Se juntaban a comer ensaladas.
Cada jueves a la misma hora, luego del trabajo.
Habían intentado hacerlo otros días, pero al final siempre, mientras comían, descubrían que era jueves.
Se reían diciendo que no sabían por qué.
Era tan extraño como simple.
Las ensaladas, además, no eran rebuscadas ni sofisticadas.
No preparaban nada gourmet, quiero decir.
Verduras de estación, simplemente.
Servidas sin un orden específico en grandes platos de vidrio.
Y siempre en abundancia.
Podría extenderme en teorías sobre las razones de estos actos, pero elegiré decirlo de una vez, para evitar malentendidos:
Lo de las ensaladas había surgido como una forma extraña de sentir que estaban cambiando su vida.
Lo expreso así, por cierto, luego de escucharlos hablar en varias ocasiones, sobre aquello.
En este sentido, aclaro, no es mi interpretación, en lo absoluto.
Son sus observaciones, simplemente, alineadas por mí.
El cambio que buscaban, sin embargo, nunca me quedó muy claro.
En principio era un cambio que querían realizar juntos, aunque luego cada uno lo distanció del otro.
El tipo de cambio, quiero decir, fue lo que se distanció.
Es decir, siguieron comiendo ensaladas juntos, pero aquello comenzó a ser percibido de distinta forma por cada uno.
De hecho, ahora hablan conmigo -de ese tema, al menos-, únicamente por separado.
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