I.
Por lo general les vendan los ojos antes de matarlas.
Yo pensé que las angustiaba más, pero se supone que las tranquiliza.
O sea, no las tranquiliza exactamente, pero les evita ver otras cosas que terminan intranquilizándolas.
Da igual, en todo caso.
Da igual porque no quería hablar aquí de vacas vendadas sino más bien de vacas ciegas.
De hecho, solo de una vaca ciega.
Además, como es la única que he visto, termino determinándola.
O eso hago cuando la nombro, al menos:
La vaca ciega, digo entonces.
De eso les quiero hablar.
II.
Ante todo, quiero decir que fui yo quien descubrió que estaba ciega.
No lo cuento para darme méritos ni nada por el estilo.
De hecho, debo confesar que todo ocurrió más o menos de casualidad.
Simplemente la alumbré de frente una noche, con un foco muy potente.
Y entonces noté que no reaccionaba.
Sus ojos seguían fijos, en la nada.
Más lechosos que lo habitual.
Todo sin querer, pues yo simplemente había escuchado un ruido.
Y salí poco después a caminar fuera de casa.
Así comenzó todo.
III.
La noche era oscura, debería decir, para dar contexto.
Pero lo cierto es que no me interesa más contexto que la vaca ciega.
Único personaje, además, en la aventura que ha de llevarla a sitios que no puede diferenciar.
Así y todo, se deja llevar, sin problemas, y hasta parece que va atenta, olfateando la hierba.
Tal vez no sea tan ciega, me digo entonces, mientras la observo caminar.
¡Bendita vaca...!
Tal vez no sirva, ahora, como símbolo.
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