viernes, 23 de mayo de 2025

Un desierto en esa flor.


I.

Imagina un preso, al aire libre, pero en una celda.

Una celda típica, de esas con barrotes, solo que expuesta al sol.

No imagines lo anterior, por cierto, como parte de una tortura.

Imagina más bien un amanecer tibio, y el sol que comienza a aparecer y a iluminar el interior, poco a poco.

Imagina esa luz, me refiero, ingresando a la celda, tras los barrotes.

Ese es el primer paso.


II.

El segundo es, de cierta forma un cambio de posición.

El segundo paso, quiero decir.

Para esto, te pido que dejes de pensar en la luz que ingresa a la celda, entre los barrotes.

En cambio, piensa ahora –como yo-, en la luz que no traspasa la reja.

En esa luz que quedó de cierta forma adherida a los barrotes, sin atravesarlos.

La luz que quedó en el metal.

Y es que todos se olvidan de esa luz.

Y yo, por otro lado, digo que ahí, justamente, está la clave.


III.

Esta clave, por cierto, es también el tercer y último paso.

Detenerse en ella, quiero decir.

Saber que existe esa luz, en los barrotes.

Luego, simplemente, imagina que tú también eres similar.

No a la luz, en todo caso, sino al barrote.

¿Lo logras…?

Ahora mira.

Mira bien y no te confundas:

Floreció un desierto en esa flor.

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