace años, en una tintorería en la que trabajé durante cuatro días.

Hoy ni siquiera existen tintorerías.

Pude robarme otras cosas en aquel lugar, pero lo cierto es que me robé esa corbata.

De hecho, en mi segundo día devolví un anillo de oro que se había quedado en el bolsillo de una chaqueta.

Y fue entonces que, en mi último día, justo antes de irme del lugar, me robé aquella corbata. (103)


II.

Antes de seguir, debo aclarar que el robo de la corbata no había sido, conscientemente, mi última acción en aquel lugar.

Me refiero a que yo pensaba seguir trabajando en aquel sitio.

Si no regresé a él, finalmente, fue por una serie de situaciones que hoy resultan difíciles de explicar, aunque por entonces me parecieron de lo más comunes.

Conocí a una mujer, me mordió un escorpión que debía formar parte del plato de una comida egipcia y descubrí que un cuento mío había sido publicado bajo el nombre de un amigo al que no veía hacía años.

Cómo sea, lo cierto es que no volví a aquel trabajo, y anduve con la corbata, como si se tratara de un talismán, durante casi tres meses.


III.

Poco antes que se cumplieran esos tres meses, fui a escuchar a un director de cine que iba a dar una charla en el salón de una universidad.

Mientras lo escuchaba, yo tenía la corbata a lunares, apretada, en una de mis manos.

Si bien lo tenía en muy alta consideración, mientras lo escuchaba, comencé a sentir que su discurso carecía de coherencia.

Era entendible, me refiero, pero sus palabras no reflejaban que él tuviese una visión de mundo asentada en convicciones.

O no al menos en convicciones profundas.

Tras comprender aquello, recuerdo haber mirado largamente la corbata a lunares, y culparla de cierta forma por haberme revelado esa verdad.

Hubiese preferido ignorarlo, le dije, mientras la metía en un sobre y anotaba en él la dirección de la tintorería.

Hasta entonces, nunca había regresado algún objeto que me hubiese robado.


Y claro, tampoco le había hablado directamente a ninguno de ellos.

Llevé el sobre a una oficina de correos y lo envié.

Sin remitente, pedí, solo envíelo así.

Y por un pequeño monto extra, me permitieron hacerlo.

lunes, 18 de diciembre de 2023

Una puerta tras otra.


Me habían dicho que no se podía, pero no era cierto.

Me refiero a que sí se puede vivir así: abriendo una puerta tras otra.

Puedes hacerlo y descubrir, mientras lo haces, que no se acaban.

Que siempre hay una siguiente puerta, me refiero.

Ni siquiera dos.

Siempre una.

No parece importante esto último, pero al ser una, te evitas de paso tomar decisiones.

No eliges entre una u otra, quiero decir.

La única decisión, a fin de cuentas, es decidir si vas a seguir abriéndolas o si dejarás de hacerlo.

Nada más.

Además, ya ni siquiera hay esperanza tras aquello.

No la hay pues sabes muy bien que, tras la siguiente puerta, simplemente habrá otra, y no llegarás realmente a ningún sitio.

Es decir, no cabe un corazón ni un pensamiento, como ves, en esa acción.

Así y todo, mientras abres una y otra puerta, comienzas a fijarte en algunas cosas.

Por ejemplo, te percatas de que algunas de esas puertas tienen escritos algunos signos.

No números, simplemente, sino toda clase de signos.

Una media luna, algo que parece un ideograma y hasta una pequeña mancha de color.

Y claro, es probablemente en esos momentos -de pie frente a los signos que no comprendes, me refiero-, cuando dudas si se puede, realmente, vivir de aquella forma.

Pensarás que no, es cierto, como todos.

Pero yo te digo que dejes el cansancio a un lado.

Puede hacerse, ya verás.

domingo, 17 de diciembre de 2023

Verlos desde la tv.


Sí, era eso.

Verlos desde la tv.

Yo estaba ahí y podía verlos desde la tv.

No a través de ella, porque yo, comprendí, estaba dentro.

De hecho, me percibía más pequeño que ellos, y hasta de cierta forma, más irreal.

Es decir, entre ellos y yo había una pantalla.

Y esa pantalla, era una especie de borde que venía a separar dos mundos completamente diferentes.

En este sentido, vuelvo a recalcar la idea de que no compartíamos un mismo espacio.

Lo destaco porque era una sensación clara, y que condicionaba la manera en que vivía aquella situación.

Y me definía, incluso, ante ella.

Dicho esto, lo más difícil era aceptar que, en la gran mayoría de los casos, ellos ni siquiera me prestaban atención.

O si lo hacían, no comprendían nada en absoluto.

Nada de lo que yo decía, me refiero, nada de lo que intentaba comunicarles desde el otro lado de la pantalla.

Por ejemplo, se reían cuando, desde la misma tv, se escuchaban risas grabadas.

Poco importaba lo que yo estuviese diciendo o intentando comunicar.


Simplemente seguían lo que las risas, aplausos o efectos, aparentemente indicaban.

Esto ya que, desde la misma tv, no existía una correlación certera entre aquello que yo decía y los efectos que se incluían en el programa.

Y claro… yo intentaba cambiar aquello, pero no podía.

Así, a fin de cuentas, comprendí que lo mejor era simplemente observarlos, desde la tv.

Y renunciar de esa forma a su mundo y también al mío.

No lo digo con orgullo, pero es lo que decidí.

La pantalla es lo de menos, me dije.

sábado, 16 de diciembre de 2023

Hablar con Honestidad.


Por entonces había algo que llamaban guía telefónica.

Un libro gordo, grande, que estaba en casi todas las casas, junto al teléfono.

En esa guía, por cierto, yo acostumbraba buscar nombres raros y luego llamaba.

Pitanzas, creo que se le decía a hacer eso.

Y acostumbraban hacerse a modo de broma, por molestar.

En mi caso, sin embargo, mi objetivo era más bien otro.

No sabría decir bien cual, pero te lo explico con un ejemplo.

Un ejemplo bastante extraño, y que además fue el último.

Esa vez, hojeando la guía, encontré una persona que se llamaba Honestidad.

Honestidad González, digamos, aunque la verdad es que ahora no recuerdo el apellido.

Así, sin pensármelo siquiera, recuerdo que marqué su número.

Sonó unas cuántas veces hasta que una voz femenina me contestó.

Hola, le dije, quisiera hablar con Honestidad.

No me respondieron.

Yo insistí.

Es cierto, les dije, necesito realmente hablar con ella.

Pues no va a poder ser, me dijeron, luego de un rato. Usted no está preparado para hablar con honestidad.

En ese instante, recuerdo, pensé que por primera vez me habían descubierto, y que de Alguna forma me estaban siguiendo el juego.

Así y todo, comencé a tomar en serio aquello que me habían dicho, y quise defenderme.

Usted no puede saber si estoy o no preparado, le dije, un poco molesto.

Claro que lo sé, me respondieron. Puede que alguna vez llegue a estarlo, pero no ahora.

Me quedé en silencio.

Puede volver a llamar cuando esté listo, fue lo último que dijeron.

Y colgaron.

Recuerdo que quedé largo rato en silencio, sin saber cómo reaccionar.

Volví a hojear la guía y supongo que busqué otro nombre, pero no volví a llamar.

En cambio, anoté el número de Honestidad y lo guardé al interior de un libro.

El número dejó de servir, por supuesto (era un número de pocas cifras, ya obsoleto), pero lo cierto es que todavía lo tengo, dentro del mismo libro.

Tal vez un día de estos, solo por probar, intente marcarlo nuevamente.

Sé que no debiese funcionar, pero sería un lindo intento.

viernes, 15 de diciembre de 2023

Complicadas y simples, al mismo tiempo.


I.

A veces parece no ser cierto.

Pero lo es.

Todas las cosas son complicadas y simples, al mismo tiempo.

Antes, cuando pensaba en esa frase, ella constituía para mí un argumento, incluso, de que hasta las cosas simples, eran también, en esencia, complicadas.

O se volvían al menos de esa forma.

Era una manera poco positiva de verlo, es cierto.

Hoy, sin embargo, puedo admitirlo sin problemas.

Todas las cosas son complicadas y simples, a la vez, les digo.

Pueden creerme, si les nace así. 


II.

Así y todo, como el sol me llega de frente no saben bien quién se los dice.

De hecho, tampoco se los digo con esas palabras, pero lo digo igual

Y es que resulta extraño, pero cuando el sol me llega a los ojos, algo en mí se comunica de otra forma.

Y hasta aquellos que veo, directamente, se dejan ver en ese instante, sin disfraz.

Casi nunca es reconfortante, por lo mismo, pero esta vez lo fue.

Yo lo sospechaba desde antes, por cierto, pero a ciencia cierta no lo sabía.

Entonces la luz me llega como al sargento Mamiya… no sé si lo conocen.

Se los presentaría ahora, pero es una larga historia. (114)


III.

Ya fui, le dije, poco después.

Sin duda, pienso ahora, era una frase extraña.

Sin embargo, era mi forma de decirle que todo era complicado y simple al mismo tiempo.

Y que eso estaba bien.

Un día de estos, probablemente, comenzará a escribirse -o no escribirse-, aquella historia.

jueves, 14 de diciembre de 2023

Se alejó de la realidad.


Se alejó de la realidad para poder, de mejor forma, reflexionar sobre ella.

O eso nos dijo a nosotros, al menos, antes que la dejásemos de ver.

No pensamos que lo había dicho en serio hasta que pasaron las semanas y no supimos más sobre su paradero.

Uno de nosotros, incluso, confesó que ella le había contado que estaba embarazada.

Fue entonces que, preocupados por ella, comenzamos a buscarla.

Fue una búsqueda torpe e infructuosa, por supuesto.

Y es que nunca habíamos buscado a nadie, hasta ese entonces, y mucho menos a alguien que había decidido “alejarse de la realidad”.

Por si fuera poco, como yo supuestamente era el más cercano a ella, todos esperaban que pudiese resolver aquel asunto.

Algo que me parecía imposible de hacer, por lo demás.

-No sé qué quieren que haga -les dije un día, buscando un tono solemne-. Si ella quería reflexionar sobre la realidad dejémosla que lo haga, simplemente… No somos nadie como para que le pidamos regresar…

-¿Regresar de dónde? -me apremiaron ellos-. Ya sospechábamos que tú sabías dónde está… 

-Es solo una forma de decir -les dije-. Yo me refería a que la obligásemos a regresar acá… a nuestra realidad…

No logré convencerlos del todo aquella vez, pero al menos dejé en claro que no iba a aceptar ser responsable de aquella pérdida.

Años después, sin embargo, cuando descubrimos qué fue lo que realmente le había ocurrido, sentí que ellos volvían a acusarme.

Esta vez en silencio, sin proferir palabra alguna.

-No es mi culpa -les dije-. Mi dolor es otro.

miércoles, 13 de diciembre de 2023

Esas cosas.


Soñó durante meses con un planeta lleno de esas cosas.

Por supuesto, no todos los días soñaba con aquello, pero le había ocurrido intermitentemente a lo largo de ese tiempo.

En el sueño, él recorría ese planeta, y descubría que, fuese donde fuese, siempre el lugar estaba lleno de esas cosas.

Así y todo, cuando intentaba relatar a alguien aquellos sueños, terminaba fracasando estrepitosamente.

Y es que las cosas de las cuales estaba lleno aquel planeta, eran cosas que no acertaba a describir, aunque permanecían en su consciencia claramente, en plena vigilia.

Lo intentó con palabras, con formas, con dibujos… hasta comparándolas con sensaciones, pero al final tuvo que rendirse, pues esas cosas resultaron ser absolutamente intransmisibles.

Finalmente, cuando dejó de intentar explicarlas, su sueño terminó.

Es decir, no volvió a soñar que se encontraba en aquel planeta.

De todas formas, eso no lo tranquilizó en lo absoluto.

De hecho, según nos dijo, la ausencia de ese sueño no hizo sino acrecentar la presencia de aquellas cosas.

-Ahora están en este planeta -me dijo una vez-. Estoy consciente de que están acá y ni siquiera puedo advertir a nadie.

-¿Acaso son malas esas cosas? -le pregunté esa vez.

Él pareció pensarlo un poco y luego rio, simplemente, sin contestar directamente a mi pregunta.

-Tú ya sabes de qué hablo -me dijo.

martes, 12 de diciembre de 2023

Algo todavía peor.


I.

-¿Peor? -preguntó él.

-Sí, peor -dijo ella.

Él lo pensó un rato.

-Pues no sé -dijo él, finalmente.

Ella lo miró a los ojos.

-Yo creo que puedes saberlo -dijo ella.

Ambos permanecieron así, en silencio, sin saber qué decir.

Luego, uno, al menos, se fue.


II.

Algún tiempo atrás, él había buscado la corbata por todos lados.

No la necesitaba para algo preciso, pero de todas formas algo le hizo buscarla.

Una especie de presentimiento, como si adivinase que esa corbata ya no estaba en ningún sitio.

No se trataba de un robo ni nada parecido.

Además, ¿quién querría esa corbata?

Aún así, la buscó meticulosamente, como para asegurarse que su presentimiento era cierto.

Esa corbata, pensó entonces, es algo similar a una respuesta postergada.


III.

Les ocurrían constantemente este tipo de cosas.

Por ejemplo, ella extraviaba un zapato izquierdo.

Y él, como vimos anteriormente, ya no podía encontrar su corbata.

Ella alegaba, sin embargo, que su pérdida era siempre más terrible.

Es peor si queda un zapato, decía.

No solo pierdes algo, sino que, por si fuera poco, sobra algo.

Él no entendía su razonamiento, pero igualmente le daba la razón.

Se trata de algo todavía peor, insistía ella.

Tiempo después -cuando ya era tarde-, él comprendió.

lunes, 11 de diciembre de 2023

El conocimiento pleno de la causa.


-Lo fundamental aquí es descubrir el conocimiento pleno de la causa, -dijo-. Y es lo fundamental pues a través de aquel conocimiento… de aquella comprensión, podemos llegar a resolver de forma definitiva todo lo que puede ser considerado como una dificultad o un problema…

-¿Qué tipo de problema? -pregunté.

-Cualquiera -contestó rápidamente-. Y no solo un problema concreto, sino de todo aquello que puede llegar a ser considerado de esa forma.

Hice una pausa, tratando de comprender de mejor forma aquello que proponía. Luego pregunté:

-¿Y entonces…? ¿Qué es lo que vendes? No comprendo.

Él me miró, fingiendo condescendencia.

-Antes de vender, regalo -dijo entonces, deteniéndose a explicar su propuesta como si se tratase de un proceso.-. Y lo que regalo, en primer término, es una verdad: es necesario tener conocimiento pleno de la causa. Luego de atender a esta verdad, por supuesto, puede que tenga lugar una pequeña transacción… ventajosa para usted, por supuesto, y que puede amoldarse a sus posibilidades… De esta forma, esa pequeña transacción le permitirá, finalmente, comprender paso a paso como se llega al conocimiento pleno de la causa… 

-Espere -le dije-, pero en concreto… ¿me está vendiendo un manual…? ¿un curso?

-Le estoy regalando una verdad, recuerde eso… -se defendió-. Luego transamos las condiciones para un acompañamiento, desde el reconocimiento de todo aquello que podemos llamar “consecuencias”, hasta lo esencial que es el conocimiento pleno…

-De la causa -lo interrumpí.

-Sí, de la causa -contestó, con un tono distinto, como si hubiese comenzado a resignarse.

Nos miramos por un momento.

-¿Desistirá de esta oportunidad, cierto? -preguntó.

Yo asentí.

-¿Cree que a alguno de sus vecinos podría interesarle?

Observé las casas que habían cerca de la mía, pensando en aquellos que vivían dentro: en la profesora retirada, en el ex militar, en la cubana que se cambia de ropa frente a mi ventana y hasta en la señora de pelo morado que había participado en un reality.

-No creo -le dije-. Tal vez podría intentar en la otra calle.

Él respiró hondo, antes de irse.

-Gracias -dijo sonriendo-. Puede que haya rechazado usted al vendedor, pero no menosprecie mi regalo.

domingo, 10 de diciembre de 2023

Se obsesionó con el dolor (una pequeña anécdota)


Se obsesionó con el dolor.

Según decía, lo había sufrido durante años.

No de una forma común, por cierto, sino de una manera distinta a la que, supuestamente, lo sufrimos todos.

O así, al menos, lo explicaba ella.

Nos contaba que, innumerables veces, fue al doctor.

Así, desde pequeña, había tenido largos e infructuosos tratamientos.

Esto ocurrió hasta que, por fin, le recetaron una droga tan fuerte que le evitó seguir sintiendo el dolor.

De un momento a otro le produjo aquel efecto.

Eso se tradujo en un cambio total de vida, según nos dijo.

Y todo pareció entonces estar bien.

O al menos volver, de cierta forma, al lugar correcto.

Sin embargo, fue pasando el tiempo.

Y así, con el pasar de los meses, ella se sorprendió cuestionando la efectividad de esa droga.

Y es que, si bien ya no sentía dolor, se obsesionó pensando en que el dolor seguía estando y que las pastillas solo le ayudaban a no sentirlo.

Solo lo estoy ignorando.

He dejado de sentirlo, pero el dolor sigue ahí.

Así nos lo dijo una y mil veces en aquel entonces.

Nosotros intentábamos decirle que el dolor no existía fuera de uno.

Que si no sentíamos dejaba de ser dolor y que todo, de cierta forma, estaba solucionado.

Ella, por su parte, no nos escuchaba en lo absoluto y poco después dejó, simplemente, de tomar aquella droga.

Volvió entonces a quejarse sobre su dolor, pero su reclamo tenía ahora un dejo distinto.

Era como la queja de una madre ante un hijo que le trae problemas.

Aun así, siguió obsesionada con el tema del dolor.

Pero ahora, su dolor nos parecía un poco más soportable y parecido al nuestro.

Eso, por cierto, terminó por tranquilizarnos a todos.

De hecho, solo lo cuento ahora, como una pequeña anécdota.

sábado, 9 de diciembre de 2023

Coherencias.


I.

Si lo escuchabas atentamente descubrías que no tenía coherencia.

No lo digo como algo negativo, por cierto, solo les aseguro que carecía de ella.

Es decir, tenía coherencia local, probablemente, ya que sus frases parecían certeras y profundas, pero si te fijabas en el discurso completo descubrías que nada se sujetaba entre sí y que carecía, como decía antes, de verdadera coherencia.

-¿Y cómo diferencias tú la verdadera coherencia de la falsa coherencia? -me preguntaban sus defensores cuando yo me permitía comentar lo anterior.

Y claro, yo intentaba explicárselos, pero supongo que no lo hacía de buena forma, pues ellos me ignoraban por completo.

-Actúas así por envidia -concluían-. Probablemente seas tú el que no tiene coherencia.

-Por supuesto que no la tengo -me defendía-. Nunca he pretendido tenerla.



II.

Miento.

Muy de vez en cuando, miento.

Y cuando lo hago, confieso, suelo ser más coherente que cuando hablo con honestidad.

Por eso, supongo, es que suelo rehuir la coherencia.

Quienes se percatan de esto, sin embargo, suelen percatarse al mismo tiempo, de otras cosas.

Y no se sorprenden, entonces, cuando mis palabras se cortan abruptamente como si dejasen algo pendiente.

Así, simplemente, miran a los ojos y dejan de escuchar las palabras.

O recuerdan la mirada.

Como acaba de suceder, acá.

viernes, 8 de diciembre de 2023

Un cementerio nuevo.


Es extraño cómo se inaugura un cementerio. Cómo se prepara, me refiero, para recibir a los primeros compradores y de qué forma comienzan a enterrase en él los primeros muertos.

Me enteré de esto ya que la novia de un amigo trabajaba en ello. De hecho, era la principal encargada del diseño de un cementerio y de la “puesta a punto” para que este comenzara a funcionar. Fue así que me enteré de las tumbas falsas.

-Sin tumbas no es un cementerio -me dijo-. Es solo un terreno con pasto y unos arbolitos… Por eso hay que poner unas cuantas tumbas falsas. Lápidas falsas en realidad, para que atraigan a los compradores, y sepan más o menos cómo se verán luego en aquel lugar.

-¿Como las casas piloto? -pregunté.

-Exacto -me dijo.

Semanas después -aunque no sabría explicar cómo ocurrió, exactamente-, terminé escribiendo frases para las lápidas falsas. Incluso los nombres y las fechas que en ellas aparecían.

-Deben parecer reales -me advirtieron-. Serias. No demasiado trágicas, pero sí solemnes. Trata de utilizar apellidos distinguidos o extranjeros… ya sabes… le da más distinción a nuestro cementerio.

Así lo hice.

No fue un trabajo propiamente tal porque no me pagaron por ello, pero al menos captó mi interés por aquel entonces.

Incluso, durante algunos años (el cementerio quedaba cerca de un colegio donde trabajaba en ese entonces), recuerdo haber pasado a visitar el sector con las lápidas de cuyos muertos yo era el responsable, y quedarme un rato junto a ellas.

Hoy, sin embargo, supongo que el sector ya ha sido utilizado con muertos reales, y las lápidas falsas deben haber sido removidas.

-¿Por qué les dices lápidas falsas? -me preguntó un amigo a quien le contaba hace unos días sobre esto.

-Porque lo son -le dije-. Son tan falsas como todas.

Luego de decirlo, me quedé pensando un poco en mi respuesta, hasta que le encontré un sentido.

jueves, 7 de diciembre de 2023

De invernadero.


I.

Es cierto, eso somos.

Criaturas de invernadero.

No es una ofensa, es lo que somos.

Puede que algunos, incluso, se sientan orgullosos.

Se escuchan murmullos, pero nadie reclama.

Criaturas de invernadero, nos dicen.

Es cierto.

No está tan mal.


II.

Al principio incomoda, lo admito.

A algunos incluso los ofende.

No sé por qué, en todo caso, los ofende.

Los ofendidos, de hecho, tampoco lo saben.

No me lo invento.

Puede verse en sus caras.

Yo entonces me acerco y les pregunto.

Con respeto, les pregunto.

Ellos responden:

Tal vez nos quita realidad eso de ser de invernaderos, dice uno.

Nos tratan con condescendencia, dice otro.

Un tercero, algo triste, señala que se siente artificial.


III.

Tal vez lo que ocurre es que postergamos vernos a nosotros mismos.

Decimos que sabemos, que no es necesario… e intentamos, como sea, avanzar.

Solo entonces, tal vez tarde, caemos en cuenta de que somos incapaces, hasta cierto punto.

Es decir, nos descubrimos de pronto como seres poco preparados.

Criaturas de invernadero, como nos llaman de pronto.

Y claro, es entonces cuando nos sorprendemos e incomodamos.

Desde el invernadero, por cierto, nos incomodamos.

Pero es simplemente lo que somos, a fin de cuentas.

Lo que inconscientemente, digamos, elegimos ser.

miércoles, 6 de diciembre de 2023

Contradictorio, pero cierto.


Parece contradictorio, pero es cierto.

Con los años, he aprendido que es cierto.

No sé bien cómo decirlo, pero así lo resumo:

Siempre tengo razón y siempre me equivoco.

Dicho esto, debo agregar que duele más lo primero que lo segundo.

Del error te desprendes, a fin de cuentas, pero la razón la cargas.

La llevas contigo, como la piel.

¡Cuánto desharía no tener razón!

¡No saben qué alegría sería descubrir que el error está en la lógica!

Pero no es así.

Lamentablemente no es así.

Lo conversé con alguien hace unos días, y al parecer me comprendieron.

Así y todo, la comprensión no trajo alivio.

Debes estar tranquilo, me dijeron.

Si lo piensas, los niños juegan a marearse, por este mismo motivo.

Y nunca termina ese juego.

Y sí… parecía algo contradictorio, pero era cierto.

Porque parecía contradictorio -pienso ahora-, resultó ser cierto.

Un nuevo tipo de axioma, entonces.

Una conclusión tan apresurada como complaciente.

Fue entonces que saqué un cuaderno y ordené mis apuntes.

No como acá, por cierto, sino de forma rigurosa y acabada.

Varios días ocupé en aquello.

Demasiados, tal vez, ahora que lo pienso.

Tuve razón, por supuesto, mientras lo hacía.

Es decir, nunca me separé de la razón.

Pero de igual forma el equívoco llegó, como siempre termina haciéndolo.

Como ven, siempre tengo la razón y siempre me equivoco.

Esa es mi maldición, y mi consuelo.

martes, 5 de diciembre de 2023

Como no sabemos a quien culpar.


Como no sabemos a quien culpar nos fijamos en el tiempo.

No lo culpamos, pero nos sirve de justificación.

Nos permite dejar de lado otras verdades a las que no queremos enfrentarnos.

No es cobardía, sin embargo.

Tampoco se trata de una debilidad.

De hecho, si es algo, es más bien una fuerza.

Una fuerza mal entendida.

Un afecto al que no nombramos.

Algo, a fin de cuentas, que dejamos ir.

Extrañamente -y sin quererlo-, lo dejamos ir.

¿Te acuerdas?

Yo siempre partía o lo anunciaba.

Tú no intentabas comprender por qué.

No era necesario, nos decíamos.

Sin decirlo, incluso, lo pensamos de esa forma.

Aún así, otros se dieron cuenta.

Ambos lo negamos, por separado.

Tus ojos, como los míos, cambiaron de color a destiempo. 

Luego debiste marchar tú.

Así te lo informaron y no comprendiste por qué de pronto te era tan indispensable quedarte.

¿Lo hablamos, recuerdas?

A cierta distancia, es cierto, pero lo hablamos.

Y claro, fue entonces que, como no supimos a quien culpar, nos fijamos en el tiempo.

Lo miramos de reojo, mientras hablábamos.

Nos consolamos en él, a fin de cuentas.

Yo pensé en decírtelo, pero finalmente no lo hice.

Tal vez debí hacerlo.

Ni tú ni yo somos los culpables, debí decir.

Tal vez pertenezcamos a otra vida, sin saberlo.

lunes, 4 de diciembre de 2023

La clave no son las cosas.


I.

La clave no son las cosas.

La clave son los espacios entre las cosas.

Los espacios y saber si ellos aumentan o disminuyen, mientras avanza el tiempo.

Eso es todo, a fin de cuentas.

Eso -y poco más-, es todo.


II.

Olvidad las cosas.

Dejadlas de lado.

Apílenlas si quieren y distribúyanlas en el espacio.

No importa cómo.

Déjenlas estar, por un tiempo.

Olvídense de ellas.

Me refiero a que olviden que son cosas y percíbanlas como un paisaje.

Como un todo, me refiero.

Caminen entre ellas.

Vivan entre ellas.

Sean una más de esas cosas.

Permaneced así, en el espacio.


III.

Para lograrlo, les recomiendo también olvidar los números.

Y es que, sin números, no hay cosas.

No hay posibilidad de distinguirlas, me refiero.

No hay forma de llevarlas a la consciencia.

Por otro lado, si no basta, extraviad también los nombres.

Todos los nombres.

Luego, diluyan los bordes.

Sus propios bordes, incluso.

Olvídenlos como en ciertas épocas se olvidan de sus paraguas.

Encuéntrense así, sin saberlo, con la lluvia.


IV.

Creo que ya lo dije, pero no está de más repetirlo:

La clave no son las cosas.

La clave son los espacios entre las cosas.

Los espacios y saber si ellos aumentan o disminuyen, mientras avanza el tiempo.

Eso es todo, a fin de cuentas.

Eso -y poco más-, es todo.

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