lunes, 7 de abril de 2025

Sin pesadillas.


Un día, mientras hablaba conmigo, ella descubrió que había dejado de tener pesadillas. Yo nada tenía que ver en el asunto, por supuesto, pero dio la casualidad de que se percató de ello una tarde en que hablábamos de otras cosas. Recuerdo que de pronto cambió su expresión y tras quedarse en silencio un rato dijo en voz alta que ya no tenía pesadillas. Lo dijo lento, como si estuviese haciendo cálculos y aquella frase fuese una especie de conclusión.

-Puede que hace más de un año que no tenga… -agregó-, es extraño como no lo había notado… me causaron angustia durante años…

Mientras decía esto, por cierto, me pareció que lucía decepcionada. Incluso triste. Yo la miraba y pensaba que tal vez necesitaba sustituir esa angustia perdida por otra nueva. Y que estaba buscando encontrarla en algún sitio.

-¿Y te angustia haber perdido esas otras angustias? –le pregunté entonces.

Ella me observó, todavía sin entender.

-Las pesadillas… -intenté explicar-, o lo que te causaban… ¿acaso no es bueno que se hayan ido?

Ella pareció pensarlo un poco.

También percibí que estaba algo molesta, pero lo ocultaba.

-No las superé… -dijo entonces-. No las vencí. Se fueron y ni siquiera me di cuenta… Quiero decir que pensé que estaría más feliz, o al menos más aliviada cuando eso sucediera…

Hizo una pausa.

Me miró directamente.

-Ahora vas a decir que nunca fueron el problema –me dijo.

Y claro, yo asentí.

Ni siquiera pensando en ella, pero asentí.

-Lo que pasa es que somos muy pequeñitos como para hablar tanto de nosotros –le dije-. Es como si habláramos de nada.

Nos miramos otro rato, sin atrevernos a decir nada.

Y claro, lo cierto es que quisiera acordarme de algo más para cerrar la historia, pero no puedo.

De hecho, solo sé que el mundo siguió tal cual, luego de aquello.

Como si no estuviéramos ahí.

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