domingo, 14 de abril de 2024

No hay profetas para sordos.


No para todos hay profetas. No alcanza la cobertura, digamos. Además, tampoco hay especializaciones, entre ellos. Por ejemplo, como reza el título: no hay profetas para sordos. Y esto no ocurre porque los primeros no puedan dedicar un tiempo a aprender el lenguaje de señas u otra alternativa, sino más bien porque el profeta no debiese ser nunca, el mayor interesado. No tiene porque hablar claro ni dar explicaciones. Tampoco tiene por qué repetir un mensaje. Es un trabajador más, en el fondo, como todos. De hecho, si indagamos en sus vidas, probablemente descubramos que la gran mayoría no eligieron ser profetas. No estudiaron para serlo ni postularon a ser parte de una institución que los acreditara como tales. Fueron profetas por designio, digamos, no por convicción. Porque un día se descubrieron entregando el mensaje y sin darse cuenta ya estaban metidos en esto y luego no querían ya, perder los (escasos) beneficios laborales ni la antigüedad. Por otro lado -si volvemos al ejemplo de los sordos-, ocurre que el sordo el sordo porque quiere. Sordo porque carece de la fe para dejar de serlo o porque decidió -probablemente de forma inconsciente-, que el mundo era indigno de ser escuchado. Pueden estar en desacuerdo o pensar que soy cruel y hasta cobarde con estas conclusiones, pero lo cierto es que yo mismo se los he dicho a los sordos en varias ocasiones. Por supuesto, no quisieron escucharme. Luego, se quejan: No hay profetas. No me parece justo.

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