sábado, 30 de septiembre de 2023

Preferiría no tener razón.


I.

Te lo digo sinceramente.

Preferiría no tener razón.

O tenerla, si quieres, pero pensar que no.

No saberlo, me refiero.

Sinceramente.

Preferiría que mi lógica se desviara de pronto y sin motivo.

Y que yo, por supuesto, no me diese cuenta en lo absoluto.

Quisiera sentirlo, lo juro.

La posibilidad, al menos.

La esperanza de estar equivocado.

Que el sentido que hoy percibo sea errado.

E igual cosa con el sinsentido.

Te lo digo sinceramente.


II.

A veces no.

Es cierto.

A veces ni las palabras ni el silencio.

A veces todo da lo mismo.

Y no siquiera hay esperanza, entonces, de estar equivocado.

Hasta eso se pierde, en ocasiones.

Sinceramente, te lo digo:

El sentido de la acción no es su consecuencia.

Y no importa la acción.

Y es que no levanto una piedra, digamos, para dejarla caer.

Aunque caiga, por supuesto, aquella piedra.

Es cierto…

Preferiría no tener razón, pero es así.

Un día de estos comprenderás por qué, pero será tarde.

A veces ni yo entiendo de qué hablo.


III.

Crees que es el barco, pero es el río que te mueve.

Y la verdad ni siquiera es el río, sino el agua.

Cuesta comprenderlo (intuitivamente), pero es así.

Si fuéramos honestos, te aseguro, ya comprenderíamos.

De hecho, preferiríamos ambos (comprendiendo) no tener razón.

De eso estoy seguro.

El error, al menos, posibilita esa esperanza.

viernes, 29 de septiembre de 2023

Aquí.


I.

Estoy sentado en un sillón de tela, bastante viejo.

Frente a mí a un televisor en el que observo un programa de concursos.

Una mujer, en el programa, acaba de ganar un televisor igual al que ahora estoy observando.

Solo falta que ahora gane un viejo sofá de tela, me digo.

Justo entonces tocan el timbre.

Me levanto a abrir.


II.

Tras la puerta se encuentra la mujer del concurso.

Con un gesto me dice que viene por sus cosas.

Al parecer, quiere que yo las cargue y las lleve hasta una camioneta, que se encuentra estacionada frente a la casa.

Yo observo su camioneta como calculando si las cosas van a caber.

Caben, dice ella, aunque yo no he dicho una palabra.


III.

Apago el televisor y lo desenchufo.

Luego, lo cargo hasta depositarlo en la parte trasera del vehículo.

No lo amarro ni lo protejo de modo alguno, simplemente lo dejo ahí.

Probablemente se dañe, pero no es mi problema.

Entonces voy por el sillón.

Pensé que no cabría por la puerta, pero me equivoco.

Lo subo también a la camioneta.

Antes de irse la mujer me entrega un tenedor.

No sé de dónde lo ha sacado.


IV.

Me quedo parado junto al lugar donde antes estuvo la camioneta.

Observo el tenedor.

No sé por qué, pero con sus puntas comienzo a escarbar en mi antebrazo izquierdo.

Justo entonces, un anciano aparece junto a mí.

Noto que no tiene cejas.

Es cierto, me dice. Te hicieron de carne molida, como a una hamburguesa.


V.

El anciano se va y yo me despido, con un gesto.

Luego cierro los ojos.

Con mi mano derecha empuño todavía el tenedor.

Como escucho unos pasos, cerca mío, vuelvo a abrir los ojos.

Un policía, desorientado, se acerca y me habla bajito, para preguntar por una dirección.

Es aquí, le digo, y él sonríe.

Es aquí.

jueves, 28 de septiembre de 2023

En el fondo del río la corriente no te arrastra.


I.

En el fondo del río la corriente no te arrastra.

Pasa sobre ti, pero no te lleva.

Puedo asegurarlo.

No es cuestión de peso, sino de actitud.

Después de todo, hay pequeñas piedras quietas en el fondo,
mientras que a otras, más grandes, las arrastra la corriente.


II.

Otro ejemplo.

Una vez, encontré un reloj de pulsera en un río.

Estaba al fondo, en una parte baja, aprisionado entre unas piedras.

De hecho, parecía que alguien hubiese depositado las piedras sobre el reloj.

El reloj estaba detenido, por cierto, pero no dañado.

O la hora del reloj, más bien, era la que estaba detenida.

El reloj indicaba, por cierto, que era resistente al agua.

Probablemente no haya sido mentira.

Pero le faltaba indicar que resistía la presión del agua; no la corriente.


III.

No sé tú (no sé cómo saberlo), pero al menos yo entiendo.

Lo digo mal para los otros, pero en el fondo es cuestión de voluntad.

Puedo asegurarlo, aunque no creas:

Siempre en el fondo es cuestión de voluntad.

Un reloj bajo las piedras.

Un guijarro, apenas, adherido al fondo.

O hasta un cuerpo que no flota.

Puedes entender o no entender: la elección es tuya.

Si te hace o no sentido, será siempre tu problema.

miércoles, 27 de septiembre de 2023

Pandas que cultivan su bambú.


Como parte de una serie de acciones que buscan evitar su extinción, leo que en China han enseñado a un pequeño grupo de osos Pandas a cultivar su propio bambú.

Es decir, se les enseñó a tener ciertos cuidados con estas plantas, a identificar algunos tipos y funciones, y hasta a trasplantar brotes para facilitar su cultivo.

Según se comenta en el texto, los animales aprendieron rápidamente lo enseñado, aunque en vez de trabajar en una plantación común, cada uno de los osos que participaron del estudio decidió cultivar su bambú en una zona distinta a la del resto, delimitándola incluso y protegiendo este espacio de la intromisión de los otros.

Así, si bien no se registraron conductas peligrosamente agresivas, sí se pudo notar cierto grado de independencia de estos animales -indistintamente si se trataba de pandas macho o hembra-, por lo que se concluía que era difícil que este aprendizaje se tradujese en una esperanza de apareamiento mayor, pues contrariamente a lo que se pretendía este experimento provocó incluso mayor distancia entre los sujetos de estudio.

Así y todo, la facilidad para el aprendizaje de los pandas sorprendió a los científicos, quienes ya comenzaron otra serie de pruebas que apuntan a la construcción y uso de herramientas por parte de estos animales, buscando despertar así -según lo señala expresamente el texto-, sus capacidades analíticas y reflexivas.

De esta manera, si bien el problema mayor es el brevísimo periodo de celo de la hembra panda, se espera lograr que la reproducción de estos animales no surja como respuesta a su precaria y escasa libido, sino a la necesidad de procrear como fruto de un ejercicio racional que lleve a estos animales a querer permanecer como especie y seguir evolucionando día a día.

Veni, vidi, vinci.

Alea iacta est.

martes, 26 de septiembre de 2023

Un cratér espontáneo.


-Lo dices mal -explicó T.-. No se dice “apareció un cráter”. Los cráteres no aparecen por sí solos. No florecen porque sí, digamos. No son espontáneos.

-¿No hay cráteres espontáneos? -interrumpió F.

-Por supuesto que no -dijo tajante T.-. Siempre son producto de algo… de impactos, de explosiones…

-Pero acá no ha habido impactos ni explosiones -volvió a interrumpir F.

-Que no las hayamos observado no quiere decir que no hayan existido.

F. guardó silencio, pero se veía inquieto, temeroso de preguntar nuevamente.

-Hay explosiones internas, además -siguió T.-, invisibles a la vista… Y las descubrimos justamente por los cráteres que aparecen…

-¡Acabas de decir que aparecen los cráteres…! -exclamó F., alegre.

-Entonces lo dije mal -se excusó T., algo molesto-. Solo intentaba explicar que son el producto de algo más… que no aparecen, justamente, sin un evento previo…

-Sí… -se apresuró a completar F., como si se tratase de una lección aprendida-. Eventos que pueden ser impactos o explosiones, y algunas de estas pueden no ocurrir a la vista…

-Sí, más o menos eso… -aceptó T.

-En síntesis: no hay cráteres espontáneos -dijo F., orgulloso de su aprendizaje.

-Así es -asintió T., mientras volvía a ponerse en marcha.

Entonces, listo para seguir a T., F. sonrió. Y sintió algo pequeño y agradable en el interior de su pecho.

-Una explosión invisible -dijo bajito, mientras avanzaba-. Un cráter espontáneo.

lunes, 25 de septiembre de 2023

Los pájaros se roban las semillas.


Los pájaros se roban las semillas.

Antes que germinen, se las roban.

Yo los observo, desde mi ventana.

Bajan de los árboles.

Fingen pensar en otra cosa.

Entonces, como si no importase, se acercan a ellas y las arrancan.

De la tierra, las arrancan.

Las agarran con el pico.

Las parten o trituran.

No siempre se las tragan.

Eso hacen los pájaros.

De reojo ven que los observo y parecen ensañarse.

Uno incluso me pareció que reía, esta mañana.

Se roban las semillas por joder, estoy seguro.

Aparentan que no, pero en el fondo saben lo que hacen.

Que no germinen, se dicen, mientras las arrancan.

Que nada aquí germine.

Que todo sea tierra revuelta e inutilizada.

Yo finjo que no oigo, por supuesto.

Y finjo tan bien que hasta dudo después si los he oído realmente.

Pájaros de mierda.

No quiero enfrentarlos, pero a veces no me queda otra opción.

Me contengo todo lo que puedo hasta que uno sube a la ventana y parece desafiarme.

Se posa en el marco, y me observa, desde el otro lado del vidrio.

Es un pájaro negro, muy pequeño.

Le hago gestos y hasta doy unos golpes, pero no se espanta.

Tal vez si enveneno las semillas, me digo, mientras lo observo.

Él, por supuesto, no deja de observarme.

Por un segundo pienso que va a decirme algo, pero finalmente no lo hace.

No hay semillas acá, le digo entonces, ya puedes largarte.

Luego de esto, el pájaro espera un rato más, aunque poco después emprende el vuelo.

Así, tras su partida, me siento un poco como tierra revuelta.

Despojado también, de semilla.

Sin nada para germinar, me refiero.

E incluso sin final, para este texto.

domingo, 24 de septiembre de 2023

Existen.


Los extraterrestres existen.

Uno se quedó a escondidas, durante meses, en el cuarto en que vivía, después de salir de la universidad.

Era bajito y caminaba como de lado.

Tenía los ojos grandes, pero apenas podía ver, pues debía acercarse todo muy cerca para reconocer qué era.

No hablaba, pero hacia sonidos extraños cuando dormía y reía muy fuerte, parecido a como lo hacen las guaguas cunado las asombran una y otra vez con alguna morisqueta.

Una de las cosas que lo hacía reír eran los libros de ciencia ficción.

Yo comencé a leérselos en voz alta para que pudiese indicarme de alguna forma de dónde venía, pero lo único que provoqué con eso fue su risa.

Sin embargo, como me gustaba aquella risa, me acostumbré a leerle cada noche, antes de dormir, algún cuento breve o un capítulo de alguna novela.

Deben haber pasado meses así, con esa rutina, que no me desagradaba en lo absoluto.

Todo cambió, sin embargo, cuando le leí por primera vez a Vonnegut.

Es cierto que pareció reír en un principio, pero luego sus reacciones cambiaron, y hasta parecía temblar un poco cuando le leía.

Pensando que podía hacerle daño quise dejar de hacerlo, pero el extraterrestre tomaba con sus pequeñas manos alguno de los libros de ese autor, y me lo acercaba para que continuase con la lectura.

Fue así que leímos Galápagos, Las sirenas de Titán y Matadero cinco, por aquel entonces.

Poco después, tras unos días en que estuve acampando en una montaña, regresé a mi cuarto y no lo encontré por ningún sitio.

También faltaban, por cierto, los libros de Vonnegut, que tenía sobre el velador.

Es extraño, pero de cierta forma sabía que eso iba a suceder algún día, así que no me angustié en lo absoluto y hasta pensé, con alegría, que el extraterrestre debía de estar ahora en el lugar que le correspondía estar.

Riendo y temblando, probablemente, mientras comparte a Vonnegut con alguien más, me dije.

Y desde entonces, créanme, no he vuelto a saber de él.

sábado, 23 de septiembre de 2023

Fosforescentes.


Ahora seguramente las prohibirían por tóxicas, pero en ese entonces esas pulseras eran la novedad. Todos los niños y adolescentes las tenían. Después de todo, podías comprarlas en cualquier negocio y hasta las vendían en la calle, prácticamente en cada esquina. En el fondo, eran apenas tubitos plásticos que estaban llenos de un polvo fosforescente que supuestamente cargabas acercándolo a la luz para que luego, en lo oscuro, brillara con mayor intensidad.

Se parecen un poco a unas barritas que hoy en día venden para fiestas electrónicas, pero estoy seguro que las de ese entonces eran más tóxicas. O así al menos lo dijeron en televisión, cuando comenzaron los problemas con aquellos que las consumían y mostraron casos en las noticias y hasta hubo niños y jóvenes muertos a partir del consumo excesivo.

Era extraño, según recuerdo, pues constantemente aparecían médicos hablando de envenenamiento y explicando todas las alteraciones físicas que el consumo podía causar, pero no recuerdo haber hablado sobre el porqué este producto era consumido de forma tan masiva en aquel entonces.

-Deben querer brillar por dentro esos pobres chicos -fue lo más cercano a una respuesta, que escuché decir al presentador de un noticiario, en aquel entonces.

Yo, por cierto, a pesar de estar en la edad de los consumidores, no tenía de esas pulseras.

Mi madre no lo habría permitido y yo no manejaba dinero para poder comprármelas por mi cuenta.

Por supuesto quería alguna, aunque no sabía bien para qué.

Fue entonces que, en el colegio, me llegó un rumor.

Decían que en la última de las salas de clases había una chica que se besaba con cualquiera que estuviese dispuesto a compartir el polvo fosforescente que ella se echaba a la boca.

Es decir, ella se llenaba la boca de ese contenido y luego te besaba, si estabas dispuesto a correr el riesgo.

Tras pensármelo unos días decidí ir, creyendo tanto en el rumor y como en el posible envenenamiento que aquello podía causar.

En la última de las salas, sin embargo, no encontré a nadie.

No obstante, como en el suelo había una pulsera rota, decidí esparcir el polvo que le quedaba en mi boca y contar otra versión de la historia.

Mientras me escuchaban contarla, al otro recreo, sentí que algo brillaba dentro mío, y que las palabras incluso salían con ese brillo, como luciérnagas.

Así, finalmente, pensé que yo también era uno de esos pobres chicos de los que habían hablado en televisión.

Y extrañamente, me alegré de serlo.

viernes, 22 de septiembre de 2023

Desde la ventana saltó el gato.


Desde la ventana saltó el gato.

Saltó, pero no cayó.

Ella está segura pues corrió a verlo apenas lo vio saltar y fue entonces que soltó un grito.

Yo escuché el grito, por cierto, y de inmediato me levanté a verla.

Ella estaba asomada por la ventana, gritando aún, nerviosa.

Sorprendido, me acerqué y le pregunté qué pasaba.

Fue entonces que ella me contó que el gato había saltado.

Según me dijo, el gato estaba en el borde de la ventana, observándola, y de pronto saltó.

Fue como un desafío, dice ella.

Luego explica:

El gato me miró como diciendo algo que no entendí,
y como no entendí, entonces se lanzó sin más.

No te culpes, le digo.

Si fuese por no entendernos todo el mundo acabaría lanzándose.

Ella, sin embargo, no atiende mis palabras.

Son doce pisos hasta abajo, dice en cambio, como hablando sola.

Pero apenas saltó fui a la ventana y no vi nada.

No parece haber caído.

Sigue así durante un rato, hasta que me pide que la acompañe a ver.

Bajemos y veamos qué ocurrió, me dice.

El gato no puede simplemente haber desaparecido.

Yo, por supuesto, la acompaño.

Como no sé bien qué decirle me mantengo a su lado, en silencio.

Bajamos por el ascensor y tras hacer algunas preguntas buscamos marcas,
justo debajo de la ventana desde donde ella dice saltó el gato.

No encontramos nada, por supuesto.

Ya de regreso, más calmados, intento poco a poco hacerla entrar en razón.

Y es que no tenemos gato, a todo esto.

Únicamente un par de plantas, que apenas sobreviven, en la cocina.


Cuando ella duerme, horas después, bajo a hablar con el conserje.

Sé que ha recibido quejas, le digo, a modo de saludo.

Nuevas quejas, dice él.

Lo lamento, señalo, pero ella tiene necesidad del grito.

Él se limita a mirar, en silencio, pero yo insisto en explicar:

Sé que no es excusa, agrego, pero en el fondo ella grita por todos.

Por los gatos que saltan y por los que no… y por todos los demás que ahogamos el grito.

Firme aquí, dice el hombre, secamente, entregándome el libro de observaciones.

En el apunte, se nos invita además a una nueva reunión, en el consejo extraordinario de vecinos.

Yo lo firmo, por supuesto.


Cuando vuelvo a subir, minutos después, descubro que ella ya no está.

Probablemente nos cruzamos sin vernos, cuando yo subía.

Tampoco regresa esa noche ni al día siguiente.

Su celular está apagado o sin señal.


Días después, sorpresivamente, viene su hermana a buscar sus cosas.

Me dice que ella está mejor y que viajarán juntas unos meses, al extranjero.

Le hará bien desconectarse de todo, me dice.

Por último, me entrega una carta, que no leo.


Han pasado diez años, por cierto, desde entonces.

Sé que suena lejano decir diez años, pero puedo asegurarles que no es así.

De hecho, iba a escribir "apenas han pasado diez años...", pero luego desistí.

Si el gato saltó esa vez, pienso ahora, sé que todavía no ha caído.

jueves, 21 de septiembre de 2023

No es lo que quieres hacer.


No es lo que quieres hacer.

Pero está bien.

Tampoco es para tanto.

Además, igual lo eliges tú.

Sin pensarlo mucho, lo eliges.

Incluso sin fe, pero está bien.

Después de todo, hacer lo que quieres hacer, es siempre un riesgo.

Me refiero a que, por innumerables razones,
aquello puede no resultar como en realidad quieres.

Y claro… entonces llega la decepción.

Por eso, tal vez, tú prefieres hacer solo lo que ya sabes.

Y está bien, por cierto, no hay crítica tras esto.

No hay segundas intenciones, tras mis palabras.

Te comprendo, simplemente, y hasta me identifico un poco.

Por eso te observo.

Por eso te hablo.

Y en resumen, esto es lo que te digo:

No es lo que quieres hacer, pero es lo que haces.

Ahora toca simplemente hacerlo bien.

Paso a paso, como si en realidad fuese aquello que quieres hacer
y que no haces.

Y es que no tienen por qué enterarse, si lo piensas, los demás.

A fin de cuentas, eso también lo eliges tú.

No para engañar, lo eliges.

No para mentir, pero sí para no ahondar más en el asunto.

Tampoco esto es lo que quieres hacer,
pero es sin duda una opción válida.

Puedes tomarla o no tomarla; decides tú.

Mi opción, por otro lado, ya está tomada.

miércoles, 20 de septiembre de 2023

Es así.


Es así.

No finge, me refiero.

Tampoco busca dañar a nadie.

Lo digo sin temor a equivocarme pues lo conozco desde hace años.

No es que lo defienda, pero sinceramente no creo que lo haga de gusto.

Años atrás, por ejemplo, le ocurría algo similar con los ladrillos.

Sí, con los ladrillos, aunque no creas.

Podías ir caminando y de pronto notabas que su mirada estaba pendiente de otro sitio.

Y claro… seguías su mirada y veías que estaba mirando alguna pared, justamente hecha de ladrillos.

Una mirada algo obsesiva, es cierto, pero no violenta.

Me refiero a que no es que se transformase, sino que seguía siendo él mismo, pero ahora estaba concentrando en una pared de ladrillo.

O en un ladrillo en particular, más bien, de esa pared.

Puedo dar fe de eso, pues le ocurrió mientras caminaba conmigo, en tres ocasiones.

Yo ya estaba advertido de lo que podía ocurrirle, pero me sorprendió igual.

Y es que él, se acercaba hasta la pared en cuestión y llevaba una de sus manos hasta un ladrillo en específico.

El mismo ladrillo que había observado desde un inicio, con detención.

Quiero ese ladrillo, decía entonces, mientras sacaba unas herramientas que cargaba en los bolsillos.

Poco después, todavía sin mirarte, se ponía a trabajar, intentando retirar el ladrillo en el que se había fijado.

Por lo general trabajaba con pulcritud, sin acelerarse, lo que daba tiempo a que uno intentase hablar con el dueño de aquel muro y explicarle la situación.

Entonces, además de ofrecer compensaciones, uno buscaba encontrar la comprensión de aquella persona y propiciar el buen entendimiento, para evitar malos ratos.

Quiere sacar ese ladrillo pues dice que no está soportando peso alguno y que no tiene ningún significado estructural, que justifique su presencia en el muro.

Eso era lo que yo decía, al menos, intentando explicar.

Y claro, mientras yo hablaba, él terminaba de sacar aquel ladrillo.

O de romperlo, más bien, en pequeños trozos que él mismo recogía y echaba en una bolsa.

Por suerte, yo no tuve grandes problemas en esas oportunidades y todo ocurrió sin que nadie, finamente, se viese severamente perjudicado.

A diferencia de lo que ocurre ahora, por cierto, ya que todos parecen poner en duda sus intenciones y se fijan únicamente en el daño que pudo causar.

Por eso vuelvo a decirles que él es así, y les pido de paso que ojalá lo comprendan.

No que lo perdonen, pero sí que lo comprendan.

Le obsesiona lo superfluo, es cierto, pero no es malo.

Es como cualquiera de nosotros, si lo piensas, pero más sincero.

Más obsesivo, en definitiva, y más sincero.

Eso es todo lo que podemos juzgar.

martes, 19 de septiembre de 2023

Iba a mentir un poco.


Me gustaría contar que sí, pero lo cierto es que no llegamos al lugar.

Peor aún:

No llegamos al lugar porque no fuimos.

Iba a mentir un poco relatando algunas dificultades en el trayecto, pero mejor voy a ser breve.

Honesto y breve, digamos.

No hubo percances.

No hubo mal tiempo ni zonas con derrumbes ni eventos sorpresivos.

Ocurrió simplemente que no fuimos.

No lo intentamos.

Lo digo con pena, por cierto, no con orgullo.

Disculpen si mi tono sugirió alguna otra impresión.

A veces me ocurre.

Digo con fuerza que no fui y entonces hasta algunos creen que fui y que estoy mintiendo.

O que los estoy desafiando para que ellos vayan.

Y sí… sería bueno que vayan, pero no ocuparía estos artilugios.

O no dejaría de ir, para luego intentar motivarlos.

Si no fui fue por otras razones.

O sinrazones más bien.

Por ejemplo, porque también a veces me cuesta levantarme, como les cuesta a todos.

Como cuando vamos a cocinar algo especial y terminamos comiendo cualquier cosa.

Como cuando prometiste leer todo Kazantzakis, pero dejaste los libros poco a poco.

Como con el ejercicio, con el amor y con las dietas.

Como cuando íbamos a ser felices.

lunes, 18 de septiembre de 2023

Como un test.


Estamos conversando, apartados del grupo, cuando ella comienza a quejarse de lo que le había ocurrido.

-Pensé que llevaba casi un mes trabajando ahí -me dijo-, pero al final me enteré de que todo lo que hice fueron tests…

-¿Tests? -pregunté.

-Sí… testeos, pruebas… -explicó-. Todas las tareas que me daban, la rutina que seguía… ninguna de esas acciones tenía un fin más allá de evaluar mis habilidades y ver si era apto para comenzar el trabajo real, que finalmente nunca llegué a realizar.

-¿Pero te pagaron? -le pregunté tras una pausa.

-Sí… y bastante bien, pero ese no es el punto- me dijo, molesta.

Como no quería provocarla, preferí no seguir, pero igualmente la que siguió fue ella.

-¿No vas a preguntar cuál es el punto? -reclamó.

-¿Quieres que lo pregunte?

-Me da igual -dijo-. De todas formas, te digo que el punto es el engaño. Pensar que las acciones que uno realiza tienen un fin cuando en realidad son borradores, ensayos de algo a lo que nunca accedí… El dinero no tiene nada que ver, hasta ensucia todo esto… por eso me molesta que lo mencionen como si validara algo…

-Entonces, ¿devolviste el dinero? -pregunté.

Ella me miró en silencio, con odio.

Tenía los ojos llorosos, pero se volteó antes que pudiese ver más.

Pensé entonces en contarle de mis propias experiencias. Alguna que pudiera emparentarse con la suya y aligerar la tensión. De un trabajo real, por ejemplo, en el que me pagaron con billetes falsos.

-¿Sabes…? -comencé a decirle.

-No me interesa escucharte -me interrumpió, todavía sin voltearse-. Solo te contaba lo que me pasó para ver cómo reaccionabas, para saber si podías llegar a comprender o podía de alguna forma contar contigo.

-¿Cómo un test? -le pregunté.

-Exacto -me dijo-. Como un test.

Luego de eso se alejó caminando hasta donde estaban los otros.

Yo, en tanto, me limité a abrir una nueva lata de cerveza.

A todas luces, reprobado.

domingo, 17 de septiembre de 2023

Más, no es necesario.


Adivinas los huesos bajo la carne.

Más, no es necesario.

No suponer más, me refiero.

No intentar saber más.

Piel, apenas.

Ojos, tal vez.

Uñas, por supuesto.

Así, todo lo que no está en la superficie,
resulta excesivo.

Sabiendo esto, compramos gasas una vez.

No gasas propiamente tales sino un material similar, más específico.

Uno que usaban en operaciones y que podía quedar dentro del cuerpo
y disolverse en él.

Tú por supuesto, no quisiste saber de aquello.

Simplemente adivinabas carne, bajo la piel
y huesos, luego, bajo la carne.

Nosotros en cambio jugamos a hacer cortes.

Pequeños cortes.

Angostos, me refiero, pero profundos.

Todos lo hicimos, menos tú.

Luego buscamos esas gasas especiales.

Las metimos dentro.

Bajo la piel.

Bajo la carne.

Los que hicimos cortes profundos no tuvimos problemas.

Los demás sí, aunque no del todo graves.

Ligeras fiebres, infecciones.

Unos que erraron y cortaron el músculo, por ejemplo, 
debieron retirar las gasas.

No fue mi caso, por supuesto.

Yo hundí profundamente el filo y me aseguré de llegar dentro.

Con un palillo metí las gasas.

Y entre las gasas escondí también otras cosas.

Creencias, nombres, realidades.

Luego cerramos el corte.

No muy pulcramente, pero así lo hicimos.

Hablo en plural, por cierto, pero no te incluyo.

Tu nombre entre las gasas, tal vez,
pero todo eso lo he olvidado.

Una semana después ya había dejado de sangrar.

Dos semanas más y el corte, completamente, había cerrado.

Ahora, adivinas los huesos bajo la carne, y poco más.

Mis ojos, no se detienen ya en creencias, nombres ni realidades.

Más, aprendí, 
no es nunca necesario.

sábado, 16 de septiembre de 2023

Ella tuvo un bebé zen.


Ella tuvo un bebé zen. Así le decían todos. Hermoso, silencioso y contemplativo. Con ojos de viejo sabio. Parecía mirar todo con atención, sin que variasen sus reacciones. No lloraba cuando tenía hambre, pero sí parecía succionar más fuerte y rápido. Tampoco reía, pero al menos sonreía. Hacia unos cuantos ruidos cuando la bañaban o cuando despertaba en medio de la noche. Nada más.

El médico pareció preocupado en un principio, pero los exámenes no arrojaban nada malo. Le dijeron que los visitara más seguido y le pidieron que anotara las reacciones del bebé en un cuadernillo que le entregaron. Llantos mayormente, le dijeron. Pataletas, si es que tiene. Risas, gritos… que anotara todo lo que no fuese la tranquilidad habitual.

Durante tres días la madre estuvo atenta, pero no logró anotar nada. Es decir, escribió algunas observaciones generales, leves cambios… pero nada de aquello parecía ser verdaderamente una reacción o un evento que valiese la pena registrar.

Le soplaba el rostro, lo ponía al sol, lo tendió en el pasto… Pero el bebé simplemente se dejaba hacer. Estaba tranquilo y la observaba. Siempre la observaba.

Ella, por supuesto, lo observaba también, pero terminaba volviendo la vista pues el bebé la ponía nerviosa. No lo confesó en un inicio, pero poco a poco esto comenzó a ser evidente.

Ella rehuía la mirada del bebé. No la asustaba, pero se sentía cuestionada por él, como si le estuviese reclamando algo.

Una mañana, sin embargo, ella se decidió a mirarlo de frente. Y a tratar de entender qué era aquello que él intentaba preguntarle.

Lo tomó en brazos y lo observó, largamente. El bebé, por supuesto, también la observaba.

Pasaron largo rato así, mirándose fijamente. Ella se mostraba tranquila, esta vez. Parecía dispuesta a no ocultar nada.

A pesar del paso de los minutos, ninguno desvió la vista. De pronto, como si algo se hubiese quebrado, o vencido, el bebé comenzó a llorar. Como cualquier otro bebé, digamos.

Ella, por cierto, lo acercó un poco más y comenzó a llorar también, aunque sin emitir ruido.

Es extraño, pero podría asegurar que parecían felices.

De hecho, si me preguntan, no sabría decir por qué lloraron.

Puede que esté de más decirlo, pero aprovecho de aclararlo:

No soy omnisciente.

Disculpen si di a entender lo contrario.

viernes, 15 de septiembre de 2023

Guerras en las que no participamos.


Su padre tenía un grupo de amigos con quienes se juntaba a ver películas de guerra. Guerras en las que, por supuesto, nunca habían participado. Sonaba bien esa frase, pero ante todo debía reconocer que esas palabras no eran suyas. Así se los escuchó decir a ellos mismos cuando le quisieron explicar: nos gusta ver películas de guerras en las que nunca hemos participado.

Ellos le hablaban como a una niña, aunque sin duda ya no lo era. O al menos, ya no se reconocía de esa forma.

Como la casa era pequeña (y las paredes delgadas) ella escuchaba cada una de las películas que los otros veían. Generalmente se trataba de películas ambientadas en la primera guerra mundial.

Lo sabía porque en vez del aparataje nazi o la típica exhibición de masacre a los judíos, tenían escenas en trincheras y una forma caballerosa -sobre todo en las películas británicas-, con que se relacionaban los distintos personajes.

-¿Sabes dónde está el baño? -le dijo una vez uno de los amigos de su padre.

Era obvio dónde estaba, pero ella se lo indicó.

El hombre había abierto de improviso el cuarto en el que ella se encontraba, para realizar aquella pregunta.

Una semana después, mientras veían otra película, el hombre volvió a abrir la puerta de su cuarto. Esta vez la saludó directamente y le preguntó qué hacía por las tardes o si siempre estaba ahí.

No alcanzó a contestarle cuando de pronto vio a su padre llegar de improviso y, sin mediar palabra alguna, romperle una botella al tipo en la cabeza.

De inmediato llegaron los otros hombres que sujetaron con fuerza a su padre y socorrieron al hombre que había sido golpeado y que sangraba profusamente desde detrás de una oreja.

Poco después, entre gritos, confusas explicaciones y amenazas se fueron del lugar.

Esa vez fue, por cierto, la última oportunidad en que aquel grupo se juntó para ver películas de guerra.

Ella, por su parte, no llegó a hablar de lo sucedido con su padre y se limitó a limpiar la mancha de sangre de su alfombra, que igualmente no salió del todo.

Nunca nada terminaba de borrarse, pensaba ella, cuando la observaba.

Y ese fue el único nunca, a fin de cuentas, que resultó ser cierto.

jueves, 14 de septiembre de 2023

Batman y el doctor Muerte.

“-Acabaste con él, Batman.
-No, Robin. El doctor muerte volvió a morir por su propia cuenta”
B. & R.


Leo en un comic del Batman japonés de los sesenta una historia en la que el héroe combate contra un extraño personaje que se hace llamar “el doctor Muerte”. Tras algún enfrentamiento, Batman lo vence y consigue llevarlo a juicio, pero justo en el momento en que el doctor Muerte es condenado, este cae muerto en medio de la corte.

Poco después de su entierro, sin embargo, vuelve a aparecer el doctor Muerte y Batman tiene que ir nuevamente a enfrentarlo. Esta vez, apenas Batman lo derrota, el villano deja de respirar y sus latidos también dejan de percibirse. Durante el enfrentamiento, sin embargo, el doctor Muerte le ha advertido a Batman que pueden seguir con esa rutina todo el tiempo que quieran, ya que él puede ir y regresar de la muerte cuántas veces lo desee.

Y claro, Batman no puede descubrir de inmediato la forma de vencerlo de forma definitiva.

Ahora bien, más allá del desenlace típico de las historias de superhéroes, debo reconocer que, en lo personal, he decidido recordar el cómic hasta esa viñeta.

Al mismo tiempo, he puesto especial atención al rostro de Batman, justo en el momento en que siente que la muerte del doctor Muerte, es para él una extraña derrota.

-Más bien una victoria y derrota a la vez -podría decirle Robin, para calmarlo.

Igual como ocurre con todo, Batman.

miércoles, 13 de septiembre de 2023

Guardar la ropa de invierno.


En mi casa guardaban la ropa de invierno en grandes bolsas.

Las guardaban cuando no era invierno, por supuesto.

Las metían en grandes bolsas que eran sellas dos y hasta tres veces,
como si nunca las fuésemos a volver a usar.

Recuerdo que yo pensaba eso, al menos.

O lo sospechaba, más bien.

Guardábamos la ropa porque se avecinaba un fin, me refiero.

Eso es lo que sentía.

De todas formas, en mi mente no se dibujaba ningún tipo de fin claro.

Solo sabía -o creía saber, en realidad-, que se trataba de un fin que nos excedía.

Es decir, no se trataba de un fin como la muerte de un familiar.

Era un fin que suponía algo mucho más grande.

Un fin que nos incluía a todos.

Casi como el fin de un mundo.

Y claro, era lógico que guardáramos todo así, herméticamente.

Todo sellado de una forma que me parecía definitiva.

Y es que, probablemente, no tendríamos otro invierno.

El mundo no iba más, digamos.

Y esas ropas debían quedar así, amortajadas,
como los muertos bajo tierra.

De eso se trataba, a fin de cuentas.

Ni siquiera era tanta ropa.

Ni siquiera era ropa de calidad, pero de eso se trataba.

Eran ropas viejas, recibidas de parientes o compradas ya usadas en alguna tienda.

Guardadas en bolsas y puestas en algún rincón como en la tumba de un faraón.

Algo va a pasar y no quieren contarme, me decía.

O tal vez algo incluso ya pasó.

Observaba las ropas, entonces, apretadas unas contra otras y envueltas en plástico.

Ni siquiera era necesario despedirse de ellas.

El mundo ya no iba, simplemente.

De eso se trataba.

lunes, 11 de septiembre de 2023

Tostadas.


-Se están demorando más que antes las tostadas.

-¿De qué hablas?

-En la tostadora… Esta mañana me di cuenta. Puse pan en ella y se demoró más que lo habitual…

-Pero si tú regulas el tiempo…

-¿Qué tiempo?

-El tiempo en las tostadoras.

-¿Yo lo regulo?

-Sí… con una especie de botón redondo que está a un costado… se gira y listo.

-Suena como un superpoder.

-¿Qué cosa?

-Lo de regular el tiempo.

-Igual no sería un poder tuyo… tu solo mueves el temporizador, el mérito es de la tostadora.

-Puede ser… pero igual no debe ser eso lo que pasa.

-¿Lo que pasa con qué?

-Con las tostadas en la tostadora… Si fuera cuestión de tiempo y estuvieran más que antes, el pan debería salir más tostado que cuando está menos tiempo.

-¿Y no es así?

-No. Sale igual que antes, pero está más tiempo.

-Hmm… igual es raro…

-¿No me crees?

-No es eso… solo pensaba que tal vez podía ser una impresión tuya.

-¿Qué cosa podría ser una impresión mía?

-Lo del paso del tiempo…

-Siempre es una impresión lo del paso del tiempo... Solo te digo que antes tenía la impresión que estaban listas antes y ahora tengo la impresión que demoran más.

-¿Y eso qué demuestra?

-Que la misma impresión arroja resultados distintos en este caso.

-Pero eso no es lógico.

-No me interés que lo sea. Solo digo que las tostadas se están demorando más que antes en quedar listas.

-¿Y qué se supone que debo hacer con esa información?

-¿Me lo preguntas en serio?

-Claro… no entiendo bien para qué me cuentas esto si luego no quieres tomar en cuenta mis observaciones.

-…

-¿Te molestaste?

-…

-¿No vas a contestar nada?

-No todavía.

-¿Y entonces…? ¿Simplemente te vas a demorar más, como la tostadora?

-No bromees con eso… No estoy jugando.

-¿Y qué es lo que haces entonces?

-Reflexiono y te hablo, simplemente…

-No mientas… Tú perfectamente sabes que no es así.

-¿Sabes tú lo que yo sé?

-Claro… te conozco más de lo que crees.

-¿Sabes de qué hablo cuando hablo de la tostadora, entonces?

-Cres que sí… o lo intuyo al menos.

-¿Y es un juego, según tú?

-Sí. Un juego serio, tal vez, pero un juego al fin.

-¿El juego de la tostadora?

-No. El juego de las tostadas, más bien.

-…

-¿Ves ahora que comprendo de qué hablas?

Construir un árbol desde sus ramas.


Le dijeron que no era lo adecuado, pero insistió y lo hizo igualmente: construyó un árbol desde sus ramas. No un árbol natural, por supuesto, sino uno que era parte de la escenografía para la obra de teatro en la que M. participó adecuando el guion e incorporando un par de canciones. Eran canciones antiguas, cuyas letras y primeros ritmos estaban tomadas desde un poemario náhuatl que había sido publicado hace al menos treinta años por el Fondo de Cultura Económica. El libro lo había conseguido a través de una profesora de la universidad, que era conocida mayormente por haber abofeteado en público a Federico Schopff, al término de una clase en el auditorio central de la facultad. Ahora, por cierto, el árbol era construido para una representación que se efectuaría en un auditorio similar, perteneciente a una universidad privada, a la que asistirían varios invitados que probablemente no llegasen a descubrir nunca (ni a pensar siquiera), que el árbol de la escenografía había sido construido desde sus ramas. De hecho, es probable que la diferencia de este último árbol con otro construido desde su tronco o raíces, fuese prácticamente imperceptible. Así, sentados frente al escenario, esperando el comienzo de algo que (aunque no lo comprendieran) ya se estaba realizando desde hacía unos instantes, todos concordaron en alabar aquel lugar, tan bien dispuesto para lo que vendría. O para lo que supuestamente vendría, más bien, porque lo cierto es que no llegó. Y es que justo entonces, comenzó el caos.

sábado, 9 de septiembre de 2023

Lluvia otra vez.


I.

Lluvia otra vez.

En esta oportunidad -observo-, cae incesante sobre dos cordilleras que se cruzan.

No cae nieve, por cierto, solo lluvia.

Incluso en las zonas más altas.

Así, mientras escribo, calculo que hace al menos cuatro horas que llueve sobre esas cordilleras.

Sin pausas, llueve sobre ellas.

Y está bien que sea así.


II.

Desde acá, cuando ocurre, nadie observa las cordilleras.

Es más, podría asegurar que ni siquiera se percatan de que son dos.

Y es que han vivido tanto tiempo de esta forma que no han sabido reconocer los cambios.

La voluntad que hay tras los cambios, me refiero.

Así, desconocen incluso la naturaleza que cobija a esa misma voluntad.

No los culpo -aclaro-, pese a todo.

Después de todo, creo ya haber dicho que está bien que sea así.


III.

Por si no las ven, me gustaría comentarles que son perpendiculares, las dos cordilleras que se cruzan.

Prácticamente idénticas, y perfectamente perpendiculares.

Una vez -recuerdo-, también bajo la lluvia, llegué caminando hasta el punto en que ambas cordilleras se cruzaban.

Me costó dar con él, pero lo cierto es que era, simplemente, un sitio como cualquier otro.

Ya ahí, cansado, puse una piedra de almohada y dormité unas horas antes de regresar.

Mientras lo hacía, la lluvia seguía cayendo, igual de fuerte.

Solo se detuvo horas después, tras llegar a casa.

Hoy día, por cierto, regresó.

viernes, 8 de septiembre de 2023

De contacto.


Como me tengo agregado de contacto, suelo hablar conmigo mismo por whatsapp.

Por lo general no son conversaciones fluidas, pues no contesto de inmediato.

De todas formas, no me enojo por aquello.

De hecho, contesto tranquilo y sin rodeos, concluyendo siempre con alguna otra pregunta, para poder, más adelante, retomar aquel diálogo.

Con todo, no se trata de preguntas incisivas o profundas, sino que son más bien intercambios de opiniones sobre alguna decisión que debo tomar o respecto a algún libro o película que haya visto últimamente.

Como podrán darse cuenta, se trata de conversaciones que no resultan interesantes para nadie que pudiese investigarlas… salvo para mí, por supuesto, que me gusta releerlas antes de avanzar.

Así, me he dado cuenta, por ejemplo, que hay diálogos con posturas totalmente opuestas unas de otras, cayendo inclusa en pequeñas discusiones como si se tratase realmente de dos o más personas distintas.

Lo más preocupante, sin embargo, es que cuando leo los diálogos no recuerdo prácticamente nada de lo que podríamos llamar “el acto de enunciación” mientras que, por otro lado, no suelo identificarme con ninguna de las posturas desarrolladas.

En otras palabras, sería correcto decir que desconozco mis palabras. No solo debido al olvido, sino también por no identificarme con las posturas que desarrollan.

Dicho esto, confieso que evito (aunque de todos modos no me queda tiempo para hacerlo) releer los textos que escribo en este blog.

El miedo acá, sin embargo, no se origina en el descubrir ser otro(s), como en los diálogos por whatsapp, sino más bien a seguir siempre siendo el mismo.

Como un muerto, simplemente, que hace ruido.

O poco más.

Se cayeron los imanes.


Estaba frente al refrigerador cuando de pronto se cayeron los imanes.

Ya saben… todos esos imanes que están adheridos a la puerta y que tiendes a olvidar.

Recuerdos de viajes, figuritas… anuncios de cadenas de pedidos.

Todo se vino abajo al mismo tiempo, sin que lograse comprender por qué.

No es que buscase explicaciones trascendentes, pero era difícil entender aquello.

Mientras recogía los imanes pensaba que, si esa era la señal para el comienzo del fin del mundo, se trataba sin duda de una buena señal.

Como sea, tras pensármelo un rato, decidí que lo mejor era hacer lo más simple.

Recoger los imanes, me refiero.

Eso hice.

Intenté entonces volver a pegarlos en la puerta, pero no se sostenían.

Y claro, también intenté ponerlos en otros lugares de metal, pero no se adherían a ninguno.

Tal vez un golpe de corriente, una descarga… inversión de los polos magnéticos, me dije.

Pensando en eso, me reí un poco.

Y es que igual me lo decía por inercia, porque lo cierto es que no entendía nada de todo aquello.

Se cayeron los imanes, nada más.

O tal vez, pensé ahora, los imanes dejaron finalmente de ser imanes.

Fue entonces que, mientras los observaba, creí comprender que todo aquello que se había caído no era, esencialmente, un imán.

Es decir, cada cosa que se cayó tenía un imán adherido a ella, pero no eran propiamente un imán.

Todo está bien, concluí entonces, mientras me acercaba por primera vez a la naturaleza de esos objetos.

Cada cosa finalmente, está en su sitio.

jueves, 7 de septiembre de 2023

Un zapato en el pie equivocado.


I.

Voy en el metro, de regreso del trabajo.

En medio del trayecto, escucho a alguien quejarse porque dice que le duele un pie.

Probablemente, comenta, se ha puesto un zapato en el pie equivocado.

No sé si lo dice bromeando, pero entonces observo y descubro que la persona efectivamente está mirando su calzado.

O sus pies en su calzado, más bien.

Luego dejo de observar aquello y pienso en otra cosa.

El metro está atestado de gente, por cierto.


II.

En aquello que pienso es que hay un error en todo aquello.

O un error doble, más bien.

Y es que no puedes ponerte mal solo un zapato.

O son ambos los mal puestos, o ninguno.

Busco entonces a aquel que dijo aquello para enrostrarle su error, pero no lo encuentro.

Mucha gente se ha subido y se ha bajado en las últimas estaciones y probablemente ya ni siquiera esté aquí.

Busco entonces otra cosa en qué pensar, pero no la encuentro.

En cambio, me sorprendo de mi propia actitud.

¿Para qué iba a enrostrarle su error?, me pregunto.

¿Para qué?


III.

Tras combinar y viajar otros veinte minutos llego a la estación en que me bajo.

Luego, simplemente, debo caminar quinientos metros y ya estaré en casa.

Bajo las escaleras y llego a la calle.

Cruzo junto a otras personas y sigo mi camino.

Un zapato en el pie equivocado, voy murmurando, mientras camino.

Sinceramente, no sé qué sensaciones llevo dentro.

miércoles, 6 de septiembre de 2023

Todo es cierto.


I.

Para comenzar, una verdad:

Solo se desconfigura aquello que previamente ha estado configurado.

Dicho esto, afirmo desde ya que nada, ciertamente, se desconfigura.

No me importan las pruebas que quieran enrostrarme para decir que me equivoco.

No entrarán esas pruebas en este texto.

Y es que, en mis textos al menos, nunca me equivoco.

La verdad -aquí-, me pertenece.


II.

Poco importa el artículo que acompañe a la palabra “verdad”.

Poco importa si es definido o indefinido, me refiero.

Una verdad no es distinta a la verdad, después de todo.

Tampoco es cuestión de determinarla ni mucho menos cuestión de envergadura.

Siempre se trata, en el fondo, de la misma verdad.

La mía, por cierto.


III.

Probablemente piensen que esté mal decirlo así, pero igualmente lo digo:

He aquí una última verdad.

Puede parecer que me contradigo, pero si se fijan nunca dije que fuese “otra”.

Es como con los monosílabos, cuando decimos que en ellos se carga la voz en la última sílaba.

No sé si se entiende… pero es justamente por eso que nada, en el fondo, se desconfigura.

De hecho, podría decir también que todo mantiene siempre su misma forma, que por lo demás es correcta.

Ya verán que todo es cierto.

martes, 5 de septiembre de 2023

Preguntan.


Me preguntan si tengo miedo a la muerte y digo que no. Rápidamente contesto, para no pensar. Para no saber si miento diciendo una u otra cosa. Sí, para eso contesto rápido. Para eso y para no demorarme en la palabra miedo que nunca he sabido bien qué significa. Tampoco, por cierto, me interesa saberlo.

Contesto rápido, decía, y de paso bromeo. Digo alguna cosa que no recuerdo y otra que sí. Tal vez si preguntasen en serio respondería de otra forma, pero en el fondo sé que ellos tampoco desean realmente una respuesta diferente. Ni honestidad ni profundidad, solo rapidez. Eso es lo que quieren. Y eso les doy, por supuesto.

Ocurre como con el chiste del concurso en que presentan al matemático más rápido. Lo han traído del extranjero y es presentado entre grandes loas y aplausos. Luego comienzan a hacerle preguntas de cálculos complejos y él las responde de inmediato. Mal, ciertamente, pero de inmediato. Soy el más veloz, no necesariamente el más certero, dice el matemático. No es del todo un mal chiste.

Lo que recuerdo que les digo cuando me preguntan por el miedo a la muerte es prácticamente una estupidez. Les digo que yo siempre quedo vivo, al final, porque soy el que cuento la historia. Igual que el fotógrafo de la masacre que se pasea entre los muertos. Témanme ustedes a mí, les digo, que luego podré contar todo aquello que no hicieron por andar perdiendo el tiempo. Por dedicarse a hacer preguntas hueonas, por ejemplo, en vez de comenzar a vivir de forma honesta, de una vez por todas.

lunes, 4 de septiembre de 2023

Leo.


I.

Leo que cada cierto tiempo, Bocaccio solía llevar algunos florines a la hija de Dante, que estaba recluida en un convento.

No siempre lo dejaban visitarla, pero así y todo dicen que logró reunirse con ella al menos en tres o cuatro ocasiones.

Desconozco si fueron largas reuniones o si apenas cruzaron frases de cortesía, pues oficialmente solo hay unos cuantos apuntes que confirman las visitas y un lienzo pintado por el pintor escocés William Bell Scott quien imaginó uno de estos encuentros, varios siglos después.

Dicen que este pintor, por cierto, se retiró de la vida pública y pasó recluido los últimos 5 años de su vida escribiendo sus memorias.

Desconozco si esos últimos años fueron también incluidos en sus memorias, o si solo consideró su vida hasta que la dejó de lado y comenzó su escritura.


II.

La mayoría de los biógrafos coinciden en que antes de escribir el Decamerón, Bocaccio nunca había abordado el realismo.

No sé sus visitas al monasterio de Santo Stefano (donde estaba la hija de Dante) habrán tenido algo que ver, pero si me fijo en las fechas podría aventurarme y decir que sí.

Lo que sí sé es que Bocaccio, tras reunirse la primera vez con ella, se negó a llamarla sor Beatriz e insistió en nombrarla con su nombre original: Antonia.

El nombrarla de esta forma, por cierto, fue una de las razones para que no terminaran entregándole a ella las últimas cartas que Bocaccio le escribió.

No hay ninguna Antonia en este convento, le dijeron tras rechazar la primera de sus cartas.

Pero él siguió insistiendo un par de veces más, sin lograr su cometido.

Eso es lo que leo, al menos, cuando investigo sobre aquel asunto.

Y es probablemente lo más cerca que podré llegar, de esa verdad.

Seguidores

Archivo del blog

Datos personales