I.
Después se lo adjudicaron varios, pero creo que fue
Schopenhauer quien recomendaba tragarse un sapo cada mañana como remedio contra
la decepción.
Yo le creí y como la decepción me pone incómodo, busqué
en internet y mandé pedir varios.
Una semana después llegó un mensajero con una
especie de terrario donde traía al menos treinta, todavía muy pequeños.
-¿Son para la decepción? –me preguntó.
Yo asentí.
Entonces él me contó que lo de los sapos era un
tratamiento habitual, y hasta me propuso que en vez de propina le regalase uno.
-Lo siento, -mentí-, no son para mí.
-¿Y para quién son? –insistió.
-Son para el mundo –dije yo.
Y como la frase sonó genial, no me tragué ningún
sapo ese día.
II.
Al día siguiente tampoco me tragué ninguno.
Pero lo intenté.
Saqué uno y me lo metí a la boca, pero se quedó tan
quieto que me dio miedo.
Al final, los dejé junto a los otros en la tina, donde
vacié también un poco de tierra.
Por la tarde, me di cuenta que les llegaba un poco
de luz, por una grieta.
Hay una
grieta en todo, escribí.
Así es como
entra la luz.
Y como la frase estaba genial, tampoco me tragué
ningún sapo ese día.
III.
Apenas desperté, recordé que la frase genial era en
realidad de una canción de Cohen.
Extrañamente, eso no me decepcionó.
De hecho, fui hasta donde los sapos y se las canté,
según recordaba.
Entonces, junto en la parte que dice: “preguntamos
por signos y los signos fueron enviados”, los sapos comenzaron a saltar como
haciendo una coreografía.
Fue algo tan genial que decidí no tragar ninguno,
en ese tercer día.
IV.
Como llevaba tres días sin ducharme decidí soltar
los sapos en la casa.
Les había comprado alimento así que estaban sanos,
pensaba, y hasta crecían.
Entonces, mientras me duchaba, pensé que era
agradable eso de encontrar genial algo que estuviese fuera de uno mismo, y descubrir
que eso también era capaz de quitar la decepción.
De hecho, la coreografía de los sapos, había hecho
más en mí que cualquiera de las frases geniales.
Capaz que
hasta termine el blog, me dije.
Por último, salí del baño y vi como los pequeños
sapos saltaban por mi biblioteca.
El más pequeño de todos, usaba un libro de DeLillo,
como resbalín.
V.
Ya llevan un tiempo los sapos sueltos en mi casa.
Algunos han crecido y hasta hay dos que me dicen
papá.
Como ven, siguen siendo geniales, así que la
decepción suele alejarse, cuando los veo.
Lamentablemente, hay días que ni siquiera paso por
mi casa.
Por lo mismo, los otros que ayudan en eso de la
decepción, pueden no ser sapos y estar en cualquier sitio.
Y bueno, por si no fui lo suficientemente claro, me
refiero a usted, querido lector.
Hágase responsable de una vez.
Yo, por lo mismo, me decidir a no terminar los
escritos, por si en una de esas, algún día, le sirven a otro.
Sírvase usted, si gusta. No sea vergonzoso.
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