-Lo dices mal -explicó T.-. No se dice “apareció un cráter”. Los cráteres no aparecen por sí solos. No florecen porque sí, digamos. No son espontáneos.
-¿No hay cráteres espontáneos? -interrumpió F.
-Por supuesto que no -dijo tajante T.-. Siempre son producto de algo… de impactos, de explosiones…
-Pero acá no ha habido impactos ni explosiones -volvió a interrumpir F.
-Que no las hayamos observado no quiere decir que no hayan existido.
F. guardó silencio, pero se veía inquieto, temeroso de preguntar nuevamente.
-Hay explosiones internas, además -siguió T.-, invisibles a la vista… Y las descubrimos justamente por los cráteres que aparecen…
-¡Acabas de decir que aparecen los cráteres…! -exclamó F., alegre.
-Entonces lo dije mal -se excusó T., algo molesto-. Solo intentaba explicar que son el producto de algo más… que no aparecen, justamente, sin un evento previo…
-Sí… -se apresuró a completar F., como si se tratase de una lección aprendida-. Eventos que pueden ser impactos o explosiones, y algunas de estas pueden no ocurrir a la vista…
-Sí, más o menos eso… -aceptó T.
-En síntesis: no hay cráteres espontáneos -dijo F., orgulloso de su aprendizaje.
-Así es -asintió T., mientras volvía a ponerse en marcha.
Entonces, listo para seguir a T., F. sonrió. Y sintió algo pequeño y agradable en el interior de su pecho.
-Una explosión invisible -dijo bajito, mientras avanzaba-. Un cráter espontáneo.
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