Se alejó de la realidad para poder, de mejor forma, reflexionar sobre ella.
O eso nos dijo a nosotros, al menos, antes que la dejásemos de ver.
No pensamos que lo había dicho en serio hasta que pasaron las semanas y no supimos más sobre su paradero.
Uno de nosotros, incluso, confesó que ella le había contado que estaba embarazada.
Fue entonces que, preocupados por ella, comenzamos a buscarla.
Fue una búsqueda torpe e infructuosa, por supuesto.
Y es que nunca habíamos buscado a nadie, hasta ese entonces, y mucho menos a alguien que había decidido “alejarse de la realidad”.
Por si fuera poco, como yo supuestamente era el más cercano a ella, todos esperaban que pudiese resolver aquel asunto.
Algo que me parecía imposible de hacer, por lo demás.
-No sé qué quieren que haga -les dije un día, buscando un tono solemne-. Si ella quería reflexionar sobre la realidad dejémosla que lo haga, simplemente… No somos nadie como para que le pidamos regresar…
-¿Regresar de dónde? -me apremiaron ellos-. Ya sospechábamos que tú sabías dónde está…
-Es solo una forma de decir -les dije-. Yo me refería a que la obligásemos a regresar acá… a nuestra realidad…
No logré convencerlos del todo aquella vez, pero al menos dejé en claro que no iba a aceptar ser responsable de aquella pérdida.
Años después, sin embargo, cuando descubrimos qué fue lo que realmente le había ocurrido, sentí que ellos volvían a acusarme.
Esta vez en silencio, sin proferir palabra alguna.
-No es mi culpa -les dije-. Mi dolor es otro.
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