No era un frío real. O al menos ella, cuando recuerda aquel día, afirma que no lo sentía. De todas formas, tampoco es que sintiese otra temperatura en particular. Era como si el frío, simplemente no se registrase. No se registrase en ella, quiero decir. Siguiendo esta idea, comentó días después que aquello le pareció más bien una no-sensación. Un no-registro. O, en otras palabras: la ausencia de cualquier tipo de sensación térmica.
-No era frío, pero tampoco era otra cosa –me dijo.
Pensé un momento en sus palabras.
-¿Era nada? –pregunté luego, intentando entender-. ¿Era nada o percibías algo a pesar de todo?
-Percibía la ausencia de algo –dijo entonces-. Pero no algo fuera de mí… Es decir, percibía que no podía percibir, o comprendía que no podía hacerlo, más bien… y eso hacía que el significado de lo que no era parte mía perdiese de su pronto su significado, su realidad…
-¿El frío, por ejemplo? –pregunté ahora.
-Puede ser-aceptó, tras pensarlo un poco-. Puede ser, pero lo cierto es que no es frío si no lo percibes. Más bien es algo que deja de ser parte de la realidad… que deja de ser registrado…
Seguimos hablando así durante un rato. De aquello que registras, me refiero, y de aquello que dejas de registrar. Y también de las razones a las que no tenemos acceso cuando dejamos de registrar algo que hasta entonces formó parte de la realidad.
-Lo triste es que probablemente a todos nos ocurra como al frío –me dijo esa vez, antes de despedirnos-. Dejaremos de ser registrados, quiero decir...
Yo asentí.
No entendía mucho, pero asentí.
Entonces, en silencio, sentí como si una parte de mí se desvaneciera.
No es real, me dije entonces, cerrando los ojos.
No es real.
Simplemente me ocurre como al frío, concluí.
Un no-registro.
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