domingo, 15 de mayo de 2022

Los muertos no envejecen.


Los muertos no envejecen.

Se pudren, ciertamente, pero no envejecen más.

Los que envejecen son los vivos.

Los que saben que están vivos, envejecen.

Y hasta los vivos que no se sienten vivos,
envejecen por igual.


Sé que es obvio, por cierto, todo esto.

Pero todo es obvio, a fin de cuentas.

Todo lo cierto es obvio, me refiero.

Todo lo explícito.

Todo lo evidente.

Y la angustia llega hasta nosotros
cuando no nos confirmamos con lo obvio.


No es de nosotros, aclaro, esa angustia.

Llega hasta a nosotros, simplemente, y se instala ahí.

Aposándose en las grietas que se crean
cuando torcemos la mirada.

Cuando queremos descubrir el truco,
o el significado de las cosas,
hasta debajo de las piedras.


Es por eso que los muertos han dejado de buscar.

Y es por eso, claro está, que no envejecen.

Se degradan, pero no envejecen.

Se descomponen, simplemente.

Vuelven al polvo, digamos.

Para mostrarnos que hay en ellos,
nada más.


Así y todo, negamos lo evidente.

Y envejecemos olvidando
que es bueno envejecer.

Tememos decirlo, pero sabemos que es cierto.

Desde el principio y hasta el fin, 
todo es cierto 
y todo es obvio.

Son los muertos, degradados,
quienes están bajo las piedras.

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