“Es lo más terrible de nuestros cuerpos.
Son tan visibles, tan visibles.”
J. F.
Ella reclama. Vocifera. La escucho maldecir, incluso, aunque no comprendo a quién. Cada cierto tiempo lo hace. Una vez al mes, calculo, en promedio. A mí no me molesta, en todo caso, pero sí me llama la atención. Son quejas, simplemente, a fin de cuentas. Eso me digo, cuando ocurre. No hay de qué asustarse. Eso me digo mientras pienso que yo también podría hacer lo que hace ella y tal vez me iría bien. Tal vez sirva para compensar otras cosas. A veces, cuando la escucho, imagino que ella es un trozo de madera que intenta arder. O sea, no sé si intenta arder, pero al menos está al fuego y es algo así como un leño que se mete dentro y que luego alega porque ni siquiera se consume. Porque de cierta forma es leña verde todavía y solo arroja humo, y no sirve siquiera para encender una llama. Sí, ella es leña verde, me digo. El corazón de ella no ha dejado de ser leña verde y no enciende y eso la molesta. Llena de humo el lugar y cuesta respirar un poco, mientras grita, pero eso es todo. No terminará ocurriendo nada grave, quiero decir. Desgaste, simplemente, y eso siempre ocurre. No puedo evitarse, el desgaste. Es evidente, digamos, aunque incómodo de ver. Humo, a fin de cuentas. Poco más.
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