Se enojó porque dijo reconocerse en un personaje de un cuento que yo supuestamente había escrito y publicado bajo un seudónimo.
-También te reconocí a ti, como autor -me dijo-. No sé si para ofender a tus anchas y dañar a aquellos que no te atreves a dañar frente a frente, usando los verdaderos nombres.
Pensé en decirle que nada era verdadero. Mucho menos los nombres. Y probablemente ni siquiera el daño.
-¿No lo niegas? -me dijo- ¿No vas a intentar decir que todo es fruto de una confusión?
-No -le dije.
-¿Entonces lo admites? -insistió.
No contesté.
En cambio, dejé que me enrostrara otras molestias -la mayoría también equívocas e infundadas-, y que se desahogara de esa forma, antes de alejarme de ahí.
Sin embargo, poco después, cuando intenté irme, me detuvo diciéndome que entendía de todas formas que -literariamente, al menos-, yo me tomase ciertas licencias, e intentó explicar ahora que la molesta se debía mayormente a que no le había dicho nada previamente y hasta pareció un poco más amable.
-Es más cuestión de forma que de fondo -me dijo, extendiéndome el libro donde supuestamente aparecía mi cuento-. El fondo, sinceramente, está bien.
Recibí entonces el libro, aunque no sabía para qué.
Luego me extendió un lápiz.
-Al menos dedícamelo, ¿no crees?
Para no discutir tomé el libro y lo abrí en la página donde supuestamente estaba mi cuento.
Se lo dediqué y hasta le hice un dibujo.
-No se volverá a repetir -le dije, mientras me iba.
Segundos después, escuché su voz mientras avanzaba, llamándome, pero no volteé la vista atrás.
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