Las letras hechas con luces de neón se reflejan sobre el agua.
Pero en el agua, ciertamente, nada dicen.
Uno intenta leerlas, entonces, pero se mueven todo el tiempo y el reflejo se dispersa, como si se tratase de luces en polvo.
O parecidas, tal vez, a peces fosforescentes.
Más tarde, en todo caso, las luces de neón también se apagan.
O son apagadas, más bien, por otras gentes.
Entonces, la oscuridad aprovecha un par de horas para vagar por la ciudad.
Para recorrer calles y agua y adoquines hasta que el amanecer la desvanece.
Hay bicicletas, por cierto, abandonadas por toda la ciudad.
Y a veces la oscuridad se monta en ellas, para conducir a ciegas.
Si hay hombres, a esta hora, ellos casi no son hombres.
Son como bultos, simplemente, apilados en un muelle.
Esto vemos, ahora, pues ha comenzado a amanecer.
Todo está frío en la ciudad y hay tal cantidad de nubes que, desde fuera, no podrían vernos.
Y es extraño, pero el amanecer en la ciudad parece ser una pregunta.
Una que nadie responde, ciertamente.
Sobre el agua, un ahogado no comprende qué pasó.
Su cuerpo flota hasta llegar a una orilla.
Es como las luces de neón, me digo, que en el agua nada dicen.
Sí, eso es: como el reflejo de las luces de neón.
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