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Un conjunto que contiene a otro.
Todo, a fin de cuentas, funciona así.
Nada está fuera de un conjunto, me refiero, aunque queramos.
Nada ni nadie, aclaro.
Todo conjunto, además, está contenido y contiene a otro.
Digo esto, por cierto, para comenzar.
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No hablo en todo caso, de conjuntos perfectos.
De hecho, la razón principal que un conjunto contenga a otro y luego sea contenido
es justamente esa imperfección.
En este sentido, sería un error pensar en esos conjuntos circulares o de contornos similares.
Menos aún de círculos concéntricos.
Y es que los conjuntos, más bien, se adaptan al contenido.
Piénsenlos, si quieren, como si fuesen piel.
Una piel y luego otra, en ese caso.
Y claro, cuando el contenido de un conjunto muere,
el conjunto mayor que lo contiene no se contagia de aquello.
Carga al conjunto muerto, simplemente.
Y por lo general, olvida que este existió.
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Un conjunto que contiene a otro.
Es algo simple, si se acepta.
Es decir, es simple si asumimos que somos únicamente un elemento más.
Uno que además es parte de un grupo contenido por otro.
Y claro, solo falta entonces pensarnos como un continente responsable
del conjunto que albergamos.
En mi caso, al menos, cuando lo acepto así, las cosas calzan de mejor forma.
Y hasta se escucha, atrás de todo, una voz que dice:
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