Tendones, por ejemplo.
Pero no me pregunten por ejemplo de qué.
Tendones, simplemente.
Eso es lo único que hay desde el músculo al hueso.
Suena extraño, pero es así.
Una conexión que se rompe, de vez en cuando.
Nada más.
No importa lo que digan.
La fragilidad es evidente en su naturaleza.
Puedo asegurarlo sin temor a equivocarme.
Tendones, simplemente, como decía.
Destinados a romperse como toda conexión.
Nacidos para no permanecer, como todo tejido.
Vida y muerte unidas por el tendón, entonces, y nada más.
Hueso y músculo forzados a mirarse, por un tiempo.
Así es.
Y ni siquiera podemos asegurar por cuánto.
Igualmente, no es menor.
No es menor la unión que fuerzan, me refiero.
O lo que algunos llaman “su función”.
Y es que hay palabras, por ejemplo, que sueñan incluso con ser tendones.
Y otras tantas que ignoran que no lo son y se aferran a la ignorancia.
Es cierto.
Dejan incluso de sangrar, los tendones, con el tiempo.
Comienzan a morir, digamos, antes que sus portadores.
Cesa la irrigación.
Las células en el tendón se vuelven escasas.
En cada tendón, quiero decir.
Y poco a poco el movimiento cesa.
Se dificulta primero, y luego cesa.
Y la quietud es entonces un poco como el silencio.
No te das cuenta, quiero decir, cuando llega.
Sin avisar es como llega.
Y luego no se va.
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