De pequeño te confundes.
De grande también, por supuesto, pero de pequeño te confundes más.
La diferencia en todo caso es que de pequeño no sabes, aún, que te confundes.
Y todo para ti, es igual a una verdad.
Las palabras de tus padres, por ejemplo.
Aunque te molestes y las rebatas, crees en ellas.
Todo lo que te rodea, repito, te resulta verdadero.
Una vez, por ejemplo, planté semillas en el hielo.
De pequeño, me refiero.
Y esperé.
Otra vez, quise hacerme daño, para crecer.
Y hasta quise, una vez, ser sacerdote.
¡Bien podría hacer listas…!
Si hasta pensé por años que era más pequeño, el sol.
Mucho más pequeño, quiero decir.
Y que la vida, también era otra cosa.
Pero claro… pasa el tiempo.
Y las supuestas verdades se transforman en heridas.
Luego, si hay suerte, cicatrizan.
Así y todo, me pregunto en ocasiones:
¿Quién consuela al ojo que vio sin comprender?
¿Quién se apiada de él por ser testigo de algo que no supo?
Y es que es cierto: de pequeño te confundes.
Y luego, tristemente, ya parece que es tarde.
Y no sabes entonces qué hacer con la verdad, cuando llega.
Una luz que apenas la ves, se apaga.
No hay comentarios:
Publicar un comentario