I.
Soñé que no soñaba.
Que comía sin comer.
Y que vivía, bueno… así como vivimos.
Luego desperté.
II.
Sobre el velador, entonces, encontré una nota.
“El cuerpo es un lugar / La voz es una tumba”, estaba escrito en el papel.
Era un papel pequeño, como los que venían antaño en esas galletas de la fortuna.
Nunca supe –lo juro-, cómo llegó ahí.
III.
Ese mismo día, más tarde, escuché a dos personas conversar.
¿Te sabes el chiste del pollito que va a una fiesta disfrazado de huevo?, dijo uno.
Sí, dijo el otro.
Y así, yo me quedé sin conocer aquel chiste.
IV.
Más tarde, esa noche, fui a comer a un restaurant.
Uno de paso, pequeño, y bastante económico.
De hecho, pienso ahora que no debí decir que era un restaurant.
Como sea, el punto es que alguien se atragantó en aquel lugar.
Se paró de su silla, ahogado, pidiendo ayuda.
Entonces otro tipo se acercó y le hizo esa maniobra para que expulsara lo que lo estaba ahogando.
Maniobra de Heimlich, creo que se llama.
De la boca del tipo salió entonces un trozo de carne y algo más, que cayó a mis pies.
Era una palabra, observé.
Pero no recuerdo cuál.
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