jueves, 7 de septiembre de 2023

Un zapato en el pie equivocado.


I.

Voy en el metro, de regreso del trabajo.

En medio del trayecto, escucho a alguien quejarse porque dice que le duele un pie.

Probablemente, comenta, se ha puesto un zapato en el pie equivocado.

No sé si lo dice bromeando, pero entonces observo y descubro que la persona efectivamente está mirando su calzado.

O sus pies en su calzado, más bien.

Luego dejo de observar aquello y pienso en otra cosa.

El metro está atestado de gente, por cierto.


II.

En aquello que pienso es que hay un error en todo aquello.

O un error doble, más bien.

Y es que no puedes ponerte mal solo un zapato.

O son ambos los mal puestos, o ninguno.

Busco entonces a aquel que dijo aquello para enrostrarle su error, pero no lo encuentro.

Mucha gente se ha subido y se ha bajado en las últimas estaciones y probablemente ya ni siquiera esté aquí.

Busco entonces otra cosa en qué pensar, pero no la encuentro.

En cambio, me sorprendo de mi propia actitud.

¿Para qué iba a enrostrarle su error?, me pregunto.

¿Para qué?


III.

Tras combinar y viajar otros veinte minutos llego a la estación en que me bajo.

Luego, simplemente, debo caminar quinientos metros y ya estaré en casa.

Bajo las escaleras y llego a la calle.

Cruzo junto a otras personas y sigo mi camino.

Un zapato en el pie equivocado, voy murmurando, mientras camino.

Sinceramente, no sé qué sensaciones llevo dentro.

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