lunes, 31 de octubre de 2022

Un pez que sabe hablar.


Dicen que hay un pez, en ese lago, que sabe hablar.

No un único pez, sino un tipo de pez, me refiero.

La gente del lugar lo comenta como cosa sabida, sin grandes aspavientos.

Como me muestro escéptico, varios del lugar me cuentan historias.

Encuentros sencillos, en realidad.

A veces alguien del pueblo pesca alguno, por ejemplo, pero lo devuelve al agua de inmediato.

Es decir, apenas se dan cuenta de qué pez se trata.

No es que dé mala suerte ni nada parecido, pero prefieren soltarlos, sin cuestionarse el porqué.

Es algo que hacemos, me dicen.

Tampoco les gusta fotografiarlos o grabarlos, así que no hay evidencias

De todas formas, para compensar, me dibujan el pez en una servilleta.

Incluso corrigen y retocan un poco el dibujo, hasta que quedan conformes con él.

Mientras hablan, los observo desconfiado, pensando que se burlan, aliados entre sí.

Pero ellos se muestran serios y no le dan mayor importancia a aquel asunto.

Pasa así un rato y cambiamos a otros temas de conversación.

Mucho más normales, por cierto.

Por mi parte, de hecho, prefiero no hablar más de aquel asunto.

Así transcurre todo hasta que debemos irnos, pues cierran el local.

A la mañana siguiente, antes de irme, observo a un chico que está en la parada de buses.

Imagino que vive en el pueblo, así que me decido a hablarle.

-¿Sabes algo de esos peces que hablan y que viven en el lago?, -le pregunto.

-Claro –contesta, de lo más natural-. Yo buceo a veces y me he encontrado con varios. Se acercan harto. Luego te miran y se ponen a hablar.

Como no continúa el relato, lo insto a qué siga.

-¿Y qué es lo que dicen? –le pregunto.

-No sé –contesta el chico-. Hablan harto, pero no se les escucha nada bajo el agua.

Lo observo un rato, para saber si es parte de las burlas del pueblo.

Sin embargo, no hay indicios que lo delaten.

Poco después llega el bus, en que nos subimos ambos.

Él se sienta en un extremo y yo en el otro.

El viaje se desarrolla en silencio.

Un largo viaje, por cierto.

Solo habló el chofer, finalmente, para avisar que debíamos bajar.

domingo, 30 de octubre de 2022

¿No te enteras de nada, verdad?


I.

Sé que puedo estar equivocado.

Pero sé también que puedo acertarle.

Y dar a tientas con el interruptor ese que ponga en marcha aquel asunto.

No tengo suerte, es cierto, pero no siempre se necesita fortuna.

Ya ves que aquí estoy, después de todo.

A pasado tiempo –ambos lo sabemos-, pero no te he perdido de vista.


II.

Me dijiste que no me enteraba de nada.

Varias veces me lo dijiste.

Con tono afable, sonriendo, como si fuese un juego.

Así me lo decías.

Y claro, yo acepté –y hasta creí-, que era cierto.

Quise creer, entonces, que se me escapaban las mejores y las peores cosas.

Y acepté, por descarte, que solo me quedaba con las del medio.

¿Y sabes?, no estaba mal con ello, después de todo.

No estaba en riesgo, me refiero.

Es cierto.

Puede que tú, en todo caso, no te enteraras de aquello.


III.

¿Sabes?

Ni yo ni tú ni nadie, puede sentirse seguro, de aquello que sabemos.

Y hasta lo anterior, incluso, puedes fácilmente ponerlo en duda.

De todas formas, te cuento que yo al menos sé tu nombre.

Tú, en cambio, no supiste nunca por qué nombre llamarme.

Así, ocurrió que solo estuve ahí –a tu alcance-, mientras quise estarlo.

Luego, ya sabes qué pasó.

En otras palabras, no te enteraste quién era aquel que no se enteraba de nada.

Y justo entonces, por cierto, di con el interruptor.

sábado, 29 de octubre de 2022

Bruce Banner no hace planes.


Bruce Banner no hace planes.

Es muy inteligente, pero de todas formas no los hace.

Si lo observas, de hecho, parece desganado.

Derrotado incluso, me parece, al observarlo mejor.

Ahí está: como si no dirigiese, realmente, sus propios pasos.

Y no supiera, tampoco, hacia dónde dirigirse.

Ni por qué.


El plan de Hulk, por otro lado, no parece muy sensato.

Y es que su plan siempre es siempre el mismo: sencillo y muy directo.

Hulk aplasta.

Hulk destroza.

Hulk destruye todo y luego espera, simplemente, a que las cosas puedan mejorar.


No es esperanza, sin embargo, en ninguno de sus actos.

Ocurre más bien, que Hulk confía en el cansancio.

En el desplome del mundo y el desplome de sí mismo.

Hulk sabe que los músculos, tarde o temprano, deben descansar.


Los nervios de Banner, por el contrario, no descansan.

Y hasta empeoran con las noches, cuando el cuerpo agotado, entrega su renuncia.

Así, Banner observa sus manos, que no sabe siquiera si son suyas.

En medio de la oscuridad.


Entonces otro día.

Hulk aplasta.

Hulk destroza.

Hulk destruye todo, nuevamente, mientras espera que las cosas puedan mejorar.

Banner, en cambio –tal como dijimos-, no hace planes.

Los nervios y los músculos, no son de Dios.

viernes, 28 de octubre de 2022

Dar vuelta el colchón.


Elegí dar vuelta el colchón cuando viniste a casa.

No sé bien por qué lo hice.

En principio, te dije que esperaras fuera del dormitorio, para ordenar un poco.

Tú reíste, por supuesto, y me dejaste hacer.

Me demoré un buen rato, por cierto, ahí en el cuarto.

Lo cierto, sin embargo, es que al final ni siquiera cambié las sábanas.

Solo voltee el colchón, nada más, mientras tú esperabas.

Todo lo demás quedó en su sitio.

Al voltearlo, eso sí, encontré bajó el colchón una camiseta vieja y unas cuántas monedas.

Me guardé el dinero en un bolsillo y dejé la camiseta en el mismo lugar.

Tú, mientras tanto, hojeabas unos libros que estaban sobre la mesa.

No lo hacías atenta, me parece. Solo volteabas las páginas.

Uno de los libros era bien grueso, según recuerdo.

Era una edición bilingüe, que tenía todas las letras de Dylan.

De todas formas, estoy seguro que no te debes ni acordar.

Luego entramos al dormitorio e hicimos, de cierta forma, lo esperado.

Nada más, ocurrió esa noche.

A la mañana siguiente, me ofrecí a acompañarte a casa.

Creo que incluso desayunamos juntos, en algún local.

Ya de regreso, fui derecho al dormitorio a voltear el colchón, nuevamente.

Recuerdo que incluso saqué las monedas que quedaban en mi bolsillo.

Y las puse en su lugar.

jueves, 27 de octubre de 2022

Fuego.


*
Yo pensé que se le había encendido el pelo con un cigarro, pero al final parece que no fue así. De hecho, según él, ni siquiera estaba fumando en ese momento. Lo cierto es que se le encendió el pelo, rápidamente y él no atinaba a nada. A los segundos ya era como una única llama que estaba sobre su cabeza. Recién entonces él comenzó a darse de manotazos para apagarlo. Creo que finalmente lo terminó extinguiendo con una chaqueta, que estaba en el lugar.

*
Yo le tiré lo que estaba bebiendo, para apagar las llamas. En el momento no lo pensé, pero como era un trago con alcohol, tal vez empeoró la situación. Al final, en la cabeza, solo le quedaron motas de pelo y mechones chamuscados. También se quemó un poco una ceja y las pestañas de un ojo. No sé si era porque había bebido, pero juraría que lo escuché hablar en otro idioma. No logré identificar en cuál.

*
El paciente indica que no sabe cómo se encendió el pelo. Se negó a indicar que fue un accidente y solo aceptó señalar que ocurrió por combustión instantánea. Como también dice que habló con un ángel, en ese instante, lo hemos derivado para una atención con un especialista, aunque pensamos que todo es producto de la conclusión. No tiene, por lo demás, quemaduras graves, sino solo de primer grado. Si el especialista no decide internarlo o mantenerlo bajo evaluación, puede considerarse que está de alta. Consigo, sin embargo, que ya es el tercer caso, esta semana. El nombre del ángel, nuevamente, sería Azrael.

miércoles, 26 de octubre de 2022

Me había olvidado de Annie Ernaux.


Confieso que me había olvidado de Annie Ernaux.

Me había olvidado de ella como de tantos otros y de tantas otras cosas.

No obstante, cuando escucho esta tarde sobre el nobel, algo me suena.

Un par de libros, al menos, a la distancia.

La vergüenza.

El acontecimiento.

Una escritura lo suficientemente transparente como para parecer honesta.

Poco más es lo que recuerdo.

Sí… me había olvidado de Annie Ernaux.

Ni siquiera me di cuenta que una de las películas que vi a eso poco estaba basado en uno de esos libros.

Por eso, sorprendido, me descubro de pronto buscando en mis recuerdos, quien es esa Annie Ernaux.

Algunas imágenes, entonces, se construyen.

Por ejemplo, veo a Annie escribiendo concentradamente.

Como si estuviese marcando las líneas de su rostro en un espejo.

No lo digo como crítica, sin embargo.

La veo tranquila, cuando lo hace, sin forzar demasiado su gesto.

Veo así, una Annie convertida en letras.

Fabricándose a sí misma como esos que hacen figuras con alambres o con nudos.

Vuelta pan, incluso, y servida a los lectores.

Reitero una vez más: no me malentiendan.

Todo está bien con Annie Ernaux.

Salvo que ella misma cree saber quién es, mientras yo no sé, realmente, si alguien puede saberlo.

Confieso que me olvidado de Annie Ernaux.

martes, 25 de octubre de 2022

Nada pasa realmente.


Nada pasa realmente si en los cinco dados sale seis.

Tampoco nada ocurre, por cierto, si en los cinco dados sale cuatro.

Tenlo en cuenta: no creas lo que dicen.

Lánzalos tranquilo y no te preocupes siquiera de mirar los números.

Deja mejor que los dados rueden sin expectación alguna.

Poco importa lo que digan que ellos marcan.

No te confundas.

De haber algo, ahí no hay nada.

Solo manchas pequeñas sobre un fondo blanco.

Más o menos manchas, de hecho.

Probablemente ni siquiera manchas.

Apréndelo así y no lo olvides.

Los dados no tienen voz.

Y aunque tuvieran, te aseguro, nada dicen.

Y nada tienen que decir.

Compruébalo tú mismo, si así quieres.

Los números no existen salvo en mentes mezquinas.

Esas que van contando lo que tienen hasta que no saben qué contar.

Lanza los dados simplemente porque pesan.

Porque no son parte de aquello que sabes necesario.

Déjalos caer, sencillamente, y no te vuelvas a mirarlos.

Camina tranquilo.

Avanza lo que quieras en el tablero del mundo.

O mejor aún: no avances.

Verás igualmente el movimiento, en torno a ti.

Hazme caso y no te vuelvas.

A tus espaldas, ciertamente, nada diferencia a los dados de las piedras.

Nada tienen que decir.

lunes, 24 de octubre de 2022

Mejor perdido.


Mejor perdido.

Mejor con fiebre.

Mejor tanteando a solas.

Mejor sin dormir.

Mejor con ojos rojos.

Mejor con los bolsillos vacíos.

Mejor con una esguince de tobillo.

Mejor con hambre.

Mejor sin un mapa.

Mejor en la oscuridad de la noche sin estrellas.

Mejor sin señal.

Mejor sin recordar tu propio nombre.

Mejor si no hay descanso.

Mejor sin armonías celestiales.

Mejor sin pajaritos trinando.

Mejor con la boca reseca y deñada.

Mejor sin voz.

Mejor sin palabras conocidas.

Mejor con heridas en las plantas de los pies.

Mejor sin pausas.

Mejor sin seguro social.

Mejor sin bonos ni beneficios.

Mejor con el agua hasta el cuello.

Mejor con el agua hasta más allá del cuello.

Mejor frente a un tigre en su propio espacio.

Mejor a ciegas, ante el abismo.

Mejor sin rodilleras y sin casco.

Mejor sin libros de autoayuda.

Mejor con los zapatos al revés.

Mejor mordido por un perro.

Mejor con insomnio y paranoia.

Mejor golpeado hasta caer.

Mejor si terapias ni calmantes.

Mejor sin nada que decir sobre la vida.

Mejor con dolor, aunque sin llanto.

Mejor con una lanza clavada en un costado.

Mejor sabiendo que has sido abandonado.

Mejor sin conocer lo que es el mundo.

Mejor perdido.

domingo, 23 de octubre de 2022

Dejemos hablar a un monje novicio.


Un viento anterior, digo yo. Un viento previo. No sé decirlo bien, en realidad. Tal vez un viento que mueva al viento. Algo ya desaparecido incluso, si quieren, pero que haya puesto al viento en marcha. Al último viento, me refiero. A ese que nos toca ahora, digamos. Al que hoy existe. A ese que anda por ahí y mueve incluso algunas cosas. Existiendo justamente como la huella del otro. Como testimonio de la ausencia del otro. Y claro, así como con el viento, si lo pensamos, viene a ocurrir con todo. Porque todo necesita algo previo, me refiero. No para retenernos ni sujetarnos. Tampoco para amarrarse a nuestros pies, como raíces. Lo necesita más bien para cedernos el lugar. Para que su desaparición nos haga aparecer y reconocer que ahora somos. No antes, sino ahora. Justo ahora. Cuando lo anterior se extingue en un impulso que no hace más que despertarnos. En ese leve impulso que nos lleva a escena. Un pequeño empujón que nos deja entonces justo en nosotros mismos. Materia convertida en fuerza que llega hasta nosotros y desaparece, en cuanto nos hemos puesta en marcha. Transformada, si quieren, aunque no es eso. Desaparecida en nosotros, más bien, como en un sueño. O como un viento que impulsa un sueño. Eso, antes de callarme, digo yo.

sábado, 22 de octubre de 2022

Un libro roto.


I.

¿Lo reparas?

¿Reparas tú un libro roto?

Pues desde ya, te confieso que yo no.

No digo un libro ajado o con alguna hoja deteriorada.

Tampoco me refiero aquí a unas cuántas hojas sueltas.

Yo hablo más bien de daño verdadero.

De algo efectivamente roto.

Algo cuyas partes ya no encajan –ni se mantienen- asidas unas a otras.

Un libro roto, de esa forma, es de lo que hablo.

¿Lo reparas tú, acaso, que miras de esa forma?

¿Reparas tú el libro roto?


II.

Quien no comprende dirá, tal vez, que depende del libro.

Erradamente, por supuesto, dirá aquello.

Y es que pensará, probablemente, en lo que hubo una vez, anterior al daño.

Entonces, dejará de ver lo que realmente existe y buscará reunir las páginas.

Verá tutoriales.

Tomará apuntes.

Comprará utensilios que faciliten su labor.

Incluso compondrá –o reemplazará derechamente-, los trozos dañados.

Dicho lo anterior, tenemos derecho a imaginar que logrará su cometido.

Imaginémoslo sonriente, orgulloso.

Mostrando el libro reparado al mundo.

¿Ves que pude repararlo?, me dirá.

¿Te das cuenta que parece incluso un libro nuevo?


III.

Lamento decirlo así, de golpe, pero una cosa es cierta:

Nadie volverá a leer ese libro.

De hecho, reparado así, me parece más bien una maqueta.

O un algo, simplemente, que se ha construido esta vez como un objeto.

¿Puedes verlo, realmente?

¿Puedes tomarlo entre tus manos y decir que aquello ha vuelto a ser, de cierta forma, lo que era?

Qué insensato.

Quien no comprende la función del fuego, no comprende nada, finalmente.

¿Reparas tú un libro roto?

viernes, 21 de octubre de 2022

La verdad que vive y la verdad que muere.


0.

Está la verdad que vive y la verdad que muere, creo que decía Leonard Cohen.

Pero ni él ni yo –y probablemente nadie-, sabe realmente cuál es cuál.


I.

-¿Viajaste de noche? –preguntó ella.

Él asintió.

-¿Toda la noche?

-Sí –dijo él.

Ella parecía un tanto preocupada, o sorprendida.

O tal vez simplemente no sabía de qué hablar.

-¿Y no te duermes cuando manejas toda la noche? –volvió a preguntar ella.

No –dijo él-. O no que yo sepa.


II.

Probablemente los niños no estaban en casa.

Y es que, cuando estaban, todo siempre se encontraba un poco más revuelto.

Además, se escuchaba en la casa esa música triste que le gustaba poner cuando estaba a solas.

Música en inglés, de un tipo con la voz gastada, que cantaba como si supiera una verdad.

Una verdad terrible, por cierto, pesada como una vaca coja.

Ella había visto, una vez, una vaca coja.

No la sacrificaron, como a los caballos, sino que la tenían fija, con una especie de prótesis de madera.

Y cada mañana, la iban a ordeñar.


III.

Él le explicó entonces, luego de dormir un par de horas, que existía una verdad que vive y una verdad que muere.

Ella, mientras lo escuchaba, pensaba en los niños.

La tragedia no era lejana ni cercana, después de todo.

Siempre llegaba, pensaron ambos.

Pero tardaba en llegar.

jueves, 20 de octubre de 2022

Un huevo trizado.


I.

Compré huevos, en la feria, y uno venía trizado.

Como apenas era uno de doce, no quise reclamar, ni lo devolví.

Dudé si por dentro estaba bueno así que fui dejándolo a un lado, mientras iba comiendo los otros once.

Entonces, el huevo trizado quedó ahí, a solas, como si hubiese sido un huevo falso o una fruta de plástico.

Incluso hoy, desconozco si estaba bueno, y qué había en su interior.


II.

El interior.

El interior de un huevo trizado.

Incluso el interior de un huevo trizado.

Supongo que se daña si le llega aire desde fuera, pero ciertamente no lo sé.

Nuestro interior, pensé entonces.

Nuestro interior cuando estamos trizados.

Nosotros como un huevo, pensé.

No lo sé.


II.

Busqué entonces un plumón en mi mochila.

Un gastado plumón de pizarra.

Fui hasta donde el huevo trizado y lo tomé con cuidado.

Le dibujé ojos, nariz y una boca.

Una boca abierta, por donde pudieran salir sus palabras.

Nada dijo, sin embargo, el huevo trizado.

Probablemente no podía, o no sabía simplemente qué decir.

La trizadura, por cierto, quedaba en la parte trasera del huevo.

En su nuca, digamos.

No se trata de la trizadura, me dije entonces.

Tampoco del interior o del contacto con el aire.

Los otros once, después de todo, tampoco quisieron hablar.

miércoles, 19 de octubre de 2022

Bolitas de naftalina en la tumba del faraón.


Encontraron bolitas de naftalina en la tumba del faraón.

Seis o siete bolitas de naftalina.

Igual que en los roperos viejos, junto a la ropa almacenada, que se ha dejado de usar.

Así, el emperador, como un traje viejo, se secaba desde hacía más de veinte siglos, al interior de aquella tumba.

En medio de utensilios diversos, máscaras, joyas y preciados objetos de oro.

En medio de aquello y de seis o siete bolitas de naftalina, por cierto, según recalcaban en tv.

En una breve noticia que ponía acento en eso de las bolitas de naftalina, para llamar la atención del público.

Y yo, por supuesto, era parte de ese público.

Poco después apagué la tv.

Respiré hondo.

Me preparé un café.

Regué unas plantas.

El faraón es solo un traje viejo, me dije, mientras recordaba la noticia.

Pensaba en ello como visualizando mi propia tumba, sin utensilios de oro, sin máscaras y sin noticias, de por medio.

Sin pirámides, por supuesto, e incluso sin bolitas de naftalina, ni extrañas maldiciones.

Me imaginaba a mí mismo dentro del ataúd.

Y me observaba borroso, con pequeñas manchitas interrumpiendo la visión.

Como si hubiese moscas pequeñas aplastadas contra el vidrio, desde dentro.

Volví a respirar hondo.

Nadie abrirá mi tumba, me dije entonces, buscando pensar en otra cosa.

Nadie que no sea yo, abrirá mi tumba.

martes, 18 de octubre de 2022

Cuando se firmó el tratado.


Justo cuando quise ir a la guerra se firmó el tratado.

Les prometo que fue así.

Yo ya estaba listo, recién entrenado y dispuesto a dar mi vida por la patria.

(No la vida por mi patria, que es una forma incorrecta de decir).

Listo estaba, decía, pero justo entonces se firmó el tratado.

Observé videos, en tv, de hombres elegantes que conversaban amablemente, en un idioma común.

Estaban en torno a una mesa frente a un amplio documento, riendo mientras estampaban una firma.

Despreocupados, como si hicieran dedicatorias en un cuaderno escolar.

¡Qué desencanto más grande!

¡Qué desencanto más profundo!

¡Qué desencanto más injusto y extenso!

Y es que yo, ciertamente, me había entrenado con ahínco.

No solo con constancia, como todos, sino que me había preocupado de acabar con cada una de aquellas cosas cuya importancia no habría antes, puesto en duda.

De esta forma, corté los tendones que sostenían mis creencias, para que ninguna de ellas se mantuviera en pie, y quisiera de pronto llevarme forzado hacia algún sitio distinto al campo de batalla.

Pero claro… justo entonces se firmó el tratado.

Un papel amplio y lleno de signos cobardes y obsoletos.

Un papel amplio y final, como una mortaja.

¡Qué desencanto más profundo!

lunes, 17 de octubre de 2022

Aquel lugar.


Ella solo compra juguetes que la miran.

Su casa está llena de ellos.

Figuras que tienen esos ojos que te siguen con la vista, abarcando todos los rincones de su habitación.

También tiene un par de retratos que siguen esta norma y estoy seguro que de anciana tendrá un gato embalsamado entre sus cosas, con esta misma condición.

No me percaté de esto, por cierto, la primera vez que fui a su casa.

Pero tras quedarme algunas noches comenté que notaba algo extraño, y ella misma me lo confesó.

Me dijo que en principio había ido juntando todo aquello sin darse cuenta de qué hacía.

Es decir, que nunca se fijó conscientemente, que aquellas figuras la miraban fijamente y pensó que las compraba por alguna otra razón.

Cuando me lo dijo, fuimos revisando una a una las figuras, muñecas, peluches y retratos.

Ninguna de ellas, se los aseguro, escapaba a la característica común, ni se atrevía a mirar hacia otro sitio.

Mientas me contaba todo aquello, yo también la observaba, por cierto.

También cuando ella se vestía, o desvestía… e incluso cuando preparaba algo de comer, de espaldas, en la pequeña cocina de aquel lugar.

Un día, de hecho, la escuché reír, de espaldas, supuse que reía pues comprendía que yo también la estaba mirando.

Entonces, algo incómodo, me arranqué los ojos y los dejé sobre el sillón, antes de abandonar aquel lugar.

domingo, 16 de octubre de 2022

Vaciar las alcancías.


Vacié las alcancías y gasté el dinero en nada trascendente.

Eran siete alcancías pequeñas, de un mismo diseño, que había comenzado a llenar con dinero, varios años atrás.

Todas ellas estaban repartidas por distintos lugares de la casa.

No muy lejos unas de otras, sin embargo, pues mi casa es ciertamente muy pequeña.

Las fui abriendo una a una, agrupando las monedas y llenándome los bolsillos para gastarlas poco a poco, en el diario andar.

Por lo mismo, no tengo recuerdos sobre ninguna compra importante, aunque el total de dinero reunido en ellas, no debe haber sido menor.

Cuando vaciaba una, simplemente seguía por la otra.

Sin desespero, ni ansiedad ni tampoco –debo reconocer-, con verdadera necesidad.

Ocurrió simplemente que tras abrir la primera lo lógico era que siguiera con las otras.

Era algo así como su curso natural.

Algo así como el inicio, desarrollo y cierre, de un texto.

O como eso que ya saben, que nos ocurre a los seres vivos, hasta llegar al final.

Tal vez por eso, me apenó un poco cuando comprendí, de pronto, que había vaciado las alcancías.

Que por años había depositado en ellas, y ahora las había vaciado, sin más.

Sin acordarme siquiera, como decía antes, en qué invertí su contenido.

En nada trascendente, acepté, mientras sentí que en una de ellas quedaba una última moneda.

Sorprendido, entonces, dudé si sacarla, o volver a empezar.

sábado, 15 de octubre de 2022

Qué sentir.


Cuando lo cargas en la espalda, el amor es como un mono.

Me refiero a qué se aferra ahí, por su cuenta, sin necesidad que te preocupes realmente por cargarlo.

A veces incomodan un poco sus uñas o te sorprende enredando su cola y desequilibrándote un poco.

Incluso puede ocurrir que dé vueltas sobre tu cabeza y te haga algún arañazo o te tape la vista, y debas tomarlo firmemente y volver a ponerlo en una posición más fácil de cargar.

No puedes molestarte, por supuesto, con un amor que es como un mono, por comportarse, justamente, como un mono.

Debes entender que chille, aceptar que se incomode, que te robe la comida cuando te llevas algo a la boca y que parezca siempre exigir nuevas rutas.

Como aspecto positivo, puedes considerar que no pesa tanto, al ser como un mono.

Además, al ser movedizo, el peso no se estanca en un lugar, como con un bolso de correa.

Tan ligero puede ser que, si te descuidas –bajo un árbol por ejemplo-, él puede alejarse de improviso y subir por las ramas, sin que debas preocuparte, por si quiere regresar.

Caminarás sin él, desde entonces, no necesariamente más liviano.

Y de vez en cuando, en las esquinas, tocarás con tus manos las marcas de sus rasguños, sin estar seguro qué sentir.

viernes, 14 de octubre de 2022

A eso de las nueve.


Cien metros, aproximadamente, corrió un perro hacia mí, en el parque.

Como si me hubiese reconocido de pronto, lo vi venir desde la distancia, sin distraerse ni fijarse en nada más de su entorno.

No sabía si venía con actitud alegre o agresiva, hasta que se detuvo uno o dos metros de donde me encontraba y lanzó un único ladrido.

Ronco y fuerte, el ladrido.

Yo observaba al animal, para saber qué actitud tomar, pues seguía sin saber sus intenciones y no recordaba haberlo visto con anterioridad.

El perro me observó a los ojos, un buen rato, sin mover la cola ni expresar emoción alguna.

Pensé en decir algo, pero en aquel momento lo encontré absurdo.

¿Qué podía decirle, además?

En cambio, me incliné un poco y estiré una mano hacia él.

El perro se mostró indiferente ante esto. Pareció ahora mirarme con más atención, como si me hubiese confundido con alguien, pensé.

Paseó luego su vista por mí, ignorándome, como si, con hambre, hubiese olido algo no comestible.

Finalmente, dio media vuelta y se alejó por donde vino.

Yo, lo seguí con la vista hasta que se perdió en los arbustos.

No me moví del lugar en varios minutos.

-¿Por qué no le dijo nada? –me preguntó poco después una señora que estaba cerca del lugar, y supongo que había visto la escena.

Yo observé a la mujer pensando en qué podía decirle, sin saber cómo reaccionar a sus palabras.

Como no se me ocurrió nada, ladré.

Una vez; ronco y fuerte, igual que el perro.

La mujer me observó, supongo que de una forma similar a como había observado yo al otro animal, minutos antes.

Di entonces media vuelta y me alejé del lugar.

Regresé a casa a eso de las nueve.

jueves, 13 de octubre de 2022

Tres niñas en un pozo.


La jueza eligió pensar que lo hizo como un experimento.

Eso de meter tres niñas en un pozo y enviarles cada día una mínima atención.

¿Qué les enviaba?

Un bidón con agua y un tarro de miel negra.

Así lo hizo por casi cuatro meses.

Todo quedó registrado en sus apuntes.

Tres cuadernos universitarios escritos a mando que sirvieron como prueba.

Las tres chicas, por cierto, eran hermanas, de nueve, once y trece años.

Creo que eran sus sobrinas, aunque nunca se aclaró realmente este punto.

No en la prensa, por lo menos.

Tampoco en el documental que se hizo sobre aquello.

El pozo, al parecer, era bastante espacioso y el clima en el lugar era por lo general templado.

Por ello, afortunadamente, no hubo que lamentar víctimas fatales.

Aún así, el daño sufrido por las chicas fue lo suficientemente grave para que se transformase en noticia de interés nacional.

Unos vecinos las encontraron un día que el hombre estaba fuera de casa.

Ya sospechaban algo extraño, así que ingresaron a escondidas y descubrieron a las niñas en el pozo.

Cuando llamaron a la policía, incluso, las creyeron muertas.

El hombre que las encerró fue muerto a tiros luego de regresar y enfrentarse -en una confusa situación-, a policías y vecinos.

Esa misma tarde encontraron los cuadernos en que el hombre había anotado observaciones sobre la evolución de las niñas en el pozo.

En ellos se especificaba, por cierto, las cantidades de agua y de melaza que les enviaba cada día.

Cuando las sacaron, las niñas estaban en muy malas condiciones, por lo que fueron trasladadas de urgencia, en ambulancias, hasta un hospital donde comenzaron su recuperación.

La más pequeña, según dicen, tenía entre sus brazos un pequeño conejo blanco.

miércoles, 12 de octubre de 2022

Cada cierto tiempo.


Cada cierto tiempo se metía a lavar la piscina. Nadie se lo pedía, pero lo hacía de igual forma. Decía que la encontraba sucia, cuando le preguntaban. Era un acto noble, por supuesto, pero peligroso considerando su edad, por lo que siempre que descubrían que la había lavado se originaba una situación incómoda. La piscina, además, no tenía escalera (la piscina misma no se ocupaba hacía años), y presentaba varias dificultades para ingresar y salir de ella. Una vez, incluso, hacía tres o cuatro años, él se había caído y golpeado fuertemente, produciéndose una herida en la cabeza que no paraba de sangrar y debió ser atendido de urgencia, provocando gran susto a sus familiares.

Antes de la piscina, por cierto, tenía costumbres similares. Lo encontraban de pronto en el techo, revisando la posición de algunas planchas, limpiando canaletas o realizando cualquier otra acción, igual de riesgosa, por lo demás, considerando que en ese entonces ya bordeaba los ochenta años.

Con todo, las acciones eran de cierta forma necesarias. No urgentes, por supuesto, pero no podía decirse que estaban de más. Por lo mismo, reconvenirlo era hasta cierto punto injusto. Y él lo sabía.

Así, cuando conversaban con él y le decían que solo terminaría haciéndose daño, él concluía con una única frase. Enigmática y rotunda, aunque dicha siempre con un tono amable.

-El daño ya está hecho -decía.

Y luego se alejaba. Sabiendo que era cierto.

martes, 11 de octubre de 2022

Ella y las pastillas.


Antes de tragárselas hablaba bien quedito, con sus pastillas. Yo la vi un par de veces, mientras ella estaba concentrada, en su monólogo. Intenté acercarme, para escuchar, pero solo oía palabras sueltas, sin mayor conexión entre ellas. Esparadrapo. Quitasol. Tundra. Neptuno.

Esas fueron algunas de las palabras que le oí decir, aunque no pude comprender, como señalaba antes, el contexto.

Luego de aquello, ella se tomaba las pastillas una a una.

Esparadrapo.

Quitasol.

Tundra.

Neptuno.

Bien pudieron ser, ahora que lo pienso, el nombre de las pastillas.

El apodo cariñoso con que se refería a cada una de ellas.

Suavemente las tomaba y las introducía en su boca.

Una a una y con aparente respeto, como si fuesen hostias.

Poco después, tomaba también un vaso con agua y tragaba todo tranquilamente, como si fuese un rito.

O el comienzo de un rito, más bien.

Al verla, yo imaginaba que ella las tomaba, así como otros cargan niños sobre los hombros, antes de lanzarse a caminar.

Las llevaba consigo, me refiero.

Una a una, las portaba, mientras permanecía intacta.

Luego, ya no necesitaba hablar.

Ya estaban en ella, como hijos devueltos al vientre.

Esparadrapo.

Quitasol.

Tundra.

Neptuno.

Y el rito entonces daba recién inicio.

O volvía, de cierta forma, a comenzar.

lunes, 10 de octubre de 2022

Una mierda de periódico.


Por ese entonces publicamos un periódico. Una mierda de periódico, es cierto, pero el logro a fin de cuentas era publicarlo. Como no nos interesaban las noticias ni la actualidad hablábamos de todo menos de aquello. Cosas inconexas, en realidad. Polémicas sobre la teoría de los colores, de Goethe. Cobertura y análisis de las clases de natación en el antiguo Egipto. Informes detallados sobre la cantidad de ilesos que había día a día en nuestra ciudad. Testimonios de personas que no comprendían de qué les consultábamos. Horóscopos extraños. Detalles del tiempo que se vivió en Estambul un día como hoy, pro hace veintisiete años. Cosas de ese estilo, según recuerdo.

Alcanzamos a publicar, estoy seguro, ciento catorce números. Todos de forma precaria. A través de fotocopiadoras básicas y solo tres o cuatro páginas por número.

R. y yo escribimos en los ciento catorce. También tuvimos otros colaboradores, pero todos esporádicos. R., por cierto, era un amigo de aquel entonces y escribía bastante bien. Dos o tres veces tuvo que correr para que no lo golpearan luego de realizar algunos escritos en que involucraba a estudiantes de la universidad. En mi caso, no sé por qué, nunca me vi amenazado mayormente.

-Creo que mejor lo dejamos hasta aquí -me dijo R., un día, mientras diagramábamos el periódico ciento catorce.

-¿Por qué? -le pregunté, pero lo cierto es que ni siquiera recuerdo la respuesta.

Ambos estábamos cansados, supongo, pero podíamos seguir publicando un tiempo más, al menos.

Debe haber sido por ese entonces que nos distanciamos.

R. regresó al norte, me parece.

Yo, en tanto, dejé de escribir, y me volqué varios años a leer cuanto estaba a mi alcance.

Las razones, ciertamente, no vienen a cuento.

No guardé copias de los periódicos y tampoco de los textos que incluimos en ellos.

Una mierda de periódico, dirán algunos, pero no comprenderán las verdaderas razones.

Tampoco el cambio de estilo, que encierra siempre un misterio.

domingo, 9 de octubre de 2022

Suena bien.


Suena bien eso de no esperar e ir mejor, nosotros mismos, por aquello que queremos.

No es cierto del todo, sin embargo.

Las razones son tantas que me salto las ciento doce primeras y menciono de paso la ciento trece:

Pocos saben, con certeza, qué es aquello que quieren.

Por esto, todo eso de ir hacia aquello, por nuestros propios medios, puede ser simplemente avanzar por el camino errado.

Por otro lado, es muy probable que aquello que se espera esté ya en nosotros mismos.

Por lo que esperamos ya no la llegada, sino la manifestación de ese algo.

Así, esperar algo que ha de manifestarse desde nosotros, no es sino ejercitar la voluntad que ha de gestarlo.

Yo mismo, por ejemplo, puedo confesar que, de un tiempo a esta parte, escribo esperando.

No es que invalide otras formas, ni que mi ejemplo sea, por propio, el único camino válido.

De hecho, decenas de años he jugado a postergar el tiempo en que iba a hacer aquello que debía.

Tanto que hoy, si me preguntan, probablemente deba confesar que lo que olvidado.

Así y todo, sigue sin ser cierto (del todo), eso de ir por aquello que queremos.

Las piedras que están bajo mis pies, probablemente, no son distintas a otras piedras del camino.

Y mis pies, les aseguro, están igual de heridos que los de aquellos que anduvieron por las sendas, calzados y descalzos.

sábado, 8 de octubre de 2022

Hablar sobre algo.


Lo malo de este tipo de historias es que hay reescribirlas varias veces.

No digo corregirlas, sino narrarlas nuevamente para o alejarse de los hechos certeros.

Por ejemplo, en un inicio, la historia comenzaba con una decisión clara.

Una decisión firme y explícita de parte de ella que podía expresarse más o menos así:

Reunirse brevemente con él, para hablar sobre un asunto que debía ser tratado.

Obviamente, como decirlo de esa forma no solo resulta ambiguo sino además redundante, uno debía narrarlo con cuidado, incorporando datos del contexto poco a poco, a medida que yo mismo iba descubriéndolos, tratando siempre de entregar poco a poco la información.

Eso hice, por supuesto, en primera instancia.

Pensé incluso que iba bien encaminado cuando comenzaron a aparecer elementos que parecían inconexos.

Y hechos, por supuesto, que vinieron a derribar todo aquello que -con tibio, pero persistente esfuerzo-, estaba intentando construir.

Por lo mismo, juego de intentar escribir aquella historia tres o cuatro veces decidí esperar, simplemente, a que terminara.

Igual a un relator deportivo que, por seguridad, decidiera narrar un encuentro después que este se hubiese realizado.

Dicho esto, debo confesar, que la historia no me motivó a escribir más que una única sentencia:

Ella fue a encontrarse con él para hablar sobre algo que al final no hablaron.

De todas formas, supongo, ese “algo”, no debe haber tenido mayor importancia.

viernes, 7 de octubre de 2022

Consecuencias.


I.

Lo que se hace y lo que no se hace trae consecuencias.

Por lo mismo, pensar en las consecuencias no tiene mucho sentido.

Tal vez el tipo de consecuencia pueda ser, a primera vista, distinto.

Pero la naturaleza de la consecuencia es esencialmente la misma.

Hechos que se suceden tras otros hechos, simplemente.

Nunca ha habido mucho más.

No pueden evitarse, las consecuencias.


II.

Los hechos, sin embargo, arrastran sensaciones.

Se adhieren hasta el punto de parecer indistintos.

Y las sensaciones -he aquí la novedad-, no siempre tienen consecuencias.

Ni siquiera son percibidas, todo el tiempo.

Se desvanecen, se ocultan o se transforman incluso en fenómenos extraños.

Acciones equívocas, que no parecen relacionarse con el común comportamiento.

De ahí que algunos cuantifiquen erradamente su importancia.

Y la forma en que afectan nuestro comportamiento.

En definitiva, no es recomendable, pero pueden evitarse las sensaciones.

No así las consecuencias.


III.

Ordenemos las ideas.

Sin hechos no hay sensaciones.

Wingarden no estaría de acuerdo, es cierto, pero Wingarden ya murió.

Con todo, sin hechos, siguen existiendo consecuencias.

Consecuencias, claro está, que no son necesariamente, sensaciones.

Otros hechos, tal vez, despojados de conexiones afectivas.

Digo afectivas, por cierto, para evitar el término “sensoriales”.

Concluyamos:

Lo que se hace y no se hace trae consecuencias.

Ahora, decida usted.

jueves, 6 de octubre de 2022

Había un récord.


Descubrió que había un récord de la distancia recorrida por una persona al interior de una rueda. Personas que se metían dentro de ruedas gigantes y luego las hacían rodar, generalmente por una pendiente hasta que la rueda se desbalanceaba y terminaba por voltearse tras perder velocidad. Al parecer, que la rueda solo fuese impulsada en el inicio de su movimiento era parte importante de los requisitos para ese récord. Ese récord que ahora él, estaba dispuesto a batir.

A diferencia de lo que algunos pensaron se tomó en serio aquel asunto. De hecho, a los dos días de conocer el récord consiguió una llanta lo suficientemente grande como para caber dentro. La llevó hasta una parcela que tenía un amigo en las afueras de Santiago y cada fin de semana iba a entrenar, metiéndose dentro y rodando por una leve inclinación del terreno. Así, aprendió técnicas para sujetarse firmemente dentro del neumático. Y fue acostumbrándose a la sensación de mareo que lo hizo vomitar y tener fuertes dolores de cabeza durante sus primeros intentos.

Lamentablemente, cuando ya había comenzado a entrenar en una ladera más inclinada tuvo un gran accidente. La llanta en la que él iba se desvió del camino y terminó cayendo por un barranco irregular, golpeándose fuertemente contra unas piedras que había al fondo y terminando así con varias fracturas en sus extremidades y, entre otras cosas, un daño severo en la columna.

Luego de esto, estuvo con coma inducido durante poco más de tres semanas, hasta que recuperó su consciencia. No podía hablar bien y de vez en cuando perdía el hilo de las conversaciones, pero para la gravedad de lo ocurrido, mejor valía no quejarse.

Años después, desde su silla -nunca recuperó totalmente la movilidad de sus piernas-, escribió un libro sobre algo que supuestamente había comprendido del mundo, mientras giraba a toda velocidad al interior de la rueda.

Yo fui el encargado, por cierto, de revisar algunos elementos del libro, principalmente estructurales.

Extrañamente, días después que el libro fuese llevado a imprenta, alguien se contactó con el dueño de la editorial y pagó por toda la tirada de aquel texto, impidiendo que llegase a librerías.

Quien lo escribió, por otro lado, murió de un derrame cerebral algunos meses después.

De esta forma solo yo, que sepa, quedé con una copia.

Lo que él comprendió de mundo, mientras giraba dentro de la rueda, fue lo siguiente:

miércoles, 5 de octubre de 2022

Lo imaginé de otra forma.


Lo imaginé de otra forma. No es que esté mal como ocurrió, pero imaginé muy distinto todo aquello. El grupo de personas. Las conversaciones. El ánimo imperante en el lugar. Sí… lo imaginé más sombrío, debo confesar. No terrible ni angustioso, pero un poco más gris. En fondo gris, digamos. No negro, pero gris. La caja al fondo de la habitación. Las flores. Un rostro tras el vidrio. Recuerdo que pensaba en eso cuando encontré un pequeño escrito en una de las murallas. Quince palabras, aproximadamente, distribuidas en tres líneas. Estaba en latín, escrita con un lápiz tinta, a baja altura. Pasé tres cursos de latín en la universidad, pero no entendía nada. Alguien sentado en una silla, mientras permanecía en el lugar debía haberla escrito. Sin que lo vieran, pensé. De la frase, apenas identificaba dos o tres palabras. Una de ellas era búho, en latín. Bueno, una de las formas en que lo nombraban. Estuve largo tiempo mirando aquella frase hasta que se acercó una persona que, supuse, trabajaba en el lugar. No debe rayar las paredes, me dijo. Pase a hablar conmigo cuando salga. Yo no la rayé, le dije. Estaba así. Simplemente intentaba leer qué es aquello que decía. Me miró en silencio como para ver si mentía. Si está seguro que no fue usted, me disculpo. Pero no había visto antes ese escrito. Entonces bajó la mirada y luego se fue. Sentí un ruido, entonces, cerca de la caja que estaba al fondo. Nadie más parecía notarlo. Un niño me observó mientras me acercaba al cajón. Estaba solo y parecía molesto. O asustado. Yo me detuve a verlo. Apretaba firmemente algo en una de sus manos.

martes, 4 de octubre de 2022

Ya no le digo que todo va a estar bien.


Ya no le digo que todo va a estar bien. No porque crea o no crea en eso, sin embargo. No se lo digo porque no necesita, en el fondo, que se lo diga. Porque ya es grande y sabe ya que el bien y el mal real, es algo de lo que no podemos hablar. Algo de lo que no debemos hablar, incluso. No lo ha dicho abiertamente, pero sé, de alguna forma, que lo sabe. Con los años lo ha aprendido. Con dolor, supongo, lo ha aprendido. Por eso, probablemente, hablamos de otras cosas. Cosas banales, probablemente, si se observan desde fuera. Ritos que a primera vista (para otros) deben parecer innecesarios. Puedo aceptar aquello, ciertamente, aunque sepa que no es cierto. Y es que el afecto, por supuesto, no es algo que pueda observarse a simple vista. Hablo del verdadero, por supuesto. De esos nudos invisibles que nos enlazan, querámoslo o no, con aquellos que amamos. Por eso, probablemente, es que ya no le digo que todo va a estar bien. Porque ambos estamos ya en edad de comprender que eso es tarea siempre nuestra. Un requisito indispensable si queremos, de una u otra forma, no quedarnos estancados. Tal vez no sea buen ejemplo, pero al menos sé que él sabe. Así pasan los años y los días y las horas. Al final, sin embargo, descubrimos que todo siempre fue un instante.

lunes, 3 de octubre de 2022

Trabajo en casa.


I.

Pusiste cerámica en una parte de tu patio.

Pero fuiste retrocediendo de tal modo, al ponerla, que terminaste atrapado junto a una muralla, y ahora no puedes salir.

No sin arruinar el trabajo, al menos.

Y es que debes dejar pasar un tiempo para no tener que pisar el piso cerámico recién puesto.

No sabes, por cierto, cuanto tiempo.

Podrías buscar información, pero justo ahora es imposible.

Dejaste el celular al otro lado, pero está bien.

Es temprano, de todas formas.

No tienes hambre.

No hace calor ni hace frío.

Tampoco tienes sed, ni hambre.

Decides que puedes esperar un rato, mientras decides qué hacer.


II.

Quedaron bien puestas, al menos, las cerámicas.

Te has dedicado a observarlas y todo indica que están bien.

No se aprecian desniveles y las junturas son homogéneas.

Es sin duda un trabajo bien hecho.

Salvo el final, por supuesto, y la posición en que te encuentras, pero eso es algo provisorio.

Ahorraste dinero, al hacerlo tú mismo.

Prontamente comprarás una mesa y unas sillas para poner ahí, en el exterior.

Te acomodas un poco, mientras piensas esto.

Cambias de posición, me refiero, para que no comiencen los calambres.

Dos o tres cambios más de posición y volverás al movimiento, te has dicho.

Pisarás con cuidado y probablemente solo aplastes dos o tres cerámicas.

Si hay suerte no se dañarán demasiado.

Casi siempre tienes suerte, además.

Eres bueno evitando el daño, me refiero.

Mientras piensas esto, suena el celular que está al otro lado de las cerámicas.

No te inmutas, mayormente, y lo dejas sonar.

No es un mal sitio, decides, el lugar donde te encuentras.

El sol comenzará a ocultarse, calculas, en poco tiempo más.

domingo, 2 de octubre de 2022

Finge que no estás en casa.


Apaga las luces.

Cierra las cortinas.

Baja al mínimo el volumen de la música, tv, o cualquier dispositivo que utilices.

Deja en modo vibración tu teléfono.

O apágalo, simplemente.

Almacena comida y libros, para tener en caso de emergencia.

No recojas publicidad que arrojen al jardín.

Si no arrojan, incluso, puedes dejar tú mismo un aviso con ofertas.

Si te angustias por momentos, no te preocupes.

Haz ejercicios de respiración al menos cuatro veces en el día.

Toma vasos de agua fresca.

Procura no pensar en aquello que está fuera de casa.

No sientas culpa por aquellos que te buscan.

Si alguien realmente te conoce, comprenderá tus acciones.

No necesitas dar explicaciones.

Ni a los otros ni a ti mismo.

Permanece limpio, en lo posible.

Haz ejercicio suave.

Si tienes, riega las plantas interiores.

Ponlas cercas de algún sitio donde, aunque sea de forma indirecta, les llegue luz.

Ventila tu casa a través de las ventanas que no se ubiquen en el frontis.

Si escuchas gritos, desde fuera, no te inmutes.

Si ves fuego, incluso, piensa que en casa estás seguro.

Sal de noche, cuando nadie te vea, si necesitas salir.

Al volver, de vez en cuando, haz una marca con sangre, en cada una de las puertas.

sábado, 1 de octubre de 2022

El estanque (que no tienes)


Arrojar piedras al estanque.

Eso haces.

Arrojar piedras al estanque que no tienes.

Una y otra vez lanzas las piedras.

Porque sí, dices. O porque no sabes.

Eso es lo que haces todo el día.

Ya casi no hay estanque, de hecho, sino piedras.

Piedras húmedas, es cierto, a falta de un estanque.

En poco tiempo más, estimo, dejarás incluso de arrojarlas.

Y es que no tendrá sentido, digamos, arrojar piedras sobre piedras.

Y buscarás entonces otro sitio donde lanzarlas.

Otro objetivo que no ofrezca resistencia.

Un objetivo amplio, preferentemente, que no suponga un gran desafío.

Más allá de la constancia.

Más allá de la acción repetida una y otra vez con resultados similares.

Y claro, volverás entonces a acumular piedras sobre ese nuevo objetivo
hasta que este se vuelva imperceptible.

Así, si todo sigue el curso previsto, probablemente volverás incluso al lugar donde estuvo el estanque.

Regresarás a buscar piedras, me refiero, cuando falten proyectiles.

Ni siquiera recordarás, probablemente, que antes ahí había un estanque.

Y a medida que lances las piedras que antes habías lanzado sobre él,
tal vez recuerdes poco a poco.

Si queda algo de agua, probablemente, recordarás más fácilmente.

Más allá si reaparece o no aquel estanque.

Más allá del estanque no tienes.

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