viernes, 31 de mayo de 2019

Marcas en las puertas.


Había sangre en las puertas de las casas de ese pueblo.

Una gran marca hecha de sangre había, más bien, en cada puerta.

Y tras las puertas de las casas las madres abrazaban a sus hijos.

Porque iban a morir, los abrazaban.

Por temor a su propia soledad, los abrazaban.

La marca hecha de sangre en cada puerta se refería a aquello.


No había padres, en el pueblo.

Ni en las casas, ni en las calles, había padre alguno.

Tampoco en la iglesia, ni en los campos, y menos en el cementerio.

Si preguntabas por ellos a las madres no respondían pues abrazaban a sus hijos.

Y los hijos no respondían pues sus bocas estaban selladas contra el regazo de las madres.

Entonces, ante la ausencia de respuestas llegó la noche al pueblo.

Y en la oscuridad la sangre que había en cada puerta brillaba como una luz.

No había padres, decía, en todo el pueblo.


Murieron seis niños esa noche.

Se escucharon gritos, lamentaciones y hasta amenazas al cielo.

Las que quedaron solas alegaban injusticia y se arrancaban, a sí mismas, el cabello.

Habrá que volver a marcar las puertas dijeron otras, con herramientas en las manos.

Mientras observaban a las que quedaron solas, lo dijeron.

jueves, 30 de mayo de 2019

Deuda.



Vino a pagar sus deudas.

De improviso.

Llamó a la puerta y me lo informó, sin más.

Lo hice pasar.

Nos sentamos en una mesa pequeña que está en la cocina.

Le ofrecí café.

No contestó, pero le serví igual.

También vacié un paquete de galletas en un plato.

Se veía nervioso.

No molesto, pero al menos estaba inquieto.

Le pregunté qué ocurría.

Vengo a pagar mis deudas, me dijo.

Ya me había dicho eso así que insistí con la pregunta.

Disculpa, dijo entonces, siempre me pongo así cuando sé que quedaré en cero.

No hay problema, dije yo, solo tranquilízate.

Supongo que lo intentó mientras contaba el dinero.

Lo traía exacto, pero lo conta varias veces, de igual forma.

Luego me pidió que yo lo contara.

No es necesario, repliqué.

Hablemos de otra cosa.

Lo intentamos un poco, pero no resultaba.

Sentía que existía algo más y que no lograba verlo.

Es desesperante quedar en cero, dijo de pronto.

Sin deudas, quiso explicar, en el punto muerto del gráfico.

Deber algo te da dirección.

No deber y no tener es lo mismo que ser un cero.

Haber vivido hasta acá por nada.

Económicamente nada, claro…

Yo lo escuchaba y no sabía bien qué decirle.

Lo vi tan afligido así, sin deudas, que pensé incluso en prestarle dinero otra vez.

Entonces él me pidió que contara el dinero de todas formas.

Yo lo hice.

La cifra era correcta.

Mejor me voy, dijo apenas confirmé.

De acuerdo, contesté.

Luego que se fue miré la mesa, que seguía donde siempre.

No se comió las galletas y apenas probó el café.

El dinero estaba todo junto, en un costado.

Me sentí extraño, entonces, mirando aquello como una escenografía.

Me han pagado una deuda y todo sigue en paz, me dije.

Pero no me convencí en lo absoluto.

miércoles, 29 de mayo de 2019

Nadie discute.



I.

Nadie discute que era bueno.

Pero falta reconocer que era hueón.

Podría dar mil ejemplos, pero mencionaré solo uno.

Una vez, en Canadá, intentó ayudar a un oso que había metido una de sus patas en una trampa.

El oso lo mató, por supuesto.

Y no liberó al oso.


II.

He ido a algunos homenajes, pero siempre termino arrepintiéndome.

Muestran grabaciones, fotografías, y hasta leen algunos de sus poemas.

Son sencillos, directos… pero todos pecan de una ingenuidad pasmosa.

Alabanzas desmedidas, en general, hacia personas cercanas y hasta políticos de época.

Hay uno muy extenso, por ejemplo, en el que alaba durante setenta páginas a su esposa.

Tal vez lo conozcan.

Tiene siete cantos y en tres de ellos nos habla de su excelsa fidelidad.

Antes de que el poema se publicara, la mujer ya lo había engañado con dos de sus hermanos y con el editor de sus libros.

No culpo a la mujer, por supuesto, pero no puedo valorar ese poema -ni al que lo escribió, por cierto-, sin pensar en todo aquello.


III.

Es extraño, pero lo que lo lanzó a la posteridad fue justamente lo que le ocurrió con el oso que mencionaba en un inicio.

Comenzó a hacerse famoso desde entonces, solo porque un oso lo despedazó.

Llevaba un cuaderno con poemas en su bolso, que terminó lleno de sangre y prácticamente ilegible.

Al oso lo hubiesen liberado, por cierto, pero tuvieron que sacrificarlo porque dio muerte al poeta.

Bien podría ser un último recurso, pienso yo, si la fama no llega por sí sola.

Despedazar a un mal poeta, me refiero.

martes, 28 de mayo de 2019

Sed de Buddy Bolden.


I.

No hay grabaciones de Buddy Bolden.

No oficialmente, al menos, pero yo una vez escuché una.

Cualquiera podría hacerlo, pero tendría que esforzarse.

Y tener la sed, por supuesto, de escuchar a Buddy Bolden.


II.

Documentos oficiales tampoco hay muchos.

Las notas del hospital donde estuvo internado por 24 años apenas suman 4 páginas.

Cinco líneas cada año, en las que simplemente se confirmaba el diagnóstico.

A eso se redujo Buddy Bolden.


III.

Una vez supe que, por tradición, una agrupación de músicos de Luisiana, libera a un interno siquiátrico cada cuatro años.

Lo ayudan en su fuga y le enseñan a tocar la armónica y si es posible la trompeta.

Luego lo hacen parte del grupo y lo llevan a gira hasta que el tipo se aburre o mata a alguien.

Todo por haber dejado morir encerrado a Buddy Bolden.


IV.

Lamentablemente, pensaba hoy, nadie tiene sed de Buddy Bolden.

Y aceptamos sin más cuando nos dicen que su música se perdió y no hay grabación alguna.

Planificamos con anticipación hasta las propias emociones, y compramos con tiempo, cada una de nuestras tumbas.

El jazz mismo, incluso, que parecía eterno hoy está tibio y a medio enterrar.

Nadie tiene sed de Buddy Bolden.

lunes, 27 de mayo de 2019

Luz.



I.

Tuve una alumna que se llamaba Luz.

Un día, en clase de educación física, se encerró en el camarín y se cortó las muñecas.

Yo estaba en la sala de profesores, revisando unas pruebas.

Profe, se cortó la Luz…!!, escuché que me gritaban

Yo miré los computadores encendidos y no entendí lo que ocurría.

No es cierto, les dije cuando los vi aparecer, junto a la puerta.

Pero entonces ellos me explicaron que me equivocaba, y nombraron de otra forma, lo que había ocurrido.


II.

Luz tenia casi todos los promedios reprobados.

Apenas venía a clase y tenía problemas cognitivos importantes, aunque no diagnosticados.

Uno de los pocos que no tenía era educación física y la situación había cambiado en esa clase.

Debía preparar una breve coreografía, según recuerdo, pero no la presentó ni dio excusas.

Como ya había tenido otras oportunidades, la profesora le colocó la nota insuficiente.

Entonces fue que Luz se encerró en un camarín y se cortó las muñecas.

Le habían hecho unos torniquetes y la ambulancia llegó a los pocos minutos.


III.

Solo vi a Luz una vez, desde entonces.

La habían llevado a recuperarse al sur, junto a sus abuelos.

Al año siguiente me enteré que volvió a Santiago y fui al nuevo colegio al que se cambió a preguntar cómo estaba.

Según me informaron, estaba con problemas similares a los que tuvo antes.

Al igual que en el nuestro tenía atención sicológica, pero el problema, por supuesto, iba más allá.

Dos semanas después supe que había vuelto a irse al sur, con sus abuelos.


IV.

Por lo que me he enterado, desde entonces, Luz no se ha vuelto a cortar.

Dejó de ir al colegio, y ayuda a una tía, en el sur, que tiene un negocio de venta de mermeladas.

El emprendimiento, al parecer, va bastante bien.

En su página web subieron una entrevista que les hicieron en un diario local.

Luz aparece feliz, en las fotos.

Esa era Luz, le comenté a alguien, mostrándole la foto.

Nunca supimos verla así, en el colegio.

domingo, 26 de mayo de 2019

Sin tarea.


Les pidió como tarea llevar algo al otro día. Cualquier cosa, les dijo. Ustedes vean. El único requisito que exigió es que aquello que llevaran no tuviese nombre. No que no lo supieran, sino que efectivamente no tuviera. Un alumno preguntó si podía llevar al perro de su tía Margarita, que no tenía nombre. Le contestó que no. Ese es un perro, le dijo. Es algo que tiene nombre. Ellos alegaron que seguían sin entender, pero en el fondo entendían y lo que ocurría era que no se les ocurría qué poder llevar. Y claro… si trataban de pensarlo, menos lo lograrían. Si tienen como nombrarlo tiene nombre, dijo él nuevamente. Y si tiene nombre no nos sirve. Yo les pido que traigan algo que no pueda nombrarse, agregó. Obviamente no podrán decir qué es, pero de alguna forma lograremos entendernos, concluyó. Ellos se quedaron en silencio, pero asintieron. Algunos incluso anotaron algo en sus cuadernos, aunque no había, ciertamente, nada que anotar. Se fueron conversando sobre la extraña solicitud. Unos buscaron en internet, pero nada encontraron. Otros pensaron en sensaciones. El sabor del jengibre, por ejemplo, escribió uno. Pero luego lo descartó porque no era una cosa. Además el profesor diría que el nombre era justamente ese: el sabor del jengibre. Si puedes referirte a él, si puedes nombrarlo, no sirve, había dicho. Eso al menos lo habían entendido. Paso así el día y llegaron a clase. No tenían miedo a un castigo ni a una nota, pero se sentían intrigados. Nadie trajo lo solicitado. Les preguntó y eso fue lo que le dijeron. Luego hizo su penúltima clase, que trató de algo que pocos comprendieron. Días después, a modo de despedida, les anunció que no volvería por un tiempo. Cuando lo haga quiero que esté lista la tarea... esa que nadie cumplió, les dijo. Ustedes me avisan y yo vuelvo. Ellos se despidieron afectuosamente y quedaron de realizarla. Ya van cinco meses, desde entonces.

sábado, 25 de mayo de 2019

Dos graneros.


I.

En uno de los dos graneros lo encontraron colgado.

No supe en cuál. Y no quise preguntar.

Sus problemas eran los de todos, pero supongo que su fuerza era distinta a la nuestra.

No sabría decir, sin embargo, si él era más débil o más fuerte.


II.

Trabajaba en el pueblo desde hacía dos años.

Uno de ellos había sido menos malo que el otro.

Él me lo dijo una vez en que lo ayudé a arreglar un tractor.

Es porque el sol no es el mismo cada año, me dijo esa vez. Pero no entendí.


III.

Intentó explicármelo otro día, mientras bebíamos algo.

Habló de dos soles, según recuerdo, aquella vez.

Algunos pensaban que él estaba loco, pero yo creía que todos lo estábamos.

Cuando lo encontraron colgando, tanto ellos como yo, confirmamos que teníamos razón.


IV.

La noticia de su muerte recorrió en un instante los dos caminos que tenía el pueblo.

Ya la sabíamos todos antes incluso que lo intentaran bajaran de la soga.

Además, habían mandado a llamar a un doctor y a un policía, para comprobar lo sucedido.

Dicen que, mientras tanto, los niños cobraban quinientos pesos por columpiar el cuerpo.


V.

A los dos días de haberlo enterrado volvió a escucharse una noticia en el pueblo.

Habían encontrado un bebé abandonado, en el otro granero.

Tenía seis deditos en una mano y en la otra cuatro, pero el doctor dijo que estaba bien.

Suman diez de igual forma, pensamos todos, mientras íbamos al trabajo.

viernes, 24 de mayo de 2019

El limpiador de luces.


Como no tenía trabajo y el lugar parecía propicio el hombre se acercó a la casa y pidió hablar con el mayordomo.

Poco después el mayordomo llegó. Era un hombre mayor. Bien vestido. Un típico mayordomo, digamos, para no alargar el texto.

-Quisiera ofrecerme para limpiar sus luces -dijo el hombre, antes incluso de saludar o presentarse como es debido.

El mayordomo lo miro sin entender aún qué quería.

-Me refiero a las luces de la casa -explicó el hombre-. Creo que lo he dicho mal. He visto los corredores y los pasillos externos llenos de lámparas colgantes y creo que puedo volverlas más efectivas.

-No necesitamos a nadie -dijo el mayordomo-. Las lámparas encienden y están bien.

-Puede que no estén mal, señor -agregó el hombre-, pero siempre es bueno cambiar los focos… sacarlos y limpiarlos, para que la luz siga limpia…

-Los focos se sacuden todos los meses. Vuelvo a reiterar que no es necesario.

-Las luces requieran ser tratadas por alguien en particular -siguió diciendo el hombre-, y de forma más seguido… no es llegar y sacarlas en cualquier momento… hay una temperatura adecuada para ello, por ejemplo…

-¿Una temperatura? -preguntó el mayordomo, interesándose un poco.

-Así es… esperar que los focos se enfríen por un lado y que la diferencia con la temperatura ambiente no sea demasiada… ya sabe usted, señor, la luz es más calor que luz… hay que saber manejarla…

-Comprendo y veo que conoce del tema… -lo interrumpió el mayordomo-, pero no hemos tenido problemas con las luces, y creo que podemos seguir así…

-Por supuesto -aceptó el hombre-, todos podemos seguir así… y por eso es que las luces se ensucian… lo importante es limpiar los focos, para que la luz llegue hasta nosotros con la mínima interferencia posible… una mala luz puede transformar lo que vemos y confundir nuestras percepciones… lo mínimo que la realidad requiere es ser vista como es, y no…

-Disculpe que lo interrumpa nuevamente -dijo entonces el mayordomo-. Creo que ya le dije que no necesitamos a un hombre que limpie las luces… Y le agradecería que me dejase seguir con mis labores.

-De acuerdo -dijo el hombre-. Pero no limpio las luces, sino los focos… pero supongo que para usted diferenciar aquello pueda resultar difícil… Para usted y para todos, por supuesto, no quise ofenderlo. De hecho, esa es la raíz de un mal más grave de lo que parece…

-Podemos quedarnos con ese mal señor -dijo finalmente el mayordomo-. Hemos podido vivir con él todo este tiempo. Ya ve que no se trata de un mal tan maligno…

-No existe mal pequeño, señor -dijo el hombre, mientras veía alejarse al mayordomo-. Que tenga usted buenas noches.

Nadie le contestó.

jueves, 23 de mayo de 2019

Un sombrero mexicano.


Quería un sombrero mexicano para no ser visto. Uno de esos grandes, tradicionales, aunque sin tanto colorido para no llamar tanto la atención. Quería estar debajo de ese sombrero. Cubierto por ese sombrero. Sentado en el suelo, con la cabeza inclinada, para que el sombrero también cubriera su rostro y fuese casi como un velo. Ni desde el aire ni desde la tierra podrían verlo ahí debajo. Aunque quisieran no podrían, estando de esa forma. Podría incluso no contestar desde esa posición. Fingirse dormido. Hasta roncar, de ser necesario, en voz alta, si sentía que alguien se acercaba. Tal vez por eso sumó al sombrero la necesidad de un muro. Para apoyarse y de cierta forma cuidar también la espalda. Bloquear todos los flancos, digamos, para estar en paz. Incluso un trozo de muro bastaba, para eso. Un fragmento que quedara sobre la tierra como en las películas antiguas. Sí, eso es lo que necesitaba. El sombrero, el trozo de muro y un cactus, tal vez, para poner a un costado. Para completar el paisaje y para reducir de paso las vías de acercamiento. Una herramienta más de protección. El sombrero, el trozo de muro y el cactus... y sí, tal vez una botella de aguardiente… Nada más necesitaba, pensaba. Eso y el silencio, nada más. Pero sobre todo el silencio. Por favor, dijo en voz alta cuando terminó de pensar. Así sea, dijo.

miércoles, 22 de mayo de 2019

Un molde humano.


Ella explicaba que todas aquellas cosas eran como un molde. Un molde humano, decía. Yo no entendía bien y ella se esforzaba por facilitar mi comprensión. No está mal todo esto, continuaba. Estas cosas nos dan forma. Como la huella que deja tu cuerpo en la cama, decía. Los libros que has leído. Las películas que has visto. Los pequeños recuerdos de los lugares visitados. Tenerlas aquí está bien. Recuerdan tu forma. Tu peso. No te deshagas de nada. Caóticas o no han sido tu molde. Tu molde humano. No es que tu significado esté en ellas ni que tu significado limite con ellas. El significado es más bien algo sin importancia. Algo fijo. Tú y tus cosas son en cambio un molde vivo. Ambos se dan forma. Tú con tu orden que no acaba y las cosas simplemente con estar ahí. Con la importancia que les da el estar ahí. Es importante que estén… tú lo sabes. Son tu molde humano.

Yo la escuchaba y si bien agradecía sus palabras, también es cierto que me apenaba todo aquello. Y es que la idea del molde me sonaba también a estancamiento… o incluso a tumba. No se lo dije a ella, claro, pero de todas formas pareció entender, pues se rio un poco restándole importancia e insistió con sus ideas.

La tierra en que plantas la semilla también es un molde, me dijo. No creas que encierra o que limita en todas direcciones. Solo entiende que el molde tiene tu forma. Y está ahí para que no la olvides. Yo también tengo un molde y lo aprecio, dijo. Y es bueno volver a él como a la huella que tu cuerpo dejó en algún sitio…

Un molde humano, dije entonces, empezando a comprender.

Exacto, dijo ella. Un molde humano.

martes, 21 de mayo de 2019

No saben mirar el sol.


I.

No saben mirar el sol.

Dicen que no pueden.

Que hace mal.

Que los ciega.

La verdad es otra, sin embargo.

No saben mirar el sol.

No quieren.

No saben para qué.

No quieren saberlo, tampoco.

La luz los daña.

Y no quieren, claro está, vivir el daño.


II.

En cambio, ellos buscan la ceniza.

Prefieren viajar, por ejemplo, y ver ruinas.

Cambiar de sitio, entonces, e ir en busca de lo que fue.

Vestigios de algo que nunca tuvo luz propia.

Eso observan en vez de mirar al sol.

Mueren por eso, tal vez.

Por estar volteados hacia la muerte.


III.

Luz propia, en definitiva.

Desestiman la importancia de la luz propia.

A veces creo que ese es el origen del problema.

El origen y el fin, digamos, del problema.

Y el problema todo, de esta forma, se reduce a eso:

Desestiman la importancia de la luz propia.


IV.

¿Sabrán acaso las estrellas que generan su propia luz?

¿Y si lo desconocen…?

¿Podemos considerar aquello igualmente como un hecho verdadero?

¿No es más grave incluso desaprovechar nuestra conciencia y elegir la ruina?

¿Elegir el no saber…?

¿Preferir la muerte a la ceguera…?

¿No es esa la peor forma de desestimar la luz propia?

lunes, 20 de mayo de 2019

La memoria cada tres días.


Perdía la memoria cada tres días.

El primero era siempre un martirio.

Desorientación, angustia… preguntas durante horas…

Debía aprender quién era y escuchar luego sobre su problema.

Pierdes la memoria cada tres días, le decían.

Esperamos que no vuelva a pasar, pero hasta ahora siempre ha sucedido.

Entonces ella pedía aclarar otras cosas:

Desde cuándo ocurría.

Quiénes estaban con ella.

Eran casi siempre las mismas preguntas.

Yo a veces ayudaba a responder.

Aunque la mayoría de las veces, si soy sincero, comenzaba a verla durante el segundo día.

Estaba un poco más tranquila, los segundos días.

Y casi no había preguntas.

Generalmente la convencía de que fuera al parque.

O que aprovechara el día, más bien.

Algunas veces se negó, diciendo que lo olvidaría de igual forma.

Otras veces lo aceptó y parecía disfrutar de lo que hacía.

Ella no me ponía mucha atención y varias veces me pidió, antes de regresar, probar sabores.

Para ello íbamos a una heladería, que estaba en el sector.

Yo le recomendaba los sabores que le gustaron anteriormente, pero ella siempre pedía otros.

Todos fueron alguna vez sus favoritos, salvo el de pistacho.

Esto lo anotaba siempre el tercer día.

Quería recordar las buenas experiencias, decía.

En eso se pasaba el tercer día, mayormente.

Anotaba sueños, cosas realizadas y hasta nuevos objetivos, que debía cumplir, si no volvía a olvidar.

Lo escribía todo en una libreta naranja, que renovábamos cada vez.

Antes de quedarse dormida lloraba un poquito, pero al menos se dormía con fe.

Nunca anotó mi nombre al tercer día.

domingo, 19 de mayo de 2019

Laura, la mosca y yo.


*
Laura cocina mientras observa una mosca. El insecto está en la puerta del refrigerador, sobre un aviso magnético de reparto de gas a domicilio. Yo estoy sentado frente a un libro y un cuaderno, tomando unos apuntes, y observo a Laura, de reojo, cada cierto tiempo. Eso es lo que hacemos.

*
Laura está cocinando para los dos. Por lo general cocino yo, pero Laura me pidió ayuda con un ensayo que debe terminar y enviar a una revista en unas horas. No me manejo en el tema del ensayo, pero de todas formas intento colaborar un poco. Laura se nota inquieta, como siempre que debe terminar un texto por encargo. No deja de mirar a la mosca mientras pica una cebolla. Supongo que está atenta a que el insecto vuele y se pose en la comida. Eso no le gustaría.

*
Es extraño, pero Laura no llora cuando pica una cebolla. Yo estoy a distancia y los ojos me pican y derramo algunas lágrimas. Es extraño lo de Laura y la cebolla. Hasta ahora no me había dado cuenta. Por un momento pensaba decírselo y bromear hablando de su insensibilidad. Pero tal vez Laura se moleste y comience a hablar de la mía. Eso no me gustaría.

*
Todavía pensaba lo anterior cuando la mosca voló e intentó posarse en un trozo de carne que Laura había dejado sobre un plato. Entonces Laura reacciona y espanta a la mosca con sus manos y trata de arrinconarla contra una ventana. Por un momento pienso que va a matarla, pero finalmente abre la ventana y tras varios esfuerzos, logra que la mosca salga de la casa. Luego cierra la ventana. Eso es lo que ocurre.

*
-¿Qué es lo que miras tanto? -pregunta Laura, sonriendo a medias, mientras regresa a la cebolla.

-Miro que no lloras -le digo.

-¿Debiera llorar porque se fue la mosca?

-No lo decía por ella.

-¿Por la carne que fue vaca en algún momento?

-Tampoco.

Pensé que la conversación iba a seguir, pero Laura termina de picar la cebolla, en silencio.

Y claro, yo también me callo, y vuelvo a concentrarme en el texto.

Eso es lo que dijimos.

*
Almorzamos como media hora después.

Estaba bastante buena, la comida.

Mientras estábamos sentados le di mis apreciaciones sobre su ensayo y le conté de un par de párrafos que le había agregado, cerca del final.

-Puedes dejarlos, reescribirlos, o sacarlos simplemente, pero yo creo que están bien, -le dije.

Ella no me dijo nada y yo tampoco supe qué agregar.

Mientras estábamos así, en silencio, vimos como una mosca -no sabría decir si era la misma de antes-, se posaba en la mesa, justo entre nosotros.

Ni el insecto ni nosotros hicimos nada en especial, en ese instante.

Solo nos miramos.

Entonces pensé que, si la mosca hubiese podido hablar, me habría dicho que ni ella ni Laura estaban ahí realmente, y que no era necesario seguir con la farsa.

Pero eso, claro está, no es lo que me dijo.

sábado, 18 de mayo de 2019

Mingus, para la espera.


I.

Alguien me contó que ponían esa música, mientras te hacían esperar.

Entonces quise comprobarlo, y llamé.

Era cierto.

Te dejaban esperando escuchando a Charles Mingus.

Better git it in your soul, para ser preciso.

No era una mala espera.


II.

La música sonaba mientras alguien te atendía para encargar pizzas.

Llamé varias veces para asegurarme.

Era la primera vez que escuchaba ese tema así, por teléfono.

Lo malo es que siempre interrumpían la canción para preguntarte qué pizza querías.

Y uno debía colgar, entonces, y llamar de nuevo.

Y hasta a veces hablar un poco, e intentar explicar.


III.

-Gente real tocó esa música, sabe…  Gente real, con instrumentos reales…

-¿De qué habla?

-De la gente real… de las sensaciones reales que daban vida a esa música…

-¿Sensaciones reales?

-Sí… exacto… sensaciones reales.

-¿Y cuáles son las sensaciones irreales?

-…

-¿No va a querer pizza?


IV.

La vez que esperé más fueron cerca de seis minutos.

El tema de Mingus estuvo cerca de terminar.

Como intuí que debían haber visto mi número y dejado correr la canción, quise al menos comprar algo, cuando contestaron.

-Esta vez voy a encargar una pizza -les dije.

-De acuerdo -contestaron.

-Pero no quiero que tenga queso -aclaré.

-Entonces no podemos -señalaron-. Eso no es una pizza.

Yo lo pensé un rato y tuve que reconocer que tenían razón.

No volví a insistir, desde ese instante.

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